jueves, 14 de mayo de 2009
El muerto que está solo y espera
Felipe Romeo, el vocero de la Triple A, murió de sida. Nadie reclama su cadáver. Fanático de Hitler, admiraba a la Legión española, cuyo himno es Soy el novio de la muerte. En esa tónica, la obscena celebración del asesinato del diputado nacional Rodolfo Ortega Peña por el semanario que dirigía hicieron que la Cámara de Diputados debatiera sin éxito su arresto.
Felipe Romeo fue a López Rega lo que Goebbels a Hitler. Sus notas eran virtuales sentencias a muerte.
Fue un prófugo con muy buena suerte. A fines de 2006, al reabrir la causa sobre la Triple A, el juez federal Norberto Oyarbide ordenó su captura. A partir de entonces, su paradero fue un enigma. Y se conjeturaba que estaba en el exterior. Luego se supo que se había establecido en la ciudad brasilera de Florianópolis. En los primeros días de enero fue repatriado por sus familiares con un gravísimo cuadro de sida, quedando bajo arresto en el Hospital Fernández. Pero él no llegó a enterarse de su nueva situación, dado que ya se encontraba en estado de coma. Felipe Romeo, el otrora temible director de la revista El Caudillo, exhaló su último suspiro hace un mes. Sin embargo, los suyos no reclamaron su cadáver, el cual aún yace en una heladera del citado nosocomio.
Es improbable que Romeo haya sido uno de los jefes militares de la Triple A, a la que se le atribuyen unos 1.500 crímenes cometidos entre fines de 1973 y 1976. Pero no hay dudas de que fue su vocero, en total sintonía con su líder, José López Rega.
El nexo entre ellos fue el vocero del Ministerio de Bienestar Social, Jorge Conti, un antiguo movilero de Canal 11, quien terminó casándose con la hija del Brujo, siendo Romeo uno de los testigos de la boda.
A pesar de que le gustaba presumir de su Magnum 44, Romeo no tenía agallas para la acción. Fanático de Hitler, admiraba a la Legión española, cuyo himno es Soy el novio de la muerte. En esa tónica, la obscena celebración del asesinato del diputado nacional Rodolfo Ortega Peña por el semanario que dirigía hicieron que la Cámara de Diputados debatiera sin éxito su arresto. Que ahora su cadáver lleve casi un mes en una morguera sin que nadie lo reclame es algo así como una paradoja del destino.
Prófugo, Romeo se escondió en Florianópolis, a donde solía visitarlo su amiga y socia, Carolina Rojo. Se dice que la Secretaría de Inteligencia y la Policía Federal lo tenían ubicado. Por ello es incomprensible que nunca hayan intentado detenerlo. Al ser dejado en el Fernández, presentaba una aguda deficiencia respiratoria, por lo que fue entubado en la sala de terapia intensiva y atiborrado de antibióticos.
A los 70 años, poco y nada quedaba en su rostro de sus facciones armoniosas; consumido por el sida, con un ojo desfigurado por el golpe de un policía (del que, más tarde, dicen, se hizo amigo) y con las neuronas estragadas por su adicción a la cocaína –cuya comercialización le valió dos detenciones–, aquel tipo sadomasoquista y perverso hacía mucho que se había convertido en un personaje estrafalario y bizarro. Tanto que solía jactarse de la ferocidad y obediencia de su perro, al que le ceñía la cartuchera con una pistola para desenfundar el arma y pavonearse ante sus amistades de la rapidez de esos movimientos.
Quien desconoce su pasado sólo podía ver en él a un misántropo paranoico que gustaba encerrarse en un búnker dotado de puertas blindadas, cámaras de video y sofisticados sistemas electrónicos de seguridad. Y que apenas salía para participar en la restauración de algunas cúpulas, actividad que compartía con la señora Rojo y con un arquitecto especializado en conferirles un aspecto “a lo Gaudí”.
Un quehacer, por cierto, que –según sospechan algunos– le servía para lavar dinero procedente de uno de los principales bancos estadounidenses, de muy antigua radicación en Argentina, cuyos antecedentes en esa tarea lo hizo merecedor de varias investigaciones en los Estados Unidos.
Un muchacho de barrio.
Romeo nació en Italia, se naturalizó argentino, hizo la colimba en la Fuerza Aérea, pasó por Tacuara y se unió a su escisión ultraderechista, la Guardia Restauradora Nacionalista, cuyos vasos comunicantes con la Iglesia preconciliar y el servicio de informaciones de la PFA eran harto evidentes. Vecino de Florencio Varela, comenzó a editar El Caudillo con el auspicio de Bienestar Social en 1973, justo cuando la Triple A inició sus acciones con un atentado explosivo de neta factura policial al senador Hipólito Solari Yrigoyen, que resultó gravemente herido.
En enero de 1974, se hospitalizó con un balazo en el muslo tras un confuso episodio en el que denunció haber sido tiroteado cuando manejaba su Fiat 128 cerca de su casa. Dijo que había repelido la agresión a tiros, luego de parapetarse tras un árbol. Para entonces, Desde El Caudillo (y particularmente en una sección llamada imperativamente ¡Oíme!) marcaba impunemente a quienes muchas veces eran luego asesinados por la Triple A.
Romeo dirigió la revista durante el apogeo de la Triple A. En esos días, los Montoneros mataron al comisario Villar –uno de sus jefes– tras colocar una bomba en su yate en un apostadero del Tigre. Eso fue en noviembre de 1974. En marzo de 1975, dos oficiales del Ejército que investigaban a la Triple A –el teniente coronel Martín Rico y el coronel retirado Jorge Oscar Montiel– fueron eliminados, todo indica que por orden de la propia Inteligencia del Ejército, que estaba colonizando la Triple A.
Montiel había sido puesto al frente de la Superintendencia de Seguridad Federal (la vieja Coordinación Federal) por Perón, pero había renunciado en enero de 1974, luego de enfrentarse con Villar –por entonces subjefe de la PFA– a causa de la tortura y asesinato de dos de los asaltantes del cuartel de la ciudad Azul, llevados subrepticiamente sin su conocimiento al lúgubre edificio policial de Moreno 1417.
Un mes después, un capitán de Granaderos, Juan Segura, golpeó la puerta de la nueva y paqueta redacción de la revista en la avenida Figueroa Alcorta y, so pretexto de un desperfecto mecánico, logró ser invitado a entrar por custodios armados, quienes le enseñaron, ufanos, un arsenal. El informe firmado por Segura inició un dossier sobre la Triple A que el Ejército entregó, entre otros, a políticos de la oposición radical y del cual, que se sepa, no se conservan copias. Segura murió en 1979 cuando su paracaídas no se abrió durante unos ejercicios bélicos realizados en Córdoba.
Todo marchó bien mientras se mantuvo la alianza de López Rega con los sindicatos que cofinanciaban la revista. Pero cuando a mediados de 1975, la movilización gremial desbancó a López Rega, obligándolo a marcharse del país, en la quinta de Olivos los Granaderos desarmaron a sus custodios y, de paso, también a los de María Estela Martínez, que ya era virtual prisionera en jaula de oro de los comandantes de las Fuerzas Armadas. Entonces, Ramón Morales, Eduardo Almirón y Miguel Ángel Rovira, entre otros homicidas, acompañaron a López Rega al exilio madrileño, comienzo de su accidentado periplo como “embajador plenipotenciario”.
Entonces, Romeo se escondió, pero en octubre de 1975 reapareció para relanzar la revista, invocando obediencia a la Presidente y ansias de acompañar las operaciones de aniquilamiento de la guerrilla que el Ejército había iniciado en Tucumán.
Para entonces, las Triple A habían pasado a ser –como decía Rodolfo Walsh– “las Tres Armas”. Particularmente, un coto del Ejército, como lo había sido desde siempre su rama cordobesa, llamada Comando Libertadores de América.
Triste, solitario y final.
Tras el golpe, Romeo se exilió en España. Pero regresó a la Argentina de la mano del general Ramón Camps, quien siempre se jactó de haber decidido la muerte de miles de prisioneros desaparecidos cuando era jefe de la Policía Bonaerense. Con él, Romeo formó la editorial Roca ( Romeo-Camps) que publicó los panfletos con los que Camps pretendió justificarse.
Romeo intentó, en 1982, una efímera resurrección de El Caudillo, después tuvo una heladería y dicen que también un prostíbulo en sus pagos de Varela. También se habría especializado en truchar tarjetas de crédito. Lo cierto es que fue detenido dos veces por vender cocaína, una de ellas en un boliche de la calle Gascón cuando tenía encima 110 gramos. Y que hacía rato parecía acabado.
El Chango Morales murió octogenario en el Hospital Churruca. En cuanto a Almirón, luego de sufrir un nuevo accidente cerebrovascular el pasado fin de semana, fue trasladado no a ese hospital policial, sino, curiosamente, al Ramos Mejía. Entre el personal del Ramos Mejía hubo siete desaparecidos durante la dictadura, en cuyo honor funciona una Comisión de la Memoria. Esa comisión organizó el miércoles un ruidoso escrache de protesta por la presencia del represor. A pesar de que un despacho de la agencia DyN anunció su realización, a pesar de que Crónica TV acudió con sus cámaras y registró la protesta, las imágenes no fueron emitidas, y ningún diario informó nada al respecto. Una de las médicas que organizó el escrache reveló indignada a Miradas del Sur que Almirón parecía tener dificultades para hablar pero sonrió cínicamente al alcanzarle un papel en el que escribió: “Estoy libre y seguiré libre”. Toda una declaración de principios.
Si Almirón fuera declarado inimputable, sólo quedaría acusado Rovira, hasta hace unos años jefe de seguridad de los subtes de Buenos Aires concesionados por Metrovías, del Grupo Roggio.
A pesar de no haber cumplido los 70 años preceptivos y de gozar de muy buena salud, el juez Norberto Oyarbide –a quien la PFA considera “propia tropa”– le concedió como antes había hecho con Morales y Almirón, el beneficio de la prisión domiciliaria, recientemente ratificada, que cumpliría (nunca hay custodia a la vista) en su casa de Pasco al 1100.
La causa está paralizada. Y un buen documental sobre la Triple A que hace ya casi tres años rodó Cuatro Cabezas para ser emitido por Telefé permanece tan congelado como el cadáver de Romeo.
A pesar de que lo cierra con mucha gracia Nacha Guevara, la cantante que acompañará a su amigo Daniel Scioli como candidata a diputada. Nacha aboga en esa última escena por que las investigaciones se lleven hasta el final. Si así se lo hiciera, varios adversarios duhaldistas y PROperonistas de los Kirchner y de Scioli tendrían sobrados motivos para preocuparse.
Juan José salinas
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