sábado, 20 de junio de 2009

Dia de los refugiados, el exilio: o se resiste o se perece


No obstante, esos valientes y corajudos que han adoptado otras formas de lucha, desde las montañas y en las ciudades clandestinamente combaten sin descanso por la Nueva Colombia deben ser nuestro referente. El ejemplo a seguir.

A los cinco millones, mal contados de desplazados internos se suman una cantidad importante de exiliados, o refugiados políticos que pueden ser 300 o más, más los migrantes económicos el 98%, incluyendo a los que han salido por estudios, otros casados con ciudadanos de otras nacionalidades, o los simples aventureros que deambulan por el mundo.
Todos ellos, sin excepción, de cerca o de lejos tienen como telón de fondo el conflicto colombiano en su ruta al exilio. No obstante, esos valientes y corajudos que han adoptado otras formas de lucha, desde las montañas y en las ciudades clandestinamente combaten sin descanso por la Nueva Colombia deben ser nuestro referente. El ejemplo a seguir.
La cantidad de compatriotas sin documentos vigentes en los países europeos y en los EEUU se cuentan por miles. Difícil a establecer el número, ya que la mayoría vive en la clandestinidad. Los estudiantes en el extranjero, muchos de ellos captados por los países desarrollados por el sistema de becas, nunca regresan al país. El argumento principal es la falta de un plan de ciencia y tecnología coherente, de dinero para la investigación pues todo se va para la guerra. Fuga y robo de cerebros. El gobierno de manera hipócrita, se inventa los sofismas de las REDES de investigadores colombianos, que no conducen a nada, pero que si justifican el salario de muchos lagartos que viajan a costa del erario público proponiendo estupideces.
Los exiliados o refugiados políticos, perseguidos por el Estado colombiano, fueron en su momento victimas del terrorismo del Estado. Frente a ellos se posaron cuatro disyuntivas frente a la persecución del Estado: a) Tomar las armas y asumir la clandestinidad ante el cierre de los canales que permitieron la lucha amplia, pública e institucional, b) la Cárcel, hacer frente a procesos en los cuales no tenían ninguna garantía jurídica, y pasar largos años en las mazmorras colombianas, hacer frente a falsos testigos, procesos montados, etc. c) el exilio y por último d) morir, como en su momentos lo hicieron los mártires de los diferentes proyectos alternativos de organización política, nacidos del seno popular y que sucumbieron a la visión del enemigo interno de la oligarquía colombiana.
Pocos estudios en Colombia dan cuentan de este fenómeno que tiene profundas raíces en la historia de la lucha de clases en Colombia. Ese desconocimiento, deja en la invisibilidad social el exilio, una tragedia humana incomprendida, porque el exilio, como decía un poeta vagabundo, es morir varias veces. Los chilenos y argentinos contrario a los colombianos han sistematizado su experiencia y han dejado un legado para las generaciones futuras.
Los colombianos tenemos esta deuda con la memoria colectiva de nuestro pueblo y con nosotros mismos ya que producimos en el extranjero nuestras virtudes y defectos, nuestras miserias. Somos la Colombia exiliada, pero Colombia al fin de cuentas.
Estas palabras no tienen la pretensión de pagar esa deuda, son si se quiere, un grito al vacío sin sistematización y sin la estructura que un estudio serio requiere.
El exilio implica diferentes desafíos que se deben confrontar como una lucha cotidiana por conservar la dignidad. Lo primero, es la barrera idiomática que se nos opone, la barrera cultural, la integración social a la sociedad que nos acoge, la lucha constante por ganar un lugar en la nueva sociedad, el hecho y la sensación de comenzar de nuevo. En fin, los desafíos del nuevo contexto sociocultural. Pero los refugiados tienen otro desafío y es no desaparecer políticamente, seguir siendo sujetos políticos, portadores de una historia y de una memoria colectiva, todo eso se sintetiza en la pregunta, de cómo hacemos para seguir luchando en esa nueva trinchera y seguir resistiendo desde el exilio con y para el pueblo colombiano. Ese es, y debe ser un imperativo ético.
En el exilio muchas situaciones llegan sin pedir permiso y se instalan en nuestras vidas, la soledad, la nostalgia por los amigos, los camaradas y compañeros dejados allá, la familia que queda, la sensación de cobardía por haber optado por esta opción, la sensación de volver a empezar de nuevo, la sensación de perder status, la sensación de devenir anónimo, la sensación de devenir nadie. Luego llegan los estados depresivos, las dependencias a medicamentos, la sensación de incapacidad mental y física, aparecen los dolores traumáticos, afloran las enfermedades dormidas, se desarrollan situaciones de dependencia frente al alcohol, frente a las drogas, llegan los insomnios y las pesadillas. Después puede llegar la desintegración familiar, la pérdida del hogar, y a veces hasta el suicidio.
Los hijos abren un nuevo capitulo de preocupaciones, éstos oscilan entre las dos culturas. Algunos asumen la nueva cultura y las nuevas costumbres, u oscilan entres las dos sin ser de ninguna, algunos pierden el idioma nacional. Algunos se adaptan bien a la escuela, otros con menos éxitos sucumben al darwinismo social imperante en Europa y caen en situaciones de ruptura.
Otros logran, frente al desafío del exilio construir un proyecto de vida, sin perder la perpectivas de, de dónde se viene y la no ruptura con los lazos concomitantes de la lucha emamncipadora del pueblo colombiano.
La tragedia que dejar una lucha social y política como cosa del pasado y renegar la posibilidad de ser sujeto político, es una situacion recurrente en los exiliados colombianos. Muchos confrontados a esta realidad sienten la frustración de la causa perdida. Otros se dedican a vivir del cuento, echan barriga y sabotean cuanto intento organizativo se gesta, sólo porque ellos no lo iniciaron o simplemente porque ya perdieron toda solidaridad con las luchas del pueblo colombiano. Los exiliados que renunciaron a la lucha, es fácil de identificarlos, no son ni de aquí ni de allá políticamente hablando y acomodan su discurso de acuerdo al interlocutor, son, palabras más palabras menos, los camaleones de la militancia de cafetín. Los hay nostálgicos, aquellos que conservan en su sala, la foto histórica del CHE Guevara, que lloran escuchando a Silvio, que recitan de memoria los poemas de Mario Benedetti pero que no se comprometen con nada, no van a las marchas, y ya ni siquiera pelean una herencia. Otros invernan en los recuerdos de lo que fueron antes, sin preguntarse sobre le mañana.
Los exiliados colombianos se pueden clasificar en ciertas categorías que corresponden de lejos o de cerca al colombiano politizado y que ha tenido diferentes niveles de compromiso con el proyecto emancipador del pueblo colombiano.
El que más se nota, es aquel que se inventa combates varios para demostrar que tiene más charreteras que los otros. En realidad su vida se sumerge en el trabajo, en enviar platica a casa, y cada vez que lo invitan a una actividad no tiene tiempo porque el trabajo lo tiene absorbido. Este se endeuda para tener un carrito, porque nunca tuvo uno en Colombia, arrivista como él solo, se pasa la vida pagando las deudas que su vida “de aparentar” le exige.
El exiliado que sigue comprometido con la lucha y la resistencia del pueblo colombiano sabe, -contrario a lo que el gobierno dice-, que sigue perteneciendo a esa patria. Que denunciar el terrorismo de Estado no lo hace apátrida y que por el contrario, la denuncia del régimen es un compromiso frente a la resistencia cotidiana del pueblo colombiano. Visibilizar nuestro drama a nivel internacional y hacer conocer nuestra tragedia es la tarea principal de éste refugiado político. Este refugiado no ha renunciado con regresar a su patria, en paz con justicia social.
El nuevo escenario de lucha en el exilio, le brinda ciertas garantías, imposible no continuar la lucha, pues se vive en países donde se respecta el estado de derecho, no se penaliza la libre expresión de las opiniones, no se le mata por pensar distinto, no se le envía a la cárcel por criticar al Estado, no se le asesina por su actividad sindical, en fin, no tiene ninguna excusa para dejar de luchar, ni siquiera, la amenaza de la exportación de la seguridad democrática puede esgrimirse como excusa para no hacer nada.
Cualquiera que sea la opción del colombiano en el exilio, éste lo puede condenar al ostracismo político, si no conserva la conciencia de clase. Frente a eso, varias estrategias se desarrollan frente al proyecto migratorio, y todas ellas son un desafío cotidiano, nada fácil a digerir.
Para todos los refugiados colombianos y a su lucha por dejar de ser invisibles van estas notas, con el deseo profundo de que sigan luchando por una Colombia para los trabajadores, en últimas, por la Nueva Colombia.
La Colombia exiliada también existe.

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