domingo, 2 de octubre de 2016

La fundación de la República Popular China



El 1° de octubre, con la entrada del Ejército Rojo a Pekín se funda la República Popular China bajo la dirección de Mao. Algunas de sus lecciones.

Para comprender el proceso y el resultado de la formación de la República Popular China, producto de la tercera revolución china, es necesario retroceder un poco en la historia. Ya había pasado por dos revoluciones: 1911 (por la unificación nacional) y 1925-27.

La desastrosa política del PC Chino y la III Internacional

La segunda revolución fue derrotada 1927 producto de la política de colaboración de clases entre el Partido Comunista Chino y el partido del nacionalismo burgués, el Kuomintang. Este último aunque con distintas alas, estaba representado por Chiang Kai shek. Este último después de ser elogiado y reivindicado por el PCCH se dedicó a perseguir y masacrar a miles de comunistas inflingiendo una dura derrota.
La III Internacional (ya estalinizada) entonces, realiza un giro político ultraizquierdista (llamada del Tercer período). El objetivo era ocultar el fracaso de su política tanto en la URSS como internacionalmente, y poder avanzar en la lucha interna contra la oposición a la burocratización. En China, la clase trabajadora tardará en recuperarse de esta masacre. El dirigente Li Li San, un estalinista servil, aplicará esta línea ultraizqueirdista proclamando la inmediata toma del poder, cuando los trabajadores seguían sufriendo la derrota. Los comunistas seguían manteniendo un apoyo considerable entre el proletariado, y llamaron en los años 29 y 30 a una serie de levantamientos que aislaron aún más y acrecentaron la persecución del régimen al movimiento obrero. La línea aventurera de la Tercera Internacional dirigida por Stalin no esta centrada en el movimiento obrero sino que se apoyaba ideológica y políticamente en una lenta y prolongada rebelión campesina, que a destiempo de la ciudad, se desarrollaba en las zonas más pobres de China.

Los soviets campesinos de Hunan y Kiangsi

La organización campesina en las zonas del interior tomó la forma de soviet, agrupando a los pequeños campesinos y los pobres. Basado en estas organizaciones, el PC dirigió aproximadamente 200 subprovincias: pequeñas aldeas del suroeste de china donde los comunistas habían expropiado a los grandes terratenientes y en algunos casos a los burgueses. Esta profunda rebelión campesina no podía triunfar si no era acompañada y dirigida desde las ciudades por el movimiento obrero, pero este había sido abandonado por los comunistas luego de 1929-30. Basado en el ascenso tardío en el campo, a principios de los 30 Stalin puede mantener la ficción de una “República Roja” basándose en los territorios dominados por Mao; sin embargo los soviets campesinos por su condición de clase y su limitación geográfica-política (estando aislados de las ciudades) no podían llevar adelante ninguna medida “socialista”, ni triunfar nacionalmente, como quedará expresado por la necesaria retirada comunista.
La aplicación y agitación del programa agrario por parte del PC ganó el apoyo de las masas pobres del campo y le permitió sobrevivir por un tiempo a la reacción nacionalista. Sin embargo la ficción de un gobierno soviético basado exclusivamente en el campo tuvo que ser abandonada ante las constantes “campañas de guerra” de los ejércitos del Kuomintang. En 1934 se inicia la epopeya militar de “La larga marcha”, forma que adoptó la retirada del PC de las bases Rojas de Hunan y Kiangsi. Un año después, en octubre de 1935, rompen el cerco nacionalista y sobreviven con 30.000 hombres (se calcula que partieron 90 mil de los valles rojos) en las altas montañas del norte de China.
En las ciudades una nueva ola de agitación se producía contra la ocupación japonesa, iniciada en 1931 con la ocupación de Manchuria. “Los obreros de Shangai y otras ciudades costeras habían lanzado un nuevo desafío y llevado a cabo huelgas y manifestaciones turbulentas. Pero debido a su carencia de una dirección competente, fueron derrotados, una y otra vez”(1). Los comunistas habían abandonado al proletariado en las ciudades y con ellas la posibilidad de un nuevo triunfo revolucionario. En 1937, Japón extiende su nueva invasión a las ciudades costeras chinas, que son devastadas y la industria destruida. A partir de allí se crea el mito maoísta de que toda revolución “tendrá que ser llevada desde el campo a la ciudad”.

La guerra contra Japón y el Frente unido antiimperialista

La agitación antiimperialistas contra el ocupante japonés se sucede en las ciudades y abre la posibilidad misma de que el ejército rojo chino pueda huir del cerco nacionalista. El gobierno del Kuomintang entra en un profundo desprestigio por su política contemporizadora con la ocupación japonesa. Sin embargo, un nuevo giro guiará al PC para abrazar una orientación de unidad política con la burguesía nacionalista al proponerle la conformación de un Frente Único Antijaponés, abandonando la agitación por la reforma agraria ya que esta atacaba las bases del poder de los generales del Kuomintang entre los que se encontraban grandes terratenientes chinos. La “contradicción principal”, decía Mao era el imperialismo japonés, la “contradicción” con la burguesía nacional e incluso con las antiguas clases feudales, pasaban a un plano secundario.
El maoísmo proponía (y lo sigue haciendo hoy día) una teoría etapista en la cual la tarea correcta de enfrentar al imperialismo extranjero se acompaña de la política de colaboración de clases de no luchar por la reforma agraria u otras tareas que cuestionen a los “aliados” de la burguesía nacional.

El Ejército Rojo entra a Pekín

A pesar del intento de subordinar la “contradicción secundaria”, la guerra civil entre el campesinado y la burguesía vuelve a estallar en el transcurso de la guerra antijaponesa con los levantamientos espontáneos de los campesinos en las zonas liberadas que van desde 1942 a 1949.
A la salida de la Segunda Guerra Mundial (1945), tras la derrota de Japón, Mao Tse Tung dominaba grandes zonas del norte de China que agrupaban alrededor de 100 millones de personas, a pesar de la traición del estalinismo que entregó las armas obtenidas de los japoneses al Kuomintang y no a los ejércitos campesinos.
El Kuomintang, envalentonado por la política de Mao frente a la reforma agraria en las zonas dominadas por el ejército de Chiang y, más aún, de reconocer al gobierno de Chiang como legítimo gobierno de China bajo los auspicios del general norteamericano Marshall, comete un enorme error de cálculo estratégico: se dispone a atacar a Mao en su propio territorio.
Esto obliga a Mao a cambiar su política y promover la reforma agraria en todo el territorio chino. Desatando un torrente de energía revolucionaria de decenas de millones de campesinos que, aún antes que llegaran los ejércitos de Mao a cada zona, repartían la tierra y quemaban en las aldeas los libros de contabilidad de los usureros (aliados a los terratenientes). Desde el verano del 46 al 1° de octubre del 49, cuando el Ejército Rojo entra a Pekín, la guerra civil se transformó en un “paseo” donde el campesinado pobre y sin tierra se insurreccionaba no sólo contra los terratenientes y usureros sino incluso contra los campesinos ricos, y tornaba inevitable el avance hacia las ciudades el ejército de Mao.
El nuevo gobierno de la República Popular China legaliza la reforma agraria que de hecho habían realizado los campesinos pobres. Sin embargo, por varios años se niega a terminar de expropiar a la burguesía nacional, que era considerada parte del “bloque de las cuatro clases”.
Será como consecuencia de la nueva guerra de Corea lanzada por Estados Unidos (50-53) en la cual China interviene con un millón de combatientes para asegurar su autodefensa, que empujará a la dirección maoísta a expropiar finalmente lo que quedaba de la burguesía nacional china, que se había pasado abiertamente al campo del imperialismo y la contrarrevolución. Concretando así la formación de un nuevo Estado obrero producto de una revolución.
La dirección burocrática del Mao y el Partido Comunista Chino llevó a que el Estado obrero chino su carácter deformado, un régimen donde la democracia soviética esta ausente desde un inicio. Como señala un aspecto de la teoría de la revolución permanente, las tareas de la revolución democrática se concretan con la revolución socialista. En las condiciones excepcionales de la postguerra, de redistribución del poder mundial y al no ser encabezada por el proletariado revolucionario y su partido se bloqueó la dinámica permanente de la revolución hacia el socialismo. Como vemos ahora, esa burocracia terminó dirigiendo el proceso de restauración capitalista.
Los acontecimientos posteriores y la propia revolución de 1949 se van desarrollar como una ruptura con el legado revolucionario de la III Internacional. Ya no sería el proletariado organizado en consejos e influenciado por un partido obrero revolucionario el que llevaría adelante la revolución, sino una revuelta generalizada de campesinos pobres o directamente sin tierra, bajo la dirección de un partido comunista organizado como ejército guerrillero. Así China del 49 parece contradecir la teoría de la revolución permanente: para Mao la revolución planteada no conducirá a la dictadura del proletariado como había ocurrido en Rusia, sino que será una revolución antifeudal y antiimperialista, conducida por un “bloque de las cuatro clases”: proletariado, campesinos, pequeñoburguesía urbana y burguesía nacional. Sin embargo, un cúmulo de condiciones excepcionales puede explicar la anomalía de la revolución.
A diferencia de la revolución rusa, donde es a partir del retroceso y aislamiento desde mediados de los 20 que el PC estalinizado liquida la democracia soviética e instaura una dictadura bonapartista, llevando a la degeneración de la revolución rusa; en la revolución china el maoísmo asume mucho tiempo antes de su triunfo este papel burocrático. Aunque las masas campesina pobres y semiproletarias hicieron una grandiosa revolución que dio un gran impulso a revolución anticolonial y a las luchas antiimperialistas en todo el mundo, la ausencia del proletariado como clase dirigente, con un partido revolucionario a su frente, impidió que la revolución china impulsara la construcción de una nueva internacional revolucionaria (como lo hizo la revolución rusa del 17) y dejará lecciones estratégicas invaluables como las contenidas en los cuatro primeros Congresos de la Tercera Internacional de Lenin y Trotsky.

Gabriela Liszt

1. Isaac Deutcher, El Maoísmo y la revolución cultural china, Ed. Era, México, 1975.

No hay comentarios:

Publicar un comentario