viernes, 1 de mayo de 2020

Osvaldo Bayer cuenta cómo era el 1º de mayo en Argentina



Un viaje al pasado de la mano del historiador de los trabajadores

Las epopeyas de los trabajadores fueron el centro de las investigaciones del historiador, y habitual colaborador de Página/12. A poco más de un año de su muerte, recurrir a sus vívidas crónicas es la mejor manera de revisitarlo.

La antigua gran fecha de los trabajadores. “Nuestro sagrado día”, titulaba La Protesta al comienzo del siglo pasado. Es increíble pero el sistema económico y político que domina el mundo logró terminar con algo que unía todos los años a los obreros de todos los países.
Hoy, el “Día del Trabajo” y no el Día de los Trabajadores como era antes, es apenas un feriado, tal vez con pequeños actos de los incorregibles. Pero cuando uno lee que en 1904 se reunían setenta mil obreros en La Boca detrás de las banderas rojas, en condiciones represivas máximas, a bala limpia y a garrotazos, le parece increíble.
Los comienzos del movimiento obrero en nuestro país fueron, sin ninguna duda, épicos. Ese primer acto del 1º de mayo de 1890, convocado por los trabajadores alemanes del Vorwärts, al cual concurrieron representantes obreros de todas las corrientes inmigratorias y los oradores hablaron cada uno en su propio idioma, fue pura emoción y coraje. Y la policía observaba todo para “intervenir” cuando la palabra exacta es “reprimir”. Pero llenaron el Prado Español esa gente recién llegada al país que desde un principio luchó por las ocho horas de trabajo.
Tenían como modelo a los Mártires de Chicago. Los cuatro alemanes y el inglés, anarquistas que fueron ahorcados por la Justicia norteamericana por organizar el movimiento que luego iba a triunfar en todo el mundo: las ocho horas de jornada de labor.
Y triunfaron en nuestro país, pese a la funesta Ley de Residencia, pese a la bestial represión del general Roca y sus “liberales positivistas”, que posteriormente iban a llamarse conservadores.
En esa crónica de las luchas en las calles por las ocho horas encontramos a oradores extraordinarios ante un increíble número de manifestantes. En la tesis de Federico Figueroa, de 1906, titulada “Las huelgas en la República Argentina, el modo de combatirlas”, refrendada por los profesores J. César y Guillermo Reyna, se leen cosas como éstas: que los dependientes de almacén habían iniciado un paro por tiempo indefinido para luchar por condiciones más benignas de trabajo ya que las jornadas eran de 18 horas diarias. Nada menos que dieciocho horas, con todas las letras.
Es increíble la lista interminable de huelgas en los años 1902 y 1904, durante la presidencia de Roca, donde la explotación de los trabajadores llegó a términos exasperantes. Pero lo que al lector lo llena de emoción y admiración es que la lista de huelgas se expande también a pequeñas ciudades y a pueblitos del interior argentino. ¿Cómo hacían esos anarquistas de aquel tiempo? Lo primero que hacían era reunirse y fundar la Sociedad de Oficios Varios. Con biblioteca, conjunto filodramático y cursos de aprender a leer y escribir para analfabetos.
Y una asamblea semanal. No había dirigentes sino apenas un secretario de actas para anotar lo que resolvía la asamblea soberana. No había dirigentes “gordos”. Ni llegaban a sus sindicatos en una cuatro por cuatro. En esa época, ninguno de los “agitadores” --ya que no les gustaba la palabra “dirigentes”-- recibía pago por su labor sindical.
Vamos a reproducir apenas un trozo de una lista de las huelgas de 1904, donde es interesante ver la clase de oficios que había y las poblaciones del interior que ya tenían vida obrera: “La huelga de los estivadores (sic) de Rosario, reclamando disminución de las horas de trabajo y aumentos de jornal; la de los carreros de la misma ciudad protestando contra el descuento de sueldos que se les hacía los domingos y días de lluvia; la de los zapateros de Córdoba, la de los verduleros de Buenos Aires, la de los empleados de los tranways, la de los toneleros, cartoneros, albañiles, pintores, alpargateros, mozos y cocineros de hotel, zapateros y mensajeros.
En 1904, las convulsiones obreras se extienden por el interior: Tucumán, Santiago del Estero, Córdoba. En 1905: estivadores (sic), foguistas y maquinistas de Buenos Aires, Rosario, San Nicolás y Villa Constitución; ferroviarios en Junín, que protestaron por el aumento de dos horas de labor; obreros del aserradero de La Banda (Santiago del Estero); curtidores de Casimiro Gómez (Bs. As.), panaderos de Lobería, que exigían un peso más de salario para la comida; obreros del adoquinado, hornerías, cortadores de ladrillos y panaderos de Bahía Blanca, albañiles de Azul, carteros de Junín, talleristas de la Mihanovich, pintores, empleados de la limpieza pública, vidrieros, botelleros que pidieron veinte por ciento de aumento y la jornada de ocho horas; empleados de galletitas Bagley, los obreros de varios ingenios azucareros de Tucumán, constructores de carruajes y carros de Mendoza, peones de Bajada Grande, Paraná, la de cocheros de Buenos Aires, porque se les exigió el uso de sombreros duros, los cocheros de remises porque se les prohibía usar bigote, los peluqueros, los sastres, los repartidores de pan que pedían un solo reparto los domingos, los fosforeros, los carpinteros, los empajadores de damajuanas. En Azul, los albañiles; en Tandil, los panaderos; en San Pedro, los herreros; en Villa Mercedes (San Luis) los sastres”.
Es decir, todos. Ninguno se sometía, y luchaban contra la explotación y la represión. Por eso la cruel Ley de Residencia de Roca. Cuando se aprobó, el ministro del Interior pidió su sanción diciendo que con esa ley se “iba a sofocar el movimiento huelguista que lo atribuía a la intervención de un par de docenas de elementos extraños, agitadores de profesión, y que bastaba eliminar a éstos para volver a la sociedad la tranquilidad merecida”.
En la presidencia de Roca se van a producir los dos mártires del movimiento obrero argentino por pedir la jornada de ocho horas de trabajo, legítimo reclamo sin lugar a dudas: cayeron el marinero Juan Ocampo, de 18 años, y en Rosario, en la huelga de panaderos, es muerto a balazos el obrero panadero Jesús Pereira, de 19 años. En su entierro, la policía mata, al día siguiente, a los anarquistas Luis Carre, Jacobo Giacomelli, y al niño Alfredo Seren, de diez años.
El general Roca no perdona. Es presidente de todos los argentinos, menos de algunos. A los caídos en su lucha por la dignidad jamás se les levantó alguna piedra recordatoria con su nombre, y ninguna calle los recuerda. Pero a Roca, los argentinos lo premiamos con el monumento más grande de Buenos Aires.
Tampoco jamás se enseñó en los institutos educativos que en aquellos tiempos de luchas obreras por sus legítimos derechos llegaron a nuestro país dos pensadores humanistas: Enrico Malatesta y Pietro Gori. Sus conferencias trataron sobre el derecho a la ética y a la felicidad que tienen los pueblos, sobre que los principios de toda organización obrera y de la sociedad misma deben ser la solidaridad, la generosidad y la reciprocidad y sus armas para defender esos derechos, la desobediencia, la desconfianza a la autoridad y la rebelión.
El viaje de los dos socialistas libertarios tuvo una influencia muy grande en las filas de las organizaciones obreras de esa época. Pero el poder político y económico no entendió ningún mensaje de los luchadores de abajo y siguió con represiones de una crueldad increíble.
Allá quedaron en nuestra historia las represiones a las grandes huelgas, el ataque cobarde de la policía a las órdenes del coronel Falcón el 1º de mayo de 1909, a las columnas obreras en el acto de Plaza del Congreso, que manchó de sangre para siempre ese lugar. Según el citado señor coronel, él mismo ordenó la represión porque las columnas obreras “llevaban la bandera roja en vez de la bandera nacional”. Los anarquistas aplicaron entonces el principio de “matar al tirano” y un joven llamado Simón Radowitzki lo mandó al infierno.
La historia del movimiento obrero en sus comienzos está a la altura de las luchas del proletariado europeo. Pero se la ha silenciado. Aparece sólo en libros de investigación. No se la recuerda. Cuando propusimos un conjunto de personas que se llamara “Víctimas de la Semana Trágica” a la plaza donde estaban los establecimientos Vasena, donde había comenzado la cobarde represión de enero de 1919, de inmediato el metalúrgico Vandor solicitó que se llamara “Martín Fierro”. Y así fue llamada. Del pasado no se habla. El movimiento obrero empezó en 1945.

Osvaldo Bayer
Publicada originalmente en Página/12 del 23 de abril de 2005 .

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