viernes, 27 de abril de 2018

Un Flybondi para Sturzenegger



La corrida cambiaria expresa una crisis de conjunto.

La nueva venta de 1.000 millones de dólares de reservas para frenar la corrida cambiaria empequeñece la “explicación” que algunos economistas buscaban ayer para justificar esta escalada. A saber, que los fondos de inversión extranjeros “recalculaban” sus beneficios en el país a raíz de la puesta en vigencia del impuesto a la renta financiera. Por un lado, la retirada de estos fondos viene produciéndose desde hace meses, según algunas fuentes, “desilusionados con la volatilidad cambiaria” (Claudio Zlotnik en iProfesional, 4/4) en mucha mayor medida que con un impuesto cuya aplicación ya estaba descontada. Es lo que habría ocurrido con los fondos Templeton y Black Rock a comienzos de este mes, que huyeron de Argentina para jugar al carry trade en Egipto. Por el otro lado, la corrida debe ser colocada en el escenario más general de la crisis mundial y del impasse de la administración macrista.
La tasa de interés estadounidense ha superado ya los tres puntos porcentuales, como expresión de la tendencia a la desvalorización de la exponencial deuda de ese país. La aspiradora de fondos en favor de los bonos del Tesoro yanqui, que en febrero pasado succionó a la Bolsa de Nueva York, ahora va por los fondos depositados en los países emergentes. Si Argentina ocupa un lugar prominente en esa fuga de capitales, ello se relaciona con sus propias y explosivas contradicciones.
En diciembre pasado, el gabinete económico habilitó a un “recalibramiento” de metas inflacionarias. En realidad, se trató de una devaluación del orden del 20%, que buscó contener los reclamos de la burguesía industrial y revertir las tendencias recesivas. Pero el remezón cambiario terminó por desnudar al castillo de naipes macrista: la devaluación resultó un golpe severo al carry trade, la bicicleta que permitía traer fondos en dólares, cambiarlos a pesos, colocarlos a elevadas tasas de interés y luego recomprar los dólares a un valor más o menos estable. Pero los que recalcularon a Argentina también tomaron en cuenta otras cuestiones: un nivel de deuda pública que ya supera los dos tercios del PBI; una balanza comercial deficitaria en 10.000 millones de dólares para este año y necesidades de financiamiento exterior –deuda, importaciones, atesoramiento– por 30.000 millones de dólares anuales. El “recalibramiento” fue la confesión del agotamiento del esquema económico macrista, y ese agotamiento ha disparado la presente fuga de capitales, que ya se llevó 4.500 millones desde que comenzó 2018. A los que preparan las maletas y han salido a pulsear con el Banco Central, se ha sumado una fracción recalcitrante del bloque de gobierno: los exportadores y pooles agropecuarios, que están reteniendo alevosamente la cosecha a la espera de una devaluación.
En este cuadro, la venta frenética de dólares por parte del BCRA es un intento desesperado por reconstruir el carry trade –o sea, ofrecer la certeza de una cierta estabilidad cambiaria e inflacionaria. La respuesta de los “mercados”, sin embargo, ha sido redoblar la apuesta, y dolarizar todos los fondos posibles a un dólar inferior a 21 pesos. Los comentaristas pro-oficialistas buscan disipar la corrida con el argumento de que “el Banco Central tiene reservas suficientes”. Pero ocurre que esas reservas tienen como contrapartida, y en un monto más o menos similar, a los pagarés emitidos por el propio Banco para absorber los pesos emitidos contra el ingreso de divisas prestadas –las Lebacs. La actual corrida consiste, esencialmente, en la venta de esas Lebacs para la adquisición de dólares. El BCRA, por lo tanto, enfrenta la corrida con divisas prestadas. La respuesta inmediata a la corrida –una suba general de la tasa de interés–, implicará, en el mejor de los casos, un recrudecimiento de las tendencias recesivas. Por el contrario, una nueva devaluación “moderada”, como la de enero pasado, no haría sino acelerar, en este cuadro, la fuga de capitales –y naturalmente, una nueva disparada inflacionaria que comenzará por las tarifas dolarizadas.
Es claro que la corrida excede por mucho a la aplicación circunstancial de un impuesto. Asistimos a una crisis general del orden económico y político del macrismo, lo que se expresa en las fricciones de la propia coalición gobernante; en las disputas por la justicia, y en la crisis del tarifazo, entre otros aspectos. La clase obrera y sus organizaciones deben partir de este escenario de conjunto para colocar a la orden del día todas sus reivindicaciones apremiantes.

Marcelo Ramal

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