La movilización convocada por los anticuarentena resultó ser un blooper. Reunió solo a un reducido grupo de personas, que contrastaban con la enorme amplitud de la 9 de Julio y la Plaza de la República que rodea al Obelisco. Para colmo, las expresiones que vociferaban los manifestantes convertían a la marginalidad numérica en marginalidad política. Cantos como el “virus no existe” o declaraciones antisemitas eran levantados con habilidad por los periodistas de los medios que responden al oficialismo, para completar un cuadro de bochorno. Al final, terminaron en una pequeña gresca con la Policía de la Ciudad, que detuvo a un par de manifestantes. En las redes sociales los anticuarentena se la agarraron con el gobierno de la Ciudad, instalando el hashtag #LarretaTraidor, dejando expuestas las divisiones que cruzan a la oposición. A los intelectuales que editaron la carta contra la “infectadura” tampoco se los vio por el Obelisco. Actuaron tirando la piedra y escondiendo la mano. O dicho de otro modo, prefirieron quedarse en casa y que se contagien otros.
Que la convocatoria no haya atraído a ningún sector popular era por completo esperado. Cualquiera sabe que detrás del slogan “libertad para trabajar” se esconde el reclamo de imponer una coerción para que los trabajadores concurran a sus lugares de trabajo aunque no estén reunidas las condiciones sanitarias para ello. En una sociedad dividida en clases, las cosas cambian depende desde dónde se las mire.
El fracaso de la convocatoria anticuarentena no significa que la clase capitalista haya renunciado a su propósito de torpedearla. Todos los comunicados emitidos por los grandes grupos empresariales machacan incansablemente con ello, señalando que “hay que conciliar la salud con la economía” o que “la cuarentena fue exitosa pero ahora hay que pasar a otra etapa”. El problema que tienen, claro, es que esas declaraciones las realizan justo cuando crece de modo alarmante la curva de casos, al punto tal que ya se estima que, de seguir así, el sistema de salud de la Ciudad de Buenos Aires vería desbordadas sus camas de terapia intensiva para mediados o fines de junio.
En estas condiciones cualquiera se da cuenta que una marcha anticuarentena no podría recoger apoyo popular. Por eso los capitalistas prefieren darse otra política: actuar dentro del gobierno y canalizar por allí sus reivindicaciones. Después de todo, tan mal no les va. El presidente en persona, acompañado por el gobernador Axel Kicillof, concurrió a actos en las principales fábricas del conurbano bonaerense para poner en marcha otra vez la producción. La presencia de las figuras más altas del gobierno representa para las patronales un fuerte respaldo ante sus trabajadores, sobre todo cuando empiecen a aparecer los primeros contagios entre ellos –algo que ya está ocurriendo. Estos grandes capitalistas se desentienden por el momento de la suerte de los estratos inferiores de su clase, como ser los comerciantes medios que no pueden abrir aún las puertas de sus negocios. Estos, sin orientación de los dueños de los grandes monopolios, rápidamente derrapan a posiciones fachistas, como se vio ayer en el Obelisco.
Estos jefes de la clase capitalista ya habían dejado en claro su política y su táctica. Días antes se reunieron con Alberto Fernández en “muy buenos términos”, según hicieron notar muchos medios de prensa. Los Paolo Rocca y Bulgheroni no le pidieron al gobierno que ponga fin a la cuarentena, sino que llegue a un acuerdo con los fondos de inversión para evitar el default y que deje de lado los proyectos para que el Estado se quede con las acciones de las empresas que reciben ayuda estatal. El gobierno respondió positivamente a ambos reclamos. Sobre la deuda ya hizo saber que mejorará, otra vez, la propuesta para satisfacer las demandas de BlackRock y compañía. Y sobre el segundo reclamo fue categórico: tildó de alocada la idea de quedarse con las acciones de las empresas. A esto hay que agregar, además, que el proyecto de impuesto a los ricos sigue sin ver la luz.
Desde ya, la bancarrota de fondo que recorre a la Argentina y al conjunto de la economía mundial, pondrá todos estos acuerdos a prueba aumentando los choques, las divisiones y fracturas. Esos choques tendrán impacto dentro del oficialismo, que representa una coalición que cobija intereses capitalistas diversos. Pero mientras tanto la clase capitalista opera dentro del gobierno, entre otras cosas porque es el mejor recurso que tiene para evitar una rebelión popular. Para los trabajadores esta conclusión es importante, porque permite identificar donde se coloca el peso específico de la clase capitalista en cada momento. Y evitar así los tramposos llamados a defender al gobierno ante una ofensiva de la derecha o, peor aún, pronosticando movidas golpistas contra Alberto Fernández, como han hecho algunos descarrilados izquierdistas disparatados.
Para que la crisis la paguen los capitalistas es necesaria una lucha de fondo de los trabajadores contra el capital y sus gobiernos, empezando por el gobierno nacional.
Gabriel Solano
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