lunes, 22 de diciembre de 2014
Eduardo Grüner: “El Argentinazo fue un conato prerrevolucionario que dejó reservas para el futuro”
Sociólogo, ensayista y crítico cultural. Doctor en Ciencias Sociales de la UBA. Fue Vicedecano de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y es autor de varios libros.
Pasados 13 años del 19 y 20 de diciembre y la caída de De la Rúa: ¿cuál es su interpretación de los acontecimientos?, ¿qué expresó en aquel momento la consigna "¡Que se vayan todos!"?
- Se trató sin duda de una gesta popular de enorme importancia, que supuso un punto de inflexión en la política argentina. No fue algo que ocurrió de la noche a la mañana –si bien el acontecimiento en sí mismo nos tomó por sorpresa a muchos–, sino una condensación de diversos movimientos, tanto espontáneos como semiorganizados, que fueron gestándose sobre todo durante el menemato (recuérdense por ejemplo las varias “puebladas”), a lo cual se sumaron una serie de demandas y “broncas” coyunturales (el corralito, etcétera). Contra lo que tanto se dijo en los medios burgueses –seguramente para neutralizar el movimiento como reclamo meramente “ciudadano”–, el rol disparador del estado de sitio fue secundario –de hecho, en el barrio donde yo vivía entonces, el cacerolazo empezó al menos una hora antes de conocerse la noticia, que escuchamos por la radio portátil de un asistente a la asamblea barrial, que ya estaba en curso, coordinada por un vecino de nombre…Federico Luppi–. La base social era muy mezclada, superponiéndose sectores de la clase obrera y “piqueteros” (los más combativos y que más sufrieron la represión, obviamente) con pequeña burguesía arruinada y “señoras gordas” reclamando sus dólares acorralados. Esto fue la expresión de una crisis terminal, tanto económica como política y “simbólica” por así decir, del gobierno de la Alianza, que ya había sufrido la pusilánime renuncia de su vicepresidente, y que había perdido totalmente el control de todas las variables de una ecuación agotada. Como corresponde a cualquier gobierno burgués desesperado, lo único que les quedaba era la represión. Y ese fue el fin. Ahora bien, hay que decir que ese mismo policlasismo y diversidad de intereses que caracterizaron el levantamiento dificultaron su salto cualitativo a un mínimo proyecto alternativo, capaz de articular una interpretación y una acción colectiva que pusiera en cuestión la lógica de fondo de la crisis orgánica del sistema.
La única reivindicación unitaria fue por la negativa: el "Que se vayan todos" era una consigna abstracta que se mordía la propia cola, y en el mejor de los casos afectaba solamente a los políticos corruptos o ineficientes; quiero decir, no se gritaba que se fueran los bancos, las multinacionales y demás. Hubo, evidentemente, experiencias y aprendizajes muy importantes (las asambleas, las empresas recuperadas, los piquetes) pero el saldo final fue el de un conato prerrevolucionario que se fue extinguiendo de a poco, aunque dejando reservas de energía que de distintas maneras pudieran activarse en el futuro.
¿Cuál fue el rol de los partidos, los sindicatos y las organizaciones sociales?
- La verdad es que en mi impresión fue muy escaso. La izquierda, en particular, resultó casi tan “sorprendida” por el estallido puntual como los ciudadanos de a pie (salvo que por supuesto tenía más elementos para preverlo y entenderlo). En esos años no tenía el desarrollo y la penetración suficientes en la clase obrera y los sectores populares –hoy la situación es diferente, en alguna medida gracias al aprendizaje que supuso el 2001–, como para poder hegemonizar, en el mejor sentido, ese movimiento bastante caótico y plural, como decíamos. Desde ya, estuvo presente en las acciones así como en los desarrollos posteriores, cumpliendo un importante rol especialmente en el caso de las fábricas recuperadas. Pero no tenía una relación de fuerzas que le permitiera orientar en un sentido realmente “rupturista” y articulado la diversidad de demandas superpuestas y a veces contradictorias. Tampoco debemos ocultar que se cometieron algunos serios errores tácticos, especialmente en su participación en las asambleas, a las que muchas veces la izquierda parecía llegar “desde afuera” con la pretensión de dirigirlas. La pretensión era legítima, pero el método era equivocado, y se estaba demasiado a menudo en riesgo de formar parte de los “todos” que se tenían que ir, allí donde había que marcar una radical diferencia respecto de los partidos burgueses.
En conjunto y dicho esquemáticamente, terminó triunfando un espontaneísmo más o menos “anarcoide” que, de nuevo, impidió una construcción alternativa. No obstante, quiero insistir en el aprendizaje que, aún con sus marchas y contramarchas, resultó de esa experiencia, tanto para la izquierda como para el pueblo en su conjunto.
¿Qué cambios políticos generó el 2001 a corto y mediano plazo?
- La consecuencia política general más obvia fue el triunfo K en el 2003, después del casi vacío de poder del año 2002 con sus manotazos de ahogado, y de la crisis Kosteki-Santillán. Los K fueron el elenco político burgués que más astutamente comprendió lo que había pasado, y que había que recurrir a medidas relativamente novedosas para lo que habían sido las políticas burguesas de las dos décadas anteriores: esa, y no nada más profundo, fue la cacareada “anomalía” K (puesto que, al contrario, el proyecto de mediano plazo era perfectamente “normalizador”): la crisis les hizo entender la canónica postulación maquiaveliana de que para gobernar hace falta consenso , y no solamente coerción. Esto se consiguió en una primera etapa con la política de derechos humanos y con ciertas concesiones económicas a favor del famoso “viento de cola”, sumando no desestimables gestos “simbólicos” como el cuadro de Videla o la Cumbre marplatense del 2005. Mientras duró la relativa bonanza y se pudo administrar cierta redistribución y recuperar razonables niveles de empleo y consumo, todo pareció andar bien. Más allá de los pataleos más o menos histéricos de las fracciones más recalcitrantes de la clase dominante (incluso algunas que con las políticas K hicieron el negocio de su vida, junto a las multinacionales y la burguesía financiera más concentrada), se logró ilusionar a franjas importantes de los sectores populares –y a muchos intelectuales “progres” que por primera vez desde 1973 soñaron con estar del mismo lado de un gobierno- con que la “prosperidad” estaba aquí para quedarse, y que se había por fin conquistado la patria “justa, libre y soberana”. Todo el tiempo estuvo claro para quien quisiera verlo que los K habían venido a recomponer el mismo sistema político que había parecido defenestrado para siempre en diciembre del 2001, pero para el conjunto eso no importaba mucho si las condiciones económicas crecían sostenidamente. El gobierno hizo ingentes esfuerzos ideológicos (esa fue la verdadera “batalla cultural”) para que la sociedad olvidara que ese gobierno era hijo de una catástrofe de origen, y se instalara el “relato” de que su origen estaba en la voluntad política de 2003, y no en el agujero negro de 2001. Pero, hay cráteres que no son tan fáciles de rellenar.
¿Qué aspectos de aquellas jornadas se mantuvieron e influenciaron las experiencias de lucha y de organización posteriores?
- Todo lo que decíamos en la respuesta anterior se terminó. La construcción exitosa de consenso empezó a sufrir serios tropiezos a partir de la crisis mundial de 2007/2008. Poco a poco el consenso se volvió más y más balbuceante, mientras se profundizaba el aspecto “coerción”, ejercida en general indirectamente pero a veces también de manera muy directa. Nada gira 180 grados de la noche a la mañana, por supuesto –y tampoco es que había tanto para girar, finalmente-. En los últimos años hubo idas y vueltas, pero en el balance cada vez está más claro el fin de la “normalización”. Y también que el colapso del sistema político en el 2001 de ninguna manera estaba “superado”: el gobierno está cada vez más debilitado por la crisis (han vuelto a crecer el desempleo y la inflación y a bajar el consumo, variables determinantes puesto que no es cierto que la economía se haya “re-industrializado” como pretende el discurso oficial), y la sedicente “oposición” de derecha es una perfecta nulidad, entre otras cosas porque no tiene nada a qué oponerse seriamente.
Estamos, con mucha probabilidad, a las vísperas de una nueva crisis orgánica. Hay todavía, evidentemente, un poco más de “colchón” que en el 2001, pero todo dependerá de lo que suceda en el próximo año electoral. La otra gran diferencia con el 2001, desde luego, es que el 2001 ya sucedió. Como decíamos, quedaron aprendizajes, una izquierda mucho más fortalecida (incluso electoralmente y en términos de problemática pero existente unidad) también por todas las enseñanzas de aquellas “gimnasias prerrevolucionarias”, y un notorio deterioro en los sectores populares del consenso levantado en la era de bonanza. Se trata de ver cómo articular esos elementos. Nada está predicho ni se pueden tener plenas certidumbres. Pero la historia camina.
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