Un viaje hacia las utopías revolucionarias. CLXXVII.
En noviembre de 1974 había ocupado el Ministerio de Economía, el economista peronista Alfredo Gómez Morales, decidido a aplicar las “recetas” que proponía Milton Friedman, para conjugar la crisis económica en que estaba sumido el país.
Este, reemplazó a José Bel Gelbard, ideólogo y principal ejecutor del Pacto Social -un acuerdo con la gran burguesía y la burocracia sindical- que había fracasado rotundamente.
Aplicando el mismo se congelaron los salarios y se suspendieran las paritarias, lo que determinó un grave deterioro a los ingresos de los trabajadores; que se movilizaban en todo el país, repudiando el llamado por Agustín Tosco “pacto maldito”.
El plan de “estabilización”, que proponía la escuela de Chicago, con el respaldo del Consenso de Washington, que se estaba aplicando, desde el golpe pinochetista, en Chile, se sintetizaba en reducir el gasto público, privatizar las principales empresas en manos del Estado y reducir la intervención de este en la economía; “regulando” esta, mediante el libre “mercado”.
En los hechos, hacer que la crisis la paguen los trabajadores y el pueblo, aumentando la concentración de la riqueza y favoreciendo la producción externa en perjuicio de la industria nacional.
En lo que hace al país, además, el imperio consideraba que el modelo económico argentino viable era el de un país de agro negocios, con una importante producción automotriz con autopartes de origen no nacional y una clara hegemonía del capital financiero.
A eso apuntó el nuevo titular de la cartera de Economía, respaldado por la dirigencia sindical pactista y por la titular del ejecutivo nacional: María Estela Martínez de Perón.
La reacción del movimiento obrero auténtico representado por las comisiones internas elegidas democráticamente por los trabajadores y por los sindicatos enrolados en el sindicalismo de liberación, no se hizo esperar.
Comenzaron paros y movilizaciones, a lo largo y a lo ancho del país; demostrando que, en ese enero, “la lucha no se toma vacaciones”.
La JTP, liderada por Enrique Juarez, el Movimiento Sindical de Base que integraban todas las corrientes que conformaron el Frente Antimperialista y por el Socialismo, la CGT Clasista del Salta dirigida por nuestros compañeros Juan Carlos Arroyo y Armando Jaime y la dirigencia, en la resistencia, del sindicato de Luz y Fuerza, del SMATA de Córdoba y la Federación Gráfica Bonaerense, elaboraron, en conjunto, un plan de lucha para frenar el proyecto antipopular de Gómez Morales.
A ello se sumaron las coordinadoras del Gran Buenos Aires, en las que tenían una fuerte presencia los compañeros de la Organización Comunista Poder Obrero y del Partido Comunista Marxista Leninista.
Por su parte, la flamante conducción de la filial de Villa Constitución de la Unión Obrera Metalúrgica liderada por Alberto Piccinini, enfrentaba, por un lado a la dirigencia nacional del gremio encabezada por Lorenzo Miguel y por otro a una patronal sumamente concentrada que tenía entre sus principales directivos a Alfredo Martínez de Hoz y al Ingeniero Acevedo.
Con ese escenario, de altísima conflictividad social, comenzamos nuestro corto viaje a Villa Gessell y, al mismo tiempo, empezamos a preparar un encuentro nacional del FAS, para delinear una estrategia frente al cercenamiento de la legalidad.
En la dirigencia de la CGT nacional se producía un recambio y asumía la Secretaria General Casildo Herrera.
Ocupaba la secretaria general de la histórica Asociación Obrera Textil, cuyo principal líder había sido Andrés Framini; hoy perseguido por la represión para estatal y estatal.
Esta -el Somaten nacional -seguía llevando a cabo atentados y secuestros, seguidos de muerte, de los que eran víctimas dirigentes sociales y políticos.
Luego que llegara Susana a nuestro nuevo departamento, con el dinero para llevarle a Tito, el compañero que estaba en la localidad de la costa que mencioné, iniciamos el viaje en nuestro poderoso “batimóvil”; como lo habían bautizado nuestros hijos al destartalado Citroen 3 CV.
Estos estaban eufóricos. Salíamos en unas cortas vacaciones luego de un año cargado de tristeza y de congoja que, pese a su corta edad, advertían.
En ese momento Luis Manuel -el mayor- tenía 8 años, Mauricio 4 y Mariano 3.
Como estábamos “flojos de papeles” del vehículo, decidimos hacer el trayecto por la ruta 11 que en su mayor parte no estaba asfaltada y por eso, suponíamos, que tenía menos tránsito y controles.
Así fue, tardamos todo un día, con algunas paradas, ya que sólo yo manejaba.
Al llegar nos dimos cuenta que estábamos entre compañeros que vivian “la alegría de militar” por un mundo mejor.
Allí, en la casa que había alquilado Balta, estaban Aldo Comoto y su familia, Tito Baquela y la “Gringa” y Luis Piriz y su compañera.
Ellos conformaban un grupo de compañeros que había conocido cuándo asumí la dirección del diario en diciembre de 1973 y eran los que me habían dado contención y el afecto, necesario, para enfrentar los difíciles momentos que viví.
Balta, estaba con sus tres hijos y su compañera.
Él era una persona sumamente alegre y positiva, amante de la lectura y, como el Che, un fanático seguidor de los poetas españoles que fueron emblemáticos en la lucha de ese pueblo en los años 30.
Nos quedamos unos días y pese a que la estábamos pasando muy bien, debíamos regresar para retomar las tareas ya encaminadas.
Los chicos aceptaron el regreso bajo protesta pero, conservaron en su retina, la maravilla e inmensidad del mar.
Al llegar a Buenos Aries me encontré con Miguel Ramondetti, que había recibido numerosas amenazas de muerte y al que los compañeros le sugirieron que se fuera de Goya, ya que en ese pequeño lugar era un blanco fácil para los sicarios de la Triple A.
Acordamos que buscaría un lugar para llevar a cabo el encuentro del FAS y, al mismo tiempo, trataría de hacerse a la idea de que debía tomar el camino del exilio.
Por otro lado y, siguiendo con el proyecto de editar una revista, me reuní en un restaurante, sumamente exclusivo pero seguro, con Enrique Raab y Susana Viau.
Quique me impresionó gratamente y si bien me aclaró que tenía diferencias con algunas posiciones del Partido me dijo que estaba dispuesto a sumarse al emprendimiento, sugiriendo algunos nombres como posibles redactores entre los que mencionó a Alberto Spumberg y a Roberto Jacoby.
Tomé nota de sus sugerencias y quedamos en una cita permanente cada quince días mientras íbamos pensando en la estructura de la publicación y los temas organizativos -imprenta, distribución, etc-.
Estos últimos se los confiamos a Osvaldo Acosta, un abogado que había sido el nexo del Partido con la revista “Militancia”, que editaban Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde.
Si bien estaba clandestino me seguía viendo con Roberto Sinigaglia, con el que compartimos la militancia en el grupo de John William Cooke y con Alicia Eguren.
Ambos insistían en la necesidad de la unidad de los revolucionarios por lo que empezamos a diagramar tareas que podíamos llevar a cabo en conjunto con Montoneros y con compañeros del peronismo revolucionario.
En esa vorágine de propuestas nos encontrábamos inmersos cuándo en la reunión del equipo, Alberto, nos hizo conocer la información obtenida por los compañeros de Inteligencia del Partido.
En la misma se daba cuenta de fuertes presiones de los militares y de la dirigencia sindical para que María Estela se desprendiera de su Ministro de Bienestar Social y llevara adelante nuevos cambios en Economía; ante el evidente fracaso del plan “Gómez Morales “ y de las “recetas de Milton”.
Por su parte la dirección de la UOM se preparaba para desembarcar en Villa Constitución; desconociendo la decisión democrática de los trabajadores.
¿De qué forma se empieza a preparar el “rodrigazo”? ¿Cómo se desarrolla la pueblada en Villa Constitución? ¿Cuáles fueron las decisiones que adoptamos en el encuentro del FAS? Estos y otros temas abordaremos en nuestra próxima nota.
Manuel Justo Gaggero. Ex Director del diario “El Mundo” y de las revistas “Nuevo Hombre” y “Diciembre 20”.
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