lunes, 11 de mayo de 2020

Estados Unidos: ¿frente a una nueva gran depresión?



33,5 millones de nuevos desocupados, desastre sanitario, “huelgas salvajes” en aumento y choques entre gobiernos locales y Trump.

Los datos dados a conocer el viernes 8 confirmaron un nuevo salto del desempleo en Estados Unidos, que pasó de 3,5% en febrero a 14, 7% en abril.
Sí: en dos meses se quedó sin trabajo uno de cada diez estadounidenses económicamente activos. Una verdadera catástrofe social. Se trata de niveles de desocupación que no se veían desde el ’39, cuando el comienzo de la Segunda Guerra Mundial dio fin a la gran depresión que había comenzado con el crack financiero de 1929.
Con los últimos datos, ya son 33,5 millones de trabajadores estadounidenses los que han hecho los trámites para recibir el seguro al desocupado desde marzo. Se trata de un estipendio limitado –que varía por estado, pero no se prolonga más de seis meses y medio-, como el conjunto de la ayuda social que se está brindando para contener el impacto social de esta crisis enorme. El cheque de 1.200 dólares se dio por única vez y está lejísimos de cubrir la caída en los ingresos de millones de familias trabajadoras, en relación de dependencia o cuentapropistas.
El paquete de rescate votado por republicanos y demócratas en el congreso ha servido para canalizar fondos del tesoro al gran capital y ha dado lugar a fuertes choques y denuncias por el reparto. El paquete excluye a empresas medianas, solo brindando asistencia a las que tengan 10 mil empleados o recaudación anual de dos “billones” y medio (Financial Times 28/4). Los préstamos con grandes beneficios incluidos en el paquete han sido asignados a empresas que tienen balances superavitarios, como la cadena de restaurantes Shake Shack y el equipo de básquet de Los Angeles Lakers. El escándalo alrededor de estos casos dio lugar a que devuelvan el préstamo, pero muestra la discrecionalidad y la rapiña empresarial. Ashford Inc., una cadena hotelera propiedad de uno de los principales donantes a la campaña de Trump ha recibido 70 millones de dólares. Boeing recibió miles de millones de crédito en condiciones privilegiadas.
Todo el negocio le dejó a los intermediarios -bancos como JP Morgan Chase, Well Fargo y el Bank of America- comisiones que rondan hasta ahora los 2 mil millones de dólares (The Hill 3/5). Esta inyección de fondos ha generado días de euforia en Wall Street y condiciones para que grandes empresas puedan dedicar estos ingresos a copar agresivamente a empresas rivales. Elizabeth Warren, una demócrata “progre” que apoyó la medida, presentó un proyecto para tratar de frenar fusiones y adquisiciones en esta etapa, como si no fuera una consecuencia previsible del paquete que votaron en el congreso.

Desastre sanitario y sálvese quien pueda

Este reparto promiscuo de los fondos estatales en plena crisis humanitaria (y sin que sirva para contener despido alguno) es una verdadera provocación contra los trabajadores que enfrentan la penuria y la enfermedad como perspectivas inmediatas.
La enorme presión patronal para reabrir la economía, compartida en particular por Trump (desesperado por la perspectiva de una caída electoral arrastrada por una depresión), está actuando en forma caótica sobre el manejo de la pandemia. Ya se acumulan más de 78 mil muertos y un millón de casos, manteniendo claramente a EEUU como el centro internacional de la pandemia (y de la crisis mundial capitalista). El país tiene un tercio de los casos confirmados del mundo, a pesar de que empezó a realizar tests mucho después y en una relación a su población menor que en los otros países desarrollados. Tom Frieden, ex director del Centro para Control de Enfermedades (CDC), cree que para manejar esta pandemia el país debería contar con 300 mil empleados dedicados a rastrear los contactos previos de los contagiados para disponer nuevos aislamientos. Mientras que en el pico de la pandemia 9.000 actuaron en Wuhan, en todo EE.UU. hay 2.200. Tampoco se han dispuesto espacios para aislar a los contagiados y evitar la propagación a familiares y vecinos.
La mecánica de la rapiña capitalista no se ha alterado por la dimensión del desastre. Ha habido despidos de trabajadores de la salud en más de cien hospitales a nivel nacional, mientras decenas de miles han sido suspendidos, increíblemente, cuando más se necesita tener a los servicios de emergencia con el personal completo. Una explicación es que la competencia por los insumos necesarios para la pandemia, como los equipos de protección personal, ha llevado a estos a precios astronómicos, en un efecto de tipo subasta. “Esto ha resultado en gastos extraordinarios en momentos que hemos bajado el volumen de pacientes intencionalmente en más del 50%”, explicaba como causa de las suspensiones de personal el CEO del Hospital Nacogdoches Memorial (Labor Notes 15/4)
En este marco, Trump capitaneó esta semana un evento televisivo llamado “América unida: volviendo a trabajar” moderada por los presentadores de la cadena derechista Fox News.
En el evento no se anunciaron nuevas medidas para proteger del virus, aunque Trump pronosticó que “creo que tendremos una vacuna para fin de año”. Una parte de los estados ya están tomando medidas para liberar actividades económicas, incluso aunque la tendencia sea al alza de casos, como en Colorado, Georgia, Indiana, Iowa, Minnesota, Nebraska, Texas y Wyoming. Ningún estado ha tenido una reducción consistente de casos nuevos de coronavirus por 14 días, que fueron los parámetros oficiales que Trump había emitido en su momento.
Esta realidad golpea particularmente a la población negra de tales estados sureños. Por las condiciones de vivienda, económicas y de explotación laboral, negros y latinos mueren en una proporción mucho mayor a los blancos. En Luisiana, los negros son el 32% de la población y el 70% de las muertes por coronavirus. En Misisipi, las cifras son similares: 37 y 72%.

La “guerra de clases”

Los datos de desocupación y la profunda recesión no son los únicos aspectos que hacen que distintos comentaristas asemejen la situación a la de los años ‘30. El mes pasado, un articulista de la revista The Nation, una exponente del sector centroizquierdista del establishment del Partido Demócrata que ha apoyado a Warren y luego a Biden en las primarias, titulaba su análisis “Ya comenzó la guerra de clases del coronavirus”.
El autor tomaba nota de que el obsceno reparto de fondos entre los capitalistas, la falta de ayuda a los trabajadores, la obligación para muchos de ellos de arriesgar su vida desempeñando sus tareas, junto a los despidos, suspensiones y rebajas salariales, generan una situación explosiva. “El colapso de los sindicatos norteamericanos en las últimas décadas quiere decir que se ha perdido la fuerza estabilizante del movimiento obrero organizado, lo que hace que las huelgas salvajes sean el arma elegida de esta nueva guerra de clases. EE.UU. puede estar comenzando un periodo de combatividad obrera que no se asemeja a nada de lo que ha conocido desde los años 1930 y 40”.
Las acciones obreras del 1º de mayo mostraron este cambio de época. Enfermeras y trabajadores de la salud, uno de los sectores que ha estado a la cabeza de la ola de conflictos, abandonaron sus puestos de trabajo en trece estados. Hubo un paro concertado entre organizaciones de trabajadores de las grandes empresas Amazon, Instacart, Whole Foods, WalMart, Target, y FedEx, exigiendo condiciones de seguridad, licencia paga por enfermedad y bonificaciones por trabajo de riesgo. La acción concitó abandonos de trabajo, piquetes de huelga y llamados a boicot de acompañamiento. Esta acción unificada surge del impulso de los 140 paros “salvajes” que se registraron en marzo y abril según contabilizó el sitio Payday Report. Algunos de estos conflictos han logrado conquistas parciales, como barbijos y guantes para los empleados de Target, kits de seguridad en Instacart, o la interrupción de la producción en la industria automotriz de Detroit y alrededores, que afectó por lo menos a 150 mil trabajadores.
El primero de mayo también dio lugar a diversas acciones virtuales, concentraciones e incluso “cacerolazos”, modelados en las protestas latinoamericanas. La otra importante lucha que pegó un salto ese día son las huelgas de inquilinos. Algunos estiman que 200 mil hogares familiares se han plegado a la decisión de no pago. Los reclamos incluyen la suspensión del cobro de alquileres y del pago de hipoteca y de servicios mientras dure la emergencia, así como una moratoria de desalojos y clausuras. El Consejo Nacional de Hogares Plurifamiliares informó que un 31% de los inquilinos dejó de pagar sus alquileres en abril, cifra que se calcula crecerá en mayo (Socialist Resurgence, 2/5); una encuesta calcula que en la ciudad de Nueva York serían un 44% de los inquilinos los que dejen de pagar. A su turno, ocho millones de familias han dejado de abonar sus hipotecas (un 6,4%), dejando un pasivo sin cobrar de 754 mil millones de dólares.
La enorme crisis capitalista, que antecede a la pandemia, ha sido transformada en una depresión profunda. La polarización política y social del país se está traduciendo en choques de clases profundos, que tienden a tomar una escala mayor y un carácter más combativo. Miles han sacado la conclusión de que el régimen capitalista está profundamente enfermo y debe ser superado. El fiasco de Bernie Sanders, que ha reunido millones de votos hablando de socialismo, pero no ha instalado un movimiento político independiente de los trabajadores en la escena nacional, debe ser superado construyendo una organización política independiente de las masas explotadas, firmemente enraizada en los movimientos de lucha que se desarrollan en el país.

Guillermo Kane

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