sábado, 6 de enero de 2018
La experiencia del Partido Laborista: clase obrera y representación política
Breve reseña al libro “Laborismo. El partido de los trabajadores”, de Santiago Senén González. Tras los pasos del laborismo argentino. Clases sociales, sindicatos y partidos políticos.
El 24 de febrero de 1946 Perón llega a la presidencia luego de una polarizada campaña electoral en la que se impone a la Unión Democrática integrada por la UCR, el Partido Socialista, el Partido Comunista y otros grupos conservadores, con el respaldo de la embajada norteamericana. Se inicia un nuevo momento político, expresión social de un proceso previo de movilización, participación y fortalecimiento de dirigentes y organizaciones sindicales y resultado de la actuación en aquella campaña del recién creado Partido Laborista (PL).
Laborismo. El partido de los trabajadores es el título del libro de Santiago Senén González publicado por Capital Intelectual (2014), en el que el autor se sumerge en un tema de perenne actualidad, la cuestión de la representación política de la clase obrera y los sectores populares en nuestro país y, en un sentido más amplio, la relación entre clases sociales, sindicatos y partidos políticos.
El punto de partida es el peronismo en su etapa fundacional, develar qué hay detrás del liderazgo político de base obrera y popular que el peronismo construyó para arribar a lo que verdaderamente le interesa, la experiencia breve pero sintomática de organización del Partido Laborista, fundado 7 días después del emblemático 17 de octubre en la cortada Seaver Nº 1634, a la altura del 1700 de la Avenida Leandro N. Alem, “el partido político de más corta duración y más profundo y amplio alcance en la historia argentina.” (p. 9).
En las elecciones del 24 de febrero la fórmula Perón-Quijano figuraba en las listas de cuatro partidos: el Laborista, un sector de la UCR (Junta Renovadora), el Partido Independiente y la Alianza Libertadora Nacionalista obteniendo, según el autor, más del 50% de los votos (1.487.866 contra 1.207.0800) y 304 electores contra 72 en el colegio electoral. Senén González señala además que el 80% de los votos triunfantes habían sido aportados por el Partido Laborista, contabilizando un total de 34 legisladores nacionales provenientes directamente de los sindicatos de la CGT, encabezada por Silverio Pontieri y gremios autónomos.
En un relato cronológicamente ordenado, el autor reconstruye a partir de una serie de registros (actas y memorias, entrevistas inéditas, testimonios escritos, documentos gráficos y archivos de la época) los orígenes y desarrollo hasta la disolución (23 de mayo de 1946, por orden de Perón) del Partido Laborista, sus principales liderazgos, concurrencias ideológicas y programáticas.
El laborismo argentino se propuso avanzar en la organización de un partido obrero de masas, en la conciencia política y la militancia obrera reconociendo a los trabajadores como una fuerza social con intereses comunes a otros grupos sociales empobrecidos por la oligarquía. En su formación heterogénea, los laboristas establecieron como principales a “las masas integrantes de los auténticos sindicatos de trabajadores”, (…) sectores de clase media que compartieran sus principios, excluyendo a los totalitarios y los núcleos de la oligarquía, “podrán ser afiliados activos del partido los obreros, empleados, campesinos, artistas, intelectuales, asalariados, estudiantes, pequeños comerciantes, agricultores o industriales,(...) que acepten la Declaración de Principios, la Carta Orgánica y el Programa. (Art. 3ª) (...) De ningún modo se aceptará el ingreso como afiliado al Partido de personas de ideas reaccionarias o totalitarias, ni de integrantes de la oligarquía” (Art. 4º), Carta Orgánica, “Anexos” del libro.
Con la publicación del periódico El Laborista el nuevo partido reconoce la importancia y se suma a uno de los consensos culturales básicos que caracterizan el período de formación de los partidos modernos: la utilización de la prensa escrita para interpelar y debatir con una influyente opinión pública en expansión e intervenir en la vida pública. Senén González recupera esta experiencia. El periódico asume la campaña electoral en todas sus facetas, organizativas y política. El Laborista consagra al binomio electoral en los siguientes términos, “Unión Aristocrática” vs “Perón-Quijano, la fórmula el pueblo”. No basta con grandes ideas o proyectos, hay que convencer a otros y desenmascarar el engaño. Sus páginas se pueblan de denuncias, explotando en detalles, las maniobras y fraudes de la oligarquía y su carácter elitista; da cobertura a los actos y mitines proselitistas; define los temas, los debates y consignas: “Ni nazis ni fascistas... ¡peronistas!” y especialmente “Argentinos: ¡Perón o Braden”! ¡Ese es el dilema! ¿A votar el 24 de febrero por uno o por el otro!”, sentencian sus páginas.
Senén González rescata un aspecto particular, la influencia que ejerció entre los dirigentes fundadores la experiencia del laborismo británico - “el reciente triunfo del laborismo en las elecciones británicas, derrotando la candidatura del conservador Winston Churchill” -, al frente del Estado de Bienestar, luego de la Segunda Guerra Mundial, tanto en lo relativo a la estrategia de mejorar las condiciones de la clase obrera sin cambiar la estructura económica y social del poder (“luchar en el terreno político por la emancipación económica”, Carta orgánica del PL) como a su forma organizativa, un partido basado en los sindicatos, idea que venía germinando desde 1943 entre un sector de dirigentes obreros e incluso sindicalistas del histórico Partido Socialista, como parte del debate por la formación de una alianza opositora al régimen conservador. Sin embargo, Senén González no vuelve sobre este clivaje. Su hipótesis más polémica se centra en otorgar al laborismo el sentido de expresar el nacimiento del peronismo, una confluencia de origen con la creación, desde los sindicatos, del Partido Laborista señalando que este partido “fue, desde su concepción, el “todo” y una parte de ese “todo”, el gran movimiento que llevaba como estandarte la alianza de Perón con los trabajadores. Ese fue su potencial y al mismo tiempo uno de sus problemas de base” (p. 79) para quedar luego subsumido en aquel movimiento, pese a la resistencia de algunos de sus más prominentes fundadores, como Cipriano Reyes o Luis Gay aunque no los únicos, hasta extinguirse completamente.
Entre las dificultades que explican el desenlace del laborismo Senén González apunta la inicial autonomía sindical que pregonaban los laboristas incompatible con la concepción verticalista del poder de Perón que, en función de la alianza militar y sindical que promovía, hacía inviable cualquier margen de distanciamiento a sus directivas. Por otro lado retoma el espíritu de las tesis de Germani al fundamentar la confluencia “laborismo-peronismo” en la idea de un corte generacional de la dirigencia sindical, producto del aluvión migratorio, sustento de una cierta superación de la aletargada disputa entre sindicalistas y "comunistas-socialistas", a partir de la emergencia de un laborismo con “vocación de incidir, con posturas propias, en la vida política nacional” (p. 21). Estos señalamientos, sin duda polémicos del autor, refuerzan el nudo central de su hipótesis: la confluencia de origen del laborismo y el peronismo.
Sin embargo, el peronismo como movimiento no se gesta como expresión sindical el 24 de octubre de 1945 (fundación del Partido Laborista) ni a partir de la derrota de la Unión Democrática en 1946, sino como resultado combinado de la intervención estatal que aunó conquistas y prebendas por un lado y por otro, la presencia del Estado en las fábricas como no había ocurrido en la etapa previa, apropiándose del poder obrero que se gestaba y no creándolo como plantea el autor (p. 110), junto a la formación de una identidad política peronista nueva.
Para reconstruir las huellas del liderazgo peronista hay que remontarse a 1943, golpe militar mediante, cuando Perón “comienza a escuchar de boca de los líderes sindicales de la época sus problemas y sus largas luchas”. (p. 21). Siguiendo la enumeración del autor, convierte gestualmente al Departamento Nacional de Trabajo en Secretaria de Trabajo y Previsión elaborando los decretos que ponen en marcha una nueva política social, deroga el estatuto de las organizaciones sindicales que se había promulgado con el golpe, acelera el trasvasamiento de cuadros sindicales integrándolos a comisiones oficiales, persiguiendo a opositores y combativos, crea los Tribunales de Trabajo, promulga una ley de jubilaciones y estatutos para el peón del campo y el periodista profesional y por último, pero no menos importante, diseña el decreto 23.852, más tarde Ley de Asociaciones Profesionales, imponiendo la cooptación de los dirigentes, el disciplinamiento y la estatización de los sindicatos, contracara de su política de concesiones.
Un segundo momento inequívoco en la consagración del liderazgo político de Perón y el movimiento peronista se da el 17 de octubre de 1945. Acontecimiento considerado hito fundacional y la afirmación de su dirección política, que Senén González escasamente menciona en el libro. Como plantea Alicia Rojo, aquel día los trabajadores salieron a las calles por la liberación de Perón, fue una movilización que “definió el enfrentamiento en beneficio de Perón y, al mismo tiempo, puso claramente en escena a la clase obrera como actor social y político, que había definido su intervención a favor del líder". No es por azar que tal fecha se la recuerde como el Día de la Lealtad, emblema de la liturgia peronista, pues son los trabajadores quienes reconociendo el liderazgo de Perón “lo rescatan de las manos de sus enemigos”. Meses más tarde, ante la inminente convocatoria electoral y como epílogo de este proceso, Perón que adolecía de una estructura partidaria aceptará el ofrecimiento del Partido Laborista de adoptar su candidatura, esencial para consagrarse como máximo líder del país por la vía electoral. Allí donde Senén González identifica un logro, la posibilidad inédita de que los trabajadores fueran “un factor determinante en la definición de una coyuntura política en el nivel nacional” (p. 35), se ponía en práctica una táctica de gravitación fundamental, la de ganarse el respaldo y legitimación de los “ciudadanos-obreros”, en términos de Horowicz, y evitar en ese mismo acto la posibilidad de que apareciera un partido con potencialidad de clase diferenciado.
No hay “bifurcación de caminos entre Perón y los dirigentes laboristas” ni son solo “razones ideológicas de fondo” (p. 110) las que distancian al proyecto laborista del coronel. Si aceptamos la definición de laborismo como la expresión política de un proceso de emergencia sindical que combina un programa reivindicativo y de actuación en política de la clase obrera diferenciada, el peronismo como nacionalismo burgués de carácter popular aspiraba pasivizar a la clase obrera e impedir su independencia; necesitaba la regimentación de sus organizaciones sindicales e implicaba, casi naturalmente, la derrota política del laborismo y su disolución organizativa como ocurrió después. Como proyecto de partido autónomo de la clase trabajadora, el laborismo podía transformarse en un factor progresivo por la independencia de clase pero al otorgar su respaldo a Perón, como una vía para asegurar las conquistas sociales logradas, contribuyeron a su defunción anticipada. La decepción de sus principales dirigentes se debió en parte al peso del sindicalismo como ideología arraigada en el movimiento obrero, centrada en la política de negociación con el Estado, que dio contenido a esa “autonomía” de tan corto vuelo y a lo irreal de sus ilusiones: el apoyo a la política de conciliación de clases del coronel Perón como un paso adelante para su emancipación económica y política.
Para una aproximación integral del peronismo, sugerimos la lectura de “Cien años de historia obrera en la Argentina 1870-1969. Una visión marxista de los orígenes a la resistencia”.
Liliana O. Caló
@LilianaOgCa
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