domingo, 30 de julio de 2017
El julio obrero, el Julio impune y la verdadera grieta
La lucha de PepsiCo se metió de prepo entre los ladridos de campaña de macristas y kirchneristas. La grieta entre patrones y obreros quedó de relieve, pese a los esfuerzos de Lanata y compañía.
Política binaria, vacía. Circo. Los k corruptos, Cambiemos impolutos, impusieron en el Parlamento su maniqueo escenario. Pero no lograron coronar la obra.
“Hace falta un psicólogo para entender la postura de la izquierda” respecto del exministro de CFK, le gritaban los panelistas esperpentos del programa intratable a Christian Castillo. Como en ese coliseo televisivo se expresan así, Chipi levantaba la voz insistiendo en que son tan corruptos en este gobierno como en el anterior, en que todo era una maniobra que sentaría el precedente para expulsar hoy a un kirchnerista y mañana a un “zurdo”, como está sucediendo en Mendoza.
Pero no, los complejos matices de la verdadera política no caben en su show. Y menos si pone en evidencia sus falaces montajes. Buscan restaurar de nuevo la falsa grieta exigiendo a la izquierda, una vez más, que tome partido en su Boca-River.
Tampoco quisieron escuchar los argumentos cuando “la izquierda dura” (como la llaman) y trotskista llamó a votar en blanco o mucho antes, cuando dijo que su postura sobre las retenciones agropecuarias era “ni k ni campo”. Y no porque esa izquierda tenga vocación de neutralidad suiza ni mucho menos de Poncio Pilatos.
A pesar de todos sus esfuerzos el Gobierno y sus medios afines no están logrando tapar la verdadera grieta que empieza a manifestarse cada vez con más claridad.
El julio obrero
Otro escenario, previo La mañana del salvaje desalojo de PepsiCo. Frente al portón de acceso del personal, en Florida Oeste. Ahí, donde la planta se despliega sobre Posadas y sale la calle Urquiza, hay dos esquinas que encarnan la verdadera brecha. A la derecha, una casita de clase media con una familia que espía desde la ventana y el techo cada detalle de la vigilia y del operativo que arrasaría horas después. Su dueño había puesto rejas hasta en la puerta y desde ahí se quejaba de que no podían dormir desde hacía varios días. “Ya llegan, los van a sacar a todos por fin”, auguraba de madrugada cuando los gendarmes todavía no habían cercado el perímetro.
Cuando empezó a clarear abrió la persiana la dueña del kiosko, en la esquina de enfrente. Sin apuro se dispuso a saciar a los manifestantes que reclamaban improvisados desayunos. Más tarde, también tras las rejas, fue testigo “privilegiada” junto a sus hijos de las dos intensas horas de represión de la Infantería. De hecho, contra su negocio fue a dar el trabajador de Crónica cuando los policías lo golpeaban por haber cruzado el cordón.
“Son mis compañeras las que están adentro, las conocemos desde siempre y apoyamos su lucha”, decía asustada la señora, mientras sus hijos, un varón adolescente y una niña, argumentaban que “lo que reclaman es justo y Macri se abusa porque tiene plata”.
El amplio abanico y modalidades de apoyos que siguieron recibiendo las obreras y obreros de PepsiCo fue acaso mayor y más sorprendente que los repudios. La verdadera grieta -la que separa explotadores de explotados, trabajadores de patrones- casi pareció estar más inclinada hacia la esquina del kiosko. Sin embargo, en las redes aparecieron milicos jactándose de la represión, como para marcar la cancha ante la ola de inéditas muestras de simpatía y solidaridad por quienes se plantaron ante la multinacional de las gaseosas y los saladitos.
que pretendió reinstalar la grieta de la “década ganada” fue Gabriela Cerruti, tuiteando desde su sofá contra Nicolás del Caño, como si la izquierda dura se mereciera que las huestes de Macri y Vidal la muelan a palos por no haber llamado a votar a Scioli hace dos años. La torpeza de la experiodista cosechó críticas hasta de los kirchneristas.
pese a sus filiaciones políticas entendieron eso de “marchar separados pero golpear juntos”, en cambio, estaban ahí en medio de los furiosos policías: un diputado de La Cámpora y uno del Movimiento Evita. Una mínima pero importante comprensión de cuál es el camino para pararle la mano a este gobierno.
Y si hay una figura que sintetiza esa necesidad del momento es Myriam Bregman, quien hoy no se sienta en el Congreso como diputada (por la rotación de las bancas del FIT) pero las encuestas registran que sigue acumulado simpatías en amplios sectores.
El julio canalla
Aquella grieta, entre anti y prokirchneristas, la padeció mucha gente, sobre todo la izquierda por la bastarda apropiación de no pocas de sus históricas banderas y por el ninguneo y silenciamiento de todo lo que no hubiera surgido de la familia de Santa Cruz y sus aliados. Pero hoy, más que nunca, queda en evidencia que en esencia esa grieta fue un mero jueguito para la tribuna que durante los últimos años sólo buscó distraer al pueblo trabajador de esa otra grieta, la verdadera.
En ese sentido, el devenido animador Jorge Lanata intentó un poco de prestidigitación electoral con el montaje de “El Polaquito”, aduciendo con cinismo que “hay que mostrar esa realidad”. Sin saberlo ni quererlo, demostró que la grieta real también se expresa en cierto periodismo basura que se regodea y lucra con la descomposición social en lugar de ubicarla en su real contexto como producto del sistema del cual él se volvió sirviente.
El gran colega Fabián Poloseki, que representa el otro borde de ese abismo del periodismo, no habría emitido opinión pero alguno de sus informes hubiera puesto “el asunto Polaquito” en su lugar. Como dijo el trabajador de la TV Pública y miembro del nuevo Sindicato de Prensa de Buenos Aires, Agustín Lecchi, “la única grieta es la que divide a los patrones de los trabajadores”.
El Julio impune
Si la definición de Lecchi no es equivocada (como se intuye que no lo es), el final de la crónica del anunciado escándalo De Vido será, una vez más, la impunidad.
La misma impunidad que reina, desde otro ángulo, sobre casi todos los casos de la llamada violencia institucional (“represión estatal”, especifica Vanesa Orieta, hermana de Luciano Arruga) se traslada a los casos de delitos de guante blanco de los funcionarios de turno.
Es la esencia de la casta política. Se ladran en campaña electoral y más temprano que tarde terminan acordando acuerdos de impunidad. ¿O acaso no funcionó así la Legislatura porteña durante todo el kirchnerismo? ¿O acaso no pasó lo mismo con la Alianza y los negociados del menemismo?
Cronistas judiciales y parlamentarios llevan décadas viéndolos votar juntos leyes de ajuste contra el pueblo trabajador y tramando acuerdos para taparse y cubrirse sus respectivos negociados y componendas.
Por eso la izquierda no está ni a favor de la corrupción ni tampoco de que se la use para tapar, una vez más, la agenda de las necesidades urgentes del pueblo trabajador que es atacado con despidos, con ajuste y con pérdida de derechos fundamentales.
El taxista deja a su pasajera frente al diario y antes de que se baje le pregunta si va a ir presa Cristina. “Cómo saberlo, pero pongamos que va presa. No cambia nada, como pasó con Carlos Menem que estuvo unos días con domiciliaria en la quinta de su amigo Gostanian cuando fue procesado por la venta ilegal de armas a Croacia y Ecuador, y luego aquí no ha pasado nada”, responde con apuro esta cronista.
Precisamente sobre el expresidente ¿alguien reparó en que hace un mes la Cámara de Casación ratificó su condena a siete años de prisión, pero no irá preso porque aún no está firme y además porque lo protegen sus fueros de senador?
La duda del taxista también puede ser respondida con la realidad: CFK no está presa, es candidata y está en campaña. Total normalidad, la casta política vive de su propio circo. El desafío de sus votantes es dejar de ser espectadores de tales montajes, establecer la agenda propia e imponerla en las calles y en las urnas.
Las morales
León Trotsky escribió en un texto reunido en el libro Su moral y la nuestra (Coyoacán, México, 1938-1939) que “la moral es producto del desarrollo social; que no encierra nada invariable; que se halla al servicio de los intereses sociales; que esos intereses son contradictorios; que la moral posee, más que cualquier otra forma ideológica, un carácter de clase (...) La norma moral se vuelve tanto más categórica cuanto menos ‘universal’ es. La solidaridad obrera, sobre todo durante las huelgas o tras las barricadas, es infinitamente más ‘categórica’ que la solidaridad humana en general (...) El invocar las normas abstractas no es error filosófico desinteresado, sino un elemento necesario en la mecánica de la engañifa de clase. La divulgación de esa engañifa, que tiene tras de sí una tradición milenaria, es el primer deber del revolucionario proletario”.
Como si hubiera podido ver “Periodismo Para Todos” o C5N durante el desalojo de Pepsico, Trotsky afirmó que “la emancipación de los trabajadores sólo puede ser obra de los trabajadores mismos. Por eso no hay mayor crimen que engañar a las masas, que hacer pasar las derrotas por victorias, a los amigos por enemigos, que corromper a los jefes, que fabricar leyendas, que montar procesos falsos (...) Quien calumnia a las víctimas labora con los verdugos. En éste, como en otros casos, la moral sirve a la política”.
Cualquier parecido con el pan y circo electoral de estos días no es pura casualidad.
Adriana Meyer
Periodista
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