domingo, 13 de noviembre de 2016

El tsunami Trump y la gobernabilidad argentina



La antipolítica de la ira y la crisis latente en la Argentina. Brotes inesperados en la economía y la política. Cristina y Trump: coincidencias y divergencias.

Antes de que se produjera el “martes negro” con el triunfo de Donald Trump en las elecciones estadounidenses, el Gobierno de Mauricio Macri estaba concentrado en el armado de algo parecido a una hoja de ruta. Luego de la “gradualización” del ajuste impuesta por la realidad, se preparaba para generar las condiciones políticas que le permitan retomar la ofensiva a posteriori de un triunfo electoral en 2017. Para ese objetivo, no dudó en explotar la generosa gobernabilidad que le brindan voluntariamente el conjunto de los actores políticos y sociales y la amplia capacidad de endeudamiento de la herencia recibida, que está siendo aprovechada con creces.
Los cráneos de Cambiemos pensaban que después de una primera etapa de ajuste y una economía en recesión, comenzaría cierta recuperación -los “brotes verdes”-, mientras continuaba una batalla cultural por un nuevo sentido común que convenza a las grandes mayorías de la necesidad del “regreso al mundo”, la globalización, la libertad comercial y el aumento en la productividad. Una renovada ética protestante para el nuevo espíritu capitalista.
Como ningún otro presidente de la posdictadura, Macri goza de un blindaje garantizado por un amplio espectro que va desde los grandes medios de comunicación hasta el Vaticano. En el medio, están los peronismos, las dirigencias sindicales burocráticas de los gremios estratégicos y los mal llamados movimientos sociales (en realidad, organizaciones que encuadran a los trabajadores informales y que pretenden institucionalizar su condición de precarios). Todos unidos y bendecidos en pos de la gobernabilidad.
Con mayor o menor consciencia y unidad de propósitos, la dirigencia política, social y sindical tradicional y sobre todo el peronismo, sacó conclusiones de la crisis del 2001 y no quiere convertirse en el responsable de la eventual “delarruización” de Macri.
Como ningún otro presidente de la posdictadura, Macri goza de un blindaje garantizado por un amplio espectro
El consultor Hugo Haime, lo graficó de la siguiente manera en una entrevista que concedió al periodista Diego Genoud: “La dirigencia tiene miedo de 2001. Los gobernadores piensan que si a Macri le va mal, les va mal a todos. No quieren encontrarse con el 2001 porque saben que se los lleva puestos también a ellos” (La Política Online, 06/11/2016)
Hasta el inefable Eduardo Duhalde aconsejó dejar que Macri gane las elecciones legislativas de 2017, porque si no pueden peligrar las inversiones para la Argentina y habría un riesgo de que vuelva el “que se vayan todos”. Una rara convocatoria al “derrotismo responsable”, justamente al partido que se transformó en los últimos años en una maquinaria de poder para ascender y sostenerse en el Estado.
Con la guía espiritual, y sobre todo política, del papa Francisco, el peronismo cumple su doble función histórica: partido del orden y de la contención; sin que el orden de los factores altere el producto.
Para sostener el péndulo, empuja a la calle a las “organizaciones sociales” nucleadas en la CTEP, el próximo viernes 18 de noviembre, con la adhesión de la CGT. Mientras que el Congreso del cada vez más papal Movimiento Evita fue el escenario para mostrar el trabajo hacia la unidad del peronismo “racional”: estuvieron presentes, dirigentes del Frente Renovador como los diputados Felipe Solá y Facundo Moyano; intendentes peronistas como Verónica Magario, de La Matanza (donde manda Fernando Espinoza), y Gabriel Katopodis, de San Martín; hasta el diputado Héctor Daer, en representación de la CGT; y el senador del PJ-FpV Juan Manuel Abal Medina. Hasta hace poco parecía que se peleaban, pero se estaban hiperrosqueando.

El miedo y la furia

La furia contra la casta política tradicional que terminó estallando por derecha en EE.UU. (y antes había tenido una expresión por izquierda en el fenómeno que expresó Bernie Sanders), no está completamente ausente del recauchutado régimen político argentino. La enorme repercusión y bronca extendida que generan las denuncias contra los lujosos dietazos, es sólo un síntoma de ese malestar con esta democracia y su casta.
La restauración kirchnerista fue limitada y parcial y la crisis de representación nunca terminó de solucionarse con un régimen de partidos estable.
Hay un buen chiste que circula en ámbitos kirchneristas y afirma que mientras “el kirchnerismo escondió a los pobres entre la clase media, el macrismo quiere devolverlos a su lugar”. En cierta medida, es un reconocimiento de que el “proyecto”, más allá del consumo, no cambió la condición estructural de los trabajadores y pobres: sólo los camufló. Pero, al margen de ese debate, puede parafrasearse: el régimen político escondió su crisis de representación entre los dólares del superciclo de las commodities y el viento de cola. Ahora Macri y el deterioro económico, amenazan como colocarla nuevamente en su lugar.
De ahí el gran pacto de gobernabilidad más o menos explícito, ante un 2001 que no fue derrotado (sino desviado y contenido) y que siempre acecha como un fantasma que recorre la Argentina y ahora también el mundo.

Brotes negros y Trupman show

Pero la hoja de ruta se topó con dos brotes que no eran los esperados por el macrismo: los “brotes negros” de la economía nacional y el brote de la “revuelta populista” yanqui, un brote de ira.
Los índices económicos de octubre fueron más que preocupantes: el consumo en los supermercados se mantuvo con una caída de diez puntos en volumen. Y los despachos de cemento portland, que preanuncian eventuales movimientos de la construcción y obra pública, cayeron 17,7 %, en la comparación interanual y bajaron un 7 % contra el mes anterior. La inflación fue de 2,4 %, según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), impulsada, entre otras cosas, por la actualización de las tarifas de gas. Para los diputados de la oposición que presentan el llamado IPC Congreso, la inflación de octubre de 2,9 % mensual y en la comparación interanual la suba alcanzó al 43,9 %. El segundo semestre que ya está culminando, si se lo mide como fracaso fue todo un éxito. Los especialistas afirman que noviembre, en términos inflacionarios no estaría siendo mejor y diciembre es un mes de inflación “natural”.
Casi todo el universo de la burguesía industrial “no monopolista” cree que el triunfo de Trump legitima el proteccionismo.
Por su parte, el tsunami Trump pone en cuestión los pilares del “plan” de Cambiemos. No la fantasmal “lluvia de inversiones” que se aleja cada vez más del horizonte, sino el abultado y vertiginoso endeudamiento (ante una eventual suba de la tasa de interés de la Reserva Federal) o la huida de capitales hacia la calidad, así como un eventual golpe al sobrevalorado precio de las materias primas que alimentan a la raquítica economía argentina.
Pero además, recrudece las tensiones entre las distintas fracciones internas de los empresarios: casi todo el universo de la burguesía industrial “no monopolista” cree que el triunfo de Trump legitima el proteccionismo.
Como un daño colateral del vendaval norteamericano, el triunfo de Trump golpea al centro de gravedad del relato de Macri que pierde una batalla que apenas estaba empezando.
A la complicada situación interna de la "revolución de la alegría", Macri le suma el presente griego de un viejo conocido, con el que alguna vez hizo "pequeños" negocios, pero que ahora llegó a la cumbre del poder montado sobre la aguda crisis de la principal potencia imperial.

Fernando Rosso

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