domingo, 21 de abril de 2013
“Lo importante es que el tribunal consideró a Pedraza como cómplice del asesinato”
Cuenta cómo vivió la sentencia y las últimas palabras de los acusados y dice que tuvo miedo cuando los familiares se pusieron a gritar y lo amenazaron. Aunque no comparte la totalidad del fallo, reconoce que la explicación del juez le hizo pensar. Y asegura que después del veredicto “sintió alivio”.
Pablo Ferreyra llegó nervioso el viernes a la mañana a tribunales y pasó el día entero como en una montaña rusa. Primero lo desconcertó José Pedraza al contar su historia sindical “como un discurso”, para decir que no tuvo “nada que ver” con el asesinato de su hermano Mariano, militante del Partido Obrero, quien apoyaba reclamos de los tercerizados de la línea Roca. Se angustió cuando uno de los acusados de disparar le pidió a su mamá que lo mire a los ojos y le espetó “no maté a su hijo”. Pasaron más de seis horas después. La última, permaneció sentado en la sala de audiencias semivacía a la espera del veredicto. Al ver entrar a los jueces, supuso que leerían las penas. Pero no. Antes el presidente del tribunal, Horacio Días, dio una explicación en castellano de las conclusiones. Pablo cruzó miradas con sus abogados durante el relato. Interpretó el comienzo a su favor, de pronto pensó Pedraza sería absuelto, respiró en ciertos giros, sudó en otros, tuvo flashes de momentos vividos con Mariano, quería que termine, y volvió a temblar por la reacción virulenta de familiares de los policías condenados. La interrupción de la audiencia le vino bien, recuerda, para aflojarse por primera vez. Al llegar a su casa se quedó dormido al lado de su bebé, León, que nació en pleno juicio. Cuando despertó “sentía un gran alivio”. “La condena a quince años se me volvió algo entendible –suspira ahora–. Es loco como un proceso tan frío como un juicio de repente se convierte en una reparación.”
El teléfono celular de Pablo suena con música de la banda inglesa de rock The Smiths. Lo mira a cada rato y se alegra porque recibe cataratas de mensajes cariñosos por Twitter. Eso le aumenta las ganas de hablar y de decir con franqueza lo que piensa, que fue decantando con el correr de las horas. Tiene puesta una remera negra con letras rojas donde se lee “Fue Pedraza”, la frase que circuló como un torrente por las redes sociales en las últimas semanas.
“Escuchar a Pedraza hablar el viernes fue lo más raro. Más allá de que hablara mal o lento me pareció lúcido, como si le quedara algo del cuadro sindical que fue alguna vez. Había un contraste entre su imagen de alguien semidormido con la cabeza para abajo en el banquillo durante el juicio y su capacidad para dar un discurso sobre el movimiento obrero, intentando colocarse a la izquierda. A la vez, me pareció sobreactuada la explicación que dio dirigiéndose a mi mamá de que no instigó el asesinato. Que, además, contrasta con lo que dijo después sobre el juicio civil que iniciamos, dando a entender que queremos hacer un uso económico y político, sugiriendo que yo quiero ser candidato”, analiza Pablo, en diálogo con Página/12, el día después del veredicto.
–Pedraza también dijo que la bala que mató a Mariano no sólo rozó el corazón de Néstor Kirchner (frase que se le atribuye a Máximo Kirchner), sino que rozó el suyo.
–No entendí qué quiso obtener con esa frase, me chocó. Todo su discurso me dio una sensación desagradable, me pareció sobreactuado, una farsa. Y fue sorprendente cuando dijo que se enteró de la muerte de Mariano en un momento en que estaba solo en la Unión Ferroviaria firmando cheques, despegándose de (Juan Carlos) Fernández, su número dos, y con una connotación económica y política.
–¿Qué te pasó cuando tres hombres de la patota dijeron las llamadas “últimas palabras”?
–Sentí que pedían clemencia. Me impactó (Gabriel) Sánchez (uno de los tiradores) pidiéndole a mi mamá que lo mirara a los ojos, y ello lo hizo, porque aunque se sintió afectada, y desafiada, no quería bajar la mirada. Imaginé que se declararían inocentes pero no que la interpelarían así a mi vieja. Pedraza también le habló a ella. Los de la patota que hablaron, todos marcaron que son padres, y que no pueden ver a sus hijos.
–¿Pero tuviste miedo al escucharlos?
–No en ese momento sino a la tarde. Cuando leyeron las penas, empezaron a gritar los familiares de los imputados que estaban en la parte de arriba de la sala. Christian Favale (otro de los condenados como tirador) se paró, miró hacia donde estábamos nosotros y nos acusó diciendo: “Se están riendo de mí y de mi familia”. Desde arriba gritaban “zurdo, te vamos a matar”, y me hacían con la mano el gesto de degüello. Pensé que nos iban a tirar algo desde ahí. El tribunal hizo desalojar esa parte de arriba, pero los familiares bajaron y rompieron un vidrio, lloraban. Favale se quedó mirándome fijo. La verdad es que estábamos tan asustados y nerviosos ¿cómo íbamos a reírnos? Nos costaba procesar todo lo que decía el presidente del tribunal.
–¿Cómo fue el clima con los acusados durante todo el juicio, tan hostil?
–Hubo clima hostil pero especialmente de cruces con los abogados. A las hijas de Pedraza y Fernández las veíamos casi todos los días y no hubo problema. Favale daba una imagen de pobrecito, distinta a la del viernes, que parecía un psicópata. Nosotros nunca tuvimos ánimo de revancha, siempre fue de buscar justicia. Confiamos en el tribunal todo el juicio, que supo manejar los momentos de tensión.
La condena
–Y cuando llegó finalmente el momento del veredicto, ¿qué te pasó?
–Cuando empecé a escuchar la fundamentación del juez Días me sentí desorientado. Iba preparado para escuchar el monto de las penas. La argumentación estuvo buena, pero por momentos me parecía que nos daba la razón, y de pronto parecía que iban a absolver a Pedraza, se me quedaba la mente en blanco, recordaba momentos de Mariano. En medio de eso, entendí que tenía que moderar mis expectativas, pero quería que termine. A la vez me parecía un razonamiento conservador, pero me parecía una argumentación completamente lógica. Con los abogados del CELS habíamos evaluado algunos escenarios posibles y éste era uno. La pena de quince años para Pedraza se me transformó en algo entendible. Mientras escuchaba me preguntaba ¿esto me repara o no? Y sí. Es loco cómo un proceso tan frío como un juicio de repente se convierte en una reparación.
–Pero vos y tu familia pidieron prisión perpetua hasta el último minuto, el Partido Obrero también. ¿Igual quedaron satisfechos?
–Yo sigo pensando que Pedraza quiso aleccionar a los trabajadores tercerizados que pedían el pase a planta permanente y que ponían en jaque su hegemonía política y su patrimonio económico. Sigo creyendo que instigó el asesinato ante la protesta. Pero hoy a la mañana (por ayer) me levanté muy bien, sentía un gran alivio personal, fuera de la esfera de las cuestiones políticas. Me sentía bien. Cuando escuché la pena de 15 años me desilusioné un poco, pero después entendí que los 15 años no importaban sino que lo importante es que el Tribunal Oral N° 21 consideró a Pedraza como cómplice del asesinato de Mariano, y eso conforma mis expectativas. Hasta ahora es cierto que había pensado mucho en la prisión perpetua a Pedraza.
–Uno de los argumentos del tribunal fue que provocar la muerte de alguien no es una garantía de perpetuarse en el poder, y con eso explican que no hubo dolo directo, una intención directa de matar.
–Me hizo ruido, me quedé pensando. Pero no tengo una idea cerrada, me deja cautivo de poder seguir pensando. A la vez, al escuchar la explicación completa de Días y todas las condenas entendí que era una decisión abarcadora. Nosotros, con los abogados del CELS, habíamos planteado un círculo que era un plan criminal. Ahora veo que tal vez no se terminaba de dibujar el círculo pero que hay algo que atraviesa a todos los que participaron. El monto de las penas es un número. No niego que tal vez me hubiera gustado un poco más, en especial para los que dispararon. Pero a la vez me parece importante que a Pablo Díaz (el coordinador de la patota) le hayan dado lo mismo, 18 años de pena, que a los que apretaron el gatillo. Sé que mi familia comparte la sensación de alivio, incluso mi papá, que insistía con la perpetua.
–El dirigente del PO, Jorge Altamira, dijo que la sentencia, o la argumentación, le parecía contradictoria. ¿Qué pensás?
–No comparto la visión de Altamira, aunque no esté de acuerdo con algunos aspectos de la decisión judicial. En todo caso apelaremos, de hecho pienso que seguramente el fallo se puede perfeccionar. El juez me pareció sólido y vanguardista. Fue una sorpresa que se pusiera a explicar y que lo hiciera de manera accesible. Me sorprendió también que lo vi muy interiorizado en la causa. Todo tenía una coherencia en lo que decía. Y me pareció destacable que incluyera que Pedraza tenía una cooperativa para tercerizar (Unión del Mercosur), que había un interés económico; que también tuviera en cuenta el intento de sobornar a jueces de la Cámara de Casación para lograr impunidad como dato que abona la responsabilidad en el asesinato, y que además Pedraza se ocupó de la situación de Favale (que no era ferroviario pero aspiraba a serlo) después del homicidio, lo que se ve en una cadena de llamados, tal como planteó nuestra querella. Hubo algunos detalles de la exposición que no me esperaba: por ejemplo, que el hecho de que los tercerizados se frenan ante la presencia policial, porque la ven como disuasión, pero que la patota ferroviaria, que iba a atacarlos, siguió de largo, dejando en evidencia un acuerdo. Tuve la sensación de que el juez se sentó a romperse la cabeza con esto y analizó lo que dijeron todas las partes.
–La evaluación que el tribunal hizo del papel de la policía tuvo matices, según de quién se tratara. ¿Qué esperabas?
–Yo tenía bajas expectativas respecto de la acusación a los policías, porque la fiscalía había planteado que era un abandono de persona. Se me hacía difícil pensar que los acusarían como partícipes del homicidio. Sin embargo, eso fue lo que les imputaron a dos de ellos, Jorge Ferreyra y Luis Mansilla. En cambio me quedé preocupado porque a Hugo Lompizano lo desligaron del homicidio y consideraron que sólo incumplió deberes de funcionario público cuando era el que se encargaba de desplegar el operativo. Me llamó la atención eso.
–Vos pedías una sentencia “ejemplar”, pero el presidente del tribunal dijo que no estaba de acuerdo, que le parece un razonamiento injusto.
–Sigo pensando que una sentencia de este tipo tiene que ser ejemplificadora, que sirva de ejemplo evitar que el sindicalismo empresario vuelva a cometer acciones así, que disuada también a la policía, y que abra a la vez una discusión.
–El juez dijo en un momento que Mariano gritaba “unión de los trabajadores” y que la respuesta fue “¡Viva Perón!”. Lo calificó como una insensatez. ¿Cómo lo interpretaste?
–Es que detrás de eso que dijo hay décadas de historia política. Me impactó, porque yo me reconozco de izquierda, con la consigna de “unidad de los trabajadores”, y a la vez no soy un antiperonista. Pero me gustó la semblanza que hizo de Mariano. Un militante que busca la unidad, mientras que otro busca dividir, tira una consigna y dispara. Refleja el problema de la tercerización, de lo que derivan dos grupos de trabajadores peleando.
La vida y las heridas
–Mariano militaba en el PO cuando lo mataron. Vos ya no. ¿Cómo fue la relación con el partido estos meses de juicio? Te cuestionaron en las redes sociales.
–Fue como la relación de un matrimonio que está discutiendo el reparto de bienes. Fue difícil. Yo como familiar ahora siento alivio, pero el PO tiene sus objetivos políticos. Mariano era militante del PO y no me parece mal que quieran utilizar el caso para sus objetivos, para denunciar al Gobierno, corrupción sindical, lo que sea. En algunas cuestiones puedo coincidir. Me parece mal que cuestionen la lectura política de la familia, que se despegó tanto de la versión oficial de que la bala que mató a Mariano rozó el corazón de Néstor como de la teoría de que hubo una triple alianza antiobrera, de Gobierno y policía, empresas y burocracia sindical, señalada por María del Carmen Verdú.
–¿En ningún momento de todo este proceso te dieron ganas de volver a militar con ellos?
–No, nunca. Se me despertó la militancia otra vez, pero de otra manera. Militar para tener un posicionamiento por la muerte de Mariano. No soy del PO ni kirchnerista acérrimo, tuve que perfilar mi propia militancia. Primero fue una militancia individual por la búsqueda de justicia articulada con el resto de mi familia. Después, sin darte cuenta, te vas trasformando como en un referente. Pero mi militancia es, por ejemplo, trabajar como ahora en una campaña contra la tercerización laboral.
–¿Qué balance personal hacés? ¿Cómo cambió tu vida?
–(Suspira.) Cambió tanto... Hasta el nacimiento de mi hijo León, en octubre del año pasado, la búsqueda de justicia era todo, el eje de mi vida. Es un lugar donde me coloqué gustoso y también lo padecí. Por la exposición pública y por tener que interpretar el ánimo familiar sabiendo que mi familia no es tan expresiva. Pero ahora todo va a cambiar. Hoy es sábado y ya pienso en la semana próxima. Cómo va a ser ahora que no existe más el juicio, cómo va a ser dejar de hablar de mi hermano casi a diario. Es difícil. Me imagino un vacío. A nivel personal y del duelo, esto significa un cierre, aunque a nivel judicial queden discusiones abiertas.
–¿La sentencia cierra la herida?
–No lo sé, tiendo a disociar mucho el dolor de la racionalidad de la lucha por justicia. Me sale así. Sin darme cuenta le di un carácter político al caso pero ayer (por el viernes) cuando empezaron a leer las penas me vinieron pensamientos. Me acordé cosas, charlas, música, bandas que íbamos a ver con Mariano, momentos, se me hizo presente. Dos años y medio desde que murió es poco y es bastante. Hay una materialidad que se va perdiendo. A veces me cuesta recordar su voz. Sólo cuando me vienen expresiones suyas, frases, cuando me saludaba “¿qué hacés?”.
–¿De qué otra forma recordás a Mariano?
–Miro fotos, escucho cosas que grabé con él. Pero ni voy al cementerio, además soy ateo. Hablo mucho con mi familia también. Pero bueno, todo cambió. Y ahora también pienso cómo le voy a contar a León cuando sea grande.
Irina Hauser
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