Cuando faltan seis años para el cumplimiento de los objetivos de desarrollo para el milenio es claro ya que la mayor parte de ellos son inalcanzables y otros, entre ellos la pobreza y el hambre, habrán aumentado como consecuencia de un sistema diseñado para satisfacer a un pequeño número de personas, agravado estos últimos años por la crisis económica, energética y medioambiental.
En 2009 unos 104 millones de seres humanos se sumarán a los casi mil millones que no satisfacen sus necesidades de alimentación, reconoció recientemente Jacques Diouf, director de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).
En 2008, la suma de personas que cayeron en esta condición fue de 40 millones, lo cual demuestra que el fenómeno en lugar de disminuir, crece aceleradamente.
Que esto ocurra en un planeta con capacidad plena para alimentar a todos sus habitantes resulta oprobioso y da la medida del fracaso de quienes diseñaron la arquitectura económica y productiva basada en el lucro y no en la solidaridad, en la competencia y no en la cooperación.
Para muestra un botón: en Estados Unidos, el país más rico y el más desarrollado del mundo, 32 millones y medio de ciudadanos, un número equivalente a más de la población total de Centroamérica, padecen de hambre.
La perspectiva para el año próximo no es nada halagadora, pues muchas naciones sentirán el impacto de la crisis económica y financiera, nacida precisamente en territorio norteamericano y agravada por la epidemia de la gripe A H1N1, cuyo curso aún es impredecible.
México, hasta ahora el más afectado de la región, perdió por esta última causa el 0,5 por ciento de su Producto Interno Bruto, cuya contracción en 2009 llegará casi al seis por ciento.
Con pocas excepciones, entre ellas Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador y Brasil, los gobiernos no desarrollan programas destinados a resolver definitivamente el problema del hambre, cuyas consecuencias a mediano y largo plazo son potencialmente devastadoras.
El Fondo de la ONU para la Infancia, UNICEF, estima que anualmente fallecen tres millones y medio de niños por malnutrición y muchos de los que sobreviven sufrirán secuelas permanentes en su desarrollo físico e intelectual lo que implica una costosa hipoteca para el futuro de estos pueblos.
Reducir a la mitad el porcentaje de personas con hambre para 2015 solo sería posible si se toman medidas drásticas para mejorar la distribución de la riqueza producida por el trabajo y la tecnología, otorgar a los países pobres el acceso a mercados en condiciones justas y dar marcha atrás a algunas decisiones, como utilizar cada vez mayor cantidad de tierras para generar combustibles, en lugar de nutrientes.
Se debe recordar, asimismo, que el hambre no es un problema que se resuelva sólo repartiendo comida, sino dando a los pueblos la oportunidad de alcanzar un nivel de desarrollo permanente y sustentable.
Guillermo Alvarado
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