domingo, 14 de diciembre de 2014

Una baldosa colocada por su propio hijo



“Es todo demasiado movilizante”, describió el nieto que acaba de ser recuperado, tras poner un mosaico que recuerda a sus padres en la vereda del departamento del barrio de Villa Crespo en el que vivían al momento de ser secuestrados por la dictadura.

Un claroscuro, dice el diccionario, es el encuentro entre lo más negro de la oscuridad y lo más blanco de la luz. Un contraste así de fuerte enmarcó la tarde de ayer, cuando militantes, familiares, hombres y mujeres comprometidos de alguna manera con la causa de los derechos humanos violentados en la última dictadura se reunieron en la vereda de un edificio del barrio porteño de Villa Crespo para colocar una baldosa que indica que en uno de esos departamentos “vivieron Hugo Alberto Castro y Ana Rubel, militantes populares detenidos desaparecidos por el terrorismo de Estado en la ex ESMA”. Ese hecho oscuro que la memoria en forma de cemento obliga a recordar a quien pase por Camargo al 200 choca fuerte con una luz intensa, la más intensa por lo esperada, acaso: el hijo de ambos y flamante nieto recuperado, Jorge, ayudó a instalar ese testamento coloreado que cuenta su origen. “Es todo demasiado movilizante”, alcanzó a describir, desde la puerta de la que habría sido su casa si el terror no se hubiese entrometido.
La baldosa es roja. Las letras que cuentan breve la parte más urgente de la vida de Ana, Hugo y Jorge, blancas. Algunas venecitas verdes, naranjas, brillantes, encuadran el texto que Jorge Castro Rubel acaricia despacio, luego de enmarcar la obra con cemento. La sonrisa no se le borró de la cara desde que ingresó a Camargo por Julián Alvarez. La juntada, mezcla de vecinos, compañeros de militancia y cautiverio de la pareja, familiares, miembros de organismos de derechos humanos y curiosos, lo recibió con un aplauso. La mayoría de los presentes tenía alguna razón para saludarlo con besos y abrazos, tenía algo para contarle o que mostrarle. “Yo fui compañero de colegio primario de tu mamá.” “Yo soy hija de quien fue muy amigo de tu papá. Quiero que sepas que nunca dejó de buscarlo.” “Mirá esta foto.” Jorge escuchó, abrazó, besó, siempre con la sonrisa en la cara y su mujer aferrada fuerte de su mano.
Así, también, escuchó a Cecilia, de Barrios por la Memoria y la Justicia, leer los “porqué” de la baldosa en recuerdo de sus padres, así como las anécdotas y recuerdos de quienes militaron con ellos en las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL). Todos le hablaron a él. “La idea es que hoy en este presente armemos todos juntos el mosaico de las vidas de Ana y Hugo, enriquecida y completada con la aparición de su hijo”, inauguró Cecilia, que explicó que Barrios por la Memoria “desde 2006 coloca baldosas para marcar pasos en vida de quienes fueron secuestrados, asesinados y desaparecidos”.
La idea de homenajear a la díada Castro-Rubel llegó a Barrios Villa Crespo desde un grupo de compañeros de militancia de la pareja. “Somos los pocos sobrevivientes que tuvo nuestro grupo de militancia”, destacó Nora en relación con las FAL “Bruno Cambareri”. Ella y algunos más –Eva, Vicen, Marcela, Marta, Graciela– sufrieron el exilio, pero no dejaron de buscarse al regreso. “Cuando nos reencontramos nos propusimos dos cosas: homenajear a los desaparecidos de nuestro grupo y saber qué había pasado con el hijo de Ana y Hugo”, continuó. Acudieron a sobrevivientes de la ex ESMA y a Abuelas, donde a principios de este año grabaron videomensajes para el joven, “por si aparecía”. “Cuando nos dijeron no solo que habías aparecido, sino que te habías presentado vos mismo a dar muestra y que conocías y reivindicabas la lucha de tus padres, nos dio una inmensa alegría –le dedicó a Jorge–. Tus padres estarían reorgullosos de vos.”
Ana era “brillante, lúcida, inteligente, gran persona”, según describieron sus compañeros. El Cabezón, como le decían a Hugo, también. “Y solidario”, añadieron. Ana creció en Chaco. Sus compañeros de las FAL creen que se sumó a esa organización militante setentista por influencia de su hermano, Oscar. Estudió un tiempo administración de empresas, pero después decidió “proletarizarse” como un paso más en su camino de compromiso “por un mundo mejor”. Trabajó en Mazawatee, una fábrica de té. Hugo era maestro mayor de obras y avanzó algo en su carrera de Arquitectura, pero la militancia lo alejó de la academia, aunque no así de la universidad: “Voy a seguir viniendo para seguir participando en política acá adentro”, contó ayer que le aseguró a Vicente Muleiro, su amigo de la adolescencia. Parte del mismo plan fue, también, el convertirse en obrero y se sumó a la Ford. Sus compañeros creen que de ahí salió marcado. Poco tiempo después de haber presentado su renuncia, fue secuestrado con Ana, panza y todo.
Ana y Hugo se conocieron militando en las FAL, creen sus compañeros. “Militábamos las 24 horas, todo era voluntad, creación, cambiar el mundo, sentirnos parte de la gesta que se estaba dando. Decidimos que íbamos a tener hijos e íbamos a cuidarlos porque íbamos a ganar, con todo el apasionamiento que teníamos entonces”, sostuvo Eva, quien alcanzó a despedirse de la mamá de Jorge, le acarició la panza en donde ya crecía él, y recibió de ella un collar de regalo, que aún atesora: “Por suerte... y por suerte también lo tendrás vos desde ahora”.
Eva fue la responsable de contar la historia de los padres de Jorge aquel día de octubre pasado en el que hicieron, junto a Barrios por la Memoria y la Justicia, el mosaico que desde ayer los recuerda en la puerta de su último hogar. “¿Será que lo convocamos?”, se preguntó Cecilia en relación con el flamante encuentro del hijo de ambos: “Hay algo mágico en esta baldosa, un milagro de amor que definitivamente está sostenido por algo muy terrenal: la lucha inclaudicable por la memoria, la verdad y la justicia”.

Ailín Bullentini

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