En octubre se medirá si el triunfo electoral de Mauricio Macri en la elección presidencial es repetible y si Cristina Fernández de Kirchner conserva la popularidad suficiente para ser elegida senadora nacional en la provincia de Buenos Aires, el mayor distrito electoral del país, consiguiendo así la inmunidad parlamentaria que le permitiría escapar a los diversos juicios que, utilizando los jueces fieles, le organiza el gobierno.
Macri, peronista de derecha (en su campaña electoral levantó incluso una estatua a Perón, el presidente que llamaba a los obreros a ir “de casa al trabajo y del trabajo a casa”, que subordinó y estatizó los sindicatos y que en su Constitución de 1949 prohibió las huelgas) trata de ganar a la derecha del justicialismo, que es un peronismo en harapos y descafeinado.
Esta derecha hasta ahora le ha votado todos los proyectos en las Cámaras, sin diferenciarse del gobierno, y ha pasado de una alianza tácita con Macri, en el caso de Sergio Massa, ex primer ministro nombrado por Cristina Fernández de Kirchner, CFK, a una disputa por los cargos en la provincia de Buenos Aires, donde el macrismo podría perder.
El llamado Justicialismo, oposición formal al gobierno para el cual es funcional y cuya ideología conservadora comparte, es sólo uno de los tres sectores en que se dividió el peronismo clásico. Massa con su Frente Renovador y Cristina Fernández, que acaba de formar un partido ad hoc llamado Unidad Ciudadana por la Democracia con nacionalista de izquierda honestos, como el ex canciller Jorge Taiana, conservadores desprestigiados, como el ex gobernador de Buenos Aires, Daniel Scioli, hombres de aparato y algún joven kirchnerista de la Cámpora, la agrupación organizada por el diputado (y nulidad política) Máximo Kirchner, hijo de Cristina.
Scioli, quinto en la lista, fue el candidato perdedor frente a Macri por su desastrosa y represiva actuación como gobernador de la provincia y fue ex vicepresidente de Néstor Kirchner que, para reunir la derecha, el centro y la izquierda de la bolsa de gatos justicialista, era partidario de hacer toda clase de componendas dando puestos a todos, incluso a miembros no ortodoxos de la Unión Cívica Radical, partido liberal nacido en 1890. Cristina, en su Unidad, incluye también algún radical opositor al macrismo y, en puestos de concejales, a algún socialista kirchnerista joven.
El partido de CFK, para colmo, critica a Macri con razón pero no dice ni una palabra sobre sus políticas similares en el campo de las concesiones petroleras a la Chevron, que devastó la Amazonía ecuatoriana, en el de la represión (ley antiterrorista, nombramiento como jefe de las Fuerzas Armadas del represor Milani), en el de la destrucción ambiental (usinas eléctricas a carbón, nucleares, concesiones mineras). Aunque critica el brutal endeudamiento del país por Macri, con bonos a cien años (cuatro generaciones y 25 presidentes los pagarán), no ofrece ninguna política alternativa y ni siquiera dice que, si es elegida, recomendará no pagar esas deudas que tienen como aval los recursos de las provincias.
En particular, el programa de la Unidad Ciudadana desconoce a los trabajadores, que serán los votantes potenciales de CFK, ni los nombra, y apela en cambio a los ciudadanos, tomados individualmente y de todas las clases (explotados unidos con explotadores). Instaura así una noche en que todos los gatos son pardos e iguales, intercambiables con los del macrismo.
Es muy posible, entonces, que CFK logre la inmunidad que le puede asegurar la impunidad pero en una elección en la que el macrismo vuelva a ganar aprovechando la división irreparable del justicialismo y el foso que existe entre éste y la Unidad Ciudadana. En tal caso aumentaría la represión, el gobierno se lanzaría a una desregulación del trabajo y a la supresión de conquistas (léase rebajas en jubilaciones, facilidad para los despidos, leyes antisindicales, prolongación de la jornada laboral), problemas que CFK hasta ahora ha ignorado en su propaganda política.
Los burócratas sindicales, desprestigiados y corrompidos, en el campo electoral le prenden una vela a Massa y otra a la dirección justicialista y su líder probable, el ex ministro de CFK Florencio Randazzo.
La izquierda no kirchnerista, el Frente de la Izquierda y de los Trabajadores (FIT), ha logrado la unidad electoral y está concentrada en la elección de octubre, dejando en segundo plano la lucha “cotidiana y gris” en las fábricas, la difusión de un programa organizador de las protestas y que sea eficaz para evitar la entrega del país a las multinacionales. Una parte de la izquierda que no está en el FIT porque los del FIT le ponen trabas para entrar, opta por el kirchnerismo desprovisto de ideas o por el justicialismo que sí las tiene pero conservadoras y reaccionarias.
Aunque el FIT podría ganar votos y diputados, su carácter electoralista impide que pueda canalizar la protesta que, inevitablemente, estallará si vuelve a ganar Macri dando un golpe mortal al peronismo y, sobre todo, si Macri se lanza con la mayor fuerza posible sobre las conquistas de los trabajadores argentinos que están acostumbrados a resistir a las dictaduras sin una dirección adecuada o contra las órdenes del mismo Perón, y a triunfar, como lo demostraron entre 1955 y 1983. ¿Cuál nueva dirección de los trabajadores podría surgir entonces y en cuáles organismos se apoyaría, aburguesados los sindicatos y destruida la industria y la solidaridad fábrica–barrio? ¿La actual dispersión de las luchas defensivas podrá llevar a formas de preservación de la solidaridad de modo de conquistar los sectores más pobres de las clases medias, como en el 2002?
Eso lo dirá la lucha misma, que cambia las conciencias. Por ahora, sólo es previsible una derrota histórica de lo que hasta ahora sobrevivió detrás delos símbolos del peronismo y la reducción del kirchnerismo a un 20 por ciento de la población concentrado en la provincia de Buenos Aires.
Guillermo Almeyra
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