domingo, 21 de abril de 2013
“En situación de total desprotección”
Graciela Yorio dijo que su hermano y Francisco Jalics quedaron sin apoyo de quien era el provincial de la Compañía de Jesús, Jorge Bergoglio, cuando fueron secuestrados. Dio detalles sobre su cautiverio y posterior liberación.
Orlando Yorio y Francisco Jalics pertenecían a la Compañía de Jesús. En 1976, sabiéndose perseguidos, acudieron a ver al provincial de la Orden, Jorge Bergoglio. El ahora papa Francisco aseguró que hizo gestiones por ellos. La hermana de Orlando Yorio declaró el jueves pasado en el juicio por los crímenes del centro clandestino de la Escuela de Mecánica de la Armada, donde ellos estuvieron secuestrados los primeros días de los cinco meses de cautiverio. Graciela Yorio explicó que Bergoglio, en cambio, los dejó en una situación de “total desprotección”, como lo repitió su hermano hasta su muerte en el año 2000.
“(En 1976) El provincial les dice que no puede resistir más las presiones, tanto desde Roma como desde la Iglesia argentina, y los insta a pedir las dimisorias para que renuncien a la Compañía de Jesús”, explicó. “Tanto Francisco como Orlando veían que su permanencia se hacía cada vez más difícil. Renuncian. Nunca tienen respuesta de ese trámite, pero el provincial Bergoglio les dice que busquen un obispo que los reciba en su diócesis, porque los sacerdotes que salían pasaban al clero secular, pero tenían que tener un obispo que los amparara en su diócesis.” Vieron a varios obispos, pero ninguno quiso recibirlos: habían recibido muy malos informes de ellos. “No estaban en la Compañía de Jesús ni en jurisdicción de ninguna diócesis, y en esa situación de total desprotección, el 23 de mayo de 1976 fueron secuestrados por grupos de tarea de Infantería de Marina, en un operativo con perros, hombres armados. En ese operativo también se llevan de la parroquia a ocho catequistas. En ese momento, ni mi hermano ni Francisco oficiaban la misa, porque a mi hermano también el cardenal (Juan Carlos) Aramburu le había quitado las licencias sin explicación.”
En 1977, y ya en Roma, donde viajó después del secuestro, Yorio escribió una carta de 27 páginas destinada a sus superiores. Relató la situación de “hostigamiento y de persecución” que vivió dentro de la Compañía de Jesús hasta la caída en la ESMA. En la audiencia, un abogado le preguntó a Graciela si de la carta surge un vínculo entre la persecución, el hostigamiento y el secuestro. Ella volvió al dato del “abandono” para plantear el vínculo entre uno y otro momento. “A través de la lectura surge una clara persecución desde la Compañía de Jesús y de algunas de sus autoridades, también surge el abandono como una cosa muy clara: salir de la Compañía, no tener obispo que los ampare, quedar en una situación de total abandono, y ahí sobreviene el secuestro. De la lectura de esa carta surgen muchas verdades.”
Yorio nunca recibió respuesta de esa carta. El abogado Luis Zamora representa a los familiares de las víctimas. En la audiencia, pidió a los integrantes del Tribunal Oral Federal 5, presidido por Leopoldo Bruglia, que solicite a la Compañía de Jesús en Roma a través de un oficio “no sólo las actuaciones que certifiquen la copia del original de la carta presentada, sino de todo lo que se puede agregar que interese a este debate”. El Tribunal ahora tiene que tomar la decisión.
La declaración
Graciela no había declarado antes porque lo había hecho su hermano. Un fiscal le preguntó por el secuestro, ella empezó un poco antes. Orlando se ordenó a fines de 1966, dijo. En el ’69, le ofrecieron una cátedra de teología en el Colegio Máximo. Fue vicedecano.
Un grupo del Colegio Máximo se cuestionó en cierto momento cambiar la vida en comunidades grandes por comunidades más chicas, para insertarse en los barrios, estar cerca de la gente y vivir del trabajo. Hablaron con los superiores, se aceptó la propuesta y “la alentaron”, subrayó la mujer. Fundaron tres comunidades: en Ituzaingó, otra en Capital y la tercera en el barrio Rivadavia, cerca del asentamiento del Bajo Flores.
A fines del ’75, “ya las presiones y los comentarios decían que ellos eran guerrilleros y subversivos. Volvieron a consultar a Bergoglio y le pidieron que parara esos rumores dentro de la Compañía y de otras comunidades religiosas”, explicó la mujer. “El se comprometió a pararlos, pero aparentemente no pasó. Francisco Jalics lo relata en su libro Ejercicios de meditaciones. Ahí dice: ‘No-sotros sabíamos de dónde soplaba el viento y fuimos a hablar con esa persona para que pare esos rumores porque nuestra vida estaba en peligro’.”
A comienzos de 1976, Bergoglio les pidió la renuncia y los mandó a ver al obispo Miguel Raspanti, de Morón. Ellos lo hicieron. Graciela contó que su hermano se sorprendió cuando el obispo le pidió que se retracte. “Mi hermano, muy sorprendido, pregunta: ¿retractarme de qué? El obispo insistió. Y como ve la ignorancia total de mi hermano, le dice: ‘Bueno, entonces vaya a ver a hablar con el provincial’.”
El secuestro
El operativo en la villa tomó todo el barrio. Más de cien personas armadas. Gabriel Bossini daba la misa. Los del operativo esperaron a que terminara para llevarse a los curas. Cargaron a Yorio y Jalics en coches distintos, encapuchados. Saquearon la casa sacerdotal: se llevaron libros, papeles, documentos y los pocos objetos de valor. Una vecina llamó a casa de los Yorio para dar la noticia. Dos días después, llamó una de las catequistas secuestradas y liberadas, y les dijo que los dos podían estar en la ESMA.
“Ahí empezaron nuestras gestiones, por supuesto entre las primeras fue recurrir al padre Bergoglio, que era el provincial y supuestamente el inmediato superior”, dijo Graciela. “Tuvimos tres entrevistas en el Colegio Máximo y él concurrió a casa de mi madre en dos oportunidades. Nunca tuvimos información de su boca, nunca nos dijo nada, más bien no- sotros contábamos todo lo que podíamos saber. Sí recuerdo que yo le dije que antes del secuestro había visto a mi hermano muy preocupado por el abandono de la Compañía y de la Iglesia y preocupado porque los obispos tenían muy malos informes de los dos. Le cuestioné eso. Y eso lo recuerdo perfectamente, él me dijo: ‘Yo hice muy buenos informes, si querés te los muestro’. Hizo ademán de buscar algo, volvió sobre sus pasos y no me mostró nada. Simplemente me dijo: ‘Cuidate mucho, a la hermana de Fulano la secuestraron y la torturaron y no tenía nada que ver’. Yo era la hermana de Orlando.”
Después de los primeros meses de búsqueda, no tuvieron más contactos con el provincial “porque era más lo que informábamos nosotros que lo que él nos decía”. Orlando y Francisco aparecieron el 23 de octubre, sin grilletes, en un bañado de Cañuelas. Habían estado los primeros cuatro o cinco días en la ESMA. Los interrogaron bajo los efectos de una anestesia. Alguien que sabía de teología les hizo preguntas: “Mire, con ustedes hemos tenido un gran problema –le dijo a Yorio–: a no- sotros nos dijeron que tenían armas, municiones, que eran subversivos, pero usted es un buen sacerdote. Lo único que ha hecho mal es interpretar mal el Evangelio en lo referido al trabajo de los pobres, usted tiene que estar con los ricos que son los que más lo necesitan”.
Luego los llevaron a una casa operativa en Don Torcuato. Los ataron a una cama engrillados de pies y manos. Quedaron a oscuras. “No les daban muchas explicaciones. Sólo una vez les dijeron que iban a tener una visita importante, los hicieron bañar, ellos presintieron que había cuatro personas: tres hablaban y uno permanecía en silencio.”
Una vez liberado, Yorio volvió a esa casa. “La ubicaba perfectamente por varias razones”, dijo su hermana. “Sus carceleros los hacían llenar la boleta del Prode, ahí figuraba el nombre de la agencia y decía ‘Don Torcuato’. El pan tenía una bolsita con la dirección de una panadería. Cerca o enfrente escuchaban ruido de botellas en cajones metálicos y porque algunas noches los carceleros llamaban a mujeres para pasar la noche y por teléfono daban la dirección, casi estoy segura de que era Camacuá y Buenos Aires.”
El 23 de octubre se despertaron en Cañuelas, en medio de la noche, mareados. No tenían grilletes, movían las manos, se sacaron la capucha y vieron las estrellas. Al amanecer caminaron hasta una casa. Los habitantes habían visto bajar un helicóptero. Francisco encontró dinero en un bolsillo, subieron a un colectivo a Constitución. “Y de allí, en harapos, de- sorientados y con esa delgadez” consiguen dinero y viajaron a Flores, donde hicieron contacto con las familias.
“Por la casa de mi madre pasó gente hasta muy tarde en la noche para saludarlo y saber qué le había pasado. A los dos días vuelven a llamar los vecinos de la villa porque lo estaba buscando la policía. Videla quería saber qué le había pasado. Y ahí tuvieron que esconderlo. Permaneció escondido hasta tener seguridad. Se consigue la protección de la nunciatura, un coche diplomático. No tuvo que responder preguntas porque le dijeron: padre diga ‘no me acuerdo’ Le dieron su pasaporte, documentos y logró ser recibido por el obispo (Jorge) Novak. Pero mi hermano pidió que los informes al provincial fueran en forma oral y delante de suyo. Bergoglio informó muy bien de mi hermano.”
Novak mandó a Yorio a Roma a estudiar derecho canónico. Cuando llegó, se encontró con el padre Cándido Gabiña, que había sido profesor suyo en Argentina. “El padre me saca la venda de los ojos”, escribió Yorio después. “Me dice: ‘A vos te han expulsado’.” Yorio escribió la carta en 1977. Volvió a Argentina en 1979.
–¿Sabe si la carta tuvo algún trámite en Roma? –preguntó Zamora.
–Fue presentada en Roma, nunca tuvo respuesta. En el año ’96, mi hermano vuelve a Roma por otras cuestiones y el general de los jesuitas, de apellido holandés, le pide perdón y le propone regresar a la Compañía. Mi hermano le dijo: siempre y cuando se sepa la verdad de lo que pasó conmigo. Aparentemente le dicen que no es posible. Y entonces mi hermano no regresa.
El juez Bruglia le preguntó a Graciela si quería decir algo más. “Simplemente que lo vivido por mi hermano es una injusticia muy grande, y nuestro reclamo es también hacia la Iglesia, todos los han abandonado, tanto la Compañía de Jesús como la Iglesia. Si la respuesta está en la Iglesia, quisiéramos conocerla. Fue un acto de injusticia muy grande.”
Alejandra Dandan
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