jueves, 5 de abril de 2018

De Alfonsín a Macri: la desmalvinización como política de Estado



El reclamo histórico de soberanía sobre las islas siempre estuvo mediado y limitado por la subordinación política y económica del país a las potencias imperialistas.

Cada nuevo aniversario del inicio de la Guerra de Malvinas vuelve a poner en el centro de la mesa múltiples discusiones sobre el carácter de ese conflicto, las posibilidades de vencer y el rol jugado por los genocidas, lanzándose a un enfrentamiento militar en el que no estaban dispuestos a luchar para vencer.
Recientemente, utilizando la proximidad del inicio de esa conflagración, desde el gobierno nacional se utilizó el reconocimiento de la identidad de soldados caídos para montar un falso discurso de soberanía.

Derrota militar y discurso político

El fracaso de la empresa militar en Malvinas fue parte de los factores que empujaron a la caída de la dictadura. A riesgo de repetir, no fue el único. La enorme movilización del 30 de marzo de 1982 y el paro general de esa jornada mostraron un gran descontento. La crisis económica y social corroía al régimen genocida. El desgaste era evidente y fue una de las causas que empujó a la aventura militar de los genocidas.
La derrota de Malvinas implicó, para el conjunto de la clase dominante y sus representantes políticos, avanzar en el intento de lo que fue llamado “desmalvinización”.
Una política destinada a sembrar un nuevo sentido común que hacía de la guerra esencialmente una aventura llevada a cabo por militares “locos” o “borrachos” en el caso de Galtieri. Ese sentido común incluía asociar a esa locura de los militares una “locura colectiva” de una población que decidía apoyar lo impulsado por un régimen genocida como el del Proceso de Reorganización Nacional.
El intento implicaba, además, negar la historia de reclamos y demandas argentinas que, desde hacía décadas permeaban el escenario internacional. De hecho, la resolución en la que aun hoy se sostienen las exigencias del Poder Ejecutivo nacional, fue realizada en 1965 por la ONU (20/65).
La desmalvinización, al ligar de manera indisoluble guerra a los genocidas, intentaba liquidar la cuestión de Malvinas como una causa nacional. El objetivo era instalar el sentido común de que el imperialismo no podía ser derrotado y abrir el camino a un consenso hacia políticas de mayor sumisión al imperialismo y entrega del patrimonio nacional.
La derrota militar permitió instalar en el imaginario social la idea de que "contra las potencias imperialistas no se puede". Esa visión creció en la conciencia de millones, avalada por el discurso político estatal.
El límite parcial a esa subordinación lo constituyó la continuidad del reclamo formal de la soberanía argentina sobre las islas. Eso fue el resultado de la enorme simpatía de la población por la causa, algo que se había evidenciado durante la guerra, más allá de la dirección militar de la misma.
Raúl Alfonsín afirmaría en 1983 que “nuestro programa como el de todos los argentinos es el de seguir luchando por recuperar nuestras islas Malvinas en todos los foros internacionales (…) ¿Mi opinión de lo que pasó el año pasado? Fue una aventura incalificable (…) Yo creo haber sido uno de los políticos que mantuvo las distancias. No quise atarme al presunto carro de gloria, que resultó ser un carro atmosférico”.
Los sucesivos Gobiernos nacionales moderarían el reclamo de soberanía, ampliando las concesiones a Gran Bretaña en la región.
En 1985, en una reunión de Naciones Unidas, la delegación argentina presentaría un documento donde reemplazaba la discusión sobre la soberanía por una más ambigua definición sobre "solucionar los problemas pendientes” en relación a Malvinas.
Tres años después, intervención de EE.UU. mediante, se avanzaría en definir lo que pasó a llamarse “paraguas de soberanía”. Si ese acuerdo permitía un acercamiento entre Argentina y Gran Bretaña, lo hacía al costo de suspender el debate sobre la soberanía.
El menemismo llevaría esa política a un nuevo nivel. El canciller Guido Di Tella inauguraría la llamada “política de seducción” hacia los kelpers. La misma bordeando el ridículo, llegaría al punto de incluir el envío de presentes y obsequios a los isleños en aras de atraer su simpatía. Eso no constituía traba para que, al mismo tiempo, se avanzara en normalizar las relaciones diplomáticas con Gran Bretaña, cuestión que permitiría el avance británico en la región.
En 1995, en el marco de ese nuevo esquema de relaciones, se estableció un acuerdo petrolero que, según afirmó entonces un portavoz del Gobierno británico, indicaba “de manera específica que nada puede ser interpretado como un cambio de actitud sobre la soberanía”.

El kirchnerismo y el reclamo por Malvinas

El kirchnerismo hizo de la cuestión de la soberanía de Malvinas un punto de su discurso anticolonialista. De hecho, en términos comparativos, fue el gobierno de mayores roces con Gran Bretaña por esa cuestión.
Sin embargo, eso no modificó más que discursivamente la situación existente. Como ocurrió en relación a otras cuestiones, aquí también hubo un relato de defensa de la soberanía nacional que, en los hechos, no pasó de lo declamativo.
En 2012, al cumplirse los 30 años del inicio de la guerra, tendría lugar un momento de tensión. Sin embargo, evidenciando que la potencia imperialista no tenía nada que temer, sería la misma presidenta la que, en cadena nacional, aseguraría sus inversiones.
En un discurso del 7 de febrero le recordaría a grandes multinacionales británicas como British Petroleum, la Royal, Patagonia Gold, HSBC o Unilever, que en Argentina sus empresas estaban seguras.

Malvinas en la era Macri

En diciembre de 2015, la ex canciller Susana Malcorra señalaba que el kirchnerismo había tenido “una posición muy dura” en relación a Malvinas.
Sin embargo, el gobierno de la CEOcracia no puede ceder formalmente en la cuestión de Malvinas. Esto, a pesar de que claramente gobierna orientando su política hacia los intereses del gran capital imperialista.
Las aclaraciones recientes de Claudio Avruj –secretario de Derechos Humanos- acerca de que la “desmalvinización no es la política” del actual gobierno no se condicen con cambio alguno en las políticas reales.

Las Malvinas y el nacionalismo de la clase capitalista

A lo largo de más de tres décadas, la moderación de los gestores del Estado nacional no puede ser separada de su carácter de representantes de clase de esa misma burguesía. Más allá de los discursos, todos fueron gerentes de los intereses de un Estado que responde a la clase capitalista local y extranjera.
Desde ese punto de vista, no tienen un programa distinto al que tuvo la cúpula militar que lanzó la guerra en Malvinas. Si aquellos jugaron la baza de una acción irresponsablemente preparada, también evidenciaron un respeto marcado ante el gran capital con sede en territorio nacional en ese momento.
Las constantes concesiones en el terreno de los acuerdos por parte de Alfonsín y Menem mostraron el peso de esa derrota sobre el país en su conjunto. Derrota que, sin embargo, no llegó a un grado tan profundo como para permitir a la misma clase capitalista nacional dejar de lado el reclamo formal. Pero mientras el mismo se sustanciaba en el campo diplomático, los intereses del capital imperialista en el país seguían intactos. Eso no cambió con el kirchnerismo. Su discurso de “soberanía nacional” no implicó tocar esos intereses.
A 36 años del desembarco, un repaso por la deriva de la llamada “cuestión Malvinas” vuelve a poner en evidencia que la clase capitalista y su representación política son incapaces de una defensa decidida de los intereses de la nación.

Eduardo Castilla
@castillaeduardo

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