jueves, 11 de abril de 2013
Los tormentos en la primera ESMA
Con el testimonio de la mujer se buscó aportar datos sobre unas 25 caídas ocurridas entre el 19 y el 26 de abril de 1976. “Ellos disponían de la vida de uno, que no era ni siquiera una cucaracha, porque una cucaracha tenía libertad”, aseguró Mirta Pérez.
En el juicio se está buscando reconstruir los primeros meses de 1976 en la ESMA.
Audiencia tras audiencia, cada testimonio logra sumar una parte del período tal vez más oscuro de la Escuela de Mecánica de la Armada: los primeros meses de 1976, donde los sobrevivientes casi no existieron. En este momento, el juicio oral intenta reconstruir unas 25 caídas sucedidas entre el 19 y el 26 de abril de 1976, secuestros vinculados con la columna norte de Montoneros y con la base territorial construida en la Unidad Básica de Mitre y Malaguer, de Vicente López, la casa del Nono Jorge Lizaso y la China María Rosa Núñez, punto de confluencia del frente fabril. Muchos de los 25 desaparecieron o fueron asesinados, pero hubo sobrevivientes. Mirta Pérez era enfermera, delegada de Osplad. La secuestraron el 24 de abril a la noche desde adentro del policlínico de los docentes, intervenido por la Marina y ubicado en Lavalle y Azcuénaga. Entraron dos represores a buscarla.
Uno de los hombres era de altura mediana, ni gordo ni flaco, dijo ayer ante el Tribunal Oral Federal 5. Otro era alto, rubio, de ojos claros y con una itaka: “Lo vi en la guardia, parado con la itaka y me pareció que medía tres metros del susto que me pegué. Me llevan al noveno piso, revisan mi placard diciéndome si no tenía panfletos, drogas. Y yo no tenía nada de todo eso. Uno de los dos me saca mi ropa y se la lleva, yo bajo de uniforme y cartera y así sigo el resto del camino desde que me ponen en el piso de un auto, creo que era un Falcon, y así estoy: nunca tuve otra ropa hasta después de dos meses que me dieron la libertad”.
Mirta no había militado en la JP ni en otra agrupación. Algunos de sus compañeros estaban vinculados con la UB del Nono Lizaso y eran cuadros de Montoneros. Los marinos venían haciendo dos tipos de pesquisas en torno del grupo y en simultáneo: una cercó a familiares y a los militantes territoriales y la otra entró en el área de Osplad, desde donde se produjeron 10 de los 25 secuestros.
Uno de los fiscales le preguntó a Mirta cómo fue el ingreso a la ESMA. “Lo que siento es susto... a lo mejor lo único que siento es que tenía mucho frío”, explicó. “Me daba cuenta que había gente, que estaban ahí y caminaban, no tan cerca de donde yo me encontraba. No sé si los otros estarían sentados o qué obstáculos había ahí”. A ella la sentaron atada con sogas en una silla, vendada. Le pareció estar al aire libre y como era enfermera, enseguida notó la lógica del centro clandestino. “Lo peor me pasaba a mí, la mayor tortura –dijo–, era escuchar a los otros que se quejaban, oía que pedían guías, sueros, como yo entendía de qué se hablaba, me daba cuenta que era como que estaban reanimando a alguna persona, se sentían físicamente mal los que habían torturado, se notaba que estarían deshidratados por el suero y las guías.” Estuvo encapuchada al comienzo, luego con capucha y una venda. “A mí me decían con un papelito en la mano y hasta el cansancio: ‘vos estás en una lista voladora’; ‘entrás y no salís’, ‘no estás’.”
Como en una cuenta pendiente desde hace tiempo, y en ese trabajo de memoria militante, también ella se puso a dar cuenta de los nombres. Sumó nombres, uno tras otro. Pero no de quienes vio o sabe que estuvieron con ella. Sino de lo que a esta altura aparece como uno de los pocos caminos abiertos para la reconstrucción: los nombres de las personas por las que le preguntaron los marinos. Situó a Lizaso, la China, a Jorge.
Mirta no sabía ni de la Unidad Básica, ni del Nono, ni de a la China.
En nombre de mi propio secuestro
–Usted dijo que fue sometida a torturas– le dijo la fiscal.
–Las torturas eran seguidas, diarias, supongo –dijo Mirta–. Después fueron como más espaciadas. Imposibles de describir, supongo que no necesita detalle. Las partes sensibles, mucosas y sensibilidad. Esto era espantosamente humillante y también las violaciones eran humillantes. Primero estuve en una silla pero después de tres o cuatro días me pusieron en una cama, me esposaron, era limpia y después cuando les quedaba cómodo me violaban. Para describir estas personas, uno era alto, gordo, corpulento. Otro de mediana estatura y el otro como más normal. Y supongo también que era de noche.
Mirta no habló mas. Pidió un poco de agua. Después siguió con claridad.
No le anunciaron la liberación. Fueron a buscarla como siempre, ella imaginó una sesión de tortura. La pusieron en un auto bajito, le dijeron que la iban a llevar a otro lado. “Me largan cerca del Jardín Botánico, en Santa Fe y Malabia. Me dicen que me baje, que si me daba vuelta iba a ser boleta. Era tal el terror que tenía, creí que no lo iba a poder contar porque aparte de las violaciones, las torturas psicológicas frecuentes, ellos eran los poderosos, ellos disponían de la vida de uno, que no era ni siquiera una cucaracha, porque una cucaracha tenía libertad. Cada minuto era un siglo, uno estaba tan denigrado. Primero encapuchado y segundo desnudo, es muy humillante, por decir algo.”
En Palermo era de noche. Ella estaba de nuevo vestida de enfermera con su cartera. Subió a un colectivo, se tiró en un asiento y cuando se miró en al espejo no se reconoció. En el espejo vio un reloj: una de la mañana. “Bueno, me matan acá”, pensó y volvió a pensarlo en Constitución cuando tomó el Cañuelas a Ezeiza. Y cuando se bajó en Ezeiza para caminar hasta la casa de sus padres y cada vez que salía en colectivo y los colectivos eran parados por operativos. Como dijo Mirta, ella salía del centro clandestino cuando todo estaba empezando.
Alejandra Dandan
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