sábado, 30 de abril de 2016
#29A: potencialidades y límites de una jornada contundente
Una manifestación multitudinaria con el limitado objetivo de marcar la cancha. Los que fueron, los que se bajaron y los que se enfrentaron. Otra vez la relación de fuerzas se expresó en la calle.
La concentración fue masiva y contundente. Los números se convirtieron inmediatamente en materia de debate. Los organizadores exageraron y apuntaron 350 mil participantes, las estimaciones más realistas mostraban poco más de un tercio de esa cifra.
Pero más allá de la controversia de los números, el acto inicialmente convocado por las cinco centrales sindicales y del que finalmente se bajó a último momento el sello que comanda Luis Barrionuevo (la “Azul y Blanca”), fue imponente y significativo.
Los camioneros fueron el corazón de la concentración, los mercantiles aportaron otra de las columnas destacadas, seguidos por los encuadrados en Luz y Fuerza y en la Unión del Personal Civil de la Nación que después de permitir que pasen 11 mil despidos -reconocidos oficialmente- en el Estado Nacional, recordó que había razones para manifestarse.
Los gremialistas más cercanos a Mauricio Macri, el “Momo” Venegas (Uatre) y Barrionuevo, se despegaron de la convocatoria cuando fue tomando un cariz opositor, menos por las intenciones de los dirigentes que por la intransigencia del Gobierno. Macri y su administración aplican con convicción un ajuste que combina recesión e inflación (tarifazos y despidos) con la consecuente pérdida del poder adquisitivo del salario como consecuencia más extendida. Pero además, el presidente amenazó con vetar la llamada “ley antidespidos” que tuvo media sanción en el Senado. Un proyecto limado, en relación al que se había consensuado en Diputados que ya tenía sus limitaciones. El Gobierno no está dispuesto a permitir que se ponga un mínimo límite a las aspiraciones patronales.
Los mecánicos de SMATA y algunas organizaciones que se agrupan en el Movimiento de Acción Sindical Argentino (MASA), como los taxistas, la Unión Ferroviaria o los telefónicos; tampoco se hicieron presentes, aunque vienen subiendo moderadamente el tono de las críticas al Gobierno.
El “peronismo territorial” también brilló por su ausencia, pese a que estuvieron alguna de las figuras políticas (como Daniel Scioli), una bandera considerable inversamente proporcional a la poca gente encuadrada de la localidad de Ituzaingó (Alberto Descalzo) se destacaba por ausencia de todo el resto.
La novedad fue la presencia de cierto progresismo, inexistente en movilizaciones de estas características en los últimos años. Estaban alrededor de las columnas de la CTA que dirige Hugo Yasky o no encolumnados. En Independencia y Paseo Colón rumbeando hacia el lado de la Av. San Juan se juntaban este “progresismo blanco” y la base camionera en un “choque de civilizaciones” separados por la “grieta” del último periodo del kirchnerismo.
Del espectro de organizaciones sociales (alguna vez “kirchneristas”) se destacó la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), que dirige Juan Grabois de muy buenas relaciones con el Papa Francisco.
La izquierda y el sindicalismo combativo participaron con una columna representativa (con los aceiteros, trabajadores del subte, de Sutebas opositores, estatales y delegados de diferentes gremios), acompañados por los legisladores y referentes del FIT. Una presencia que fue destacada por la prensa nacional como uno de los componentes de la concentración.
El lugar de la convocatoria y el tono moderado de los principales discursos (sobre todo la síntesis del cierre de Moyano y el documento leído al inicio por Juan Carlos Schmid) evidenciaron el carácter de la concentración. Como en una especie de “teorema de Baglini” aplicado al sindicalismo burocrático, el tono de los oradores variaba proporcionalmente a su capacidad de conducción: de mayor a menor, Pablo Micheli fue el más encendido, Yasky también le puso “fervor”, Antonio Caló hizo un apagado discurso y Moyano habló midiendo meticulosamente las palabras para que quede claro su objetivo de no pasar de un “llamado de atención”.
El acto no fue ni en Plaza de Mayo ni en Congreso, pero tampoco en un estadio cerrado como presionaban quienes querían convertir la jornada en un evento 100 % folklórico.
No hubo paro y sólo Yasky decretó un difuso “cese de tareas” entre los estatales encuadrados en su central.
El “tiempista” Moyano, experimentado en el arte de la contención, hizo un movimiento doble. Le marcó la cancha al gobierno y en su discurso afirmó explícitamente que pretende ser parte de los dispositivos de poder con capacidad de influencia en las decisiones. En paralelo, realiza una acción medida y fríamente calculada para responder a un malestar extendido entre los trabajadores que sufren los despidos la pérdida del salario.
La relación de fuerzas impuso que cuando todavía no se cumplieron cinco meses de Gobierno, ya tuvo lugar la primera manifestación que unió a casi todo el arco del movimiento sindical. La masividad del 24 de Marzo, también había expresado un malestar que se combinó con el tradicional reclamo del juicio y castigo a los genocidas.
El acto demostró, justamente por todas sus limitaciones, que hay un poder de los trabajadores que podría ponerle un freno al ajuste y que la burocracia sindical administra para sus propios intereses, a la vez que expresa deformadamente.
Es una necesidad urgente para todo el movimiento obrero sobre el que recaen las consecuencias del plan de Macri, superar esos límites que impone la dirigencia, para poner en movimiento la fuerza de los trabajadores que en esta jornada volvió a expresarse. Para enfrentar a la “CEOcracia” con la misma voluntad con la que ellos aplican el ajuste. Esa fue la bandera que dejó planteada el sindicalismo combativo y clasista que participó guiado por el principio de golpear juntos y marchar separados, exigiendo la preparación inmediata de un plan de lucha y un paro nacional.
Fernando Rosso
@RossoFer
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