miércoles, 17 de abril de 2013

El voto contra la vida



El uso del agua para la industria extractiva: agronegocios, extracción de hidrocarburos y megaminería.

Desde hace más de una década, cada 22 de marzo, se celebra el Día Mundial del Agua. En esa fecha aparecen campañas de concientización sobre el uso del agua entre los ciudadanos y recuerdan su importancia. Algo que no se incorpora al discurso durante esos días y mucho menos durante la otra parte del año, es el uso del agua en el modelo actual, el del extractivismo: agronegocios, extracción de hidrocarburos y megaminería.
El agua es un recurso vital, es fundamental para todas las formas de vida conocidas. El cuerpo humano está compuesto de un 65 a un 75% de agua. Este recurso es cada vez más codiciado por su escasez, unos 80 países del mundo sufren la falta de agua, y por su utilización en diferentes actividades productivas. Se estima que el 70% del agua dulce es utilizada en la agricultura en todo el mundo. En Argentina se utilizan grandes cantidades de agua para sostener las actividades extractivas que se practican a lo largo y ancho del territorio.

En la montaña

Los emprendimientos mineros son los principales señalados por el mal uso y las grandes cantidades de agua que utilizan. Un ejemplo de esto puede verse en el trabajo del periodista Darío Aranda “La Alumbrera: el caso testigo”, sobre la minera que opera hace más de 15 años en el país, en la provincia de Catamarca. Según el informe, Alumbrera cuenta con un permiso de extracción de 1.100 litros por segundo, “que es lo mismo a 66 mil litros por minuto: casi cuatro millones de litros por hora en una zona semidesértica. La empresa tiene permiso para utilizar hasta 100 millones de litros de agua por día”.
La megaminería no sólo deja unos cráteres inmensos y desaparece montañas, sino que también utiliza cientos de millones de litros de agua que se mezclan con cianuro, mercurio, ácido sulfúrico, para lavar los minerales dispersos. Las poblaciones cercanas a estos megaemprendimientos sufren por su escasez y contaminación. Otro claro ejemplo es el emprendimiento minero Potasio Río Colorado, en la provincia de Mendoza, de la segunda minera más grande del mundo, la brasilera Vale. Este proyecto cuenta con una “innovación” en la extracción: la minería por disolución, que consiste en perforar pozos hasta encontrar el potasio, que luego se disuelve mediante el uso de agua caliente a una profundidad promedio de 1.200 metros.
Para su funcionamiento la empresa fue autorizada, con previa aprobación de la Declaración de Impacto Ambiental, a utilizar un metro cúbico de agua por segundo del río. Esto se traduce a más de 86 millones de litros de agua por día, lo que equivale al consumo de una población de 320 mil habitantes, o a un millón y medio de personas. Según los cálculos de la ONU, se establece que una persona necesita 50 litros de agua por día para satisfacer sus necesidades más básicas. Desde marzo el proyecto está suspendido por disconformidad de la empresa con los lineamientos iniciales de su inversión.
El 70% del agua dulce del planeta se encuentra en estado sólido, en los glaciares. Esta gran reserva se ve muy afectada por la minería en nuestro país. Los proyectos instalados a lo largo de la cordillera y en las zonas cercanas a los glaciares amenazan con destruir estas montañas de hielo, fuente de vida y de tantas actividades aguas abajo.
En Argentina se presentaron tres proyectos de ley para la protección de los glaciares. El primero fue vetado por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner en 2008 después de haber sido aprobado por mayoría en la Cámara de Diputados. Luego el diputado Miguel Bonasso, autor de “El Mal”, libro que desnuda el negocio de las mineras y los políticos que trabajan para ellas, presentó otro proyecto. Finalmente, en febrero de 2011, se aprobó el proyecto del senador oficialista Daniel Filmus basado en el de Bonasso pero con algunas modificaciones esenciales en la definición de área periglaciar, lo que despertó fuertes críticas. Aún hoy, después de tantas idas, vueltas y trabas, el inventario de glaciares no está terminado.
Para entender la situación de los glaciares basta con ver el accionar de uno de los emprendimientos más grandes del mundo: la mina de Veladero del lado argentino en la provincia de San Juan, y Pascua-Lama del lado chileno. Esta mina, de la canadiense Barrick Gold, consume enormes cantidades de agua, contamina y destruye los glaciares. Sin embargo, la empresa no admite nada de esto y lleva como slogan “Minería responsable”.
Todo esto sin entrar en detalle sobre los privilegios impositivos y el saqueo de estas empresas multinacionales, que es comparable con la era del Potosí post colonización.

En el campo

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), uno de cada cinco países en desarrollo tendrá, en menos de veinte años, problemas de escasez y deberá modernizar e implementar nuevos modelos de riego para ahorrar agua en la agricultura. Esta actividad consume el 70% del agua dulce del mundo.
Argentina, como otros países latinoamericanos, profundiza cada día más la sojización. El modelo del agronegocio está basado en el uso de cultivos transgénicos, los agrotóxicos que éstos necesitan y el monocultivo. La no rotación de la tierra baja su “rendimiento” quitando los minerales que se encuentran en el suelo por lo que se utilizan cada vez más fertilizantes que reparen el desgaste. Este modelo concentra cada vez más la tierra y la producción en menos manos, contamina y enferma a millones de personas que son fumigadas con agrotóxicos y se expande cada vez más la frontera agropecuaria con todo lo que implica: desmontes y expulsión de campesinos e indígenas que son desalojados y asesinados con total impunidad. Mientras tanto, grandes empresas del agronegocio como Monsanto siguen llenando sus bolsillos.
Según estudios de la científica y genetista china Mae-Wan Ho, radicada en Inglaterra, los cultivos transgénicos son genéticamente más uniformes que los monocultivos convencionales y, por lo tanto, son más propensos a plagas y enfermedades. Dependen más de insumos externos, particularmente pesticidas, y “según los últimos informes de agricultores de todo el mundo, los cultivos transgénicos requieren más agua y son menos tolerantes a las sequías”.
En este camino se utilizan cada vez más litros de agua por el aumento de hectáreas destinadas a la agricultura y los monocultivos que requieren cada vez más fertilizantes y agroquímicos. La expansión de este modelo se debe a una gran demanda para la producción de agrocombustibles en un mundo que pide cada vez más. Se utilizan tierras que antes alimentaban y podrían darle de comer a todo el mundo para mover automóviles. Mientras que la FAO advierte que se deberá ahorrar agua en la agricultura, en el país crece a pasos agigantados el monocultivo y la tierra se tiñe de verde aumentando el uso de recursos hídricos que vuelven a las napas contaminados.

Bajo la tierra

Como si esto fuera poco llegó el temido fracking al país. Este método no convencional se utiliza para extraer las reservas de gas que se encuentran a más de dos mil metros de profundidad. La fractura hidráulica o fracking consiste en la inyección de toneladas de agua, arena y productos químicos tóxicos a través de una perforación de dos kilómetros en posición vertical y alrededor de un kilómetro horizontal. Esta mezcla se inyecta a alta presión bajo la tierra generando fracturas que dejan escapar el gas.
Alrededor del 98% del fluido inyectado es agua y arena, el resto son productos químicos. Según un informe solicitado por el Parlamento Europeo en el que se recoge la experiencia en Estados Unidos, para fracturar cada pozo se necesitan de unas 9 mil a 29 mil toneladas de agua. Una plataforma de seis pozos necesita de unos 54 mil a 174 mil millones de litros de agua en una sola fractura.
Para extraer el shale gas se utilizan grandes cantidades de agua, se contaminan las napas subterráneas, la tierra, los ríos, el aire y hasta puede generar pequeños sismos.
Esta práctica es resistida en todo el mundo y hasta hace poco tiempo era pura exclusividad de Estados Unidos, donde empezó el rechazo a este método. En Argentina se advierte desde hace un tiempo este peligro, pero se profundizó aún más cuando en diciembre pasado los CEO de YPF y Chevron firmaron un acuerdo con el cual se le da el derecho exclusivo a la empresa norteamericana para explotar dos yacimientos en Neuquén, provincia en la que ya existen otras explotaciones no convencionales: Loma de la Lata Norte y Loma Campana, que son parte de la conocida formación Vaca Muerta. En una primera instancia se construirá una planta piloto con cien perforaciones para extraer shale gas y shale oil, con una inversión de mil millones de dólares y podría ampliarse hasta unos 15 mil millones.
La empresa Chevron que es rechazada y denunciada en muchos países por su accionar criminal, especialmente en Ecuador donde ha sido condenada por daños ambientales, es una de las tantas empresas gigantes que pertenecen a uno de los “dueños del mundo”, David Rockefeller. Este tratado entre la “nacionalizada” YPF y Chevron fue festejado y aplaudido por quienes hablan de soberanía y distribución.

Agua para todos

Después de 15 años de debates y gracias a la iniciativa de Bolivia, el agua fue incorporada como derecho humano esencial en 2010 por la Asamblea General de la ONU. En ese debate muchos países, especialmente los del norte, se manifestaron en contra y algunos se abstuvieron de votar. Las razones son obvias, son quienes quieren apropiarse de todos los recursos, quienes especulan con los alimentos en el mundo y quienes ponen por sobre todas las cosas al mercado.
El acaparamiento de tierras es una realidad no sólo para el agro. Muchos terratenientes, extranjeros o argentinos, compran tierras con la “excusa” de la agricultura pero eso esconde muchas veces otras intenciones: apoderarse de este recurso tan valioso. Ejemplos sobran: Nestlé en Brasil, los grandes terratenientes extranjeros que compran terrenos estratégicos en el país como Luciano Benetton, Ted Turner y Joe Lewis en la Patagonia. Douglas Tompkins tiene tierras en Corrientes en la zona del Acuífero Guaraní y en otras tres provincias del país.
En las montañas de Argentina y con la megaminería en todo el territorio se utilizan miles de millones de litros de agua que son contaminados y muchos terminan en las napas subterráneas o ríos, contaminando aún más. La megaminería no respeta nada, los glaciares, la mayor reserva de agua dulce, son amenazados por los proyectos cercanos.
En el campo se utilizan miles de millones de litros de agua que son vertidos junto con millones de litros de agrotóxicos para fortalecer el modelo de los agronegocios. Se contaminan las napas y cursos de agua cercanos a las fumigaciones. Se producen alimentos para combustibles y para forraje principalmente. Sin embargo, la presidenta en uno de sus anuncios dijo que Argentina va a alimentar el mundo.
Todas estas actividades que destruyen, contaminan, utilizan recursos hídricos y energéticos son parte del extractivismo voraz que no respeta a los pueblos y mucho menos a la naturaleza. Un extractivismo que se ampara en legislaciones creadas a gusto de los saqueadores de los recursos y la complicidad de los funcionarios. El mismo que votó en contra de la declaración del agua como un Derecho Humano esencial para la vida.

Fabián Chiaramello

SURsuelo / Cooperativa de Comunicación La Brújula

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