miércoles, 18 de marzo de 2020

Una guerra mundial en tiempos de pandemia



Por qué la crisis del petróleo

La ruptura del acuerdo de producción y precios entre Arabia Saudita y Rusia ha sido señalada como el segundo ‘cisne negro’ junto a la difusión del coronavirus. La crisis de liquidez y el derrumbe del mercado accionario a nivel internacional aparece como un “cisne blanco”, simplemente porque no lo ha visto venir quien no quería.
El detonante del derrumbe de los precios del petróleo fue naturalmente la caída de la demanda internacional, ocasionada en parte por tendencias recesivas y fundamentalmente por el estrago del coronavirus en China, el primer importador de petróleo, a partir de principios de año. Cuando Arabia Saudita le propuso a Rusia reducir la producción para defender el precio de los combustibles, Putin le bajó el pulgar luego de varios años de operar como un cartel con los países de la Opep.
Existen razones que podemos llamar técnico-económicas para justificar la propuesta del príncipe Mohamed Ben Salman, el Calígula que se ha impuesto como el dictador del reino, en detrimento de la dominación colectiva de la casta de príncipes. Aunque los expertos aseguran que el costo del barril de petróleo es alrededor de tres dólares en Arabia Saudita, ese monto llega a cerca de treinta dólares cuando se le añade las necesidades financieras del déficit fiscal. Algo similar ocurre en Rusia, donde al costo del barril, más alto que el saudita, se le agregan las necesidades fiscales, menores que en Arabia. Estas ecuaciones atendibles palidecen cuando se incorpora el factor fundamental de la crisis: la guerra económica petrolera desatada por Trump contra Rusia.
Ocurre que un conjunto de factores ha llevado a una gran parte de las compañías que producen petróleo y gas no convencional (de la roca) en Estados Unidos, a la crisis y a la cesación de pagos. El precio de los combustibles que empareja la ecuación costo-precios (ganancia incluida) de las compañías norteamericanas está en un nivel de cuarenta dólares, aproximadamente, algo parecido a la ecuación del pre-sal de Brasil. Lo que permitió que la industria se expandiera fue la baratura del crédito, que llegó al uno por ciento anual. Las bajas tasas de interés financiaron la explotación de roca para empresas que casi no aportaron capital. La acumulación de deudas eleva el costo norteamericano más allá del yacimiento, porque debe cubrir el pago de deudas enormes. Lo último que querrían los capitales estadounidenses y Trump es una guerra de precios internacional. Es lo que pretendió evitar Ben Salam cuando propuso un nuevo acuerdo a Rusia.
Putin no lo vio de la misma manera –y por una razón muy simple: la campaña de sanciones de Trump contra Rusia para dominar el mercado del gas y el petróleo. Hace pocos meses, Trump consiguió que las compañías internacionales se retiraran de la construcción del último tramo del segundo gasoducto que debía unir a Rusia con Alemania. Al mismo tiempo, sabotea políticamente el flujo de gas ruso que debe transitar a Europa por medio de un gasoducto a través del mar Negro, que esquiva la vía actual por medio de Ucrania. Ucrania sigue siendo el gran contencioso entre la OTAN y Rusia, debido a la ocupación del este de Ucrania por milicias pro-rusas y la ocupación de Crimea por parte de Putin. Este entretejido explica la hostilidad de Estados Unidos hacia el turco Erdogan, a quien intentó voltear mediante un sangriento golpe de Estado. Explica también las alianzas y des-alianzas entre Putin y Erdogan en Siria, a lo cual se añade la disputa de Turquía con Grecia, Israel y Egipto por los yacimientos del oriente del Mediterráneo, que ha devuelto la posibilidad de una guerra civil e internacional por el control de Chipre, central en la zona en conflicto.
De igual importancia es la guerra que Trump ha desatado contra la petrolera rusa Rosneft, en especial en Venezuela, pero también con relación a Irán, dos estados fuertemente sancionados por Estados Unidos – un bloqueo naval y comercial. Rosneft ha jugado un papel fundamental para comerciar el petróleo de Venezuela, y tiene poder de veto en Citgo, la refinadora y distribuidora de combustible venezolana en Estados Unidos, sobre la que pesan embargos judiciales de capitales norteamericanos. Las fuerzas armadas de Rusia son el obstáculo más importante para un ataque militar de EEUU y sus cómplices del “grupo de Lima”, tanto por el abastecimiento material bélico, radares y drones, como por la presencia de asesores del estado mayor de las fuerzas armadas de Rusia. La supervivencia de Rusia frente a Estados Unidos se juega en un tablero internacional. Las tentativas de arribar a acuerdos que protejan los intereses estratégicos de uno y otro han fracasado.
El disparo contra los precios internacionales propiciado por Putin quebró la tentativa saudita de ponerles un piso, y desató la réplica de Mohamed Ben Salman. La consecuencia ha sido brutal sobre las compañías norteamericanas de shale gas y shale petróleo, ni qué decir sobre los bancos que financiaron casi el ciento por ciento de las inversiones. Putin ha lanzado su contraataque a sabiendas de la crisis financiera monumental que suscitaría, y del debilitamiento político que provocaría a Trump. Rusia no tiene ninguna posibilidad de desafiar la dominación internacional de Estados Unidos, de modo que este golpe financiero será seguido, en tiempo oportuno, por represalias políticas y militares norteamericanas. La crisis política que todo esto representa en Estados Unidos no encuentra eco en la campaña electoral, ni en las internas del partido Demócrata, lo cual constituye un desfasaje de alcances catastróficos, que irrumpirá con ese impacto en los meses que vienen. Putin, por su lado, ya llamó a un plebiscito para asegurar su continuidad en el poder por más de una década adicional. Todo, claro, muy precario.
Así como la crisis del coronavirus ha demostrado la contradicción insoluble entre el capitalismo y la salud y la vida, este nuevo salto en las tendencias a la guerra debe suscitar la atención de los trabajadores. La humanidad vuelve a enfrentar, sin que en ningún momento haya dejado de hacerlo, la amenaza de la barbarie.

Jorge Altamira
16/03/2020

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