sábado, 9 de mayo de 2009
¿Un papa asesinado por la Iglesia?
El sacerdote abulense Jesús López Sáez defiende y argumenta la teoría del asesinato del papa Juan Pablo I a los pocos días de su nombramiento.
La Editorial Sepha ha publicado en su colección Libros Abiertos un nuevo título que seguro va a reabrir la polémica sobre la muerte de Albino Luciani, “el papa de la sonrisa”. Se trata de una obra del sacerdote abulense Jesús López Sáez, Juan Pablo I. Caso abierto.
La muerte de Albino Luciani, papa Juan Pablo I –en 1978, al mes de su elección– es uno de los grandes misterios del siglo XX. Interrogantes elementales quedaron sin verdadera respuesta: ¿de qué murió Juan Pablo I?, ¿cuál fue realmente su figura?, ¿hubo cambio de rumbo en la Iglesia? Treinta años después, el caso sigue abierto. El juicio no se ha hecho donde tenía que hacerse, pero está en la calle.
El papa gozaba de buena salud, según su médico personal. Había tomado decisiones importantes y arriesgadas. Había decidido terminar con los negocios vaticanos, incluso haciendo frente a la logia masónica Propaganda Dos y a la mafia.
Un aspecto importante, que no se puede pasar por alto, es éste: la figura de Juan Pablo I ha sido profundamente deformada. Se dijo que estaba enfermo, que murió aplastado por el peso del papado, que no estaba capacitado para ser papa. Tal distorsión es mantenida por quienes defienden la versión oficial: infarto agudo de miocardio; y, si esto no vale, embolia pulmonar; en cualquier caso, muerte natural. ¿Fue así, o le dieron una dosis letal por poner el dedo en la llaga? ¿Se le hizo la autopsia?
¿Cómo explicar el silencio de los papas que le sucedieron? Ya no está el papa Wojtyla, pero está su asesor teológico durante más de dos décadas (1981-2005), el papa Ratzinger, que desde entonces dirige el rumbo conservador de la Iglesia. La perspectiva es suficiente y se imponen estas preguntas: ¿Qué pasó con el Concilio?, ¿es un talento enterrado por miedo conservador?, ¿se enterró con Juan Pablo I el Concilio Vaticano II?
Con singular acierto, se le llamó a Juan Pablo I “papa profeta”, que se marchó como Elías, de una forma extraña, pero hubo un Eliseo que estaba a su lado atento a lo que ocurría y recogió con decisión el manto del profeta misteriosamente arrebatado. Recoger su manto es recoger su testimonio, su figura, su presencia entre nosotros. Ciertamente, algo así tenía que suceder ahora.
Jesús López Sáez nació en Aldeaseca (Avila), el 12 de abril de 1944. Es sacerdote, responsable de la Asociación Comunidad de Ayala de Madrid, que promueve la renovación eclesial mediante la creación de grupos y comunidades. Es inspirador de otras asociaciones semejantes, así como de la Fundación Betesda, que tiene como fin el desarrollo integral de minusválidos físicos y psíquicos.
Licenciado en Filosofía y Letras, Teología y Psicología, tras estudiar en Salamanca, Roma y Madrid, entró a formar parte de los fontaneros de Añastro, sede de la Conferencia Episcopal, y nombrado responsable de catequesis de adultos del Secretariado Nacional. En 1973 fundó la comunidad que en la parroquia del Cristo de la Salud (calle Ayala, 12) lleva el nombre de la calle.
Entre sus artículos y publicaciones, cabe destacar: España, país de misión (1979), Escuchar la Palabra, objetivo catecumenal (1983), Proyecto catecumenal I y II (1981-1983), La incógnita Juan Pablo I (1985), La renovación eclesial (1987), Se pedirá cuenta. Muerte y figura de Juan Pablo I (1990), El día de la cuenta. Juan Pablo II a examen (2002 y 2005), Memoria histórica ¿Cruzada o locura? (2006). Ha colaborado en Los comienzos de la fe (1990), el libro europeo de catecumenado, y en el Nuevo Diccionario de Catequética (1999). Es autor de un conjunto de canciones que lleva por título Levantaré la tienda (1999).
Nos permitimos reproducir aquí el primer capítulo de la obra.
PRESENTACIÓN
Cuando murió Albino Luciani, en 1978, al mes de su elección, quedaron sin verdadera respuesta interrogantes tan elementales como éstos: ¿de qué murió Juan Pablo I?, ¿cuál fue realmente su figura? Treinta años después, el problema sigue vivo, como herida cerrada en falso, y no se resuelve encubriendo o reprimiendo el asunto, sino intentando comprender de corazón. Datos, indicios y signos abundan por doquier.
En octubre de 1985, tras publicar un pliego en la revista Vida Nueva sobre la muerte y la figura de Juan Pablo I, se lo envié a Mario Senigaglia, que durante años había sido secretario suyo en Venecia. Por mi parte, quería contactar con la línea caliente de amigos fieles a la persona del Papa Luciani, de quienes esperaba que estuvieran por encima de los fríos intereses de la institución. Estaba en juego no sólo la causa y las circunstancias de su muerte, sino también su figura y su testimonio.
Casi a vuelta de correo recibí una carta, no del que fue secretario, sino de Camilo Bassotto, que —así me decía— llevaba siete años trabajando en un libro sobre Albino Luciani, como hombre y como pastor. Vi en sus líneas las palabras de un amigo, que vibra por un problema que no debería dejar a nadie indiferente, sea creyente o no: “Hasta ahora ninguno de los que saben ha senti do el deber de hablar y decir fi nalmente la verdad. Las sombras y las sospechas van creciendo cada día. Quizá el Papa Wojtyla podría tomar la iniciati va de una clarifi cación que diese al mundo la paz sobre la persona de Luciani. No se podrá esconder indefi nidamente la verdad”.1
En mayo de 1987, aprovechando un encuentro europeo de catecumenado que tuvo lugar en Gazzada, al norte de Milán, me acerqué a Venecia y conocí personalmente a Camilo. Era el 13 de mayo. Conversamos ampliamente. Camilo ha sido periodista2, amigo personal de Albino Luciani y profundo conocedor de los archivos venecianos sobre Juan Pablo I, el rostro visible de lo que puede llamarse la “fuente veneciana”: el Papa Luciani.
Le impresionó, así me lo comentó, lo que un monseñor dijo a un grupo de venecianos que acudió al entierro: “Hay que hacer justicia a Juan Pablo I”. Por mi parte, lo asumo totalmente. Está en cuestión la muerte y la figura del Papa Luciani.
“La figura de Juan Pablo I ha sido maliciosamente deformada”, me dijo Camilo subrayando la gravedad del hecho. En realidad, no estaba enfermo ni le venía grande el pontificado ni su elección fue “un despiste del Espíritu”, como dijo Marcinkus, entonces presidente del IOR (Instituto para Obras de Religión), vulgarmente conocido como Banco Vaticano.
1. UNA LARGA HISTORIA
Me lo preguntan muchas veces, ¿por qué un cura como yo se mete en un berenjenal como éste? Lo saben bien mis colegas, a uno le sacrifican sólo por eso, por cuestionar la versión oficial de la muerte del Papa (al fin y al cabo, se trata de un acontecimiento histórico, no es el primer Papa que muere asesinado) y por denunciar la deformación correspondiente de su figura.
Es una larga historia. Yo iba camino de Cáceres con el jesuita Manuel Matos para dirigir un curso de iniciación al catecumenado. Era el 3 de septiembre de 1978. Haciendo un alto en el camino, pudimos ver por televisión parte del comienzo oficial del pontificado de Juan Pablo I. Manuel Matos me comunicó que le nombraban director del Secretariado Nacional de Catequesis y que yo asumiría la responsabilidad de Catequesis de Adultos.
Obviamente, cuando murió el Papa Luciani a los 33 días de ser elegido, nadie se lo esperaba y circularon rumores sobre el carácter no natural de su muerte, pero yo no tenía entonces datos suficientes para afirmarlo. El interrogante estaba en el aire: ¿Por qué? Si Dios quiso a este Papa, ¿por qué se lo llevó tan pronto?
El cardenal Benelli, que había sido su gran elector, lo expresó así el 6 de octubre en la misa por Juan Pablo I: “¿Por qué, por qué Dios nos lo ha arrancado después de haberlo regalado a su Iglesia? ¿Cómo conciliar su desaparición tan prematura con la certeza de los electores y del pueblo cristi ano de que él había sido elegido por intervención no sólo humana?
Si Dios nos lo dio, ¿por qué se lo ha llevado apenas un mes después, cuando tanta necesidad ti ene la Iglesia de una guía segura?”3
En el año 1984, el 29 de diciembre, me encontré con el libro de David Yallop, En nombre de Dios, publicado después de tres años de seria investigación. Para mí fue providencial. Al leerlo, una cosa quedaba clara: si la muerte de Juan Pablo I se debió a causas naturales, entonces hay muchas cosas que no se entienden; si fue de forma provocada, entonces se entiende todo.
Todo esto lo comparto con la Comunidad de Ayala, llamada así porque nació en la parroquia del Cristo de la Salud, situada en la calle Ayala de Madrid. La Comunidad fue fundada en 1973 buscando aquella renovación que quiso el Papa Juan XXIII al convocar el Concilio: “Devolver al rostro de la Iglesia de Cristo todo su esplendor revelando los rasgos más simples y más puros de su origen”. Pues bien, al ponerlo en la Comunidad, nos llama la atención un salmo, el salmo 79, que desde entonces tenemos asociado a Juan Pablo I: “Han entregado el cadáver de tus siervos por comida a los pájaros del cielo... ¡Que se conozca entre las gentes!”
Había que decirlo, había que publicarlo. Poco a poco fui preparando el pliego de la revista Vida Nueva, que salió con el título La incógnita Juan Pablo I. En principio, el pliego iba a salir en el aniversario de la muerte, el 29 de septiembre de 1985. Por diversas circunstancias, se retrasó, pero el 4 de octubre, aniversario del entierro, lo teníamos en las manos.
Ese día se leía en todas las iglesias el salmo 79: “Han entregado el cadáver de tus siervos... ¡Que se conozca entre las gentes!”Por supuesto, nos llamó la atención.
El director de la revista, Pedro Miguel Lamet, presentó el pliego como “una postura muy respetable de un hombre de Iglesia”4. En principio, habíamos acordado abrir un diálogo sobre el tema; cabía, por tanto, la objeción y el derecho de réplica. Pues bien, la revista se vio forzada a publicar una descalificación global del pliego, mientras su director me agradecía el testimonio de fe y de libertad.
En una mesa redonda del XX Congreso de Teología, convocado por la Asociación Juan XXIII, Pedro Miguel Lamet comentó el caso Luciani como revelador y detonante de la forma de proceder de la institución eclesial en los temas que le afectan: “Un buen día llegó a mis manos un dossier sobre su prematura desaparición escrito por un sacerdote que trabajaba en la Comisión de Catequesis de la Conferencia Episcopal, Jesús López Sáez, excelente persona y líder de una importante comunidad cristi ana madrileña, que estaba muy preocupado por las extrañas circunstancias que rodearon la muerte del Papa Luciani. Posteriormente, este sacerdote ha publicado dos libros sobre el tema. La tesis de Jesús López en su artí culo coincidía en líneas generales con la de Yallop : Había muchas contradicciones en la muerte de Juan Pablo I y muchos cabos sueltos.
Pensé que Vida Nueva debía publicar aquel informe como una opinión más, discuti ble, sin adherirse a él. Y así lo hice, precedido de una breve introducción en la que aclaraba que aquella no era la opinión editorial de la revista.
Nunca pude imaginar que se iba a provocar tan tremendo revuelo. El obispo Antonio Montero, a la sazón presidente de PPC, me llamó inmediatamente y me indicó que sin demora debía escribir una carta, como director, pidiendo perdón a la Santa Sede, pues era tanto como considerar al Papa actual encubridor de un asesinato. Escribí la carta en la que decía que ni por asomo había intención de ofender a nadie y menos a la Santa Sede y la llevé personalmente al nuncio.
Pero ahí no quedó la cosa. Acto seguido, miembros de la curia llamaron al obispo a Roma, le dieron toda clase de libros y materiales sobre Juan Pablo y lo agasajaron en el Vati cano como nunca. Jamás se olvidará aquel incidente y cuando en el futuro surgieron nuevos problemas en la revista siempre se recordará ‘lo que molestó en Roma el caso Luciani’. En realidad, tanta insistencia comenzaba a resultar sospechosa de si no habría realmente algún gato encerrado en el caso Luciani”.5
Eso pasó en la revista. En el Secretariado Nacional, donde yo era responsable de Catequesis de Adultos, se me dijo lo siguiente: “Ni una palabra más ni un paso más ni nada de nada de nada, si quieres seguir aquí”. Respondí que eso no lo podía aceptar, que había publicado el pliego en conciencia y que de una u otra forma, de palabra o por escrito, pensaba seguir con el tema. Aunque se me cesara, como así sucedió en el verano siguiente. Yo me enteré antes, pero la comunicación a las diócesis se hizo con fecha de 3 de septiembre de 1986.
Exactamente, ocho años después de que se me comunicara el nombramiento, camino de Cáceres.
Un experto canonista, que ahora es obispo, me dijo confidencialmente poco después: “Con este asunto de Juan Pablo I has comprometido tu trabajo en Catequesis de Adultos y el bien que desde ahí podías hacer”. Le respondí que para mí lo de Juan Pablo I no era ajeno a la catequesis de adultos. De otro modo, habría que preguntarse: ¿qué entendemos por catequesis y qué entendemos por adultos?
Pues bien, la cosa no podía quedar ahí. Fui preparando la publicación de un segundo escrito que, sin pretenderlo previamente, se convirtió en libro: Se pedirá cuenta. Quedó escrito entonces:“Nos remiti mos a ese tribunal donde se juzga el verdadero senti do de la historia (…) como dice el Señor, ‘Se pedirá cuenta’.
Más aún, se está pidiendo ya. Para quien quiera escuchar, Dios habla de muchas maneras en la historia humana (…) le corresponde al Papa Juan Pablo II la más alta responsabilidad de curar esa herida mal cerrada de la muerte y fi gura de Juan Pablo I”.6
A finales de febrero de 1991, Juan Pablo II pidió a la Secretaría de Estado el libro. Allí tenían solamente un borrador, pero el Papa quería el libro publicado. Entonces, desde la Secretaría de Estado, llamaron al Colegio Español de Roma. No había ningún ejemplar en la biblioteca, pero en el Colegio había uno.
Un matrimonio de la Comunidad de Ayala se lo había enviado a un sacerdote, que estaba ampliando estudios en Roma. El propio sacerdote llevó el libro a la Secretaría de Estado. De esta forma, llegó al Papa el ejemplar que quería y que, tres meses después, devolvió.
Al final de su largo pontificado, sale El día de la cuenta.
Este segundo libro es continuación del primero. Además, es un juicio crítico sobre el Papa Wojtyla. Al Papa se le pide cuenta de la causa de Juan Pablo I y de otros asuntos, también importantes.
En realidad, nunca pensé escribir este libro. Entendí que debía hacerlo en julio de 1992, escuchando la palabra de Dios que se leía en todas las iglesias el día de la operación del Papa. Me pareció impresionante, una palabra de juicio7.
Comprendí la difícil papeleta que me tocaba, la acepté y empecé a escribir.
A comienzos de 2002 estaba terminado. El obispo de Ávila, Adolfo González, amenazó con retirarme las licencias ministeriales “en cuanto aparezca (el libro) a la venta”8. En este contexto, el 23 de marzo, envío el manuscrito al Papa con una carta, comunicándole lo que está pasando. Al propio tiempo, el caso de la muerte de Juan Pablo I, reabierto en la Fiscalía de Roma, está en fase preliminar.
“Antes o después —le decía al Papa— tengo decidida la publicación.
Por supuesto, quiero actuar en conciencia, pero (si es posible) evitando dolorosas repercusiones en mi ministerio sacerdotal, ahora amenazado (…) a pesar de las presiones recibidas, al fi n y al cabo un caso más de lo que se denuncia en el libro, en conciencia no puedo callar: ‘Hemos de obedecer a Dios antes que a los hombres’ (Hch 4, 19)”.
Fuera por lo que fuera, el 1 de abril se publica la noticia de que el obispo de Ávila es trasladado a Almería. Pide una prórroga y está unos meses más en Ávila. Dadas las circunstancias, de momento, el libro sale como edición privada el 26 de junio de 20029. El 2 de abril de 2005, la edición privada se agota. La vida de Juan Pablo II, también. No lo podíamos imaginar. En el día de su muerte, en el día de la cuenta, se leía en todas las iglesias, como propio de la liturgia del día, este pasaje: “¿Puede aprobar Dios que os obedezcamos a vosotros en vez de a él?”(Hch 4,19). Dicho de otro modo: Hemos de obedecer a Dios antes que a los hombres.
Es el pasaje que aparece al final de mi carta a Juan Pablo II. Se lo anunciamos entonces. Lo vimos cumplido. “Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”.
Comentando este salmo en la eucaristía de la Comunidad, nos llegó la noticia del fallecimiento. Nos llegó en buen momento:
mejor, imposible. Estábamos reunidos, en oración, vigilantes. Pasara lo que pasara, había llegado el momento de la edición pública.10
2. JUAN PABLO I, CASO ABIERTO
Con ocasión de la noticia sobre los primeros pasos dados hacia la beatificación de Juan Pablo I, envié los dos libros al obispo de Belluno, Vincenzo Savio11, con una carta fechada el 29 de agosto de 2002 en la que le decía:
“Sé muy bien que en ambientes eclesiásti cos se considera pura fantasía el asesinato del Papa Luciani. Sin embargo, fuera de esos ambientes, es vox populi. No puedo callarlo: un proceso de beati fi cación, que eludiera el modo de la muerte, estaría viciado de raíz. Como ya sabrá, el magistrado Pietro Saviotti, ti tular de la diligencia relati va a la muerte de Juan Pablo I, ha reabierto el caso en la Fiscalía de Roma”.
El obispo de Belluno me contestó con fecha 9 de septiembre: “He recibido sus libros. La idea de que el Papa Luciani pueda haber sido asesinado ni siquiera ha rozado a la gente de esta diócesis, que lo ha conocido más de cerca. Ni tal hipótesis ha encontrado nunca paso entre los parientes cercanos del Papa; quien lo ha tratado conocía que su estado de salud no era nada envidiable. Gracias por su interés. Oremos”.
Como era de esperar, el obispo de Belluno mantiene la posición oficial: Luciani murió de forma natural, estaba enfermo. Mientras la Fiscalía de Roma reabre el caso de la muerte de Juan Pablo I, el obispo de Belluno no sabe nada del asunto. Ni quiere saber. Por ejemplo, ignora el testimonio del médico personal de Albino Luciani , el doctor Da Ros “Juan Pablo I estaba bien de salud”. Y todo lo demás. Contradiciendo una tradición secular que se refiere a los papas, la causa de beatificación no parte de Roma, sino de su tierra de origen, donde es recordado por su “santidad ordinaria”. El planteamiento es éste: ¡qué bueno era! Y no este otro: Juan Pablo I es mártir de la renovación y purificación de la Iglesia. En nuestra opinión, el proceso de beatificación está viciado de raíz.12
Treinta años después, el caso Luciani sigue abierto. Hay que hacer justicia a Juan Pablo I. Está en cuestión su muerte y su figura. En el programa, de la RAI, La storia siamo noi, Italia entera vivió con pasión la extraña muerte de Juan Pablo I (2006). Ciertamente, ya no está el Papa Wojtyla, pero está el Papa Ratzinger. Y Ratzinger ha sido, desde 1981, el asesor teológico de Wojtyla, el prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe, el que ha dirigido el rumbo de la Iglesia, es decir, la involución eclesial que vivimos desde entonces. La perspectiva es suficiente y se imponen algunas preguntas: ¿Con la muerte de Juan Pablo I se produjo un golpe de timón en la nave de la Iglesia?, ¿qué pasó con el Concilio?, ¿se enterró con Juan Pablo I el Concilio Vaticano II? Han pasado treinta años. El juicio no se ha hecho donde tenía que hacerse, pero está en la calle. Como dice el proverbio latino, Vox populi, vox Dei.13 Nos dirigimos a todos aquellos que tienen hambre y sed de que se haga justicia.
Cualquiera puede juzgar. Es normal que los creyentes lo hagan a la luz de la palabra de Dios. Los no creyentes, a la luz de la propia conciencia. En cualquier caso, como dice san Pablo, “nos encomendamos a toda conciencia humana delante de Dios”.14
El 29 de septiembre de 1978, cuando los medios de comunicación daban la increíble noticia de la muerte de Juan Pablo I, se leía en todas las iglesias un pasaje del libro de Daniel que recoge el juicio de la historia. Los creyentes pueden ser víctimas de poderes bestiales, pero la última palabra la tiene Dios: “Miré y vi que colocaban unos tronos”.15 Lo dice Jesús: “Os sentaréis sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel”.16
El juicio se realiza ya en el presente. Así pues, estamos invitados, llamados a juzgar.
CAPÍTULO I SACRIFICIO
Albino Luciani nace en Forno di Canale, hoy Canale d’Agordo (Belluno), en los montes Dolomitas, el 17 de octubre de 1912, a las doce de la mañana. El parto es largo y difícil. Se teme por su vida. Por ello, según uso de la época, la comadrona, que se llama María, le bautiza. El 19 de octubre, en el registro de la parroquia (dedicada a san Juan Bautista) el párroco don Zanetti reconoce la validez del bautismo conferido y, ese mismo día, el coadjutor don Aquiles completa los ritos bautismales.
1. LAS RAÍCES DE ALBINO
El padre se llama Giovanni Luciani. La madre, Bartolomea Tancon, “la Bortola” la llaman todos. Ambos conocen el duro mundo de la emigración. Desde los once años, él emigra por temporadas, pasando los inviernos en casa. Durante tres años, ella trabaja en Suiza. Cuando nace Albino, su padre está en Bélgica. Poco después, se traslada a Argentina, donde vive un hermano de Bortola. Allí permanece dos años, pensando llevarse a toda la familia, pero el proyecto no llega a cumplirse. Tras la Primera Guerra Mundial, la familia cuenta con la presencia continua del padre. Giovanni es responsable de una pequeña central eléctrica establecida en el pueblo por una cooperativa que él mismo funda.
Son seis hermanos: Amalia y Pía, sordomudas, hijas del primer matrimonio del padre; Albino, Federico (muerto con pocos meses de una pulmonía), Eduardo y Antonia. Eduard (llamado Berto) se casa con Antonieta; su hija Pía es la sobrina predilecta de Albino.
“Mi padre —dice Eduardo— se había casado dos veces, y de sus primeras nupcias había tenido dos hijas sordomudas; luego quedó viudo y se casó con mi madre”.17 Giovanni y Bortola se casaron el sábado 2 de diciembre de 1911.
¿Por qué le pusieron Albino? Fue cosa de su padre. Así se llamaba un compañero suyo muerto en Alemania, en un alto horno. Lo explica Luciani: “Me puso el nombre de Albino como recuerdo de un joven amigo suyo aplastado en el trabajo por una estructura que cedió de improviso”.18 De este modo, el nombre del futuro Papa quedó vinculado al mundo del trabajo y de la emigración.
En la inauguración oficial de su pontificado, Luciani recordará sus raíces a un grupo de venecianos: “En Venecia se produjo el encuentro de mis futuros padres, empleados en trabajos humildes. Allí se inició el conocimiento y el amor que los llevó al matrimonio”. Por ello, añadirá: “Mi corazón está aún en Venecia”.19 Allí, durante once años y hasta que se casó, su madre trabajó en el hospital de los santos Juan y Pablo, con las monjas Elisabetinas. Allí también, durante un año, trabajó su padre en una fábrica de cristal de Murano.
Giovanni era militante socialista. “Mi padre —dice Eduardo— no fue nunca anticlerical, aunque es cierto que durante algunos años fue poco practicante... A los once años, desnutrido, salió hacia el Tirol austriaco en busca de trabajo. Por el trabajo tuvo que inscribirse en los sindicatos de la socialdemocracia alemana, sindicato que nunca fue anticlerical”. Eso sí, con los bigotes largos, se parecía a Stalin: “Se lo decíamos: ‘Eres un doble de Stalin’. Y se ponía a sonreír”.20
Bortola era muy religiosa. De su estancia en el hospital de los santos Juan y Pablo tenemos este precioso testimonio de sor Caterina Murer, enfermera en el mismo hospital, que a su vez lo había recibido de una monja anciana: “Era fi el, generosa y de pocas palabras; trabajaba por dos, no se cansaba nunca. Era serena, tranquila, no levantaba nunca la voz. Había expresado más de una vez el deseo de hacerse monja... Con los enfermos, Bortola era como una madre; tenía atenciones y detalles para con todos, en particular con los que estaban solos y olvidados. Un día encontró a un joven que trabajaba en la fundición de Murano; era de su mismo pueblo, se llamaba Giovanni. Venía a verla a nuestra casa las tardes de los domingos. Se enamoró. Se le notaba cambiada. Comunicaba a todos su alegría. Vivía una piedad sincera, mostraba una fe sencilla y rezaba con gusto. Había hecho tercer grado elemental en el pueblo; ahora quería instruirse. Le pidió a una monja maestra que le diera clases por las noches (…) Dejó un buen re
cuerdo en los santos Juan y Pablo”.21
Llama la atención que Albino Luciani eligiera el primer nombre compuesto en la historia de los papas. Lo explica así:
“El Papa Juan quiso consagrarme con sus manos en la basílica de San Pedro; luego, aunque indignamente, en Venecia le sucedí en la cátedra de San Marcos, en aquella Venecia que está todavía tan llena del Papa Juan... El Papa Pablo no sólo me hizo cardenal sino que algunos meses antes, en la pasarela de San Marcos, me puso totalmente colorado delante de veinte mil personas al quitarse la estola y ponérmela en los hombros.
Yo no me había puesto nunca tan colorado. Por otro lado, este Papa, en 15 años de pontificado —no sólo a mí, sino a todo el mundo— demostró cómo se ama, cómo se sirve y cómo se trabaja y se sufre por la Iglesia de Cristo. Por esto dije: Me llamaré Juan Pablo”.22
Sí, pero (cosas que pasan) el nombre compuesto del Papa Luciani remite también a sus raíces más profundas, al hospital de los santos Juan y Pablo, el lugar donde se encontraban sus padres.
2. EL NIÑO DE LA PIPA
Veamos la foto de Albino a los tres años. Tiene en la mano la pipa de su padre. El niño es hermoso y su aspecto es saludable, en una época en la que morían muchos niños. Forno de Canale tiene en la actualidad unos 1.200 habitantes. Según datos del boletín parroquial, en 1920, entre el 1 de enero y el 19 de junio, murieron 42 personas, de ellas trece niños, siete niños y seis niñas, la mayoría con días o con meses.23
En la Primera Guerra Mundial, la familia de Albino pasó hambre. El Papa Luciani dirá al grupo de Belluno que asistió a la inauguración de su pontificado: “El año de la invasión austriaca (en 1917), y también después, pasamos hambre”.24
“Nuestra familia —dice Eduardo en Radio Europa el 29 de agosto de 1978— tenía poco, muy poco dinero. Pero había una cierta dignidad y mi madre encontraba siempre el modo de comprarnos los libros de la escuela. Todos teníamos siempre la sonrisa en los labios y hemos conocido la infancia más despreocupada y gozosa. Mi padre, cuando trabajaba en nuestro pueblo, silbaba de la mañana a la noche”.25
Avanzado el verano de 1917, durante la Primera Guerra Mundial, Albino cayó enfermo de pulmonía. En la zona estaba acuartelado un destacamento de alpinos. La madre acudió al mando y rogó al capitán médico que fuera a su casa.
El médico observó al niño y se marchó. Poco después, volvió con una medicina. Albino estaba a salvo. Su madre le decía: “Fue como un ángel para ti. Acuérdate de rezar por él”.26
3. TRAVIESO Y TENAZ
Luciani dirá también a los de Belluno: “Debo confesaros que yo también era un terremoto en casa y en la escuela. Un año saqué 7 en conducta. A menudo, la maestra mandaba llamar a mi madre”.27 En el fondo, se parecía a Pinocho, el personaje del florentino Collodi, pseudónimo de Carlo Lorenzetti (1826- 1890). Lo dice el propio Luciani en su libro Ilustrísimos: “Tenía siete años cuando leí por primera vez tus Aventuras. No podría decirte cuánto me gustaron ni cuántas veces las he vuelto a leer desde entonces. La verdad es que en ti , niño, me reconocía a mi mismo; en tu ambiente, mi ambiente (…) Corrías a ver los carromatos que llegaban a la plaza; también yo. Te quejabas, retorcías la boca, metí as la cabeza bajo las sábanas antes de beber la amarga medicina; también yo. La rebanada de pan con mantequilla por los dos lados, el pastel de canela, el azucarillo y, en algunos casos, hasta un huevo, una pera, o incluso sus mondaduras, representaban un manjar delicioso para ti , glotón y hambriento como estabas; lo mismo me pasaba a mi (…) También yo, al ir y al volver de la escuela, me veía enzarzado en batallas: con bolas de nieve en invierno; a puñetazos y patadas en todas las estaciones del año; unas veces, recibía; otras, daba tratando siempre de equilibrar el haber con el debe y de no lloriquear en casa, donde, si me hubiera quejado, me habrían dado quizá el resto.
Albino tenía un carácter fuerte. Su hermano Eduardo recuerda que, desde muy pequeño, para explicarse sólo sabía llorar, se manifestaba tenaz. Después, al crecer, se explicaba hablando, era insistente hasta conseguir lo que quería. Lo demostraba en los encuentros, en el juego, en la escuela. Era «enérgico, tenaz, decidido, seguro”.28
A los ocho años, más o menos, el pequeño Albino toma la primera comunión. Recuerda aquel día Giulio Bramezza, compañero de escuela: “Él estaba distinto, menos alegre, más pensativo. Aquel día, y un poco de tiempo después, hablamos menos, no teníamos confidencias. Me parecía que pensaba en cosas que no podía explicar. Pero después volvió a ser el de siempre”.29
4. CON PERMISO DE SU PADRE
En marzo de 1923 llegó a Forno di Canale un fraile capuchino de Trieste, el padre Remigio. Su predicación le impresionó a Albino y decidió hacerse cura: “El pensamiento me vino el domingo de Pasión”30, dirá a su madre más tarde.
Llama la atención que el domingo de Pasión sea también el domingo de Ramos, en el que se recuerda la denuncia del templo, que conduce a la pasión de Jesús. “Sucede a veces, comentará más tarde, que el niño ve aquel camino tan luminoso y bello, que a todos los demás le parecen galerías oscuras”.31 Ese mismo año ingresa en el seminario, pero antes hubo de escribir a su padre, pidiéndole permiso. Su padre, que estaba en Francia, se lo tuvo que pensar. Además, suponía un gasto.
Por lo que fuera, el párroco don Filippo escribía en el boletín parroquial en abril de 1923: “Los padres no deben oponerse jamás a la vocación de sus hijos, y ¡ay! si lo hicieran”.32 Pues bien, su padre contestó en una carta que Albino conservará siempre: “Bien, tendremos que hacer este sacrificio”.33 “Espero que cuando seas cura, te pondrás de parte de los pobres y de los trabajadores, porque Cristo no podía no estar de su parte”.34
Antonia, la hermana, comenta que cuando Albino pensaba ir al seminario sólo había hecho el cuarto curso de escuela, y para entrar en el seminario le exigían tener aprobado el quinto. El párroco lo arregló para que durante el verano un maestro le diera clases. Éstas se impartirían después de que el niño dejara en su establo la vaca que durante la tarde vigilaba. Albino se llevaba el cuaderno de deberes al campo.
Un día se entretuvo jugando con otros chavales y la vaca le mordió el cuaderno. Volvió a casa llorando porque conocía la severidad del maestro. Quiso que su madre le acompañara para dar la oportuna explicación. El maestro se enfadó y dijo que no valía la pena seguir el esfuerzo: “La vaca se come el cuaderno, pues Albino renuncia al seminario”.
El niño lloró tanto que acudió el párroco y ordenó: “Albino seguirá estudiando y hará el examen de ingreso en el seminario”.35 Pues bien, pasó el examen con las mejores calificaciones. Y el 18 de octubre marchó al seminario. El párroco, don Filipo Carli, le rogó que no bromeara allí como lo hacía en el pueblo: “Ya tienes once años, ya no eres un niño pequeño”.36 Su párroco le decía: “En el fondo eres orgulloso y poco dócil, te pareces a Francisco de Sales cuando era joven. Aquel Francisco, llegado a cura y obispo, se le recuerda por su dulzura, su afabilidad y su alegría.
La Iglesia le hizo santo y doctor. Busca a ese Francisco, mira cómo hizo para volverse tan apacible y bueno, y hazlo pronto”.37
El 6 de enero de 1959, ya como obispo, Luciani visita su pueblo y dice a su gente: “Estoy pensando estos días que conmigo el Señor emplea su viejo sistema: toma a los pequeños del barro de la calle y los levanta, toma a la gente del campo, de las redes del mar, del lago y los hace apóstoles... Yo soy aquel que viene del campo”.38
Fue un regalo. El 29 de agosto de 1989, fiesta de San Juan Bautista, tuve la oportunidad de visitar la casa natal de Albino Luciani: via Rividella, 8. Eduardo y Antonieta39 vivían allí. Eran maestros jubilados. El día antes, yo había conversado con su hija Pía. Les dejé el borrador del libro Se pedirá cuenta. Antonieta me recibió en la sala de estar, Eduardo no estaba en casa. Me sirvió amablemente un café.
“Mi padre —le dije— es maestro, nació el mismo día, el mismo mes y el mismo año que Juan Pablo I”. Le llamó la atención: “Eso es una señal”, me dijo. “Eso creo yo”, respondí. Y añadió: “O sea, tienes dos padres, uno en la tierra y otro en el cielo”. Conversamos ampliamente. Entre otras cosas, me dijo: “El obispo que sucedió a Albino en Vittorio Véneto, Antonio Cunial, se molestó porque Regina Kummer publicó en su biografía el escándalo económico que Albino cortó de raíz”. En un momento dado, me reconoció: “En realidad, nosotros no sabemos cómo murió. Y a veces tenemos pensamientos extraños”. Hablando de la afición de Albino por la montaña, me comentó: “Eduardo solía decir de su hermano: ‘Es más fuerte que yo”. Unos años después, supe por Camilo que el libro Se pedirá cuenta, que en su momento le envié, le pareció a Eduardo interesante, aunque le costaba mucho pensar que su hermano, el Papa Juan Pablo I, hubiera sido asesinado.
Con fecha 22 de julio de 2005, al enviarle la edición pública de El día de la cuenta, le escribo a Eduardo Luciani: “Muy esti mado Eduardo: Hace tres años le envié mi libro...
Acaba de salir la edición pública, ampliada y actualizada, que le adjunto. En su momento, recibí su atenta respuesta, que le agradezco cordialmente.
Su hermano Albino no entendía de dineros ni de negocios; en cuesti ones fi nancieras se fi aba de colaboradores fi eles y competentes. Sin embargo, en diversas ocasiones afrontó con recti tud y fi rmeza situaciones comprometi das, cuando estaba en juego la credibilidad de la Iglesia. Así sucedió con el caso Antoniutti (1962), con la venta de la Banca Católica del Véneto (1972) y con el problema del IOR (1978). Gracias a Dios, en estos asuntos, su hermano Albino era infl exible. Y no hay por qué enterrar su testi monio.
Todos sabemos que este aspecto importante de la personalidad de su hermano se ha querido ocultar. La biógrafa alemana Regina Kummer dio a conocer en su libro el primero de los casos y el obispo de Vitt orio Véneto se molestó con ella, porque entendía que eso no debía publicarse. De ningún modo podemos aceptar, sin denunciarlo, este estado de cosas en la Iglesia...
Como comprenderá, todo esto me crea algún problema, pero no me quejo. Al contrario, me siento privilegiado e, incluso misteriosamente acompañado por su hermano. Como dice Jesús, son «como ángeles” (Lc 26,30). Un cordial saludo para su esposa Antonia y para Pía. A su disposición, le saluda atentamente, Jesús López Sáez.”
Es una profunda paradoja. En las raíces de Albino Luciani está el sacrificio de su padre, socialista y emigrante, aceptando que su hijo vaya al seminario, un hijo que al final sería sacrificado precisamente en el templo vaticano, que —como el viejo templo denunciado por Jesús— debía ser “casa de oración”, pero que se ha convertido en “cueva de bandidos”.
Notas:
1 Carta de 2-11-1985.
2 Falleció el 31 de julio de 2003 a los 86 años.
3 KUMMER, R., Albino Luciani , Papa Giovanni Paolo I. Una vita per la Chiesa. Ed. Messaggero, Padova, 1988, 598.
4 En Vida Nueva 1497 (1985), 23.
5 Ver LAMET, P.M., Conflictos en la Iglesia católica, en El cristianismo en un mundo plural y conflictivo, Centro Evangelio y Liberación, Madrid, 2000, 132-133.
6 Se pedirá cuenta, Orígenes, Madrid, 1990, 16 y 125-127.
7 El día de la cuenta, Meral Ed., Madrid, 2005, 485-487.
8 Carta de 26-1-2002.
9 Ver la edición privada de El día de la cuenta, Ed. Mediterráneo, Madrid, 2002.
10 Ver El día de la cuenta, 28-29 y 529-532.
11 Murió el 31 de marzo de 2004.
12 El día de la cuenta, 42-43.
13 La voz del pueblo, la voz de Dios.
14 2 Co 4,2.
15 Dn 7,9.
16 Lc 22,30.
17 INFIESTA, J., Juan Pablo I, alegría de los pobres, Ediciones Paulinas, Madrid, 1978, 39.
18 BASSOTTO, C., Il mio cuore è ancora a Venezia, Tip. Adriatica, Musile di Piave (Venezia), 1990, 10.
19 Ibidem, 3 y 116.
20 CASTELLO, N., Cosí parló Papa Luciani, Il Carroccio, Vigodarzere (Padova), 1988, 21.
21 BASSOTTO, 14.
22 Ibidem, 155.
23 KUMMER, 43.
24 BASSOTTO, 161-162.
25 Ver La Documentation Catholique, 1978, p. 810, texto citado por HUBER, G., Giovanni Paolo I e la vocazione di Giovanni Battista, Ed. Pro Sanctitate, Roma, 23.
26 BASSOTTO, 3.
27 Ibidem, 155.
28 CASTELLO, 17.
29 L’Osservatore Romano, 2-10-1978; HUBER, 32-33.
30 BASSOTTO, 5.31 SENIGAGLIA, M., Le radici della spiritualitá di Giovanni Paolo I, en
Dolomiti 1-2 (1989), 52-53.
32 KUMMER, 63.
33 YALLOP, D., In God’s Name, Corgi Books, Londres, 1985, 34.
34 Ver Humilitas 1 (1984), 10; HUBER, 34.
35 INFIESTA, 35-36.
36 BASSOTTO, 9.
37 BASSOTTO, 56.
38 LUCIANI, A., Il discorso a Canale d’Agordo dopo la consacrazione vescovile,
6-1-1959, Opera Omnia (2), 13; KUMMER, 258.
39 Antonieta murió el 2 de diciembre de 2005; Eduardo, el 10 de marzo de 2008.
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