¿El moyanismo progresista?
La utilización política del miedo a la desocupación no es una novedad. El capitalismo explota la angustia que provoca el desempleo como una forma concreta de control social sobre los asalariados.
Hace un siglo y medio se señalaba que “La división de la sociedad en una reducida clase fabulosamente rica y una enorme clase de asalariados que no poseen nada, hace que esta sociedad se asfixie en su propia abundancia, mientras la gran mayoría de sus individuos apenas están garantizados, o no lo están en absoluto, contra la más extrema penuria. Con cada día que pasa, este estado de cosas va haciéndose más absurdo y más innecesario” (Trabajo asalariado y capital)
En un momento como el actual, en el que las relaciones de producción se sacuden al calor de la crisis internacional, la desocupación va provocando un tendal de trabajadores que se han encontrado de frente con su “desaparición como sujetos sociales productivos en la más extrema penuria” a partir de la perdida del trabajo.
Siglos de dominación capitalista han configurado, entre los trabajadores, una estructura de pensamiento en la cual la venta de su fuerza de trabajo, a cambio de un salario, es la única forma de subsistencia social para él y su familia.
Esta “forma de pensamiento” no tiene ningún tipo de impugnación moral, dado que los medios de producción, al estar concentrados en manos de pocos hombres que explotan a una mayoría en beneficio personal o de corporación, no dejan otras salidas que conchabarse para “ganar el pan con el sudor de la frente”.
El trabajo humano, en un mundo sancionado por las leyes del mercado, no es una actividad creativa y libre entre sujetos iguales ante el Derecho. La regulación del trabajo asalariado sobrepasa al derecho burgués; porque, en última instancia, es la oferta y la demanda lo que regula lo fundamental en el intercambio entre la fuerza de trabajo y el pago que el patrón realiza por la misma.
El trabajo asalariado es la base de toda la gama de contradicciones humanas bajo el capitalismo, porque fomenta una estructura de relaciones sociales en las que todo tiene precio: la vida, la muerte, la salud, el sexo... el hombre y la mujer mismos, al ser reducidos a mercaderías que se ofertan en el mercado forman su conciencia como objetos que están a la venta.
El miedo facilita los mecanismos de control social, la creación de un “ejercito de desocupados” actúa como un catalizador que establece un grado de mayor sometimiento. El capitalismo en crisis utiliza el miedo como forma de concentrar poder buscando explotar un ánimo más conservador entre las clases desposeídas y un mayor disciplinamiento a las políticas de ajuste.
El terror en definitiva se comporta como un instrumento útil en función de reclutar voluntades a favor de la conservación de ciertos privilegios: tener trabajo en detrimento de no tenerlo.
En la actualidad las luchas de los trabajadores sostienen un comportamiento defensivo e inmediato. Son luchas inmediatas en función de conservar el trabajo, cobrar haberes adeudados, defensivas, además, porque no encuentran una proyección que las lleve más allá de esos planteos puntuales. Excepción hecha, claro está, con aquellos trabajadores que han emprendido la defensa del trabajo mediante el mecanismo de auto gestión de empresas recuperadas, aunque esto no ha superado un nivel embrionario y capitalizado hasta ahora por una conciencia que no supera el cooperativismo.
Las burocracias sindicales actúan como una correa de transmisión de los argumentos de terror capitalistas. Los aprietes para frenar los reclamos en función de “cuidar el trabajo” han llevado a la aceptación de bajas salariales y suspensiones en las empresas de poderosos gremios como los metalúrgicos, los metalmecánicos, los petroleros, etc.
Las luchas defensivas de los trabajadores no cuestionan directamente al poder, porque la burocracia sindical en su función dirigente las enmarca en las disputas capitalistas sobre “modelos económicos necesarios”.
No es para nada casual, en medio de este cuadro, que la última marcha de la CGT, por más multitudinaria que haya sido, se haya pronunciado por una defensa sin principios del gobierno kirchnerista.
La burocracia moyanista no desconoce el peso de la crisis y como está va a afectar a los trabajadores, pero, de la misma manera que los capitalistas la utilizan todos los días para asustar a los desposeídos con su pasaje al infierno de la desocupación si no aceptan sus condiciones, Moyano la utiliza a su favor para negociar desde una posición de fuerza sus negocios particulares.
La apología que muchos progres han realizado de esta marcha, sosteniendo que es una respuesta de los “morochos de gestos adustos y manos callosas” en contra de la derecha que avanza implacable en contra de los derechos de los trabajadores, obvia lo obvio: es el kirchnerismo el que ha suspendido sin fecha las paritarias, el que subsidia a los grandes capitalistas, el que ajusta los presupuestos sociales, el que plantea que no es tiempo para los reclamos salariales, el que activa la inflación, la contratación en negro y el recorte de derechos laborales cotidianamente.
Los progres que se sumergen en los argumentos del capitalismo en crisis, aunque parecen querer defenderse de él, son absorbidos discrecionalmente por carecer de una estrategia conciente de rompimiento con los resortes de dominación establecidos.
La pelea salarial para alcanzar el defasaje inflacionario, o por defender el “derecho al trabajo”, no superan los marcos del conflicto cotidiano y defensivo. No necesariamente estas luchas se inscriben en un proceso más general de replanteos sobre el régimen político y sus consecuencias. Son luchas que sostienen una carga conservadora y por lo tanto, tienen una mayor relación con el pasado que con el futuro. No tampoco casual, entonces, que los trabajadores acudan a sus centrales sindicales burocráticas en la esperanza de no ser alcanzados por las consecuencias de la crisis.
Que cien mil trabajadores o más, se movilicen junto a sus sindicatos para defenderse de una crisis que amenaza su subsistencia, se inscribe en una tendencia que supera las fronteras argentinas. Igualmente, cientos de miles de trabajadores se movilizan hoy en EE.UU, Francia, España, Grecia, Alemania, países del este, etc. La tendencia a la movilización obrera está presente y sin duda ira en crecimiento con el correr de la crisis. Pero de allí a sacar la conclusión que el acto de la CGT, para respaldar al gobierno de Cristina, representa el hito de la vuelta de la clase obrera organizada a la lucha callejera, hay mucho más de un camión de distancia.
Siempre se ha dicho que unos de los grandes problemas para la comprensión de la psicología del movimiento obrero, radica en que los que escriben no trabajan y que los que trabajan no escriben. Entonces es fácil afirmar que el único elemento movilizador de Moyano el 30 de abril último fue puramente clientelistico o, al contrario, del despertar de una conciencia democrática y antiderechista entre los trabajadores sindicalizados.
Ni la una ni la otra. Ni los trabajadores han marchado por miles por el choripan y el vasito de tinto. Ni han marchado para escuchar una apología del gobierno nac & pop y en contra de la “derecha”, en boca de unos de los paradigmas del burócrata sindical argentino.
El desbarranco del progresista aliado al kirchnerismo, le ciega su mente de intelectual rentado.
Moyano, es el que impide que los trabajadores del subte tengan su propio sindicato y que la CTA tenga su personería; el que regaló las paritarias a las patronales para no hacer olas; el que utiliza su poder sindical para transformarse en empresario del transporte de camiones, ómnibus y trenes -privatizados en los ´90- y de playas para depósitos de cargas portuarias en el año actual.
Moyano, está denunciado por participar activamente de la organización paraestatal triple A en las décadas del `70. Comparte su sitial con otros popes sindicales que aun siguen al frente de sus sindicatos después del pacto sindical militar que permitió el acceso al poder de Videla y sus esbirros. Es el que pacta con las patronales, el despido de activistas y delegados combativos. ¿Qué clase de democracia sindical puede ofrecer Moyano a los trabajadores?
La marcha del 30 fue explotada por la burocracia sindical para defender sus privilegios y reclamar más, a expensas de los trabajadores. No tiene ni tendrá un carácter progresista que la inscriba en las grandes gestas del 1 de Mayo.
El clientelismo en esta oportunidad estuvo en el miedo sembrado en cada lugar de trabajo por los representantes gremiales de la burocracia.
La burocracia sindical no es una “abstracción gorda” que aparece en los medios, es una práctica cotidiana en los lugares de trabajo.
El delegado regional o el fabril, aprietan de mil maneras distintas para la participación en los actos, movilizan el aparato sindical, señalan a los opositores, captan a los tibios y a los oportunistas, denuncian a la patronal a los trabajadores más combativos.
Cuando se habla de burocracia en los lugares de trabajo, es necesario tener en cuenta todo el régimen de favores y amenazas que circulan en las fábricas y talleres.
En esta oportunidad, la amplia movilización obrera parece haber sorprendido a propios y extraños por la incomprensión de la tendencia que se desenvuelve en las bases obreras.
Desesperadamente, los trabajadores van comprendiendo que el peso de la crisis capitalista se descarga sobre sus espaldas y esto motiva un ánimo movilizador, la toma de empresas, al paro con ocupaciones.
Queda por comprender que la subsistencia que el capitalismo pone en juego, tiene cómplices efectivos entre los Moyano, los Kirchner y la oposición burguesa panradical y pejotista disidente.
El miedo, que el capital explota para frenar a los trabajadores, puede terminar convertido en la gran herramienta que se lleve puestos a los capitalistas y sus aliados burocráticos.
Daniel Cadabón
Rebelión
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