"Tuve culo", solía decir el maestro Horacio Ferrer al referirse a sus inicios en el tango. Ese muchacho de Montevideo, mitad uruguayo o "argentino de la Banda Oriental" como prefería designarse Artigas, y mitad argentino, por su madre Ezcurra (descendiente de Juan Manuel de Rosas) conoció tempranamente a Aníbal Troilo, a Astor Piazzola y a los principales artistas de tango algo mayores que él. Entonces largó su laburo de periodista en el diario El País de Montevideo y un yeite que tenía en la Universidad para instalarse en Buenos Aires.
El departamento de los Ezcurra (no de los platudos, diría el maestro) estaba ubicado en Lavalle al 1.400 a una cuadro de la calle Corrientes, cenáculo de toda conspiración tanguera de prosapia. Había publicado en 1967 en Montevideo "Romance Canyengue", su primer libro de poemas-tango que fue muy bien recibido en Buenos Aires. Pichuco, Astor, Cátulo Castillo y Homero Espósito lo saludaron como una nueva voz que venía a refrescar a un género golpeado por los nuevos rumbos de los negocios de la comunicación artística y del espectáculo. "La última grela", que figuraba en su reciente libro, fue musicalizada por Piazzola y da inicio a una sociedad largamente exitosa.
Con frecuencia recordaba que su madre había sido poetiza, y escribía muy bien; del mismo modo que manifestaba su admiración por Rubén Darío frente a una taza de té en algún bar de la Recoleta. Su admiración por Darío no ocultaba sus lecturas de Oliverio Girondo y otros poetas surrealistas que incidieron en su poesía. Del mismo modo que esa década del sesenta en Buenos Aires, que vivía inflamada de presente y que, al decir de Jorge Altamira, lo más sorprendente era posible y todo podía revolucionarse de un día para otro. ¿Quién no advierte psicodelia en la "Balada para un loco" (1969) y la fuerte presencia de lo social en "Chiquilín de Bachín" (1968), grabadas en un "simple" por Amelita Baltar y por el gran Polaco Goyeneche respectivamente?
Merece un señalamiento el Festival Iberoamericano de la Danza y la Canción que se desarrolló en el Luna Park en octubre del 69, inmediatamente después del Cordobazo. Allí, con Vinicius de Moraes y Chabuca Granda en el jurado y con el apoyo del público, "Balada" triunfa, pero luego es desplazada por los organizadores en medio del repudio popular. Buscaron desacreditarla aduciendo que la canción, que salió a romper las estructuras, no era tango. "Es un misil", dijo alguna vez Piazzola. "Es una revolución en la canción", señaló Ferrer.Todo un retrato de época.
"Balada para mi muerte", "Canción de las venusinas", "La bicicleta blanca", "fábula para Gardel" son algunos de los más de 40 títulos firmados por el poeta en su mayoría en los primeros 10 años de su intensa producción. Con la obra "Juanito Laguna ayuda a su madre" concentró la plástica, la poesía y la música junto con Berni y Ferrer. En 1970 sacó "Libro de Tango: Arte Popular de Buenos Aires", donde refleja su inquietud por el tango más allá de su poesía. Esta inquietud lo llevará más tarde, en 1990, a fundar la Academia Nacional del Tango que tiene como propósito la promoción y divulgación del tango en Argentina y en todo el mundo. En esta actividad se destacó su generosidad para con los nuevos músicos y poetas a los que alentó y promovió. "No es cuestión de que dentro de 30 años se siga escuchando Balada para un loco," diría con frecuencia.
Horacio Ferrer ha muerto a los 81 intensos años de su vida. Fue el abanderado de una generación de poetas del tango como Eladia Blazquez, Héctor Negro, y no muchos más que les tocó andar a contrapelo porque los poderosos habían decidido que el tango no debía desenvolverse en los sectores populares y que, por el contrario, debía recluirse como una actividad de culto. Supo dar la lucha que le tocó, e integra por méritos propios el panteón de los grandes junto a Pascual Contursi, Celedonio Flores, Enrique Cadícamo, Alfredo Le Pera, Enrique Santos Discepolo, Homero Manzi, Cátulo Castillo, y Homero Espósito.
Murió el poeta. Quedan sus versos: "Alma mía, vamos yendo, llega el día, no llorés".
Enrique Morcillo
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