sábado, 27 de junio de 2015

El Frente Único y la construcción de una alternativa política anticapitalista

La discusión sobre la posible apertura del FIT hacia nuevas corrientes y tradiciones políticas situó en el centro del debate a la táctica del “frente único obrero”. Esta polémica se inició a partir de que fuerzas como Pueblo en Marcha o Pueblo Unido del Perro Santillán manifestaran interés en acercarse al Frente de Izquierda, considerándolo un tentativo canal político-electoral unitario para los movimientos sociales y las clases populares. Como creemos que está en curso una lucha política central en torno a la naturaleza y el rol del Frente de Izquierda, quisiéramos manifestar nuestras opiniones al respecto.
Para el PTS, “el terreno del Frente Único es la acción en la lucha de clases y no las campañas electorales”[1]. Esta afirmación solo puede entenderse como un desliz, porque para la tradición socialista, en la que el PTS se reconoce, las elecciones son un terreno de acción de la lucha de clases. Entendemos que los compañeros se refieren a la “movilización callejera” en contraste con la agitación parlamentaria, donde se trataría principalmente de difusión de ideas.
Desde un enfoque un tanto escolástico, el debate ha discurrido hasta ahora, mayormente, por el intento de confrontar una política o una táctica con la exegesis de los textos clásicos, en este caso los correspondientes al debate del III y IV congreso de la Internacional Comunista. Aunque rechazamos todo intento de resolver los dilemas políticos presentes con la mera apelación de autoridad a los “padres fundadores”, haremos un repaso de lo que significó esta táctica para los revolucionarios de los años 20 para despejar algunas confusiones e incomprensiones.

EL Frente Único (FU) en los debates de la III Internacional

Los orígenes de la táctica del FU se sitúan en el contexto de un giro significativo en las coordenadas estratégicas de la III Internacional, en el momento de mayor riqueza y creatividad del debate estratégico del siglo XX, donde surgen muchas de las referencias que mantienen mayor vigencia para los revolucionarios de nuestro siglo: las reivindicaciones transitorias, la hegemonía, el “ir a las masas”, la táctica transicional del “gobierno obrero” (distinguido de la “dictadura del proletariado” como veremos).
El contexto estaba marcado por el fracaso de la revolución alemana de 1923 y el reflujo del aliento revolucionario proveniente del Octubre soviético. La Internacional Comunista percibió agudamente que ya no se trataba de declarar la situación invariablemente revolucionaria y de postular la ofensiva permanentemente, sino de emprender una lucha prolongada por la hegemonía para la conquista de la mayoría en el seno de las clases populares. El movimiento obrero europeo resultante de la posguerra se encontraba profunda y duraderamente dividido, política y sindicalmente, y la táctica del “frente único obrero” respondía a este objetivo al movilizarlo en unidad.
Si inevitablemente en la sociedad burguesa, especialmente en los periodos defensivos de la lucha de clases, se producen en las clases populares diferenciaciones, fragmentaciones y rupturas, la tarea de los revolucionarios o de las “fracciones más resueltas de los partidos obreros” – para retomar la fórmula de Marx – es elaborar una política para reagrupar y hacer converger todas las tendencias, todas las organizaciones, en torno a acciones y políticas que permitan hacer avanzar a la clase obrera en términos de consciencia y fuerza. Los revolucionarios, para ello, se muestran ante las clases populares no sólo como la vanguardia en la disputa por el poder, sino también como el “elemento unificador” de la clase en las luchas cotidianas.
Si el frente único implica entonces una política de movilización, una política de lucha, esto no significa que se reduzca a la “acción directa”. Dice Trotsky en un pasaje sobre Alemania (La Revolución alemana y la burocracia estaliniana, 1932):
El proletariado accede a la conciencia revolucionaria, no a través de un enfoque escolástico, sino a través de la lucha de clases ininterrumpida. Para luchar, el proletariado tiene necesidad de unidad en sus filas. Esto también es cierto en los conflictos económicos parciales, tanto entre los muros de una fábrica como en los combates políticos ‘nacionales’ como la lucha contra el fascismo. Por consiguiente, la táctica de frente único no es algo ocasional y artificial, ni una maniobra hábil, no, se desprende completa y enteramente de las condiciones objetivas del desarrollo del proletariado.
Y en otro texto afirma: “De la misma forma que el sindicato es la forma elemental del frente único en la lucha económica, el soviet es la forma más elevada del frente único cuando llega para el proletariado la época de la lucha por el poder”.
Trotsky incluso considera que en circunstancias históricas bien determinadas, en general en situaciones pre-revolucionarias o revolucionarias, los “gobiernos obreros”– de ruptura con la burguesía – (como la propuesta de Lenin de un gobierno menchevique y socialista revolucionario en junio del 17, o los gobiernos regionales PS-PC en la República de Weimar en 1923) “coronan la política de frente único”. La unidad en la movilización puede proyectarse en el plano de la lucha política y electoral o en la conformación de gobierno. Es decir, para Trotsky, la táctica del frente único recorre el conjunto de la experiencia política de los revolucionarios con las masas, desde la acción directa hasta los órganos de auto-gobierno de las masas, desde la lucha político-electoral hasta la conformación de “gobiernos de frente único” en los que predominan corrientes obreras reformistas o centristas. Nada más lejos de la concepción restrictiva del PTS.
En rigor, el PTS, como es habitual en las corrientes sectarias, es en general hostil a la táctica del FU. Su política ultra-sectaria continúa, más bien, las corrientes izquierdistas de la IC que resistieron al FU, como el bordiguismo, y se acerca a la deformación sectaria de esta táctica que tomó el nombre, a partir del V congreso de la IC, de “frente único por abajo”, cuyo objetivo fundamental era “desenmascarar al social-fascismo”, y no permitir la acción unitaria de los trabajadores (lo que prefiguró la táctica criminal del estalinismo de “clase contra clase” que facilitó el ascenso del nazismo).
Las corrientes sectarias suelen reducir el frente único a una táctica para acelerar la experiencia política de las masas y/o la vanguardia con sus direcciones reformistas o centristas. Ésta es una muy extendida deformación sectaria, que desnaturaliza el sentido de la táctica. El frente único es necesario, en primer lugar, para permitir a las clases populares defenderse mejor de los ataques del capital, del gobierno o de los fascistas, y procede de profundas necesidades, deseos e intereses de las mismas masas. Esto es importante, porque la lógica, que recorre toda la práctica política del PTS, de reducir las instancias de unidad a “campos de disputa”, despreciando el progreso de conjunto del frente único, lleva a formular esta táctica de manera inversa a como la concibieron los revolucionarios de la III internacional, para la cual esta consigna representaba “la expresión sincera del deseo de oponer a la ofensiva patronal todas las fuerzas de la clase obrera”. La delimitación con las direcciones reformistas o centristas es un subproducto de su inconsecuencia y de la experiencia práctica de las masas que las corrientes revolucionarias deben ayudar a acelerar mediante planteos prácticos audaces para enfrentar mejor la ofensiva del capital y hacer progresar la fuerza y la consciencia de la clase obrera. El “espíritu de escisión”, al que se refiere Gramsci como característica de los revolucionarios (es decir, la tarea estratégica de separar a las clases populares de la burguesía, a la vanguardia de sus direcciones reformistas o vacilantes) solo puede desenvolverse sobre el fondo de la más amplia unidad de acción contra los enemigos comunes. Solo de esta forma la lucha política no se transforma en un faccionalismo de secta hostil a los intereses de las masas. Como ya afirmaba Marx en 1848 (enemigo sistemático de todo comportamiento sectario o ultimatista), los comunistas no somos una fracción aparte y opuesta al resto de las organizaciones políticas del proletariado, no tenemos intereses separados a los de la clase obrera, “los comunistas sólo se distinguen de los demás partidos proletarios… en que representan siempre los intereses del movimiento en su conjunto”.
Pero la lógica del frente único como “campo de disputa”, que promueve el PTS, impide toda formulación unitaria real y duradera. Solo se proponen acuerdos y frentes únicos para “desenmascarar” a los “centristas”, o para una auto-construcción sectaria, no para que efectivamente se concreten y fortalezcan de conjunto la lucha antiburocrática, clasista o socialista. Esto se muestra de forma palmaria en la ausencia del PTS de numerosas experiencias de reagrupamiento sindical anti-burocrático (lo que se expresó de manera particularmente grave en las últimas elecciones de la CTA Neuquén, donde el boicot del PTS facilitó el fraude de la burocracia) o de los procesos de frente único para la recuperación de centros de estudiantes contra la Franja Morada y el kichnerismo. Este debate es decisivo para la militancia revolucionaria: de la concepción que se tiene de la política de frente único se desprenden las relaciones que los militantes establecerán con la clase trabajadora y las masas. Se derivan dos lógicas políticas divergentes si los objetivos están siempre en función de destruir al adversario o en función de las necesidades e intereses generales de los explotados.
Sin embargo, hay algo más básico, demasiado atrasado, en el debate con el PTS en torno al Frente Único. Los debates de los años 20 remitían a situaciones donde las corrientes revolucionarias estaban en minoría frente a mayorías reformistas a las que se presionaba hacia el “frente único obrero”. El debate con el PTS está tan desequilibradamente ubicado en un eje sectario que esto se pierde de vista. Se identifica la audacia y la política de masas de Lenin, Trotsky y muchos revolucionarios de la IC para interactuar y darse políticas de unidad de acción, en minoría, con los partidos socialdemócratas o corrientes reformistas, con el más simple llamado a la unidad de corrientes anticapitalistas minoritarias como son Pueblo en Marcha o Pueblo Unido. Hemos mostrado que el PTS es hostil a cualquier aplicación genuina del FU, pero de lo que se trata verdaderamente en este debate, más radicalmente, es de su profunda hostilidad a la unidad entre revolucionarios o anticapitalistas. Esto sin detenernos en que, en su afán de mantener sus exclusiones sectarias, el PTS ha llegado al delirio de afirmar que estas organizaciones (PeM, PU) son, directamente, pro-burguesas, y por eso su unidad con el FIT daría lugar a una experiencia de “frente popular” (es decir, de conciliación de clases).

Frente único y hegemonía

Un concepto ausente en este debate es el de hegemonía, que no es otra cosa que la prolongación de la problemática del frente único. Es Gramsci quien amplía y profundiza la cuestión del frente único fijándole por objetivo la conquista de la hegemonía política y cultural en tanto construcción de un nuevo universo moral e intelectual: “El Príncipe moderno debe, y no puede no ser el campeón y el organizador de una reforma intelectual y moral; lo que significa crear el terreno para un desarrollo superior de la voluntad colectiva nacional popular, hacia la realización de una forma superior y total de civilización.” Esta profundización de la temática del frente único se inscribe en una perspectiva estratégica que prolonga los debates de los años 20: se trata de pasar de la guerra de movimiento, característica de la lucha revolucionaria en el “Este”, a una guerra de posiciones, “solo posible” en Occidente: “Tal me parece ser el significado de la fórmula del frente único, pero Illitch [Lenin] no tuvo tiempo de profundizar en su fórmula”.
En una perspectiva hegemónica, la acumulación de fuerzas de las clases subalternas pasa por integrar hegemónicamente a vastos sectores sociales, fuerzas políticas y sensibilidades culturales en un horizonte anticapitalista. No se trata de embestir de frente contra las identidades existentes en las clases populares, sino de radicalizar los elementos progresivos que existen contradictoriamente en el sentido común popular. Tampoco se trata solamente de confrontar a todas las corrientes y organizaciones de las clases populares, sino, hasta cierto punto, de traccionarlas hacia una política de ruptura con la burguesía. No se trata de pretender que una única y pequeña liga de militantes revolucionarios empalme con las masas por encima de sus identidades y organizaciones previas, sino de lograr vertebrar, sobre una base de lucha de clases, a todo un bloque social y político, inevitablemente conformado por una multiplicidad de tradiciones y sensibilidades del movimiento popular.

Hacia un amplio polo político de la izquierda anticapitalista

Volviendo a nuestra coyuntura política, debemos advertir que el Frente de Izquierda está colocado ante un cruce de caminos. O bien se repliega sobre sí, se auto-afirma como un “frente ideológico” identificado con una única fracción política del movimiento popular (un cierto trotskismo, de tendencia sectaria y dogmática), o bien asume la responsabilidad del lugar conquistado para ponerlo al servicio de construir lo que nunca ha existido en nuestro país: un amplio movimiento popular sobre bases anticapitalistas y de lucha de clases. Si se orienta en el primer sentido, como espera el PTS, se habrá perdido la oportunidad histórica de convertir a la izquierda anticapitalista en una fuerza viva y presente genuinamente en la vida de las masas.
En la perspectiva de avanzar en el segundo camino se podría recuperar valiosos ejemplos históricos, como la experiencia interrumpida del FAS de los años setenta (Frente Antimperialista por el Socialismo), que intentó articular, bajo una orientación clasista y revolucionaria, a tendencias marxistas y peronistas en un bloque político común en torno a la candidatura presidencial de Agustín Tosco en 1973. O experiencias unitarias como el FOCEP de Perú, que alcanzó el 12% en las elecciones fraudulentas para la Asamblea Constituyente de 1978, y posteriormente la Izquierda Unida peruana, que lograron incorporar, bajo una hegemonía anticapitalista, a sectores radicalizados que provenían del nacionalismo de Velasco Alvarado, del reformismo y del cristianismo. El actual periodo histórico también cuenta con experiencias unitarias orientadas por la izquierda radical como son, por ejemplo, el Bloque de Izquierdas en Portugal o el PSOL en Brasil, donde, sobre la base de la unidad de pequeñas corrientes marxistas o anticapitalistas, se dio lugar a frentes políticos amplios y estables con perspectiva de masas.
Ante el próximo periodo político, un frente de izquierda de estas características tendría el desafío de trazar vasos comunicantes con el continente de la militancia de base del kirchnerismo que no se resigne ante la consolidación del curso derechista que se sintetiza en la figura de Daniel Scioli. Trazar una política de atracción, desprejuiciada y audaz, hacia estos sectores requerirá, precisamente, de amplias tácticas de frente único en todos los terrenos de la lucha de clases. Para esto será necesario superar decididamente los rasgos sectarios, los ultimatismos y las tácticas meramente propagandísticas.
Está en curso una decisiva lucha política sobre la fisonomía de la izquierda ante el ciclo político que se abre. Desde Democracia Socialista y Pueblo en Marcha intervendremos en este debate donde se define una de esas excepcionales coyunturas históricas donde la izquierda revolucionaria puede convertirse en una verdadera experiencia popular.

Democracia Socialista

[1] Maiello, Matías y Lizarrague, Fredy, Debate en el Frente de Izquierda: frente único y frente electoral en http://www.laizquierdadiario.com/spip.php?page=movil-nota&id_article=18112#sthash.C5kMpewI.dpuf

http://www.democraciasocialista.org/?p=4733

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