jueves, 14 de mayo de 2020

Deuda externa, “siga participando”

La reestructuración de deuda propiciada por el gobierno y sus aliados ha fracasado en forma escandalosa. Macaneando un día sí y otro también, las peticiones de “buena fe” de Guzmán y Fernández no conmovieron a nadie, menos la remanida frase “no me van a torcer el brazo” que pronunció Alfonsín poco antes de que tuviera que renunciar con seis meses de anticipación. El dúo del canje no ha ofrecido, sin embargo, ningún balance al país. Bajo la etiqueta de la reestructuración, el gobierno ha pagado todos los vencimientos de deuda desde que asumió en diciembre, como también lo hicieron Kicillof y otros gobernadores. Con la consigna de la quita y de la postergación de pagos, ha gatillado por el cien por cien del valor de la deuda, cuando en el mercado ha oscilado entre 30 y 40 centavos sobre cada dólar nominal. Se apresta a hacer lo mismo otra vez, el 22 de mayo, pagando un nuevo vencimiento de Nación y otro de Provincia, por u$s 650 millones, con el pretexto de no incurrir en un default. Como quiera que el default es un hecho consumado, a partir del rechazo de la oferta de canje del gobierno por parte de los fondos internacionales, el pago del próximo vencimiento serviría para justificar que el gobierno no haga nuevas ofertas y para que los fondos internacionales no recurran a los tribunales de Londres o Nueva York. “Siga participando”.

Desplome mundial

Fernández y Guzmán están ocultando lo que pasa con las deudas externas a nivel internacional, del mismo modo que lo hacen con toda la negociación, con la finalidad de inhibir una reacción popular por medio de la desinformación.
Los llamados ‘países emergentes’ se encuentran masivamente en default, simplemente porque se enfrentan a una deuda impagable. El monto total de ella es superior a los u$s70 billones, algo así como el 500% del PBI sumado de esas naciones. Algunos columnistas de nota no vacilan en concluir que esta hipoteca deberá conducir a crisis revolucionarias, porque directamente no es refinanciable ni canjeable. Naturalmente, una crisis de deuda de esa magnitud sería insoportable para el mercado financiero internacional, donde la deuda ronda los u$s 300 billones – tres veces y media el PBI de todo el planeta. La discusión del día en ´los mercados´ es cómo convertir esa deuda en capital de las empresas endeudadas, para zafar del pago imposible de intereses. Eso ya ocurre ampliamente, porque desde la Reserva Federal a los bancos centrales de la UE y Japón, la participación del Estado en las corporaciones ya es, en numerosos casos, mayoritaria. La novedad de la jornada es que lo mismo ya ocurre con los fondos internacionales, que han alcanzado una posición dominante en las corporaciones que explotan petróleo y gas no convencional en Estados Unidos – acicateadas por el derrumbe del precio de los combustibles y minerales. Era esa conversión de deuda externa en patrimonio local lo que han pretendido consumar CFK-Kicillof, antes de 2016, y Macri-Caputo enseguida después.
Es claro que los fondos internacionales no van a permitir ese default generalizado, que los llevaría a la tumba a una edad precoz. La crisis internacional actual se distingue de la de 2007/8 por afectar a las corporaciones industriales y a los fondos en lugar de los bancos y sus entidades paralelas comprometidas con la especulación hipotecaria de hace década y media. A evitar la posibilidad de este derrumbe han apuntado los bancos centrales, con paquetes de rescate que suman u$s20 billones – todo el PBI de EE.UU., y más de la quinta parte del PBI mundial. Con tasas de interés por debajo del uno por ciento anual, los fondos internacionales han ganado una capacidad de aguante fenomenal, porque no les cuesta nada renovar los créditos hundidos en corporaciones y países. No tienen apuro en aceptar canjes o quitas que les resulten perjudiciales. La decisión de la Reserva Federal, hace un mes, de entregar la gestión de los paquetes de rescate al fondo BlackRock, ha causado un escándalo internacional. Pero este es el poder político que han conquistado los pulpos con los que Guzmán quiere experimentar lo que dice haber aprendido en la Universidad de Columbia.

Quién tiene la batuta

Otra distinción entre la crisis de 2007/8 y la actualidad es que los fondos mencionados controlan las deudas externas de los llamados ‘emergentes’. No solamente han desplazado a bancos y tenedores particulares – se han quedado con el control de las minorías de bloqueo para cualquier arreglo de deuda. Guzmán, ni tampoco el FMI, tienen la capacidad de operar a unos acreedores frente a otros, según los intereses de los mismos. Es con este poder que apenas tuvieron que ejercer presión para que Alberto F. y Kicillof, pagaran en forma puntual todos los vencimientos. Tienen las espaldas de sus clientes, en el caso de BlackRock u$s3 billones y del estado y la Reserva Federal. La tropa ‘populista’ no les va a sacar quitas de intereses y plazos de pago que no estén dispuestos a conceder. No es la sustentabilidad de la deuda de Argentina lo que les importa, sino la garantía de pago de más de cien ´emergentes´ hipotecados. El nudo de esta simbiosis umbilical no lo va a romper Guzmán ni su jefe político, sino una crisis generalizada de impagos internacionales. Es aquí donde tiene lugar una disputa en el frente acreedor, porque esta es la crisis que el FMI, que representa más a los bancos que a los fondos quiere evitar a cualquier precio.
El gobierno ‘nacional y popular’ enfrenta ya una crisis política acerca de toda esta cuestión, porque uno de los pilares de la coalición, Sergio Massa y Guillermo Nielsen, operan como lobistas de los fondos internacionales. Massa deshizo a CFK en 2013 y a Macri en 2019. Este bloque está operando a favor de una prolongación sin término de la negociación – sin dejar de pagar ninguno de los vencimientos. En función de este conjunto de presiones, externas e internas, la cotización del dólar paralelo duplica al oficial y prepara una devaluación. El agitador de los bancos y los fondos, y rescatista de bancos y AFJPs en 2002, Prat Gay, acaba de proponer esa devaluación, mediante el establecimiento de un mercado de cambios financiero. A un tipo de cambio mucho más alto, los fondos internacionales se harían de pesos baratos para entrar en la especulación inmobiliaria o de otro tipo, como el litio y diversos minerales. Canjear deuda por patrimonio. Esta devaluación es tanto más inexorable cuanto que la salida de capitales en Brasil ha llevado el real a 6 por dólar, incentivado desde el mismo ministerio de Economía de Bolsonaro, que maneja un director de fondos, Paulo Guedes. El establecimiento de un mercado financiero a un dólar mucho más alto convertiría a la deuda en dólares de Argentina es una montaña imposible de pesos.

“Insostenible”

Nadie que se encuentre negociando una porción de deuda de u$s65 mil millones, cuando el total es de u$s350 mil millones, puede sostener que está empeñado en logar una deuda “sostenible” (sic). Interviene aquí la negociación de un plan con el FMI, que reclaman todos los acreedores. El objetivo de ese plan sería que una nación con déficit fiscal primario de cerca de u$s50 mil millones y otro financiero de monto indeterminado, alcance un superávit que gire en torno a los treinta mil millones de dólares. Esto supone la confiscación del Fondo de Anses y la conversión del sistema previsional en una agencia de pobres. La nueva jefa de Anses acaba de anunciar que es pobrerío de la vejez abarcará al 80% de los jubilados. Por otro lado, la dilación pactada del default, mientras se pagan puntualmente los vencimientos, obstaculizarían el inicio de la reestructuración de deuda con el FMI y con los acreedores cuyos contratos tienen jurisdicción local.
¡Y todavía no hemos hablado de la pandemia, ni del recrudecimiento de los contagios, ni del colapso inminente del sistema de salud público!

La clase obrera

Los trabajadores se encuentran pagando ya las consecuencias de la bancarrota financiera y sanitaria. Además, ya se encuentran peleando contra el esfuerzo de la patronal y el estado para apuntalar este ataque. La crisis gigantesca que atraviesa al mundo desemboca necesariamente en una inevitable guerra de clases. El agotamiento histórico del capitalismo se manifiesta no ya en su incapacidad para abordar la pandemia, sino en la férrea necesidad que tiene de poner la defensa de las relaciones sociales capitalistas y los intereses del capital por encima de las necesidades sociales que plantea la pandemia, y socavando las bases de la existencia humana para preservas las bases de la reproducción capitalista.
Es desde este ángulo, o sea de la bancarrota de un sistema social y de la necesidad histórica de la revolución social, que debe ser abordada esta crisis y los elementos diferenciados que la integran. La acción política debe partir de una base de clase, no de maniobras instrumentales, aisladas, fuera de marco estratégico. Las rebeliones populares que han caracterizado los últimos años se profundizarán, por supuesto. Pero con la vida humana en juego, dejarán más clara la lucha por la revolución socialista.

Jorge Altamira
14/05/2020

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