La derecha y la embajada norteamericana en Buenos Aires quisieron arruinar la llegada de Fidel Castro a la reunión del Mercosur agitando el caso Molina. No tuvieron éxito a nivel de pueblo, que dio una magnífica bienvenida al presidente cubano.
La victoria política cubana quedó plasmada en el punto 34 del Documento de la Cumbre del Mercosur. Allí se ponía en marcha un acuerdo de complementación económica donde la isla bloqueada ampliaba los tratados bilaterales que ya tenía con cada uno de los socios del sur.
Que los medios transmitieran en vivo y directo la palabra del barbado comandante en la reunión, instando a sus mandatarios a poner énfasis en las cuestiones sociales y congratulándose de que en Cuba la mortalidad infantil hubiera disminuído a nivel de los países centrales, fue el acabóse para Washington y sus acólitos.
Pero había más, para que la bilis de esos señores se desbordara y los pusiera color amarillo. El comandante y su amigo Hugo Chávez fueron ovacionados por 50.000 personas en un acto realizado en la Universidad de Córdoba. Otros miles de simples ciudadanos de Alta Gracia les mostraron su afecto cuando visitaron el Museo del Che.
Para los amigos del Departamento de Estado norteamericano era muy difícil levantar un resultado donde perdían por goleada. Pero lo intentaron, perdidos por perdidos.
El plan anticubano no tuvo masas ni organizaciones sociales y políticas de vida real. Se basó en la propaganda paga, inundando las paredes de Buenos Aires con afiches insultantes contra Castro. Los firmaron con “sellos” sin tener el coraje de poner al pie la sigla del PRO de Mauricio Macri y Ricardo López Murphy, o de fundaciones y ONG como Cadal (Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina).
Esa acusación de los afiches a Fidel como “dictador sanguinario” no merece comentarios. Los hechos de Córdoba probaron que el cubano es un estadista que a sus colegas del Mercosur les lleva años luz de conocimientos y vocación social.
Pero sí conviene analizar la segunda carta que jugaron los enemigos de Cuba: el caso Hilda Molina. Esta “bandera” no fue tomada por ningún sector social sino que la agitaron ciertos medios. En especial tres periodistas de La Nación (Joaquín Morales Solá, Jorge Elías y Fernando Laborda), uno de Canal 9 (Mariano Grondona), dos de Cadena 3 (Mario Pereyra y Miguel Clariá) y un cubano-americano de la cadena de TV 41 de Miami (Juan Manuel Cao).
La fábula de Heidi
Según ese sector del periodismo, Fidel sería “el decano de los dictadores del mundo”. En cambio Molina sería la “abuelita de Heidi”, buena como el perro Lassie y que quiere viajar a Argentina para visitar a sus dos nietecitos. El hijo de esa médica, Roberto Quiñones, que ejerce la medicina privada en Buenos Aires, aseguró en su carta a los presidentes reunidos en “La Docta” que su reclamo era puramente humanitario y no contenía ningún elemento político.
Hilda Molina fue una buena profesional hasta 1994, en su época de directora del Centro Internacional de Restauración Neurológica (Ciren). A partir de allí pasó a militar en el campo de los enemigos de Cuba alimentados ideológica y financieramente por la Sección de Intereses de Norteamérica (Sina).
Los dos espacios de esa militancia fueron la presidencia del Centro Médico Independiente y el Comité Cubano Pro-Derechos Humanos. En el primero no duró mucho: sus miembros decidieron reemplazarla por considerarla paranoica (creía ver un agente de la seguridad del Estado detrás de cada persona que la encaraba).
Según el libro “Los disidentes”, de Rosa Miriam Elizalde y Luis Báez, ese Colegio Médico se juntó con Fundación Hispano Cubana, la Fundación Nacional Cubano-Americana, el Miami Medical Team Foundation, radio Martí, etc, para apoyar la fundación “Elena Mederos” y su programa de “Despertando sonrisas” para sacar niños a operar afuera de Cuba y denigrar la medicina cubana.
Quiñones, el hijo, desertó de Cuba. Algunas versiones aseguran que había sido comisionado con 100.000 dólares para viajar a Japón a comprar equipos médicos pero terminó recalando en Buenos Aires y poniendo una clínica privada. ¿Habrá utilizado para eso dinero estatal? La duda se alimentó con su negativa a viajar a La Habana con su esposa argentina y sus dos hijos para que conocieran a su abuela. Así lo había propuesto Fidel Castro ante la primera carta de Néstor Kirchner reclamando la salida de la doctora.
Pese a que el jefe de Estado cubano le daba todas las garantías a Quiñones para que fuera a La Habana y volviera a Buenos Aires, éste rehusó a viajar. ¿Tan poco extraña a su madre? ¿No era tan fuerte su deseo de que los chicos vean a la abuela? ¿O en realidad Quiñones tiene miedo que le reclamen algún vuelto? Si así fuera habría seguido la manía de su madre: también se le habrían perdido algunos dólares de los 10.000 que le entregó César Jaroslavsky por su tratamiento exitoso en el Ciren.
Defensora del bloqueo
Todas aquellas son versiones con asidero pero que no pude confirmar fehacientemente. Está sí el libro de Elizalde y Báez, que tiene como fuentes a los agentes de la seguridad infiltrados en círculos contrarrevolucionarios. Estos brindaron en sede judicial testimonios sólidos sobre cómo “los disidentes” cobraban en la Sina dirigida por James Cason. La costumbre sigue ahora con el reemplazante Michael Parmly.
Molina alega motivaciones humanitarias pero es parte de la quintacolumna estadounidense dentro de la Mayor de las Antillas para favorecer la agresión “made in USA”. No hay que olvidar que la luminosa patria de José Martí, bloqueada, es uno de los “oscuros rincones” del planeta que George Bush condenó a ser bombardeados preventivamente cuando él y el Pentágono lo dispongan.
Para conocer el pensamiento de Molina hay que visitar la página de Cadal y ver su informe “Algunas consideraciones sobre el sistema de salud en Cuba”, leído por su hijo Quiñones el 9 de febrero de 2006 en la sede de la institución.
Allí la doctora niega la existencia del bloqueo estadounidense, a pesar que el mismo es un hecho que la ONU viene condenando desde 1992. Esa agresión ha provocado daños económicos directos por 82.000 millones de dólares y 5.000 muertos y mutilados por acciones organizadas por la CIA y grupos terroristas de la Fundación Nacional Cubano-Americana (FNCA)
Para Molina, la población cubana recibe “suministro de agua potable muy deficitario y con frecuente contaminación del agua”. No es la opinión de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que reporta al país como poseedor de uno de los mejores servicios del continente.
La informante de Cadal dice que los hospitales cubanos carecen de equipamientos y servicios porque “el gobierno ha dilapidado sumas millonarias de dinero en guerras ajenas, en acciones subversivas internacionales, en campañas propagandísticas; y al unísono, ha desatendido la alimentación del pueblo”. El lenguaje parece sacado de un comunicado del Pentágono o alguna secta anticomunista como la FNCA del extinto Jorge Mas Canosa y el terrorista Luis Posada Carriles.
Los hechos son tozudos. La sensibilidad de Castro por la salud de su pueblo, más el esfuerzo de sus profesionales, hizo bajar la mortalidad infantil al 5 por mil (en Argentina es de 17 por mil, o de 13,5 según Kirchner). La OMS y la Organización Panamericana de la Salud han destacado esos avances. Lo mismo hizo la Unesco en materia educacional al ubicar el nivel de sus escolares entre los primeros del continente.
La injerencia K
En un foro de internet, el ministro de Salud de Cuba José Ramón Balaguer puntualizó que entre 2004 y 2005 los daños del bloqueo al sector de salud habían sido de más de 75 millones de dólares y de 2.193 millones contando desde 1959.
Esos crímenes contra la vida de los cubanos son silenciados por la “abuelita de Heidi”, que acusa al gobierno de enviar tantos médicos al exterior que “priva a los enfermos cubanos de la atención de estos profesionales”. Balaguer había dado en 2005 números que ilustran la situación: “contamos con más de 69.000 médicos y sólo 17.000 están ayudando en otros países, por lo tanto la atención médica de alta calidad está asegurada para cada cubano”.
Lo escrito por Molina para consumo de Cadal y los enemigos de Cuba en el mundo puede estar entre las razones de Estado que no permiten su salida hacia Argentina. La oferta es que sus familiares la visiten en Bruzón No. 61. Apartamento 7, La Habana.
Lástima que Kirchner haya insistido en reclamar por carta a Fidel Castro por la situación de la ex médica, un asunto interno cubano que no ameritaba semejante intromisión. Y menos en un evento multilateral como el del Mercosur, aprovechado de tribuna para dar la carta al destinatario y filtrarla al mismo tiempo a los medios.
La posición de las autoridades argentinas peca de unilateral. Alegando una cuestión humanitaria se interesaron por Molina, pero once millones de cubanos están reclamando desde 1998 la libertad de cinco patriotas presos en EE.UU. Y Kirchner nunca mandó una carta a la Casa Blanca pidiendo por Gerardo Hernández, Ramón Labañino, Fernando González, Antonio Guerrero y René González.
EMILIO MARÍN
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