viernes, 23 de enero de 2015
Caso Nisman: de la novela policial al escenario político
Algunas conclusiones sobre un crimen que cambió el escenario. Las consecuencias políticas sobre el gobierno, el régimen y el Estado. Una muestra más del fracaso de la “lucha contra las corporaciones”. El desprestigio de los servicios y la oportunidad de esta crisis.
La acumulación de episodios ocurridos desde la muerte del fiscal Alberto Nisman brindan considerable material para una novela de policial negro. “El crimen del Le Parc”, podría ser un título taquillero.
Pero si algún autor, alguna vez, escribiese una historia donde se produce una muerte dudosa de un fiscal de Estado, que además había presentado una grave denuncia contra la presidenta, y donde las máximas autoridades del gobierno respondiesen en las primeras horas buscando instalar la certeza de que fue un “suicidio”. Y luego relatara que a los dos días el mismo gobierno dio un giro brusco para instalar la certeza que de no fue un suicidio; la novela se volvería una parodia o el séptimo problema para Don Isidro Parodi. Debería cambiar el género o incorporar un capítulo con eje en la política. “Fin de ciclo”, podría titularse. Un poco trillado, es verdad, pero bastante coincidente con el contexto político de “la escena del crimen”.
Hacemos nuestro aporte -más allá de que continúe la novela montada sobre la tragedia-, con algunas conclusiones políticas y estratégicas que consideramos relevantes.
Pragmatismo en política internacional
La firma del famoso "memorándum de entendimiento" con la República Islámica de Irán en el año 2013, para la colaboración con el esclarecimiento del atentado a la AMIA, es una de las decisiones centrales que llevó a la ruptura o enfrentamiento del gobierno con una fracción de los servicios de inteligencia locales (a la que terminó relevando abruptamente a fin del año pasado), que además tenía íntimas relaciones con sus homólogos de potencias internacionales (la CIA estadounidense y el Mossad israelí).
Esta intervención del gobierno argentino en una región caliente, escenario de batalla de intereses geopolíticos de potencias imperiales, está en el trasfondo de la crisis. El bloguero y analista político peronista, Abel Fernández, un adherente al gobierno, no muy apasionado por cierto pero adherente al fin, afirmó: “El ‘memorándum de entendimiento´ con Irán, lo siento, resultó una tontería y un hueco vulnerable para sus adversarios. No por argumentos políticos y jurídicos, o por las intenciones, que podían o no ser las mejores. Es una tontería porque Irán no lo tomó en serio. No lo ratificó, no avanzó un paso para implementarlo, cuando correspondía hacerlo. Queda claro que el gobierno permitió que vendedores de humo lo convencieran”.
Coincidimos parcialmente en un aspecto y diferimos totalmente en otro. Si hubo una tontería fue creer que el gobierno iraní podía dar comienzo voluntario a una especie de juzgamiento de funcionarios de su país acusados de tremendo atentado. Pero esto no es producto de “vendedores de humo”. Fueron los humos que se le subieron a la cabeza al gobierno dos años después del famoso 54%, en los tiempos en que también proponía “una solución argentina (y kirchnerista) para los problemas del mundo”.
No hubo pecado de inocencia, sino de lesa pedantería. Un gesto simbólico -que pretendió “adelantarse”-, hacia un gobierno con muchos enemigos internacionales y contra el que había mandado a Nisman y a los servicios locales como Stiuso a conspirar durante años. Una señal con pretensiones de “autonomía”, previendo el posible giro norteamericano, pero que terminó costando caro.
Una posible consecuencia hacia la derecha de esta suma de irresponsabilidades kirchneristas, ahora con el cadáver de Nisman en el centro de la escena, es que se imponga el “mensaje” de que corre serio riesgo el que pretenda sacar los pies del plato de la orientación de los halcones más duros del imperialismo y el estado sionista de Israel. Todopoderosos al nivel de tener la capacidad de digitar una causa judicial interna e incluso limpiar a agentes propios o extraños, sin muchas consecuencias.
Un flaco favor que los “antiimperialistas” de discurso, le hacen a la verdadera causa de lucha por la autonomía y la independencia nacional y contra las potencias imperiales en el mundo.
Corporaciones
El desenlace del caso Nisman desnuda, una vez más, que el “combate contra las corporaciones”, fue mucho más discurso que realidad.
Esta vez, la crisis no surgió de las inconsistencias de su política hacia los problemas estructurales de la economía o la sociedad, como la crisis energética que deriva en violentos cortes de luz y provocan la explosión popular, la inflación que fue base en otras oportunidades de la irrupción de saqueos. O los graves problemas de infraestructura que provocaron inundaciones que derivaron en crímenes sociales o las falencias en los servicios públicos que, como en Once, culminaron en masacres. Esta se produce en el seno del Estado.
En cierto sentido, la crisis con los espías puede asimilarse a las producidas con los motines de las policías, los gendarmes y prefectos, donde también hubo “muertes dudosas”, en conflictos sociales fogoneados por la corporación policial. El gobierno o los gobiernos las “empoderaron” y luego se revelaron e impusieron una capitulación.
Pero en este caso, el “vandorismo” de los servicios apunta alto y para negociar su porción de poder (respaldado por servicios internacionales), pueden llegar a asesinar o “suicidar” a un fiscal del Estado.
Cuando irrumpen en la escena las patotas de la burocracia sindical, cierto progresismo kirchnerista se justifica diciendo que la “democratización de los sindicatos” es una tarea pendiente. Cuando ocupan el escenario las mafias policiales con métodos de vandorismo armado afirman que ese es un terreno en el que todavía no se pudo avanzar. Cuando surgen crisis con los gobernadores “feudales” (Isnfrán) o los intendentes “mazorqueros” en los que el gobierno se apoya, dicen que ese es un territorio al que todavía no pudo llegar la “nueva política”.
Ahora, cuando emerge violentamente el poder de la corporación de inteligencia, dicen, como afirmó Julián Dominguez en la conferencia de prensa del bloque de diputados kirchneristas, que son “el último reducto donde no ha llegado la transparencia y la democratización”.
Y así con los bancos, las multinacionales imperialistas (Donnelley) o el llamado “campo”, entre tantos otros.
Planteadas así las cosas, cabe afirmar que fue muy reducido el territorio de la “batalla cultural”, y parece que fue más cultural que nunca, porque las corporaciones estatales o privadas del poder real conservan toda su potencia y capacidad de operación. Y sus profundos lazos con la casta política y judicial.
Con los servicios de inteligencia, después de los repentinos cambios que hizo en diciembre, el gobierno tiene el mismo problema que tuvo con su política de tintes “reformistas” hacia el resto de las corporaciones que decía enfrentar. Clarín, las petroleras (como Repsol), los bancos, el “campo” o la “burocracia sindical”. Mucho ruido y pocas nueces, en el mejor de los casos. Mientras fueron base de su poder, y enfrentó puntualmente algunas, solo esporádicamente y con mucho de relato.
El Estado y régimen político
En primer lugar, la gravedad del hecho y la conmoción política se confirma por la desesperada búsqueda de blindaje institucional que intentan mostrar los dirigentes de distintos organismos del Estado, empezando por la Corte Suprema de Justicia y esa especie de “partido-estado” que es el peronismo.
En la coyuntura, el gobierno festejaba (demostrando lo moderado de sus aspiraciones) que la economía no se hunda, que el barco no choque, que no haya habido saqueos o cortes en diciembre, que no se licúen las reservas, que no se dispare la inflación. Es decir, festejaban las malas noticias que no fueron, porque podían haber sido.
No tardaron en aparecer algunos imprudentes entusiasmos en referentes de “kirchnerismo duro” que empezaron a plantear la posibilidad de ganar en primera ronda en las elecciones. Incluso soñaban con imponerse sobre Scioli en la interna peronista. Que la presidenta encabece la lista al Parlasur, algún cristinista más puro (Randazzo) al gobierno y Cristina al poder; y veían renacer el kirchnerismo eterno.
La crisis por el suicidio-asesinato de Nisman, derrumba este “ambicioso” (casi aventurero) proyecto, ya que pese a que el gobierno ahora busque ponerse en posición de víctima, en la percepción general aparece con muy desprestigiado y sospechado. Inaugurando el año electoral con una crisis de esta magnitud, no está para pasar a la ofensiva sobre nadie.
Daniel Scioli, fiel a su sciolismo, hizo unas distantes declaraciones, aunque después fue parte del “enfático” apoyo del Consejo Nacional del PJ.
La oposición tradicional, pese que se habla encima en los medios opositores, no necesariamente capitaliza políticamente la crisis en curso. El columnista de La Nación, Carlos Pagni, un partidario, no muy convencido por cierto, pero partidario al fin, de que esta oposición arme algo parecido a una alternativa, afirmó: “Las distintas fracciones que rivalizan con la señora de Kirchner no pudieron componer una foto común ni para una conferencia de prensa. Tampoco sus candidatos asistieron como un bloque a la marcha convocada ayer por las organizaciones de la comunidad judía. Una consagración del individualismo que obedece a los consejos de los asesores de imagen, que no terminan de incorporar el inesperado cadáver de Nisman a la estética de sus campañas”. Dudamos que una foto común o la participación en la marcha, cambiaran su situación. La crisis del régimen político y la dispersión de las coaliciones burguesas se hace más evidente en medio de una hecatombe política por un crimen que hizo crujir al régimen y al Estado.
Luz sobre el sótano
Finalmente, un factor muy importante de la crisis en curso, que debe ser aprovechando por izquierda, es el hecho de que un poco de luz alumbra sobre alcantarillas de los servicios de inteligencia y desenmascara el profundo carácter del Estado. Salvando las distancias, si un conflicto como el de Lear (como en su momento el asesinato de Mariano Ferreyra), hizo públicos los métodos de patoterismo mafioso de los aparatos sindicales en los que se apoya el gobierno y el régimen; este crimen expone los métodos no menos salvajes de los servicios de espionaje.
Esto plantea, como una tarea estratégica, poner la lupa y amplificar las denuncias contra estos aparatos, junto con desarrollar un programa para terminar con su poder de fuego, porque no hay que olvidar que pese a sus enfrentamientos, su función estratégica es aceitar la represión y persecución hacia los sectores obreros y populares. Si, como se dice, toda crisis es una oportunidad, ahí está la nuestra.
Fernando Rosso
@RossoFer
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