Sobre el concepto de transición en el "Partido Obrero"
El Partido Obrero ha publicado y puesto a la venta en forma publica, un folleto titulado “Los desafíos de una transición histórica”, donde se recogen las intervenciones realizadas por su dirigente, Jorge Altamira, ante los delegados del partido en el XXII Congreso de ésta organización realizado en la semana santa de este año.
No deja de resultar curioso, sobre todo en nuestro país donde la vida interna de los partidos políticos es un misterio guardado bajo siete llaves a la mirada del gran público, que un partido, que se define por su carácter socialista y revolucionario, dé a publicidad abiertamente todos aquellos elementos que estuvieron presentes en las discusiones de una instancia organizativa tan fundamental para la vida interna de un partido político como es su Congreso nacional.
De hecho, es poco común o desconocido que se realicen congresos en la mayoría de fuerzas políticas que pululan en el país, donde se acuerden democráticamente los lineamientos de la intervención de esas fuerzas en una situación nacional e internacional, marcadas por las crisis.
Menos común aún, es que los aspectos esenciales de sus análisis, su estrategia, sus construcciones frentistas y métodos sean entregados a la sociedad para ser sometidos a discusión.
En general, es el misterio, la maniobra y el escamoteo lo que define la vida interna de las organizaciones políticas de la burguesía y de la pequeña burguesía.
La realización de debates congresales al interior de los partidos es una práctica abandonada o nunca realizada por estas organizaciones, las que prefieren actuar en la realidad nacional, desde un empirismo vacío y donde todo su programa de acción se inscribe de acuerdo a la intervención de los lobbys corporativos empresariales que los financian; la opinión de la prensa burguesa y los prejuicios sociales de una pequeña burguesía reaccionaria inclinada a la política. Un licuado electoral fantástico, destinado al único fin de cosechar votos.
Mientras, los “especialistas en candidatearse” se pavonean en los medios de prensa, obedientes de los mandatos del capital nacional y extranjero, como corresponde a una clase política subordinada. La publicación de este folleto del PO responde a necesidades inseparables del proceso de transición que anuncia: por un lado, porque intenta generalizar a los más amplios sectores el debate sobre una estrategia obrera de salida a la crisis; por el otro, porque se transforma en un intento saludable de popularizar el lenguaje de la izquierda revolucionaria (en contraposición al confuso y lavado “relato socialista” de una pequeña burguesía democratizante, horizontalista, “independiente”, filo foquista o conciliadora) al comunicar en forma abierta de cara a los trabajadores lo que resulta de sus análisis, diagnósticos y perspectivas discutidos en su Congreso. El PO intenta entrar en dialogo con las más amplia masa de activistas, y esto en medio de una crisis que mantiene atenta la escucha de los trabajadores, dando forma, de este modo, a un objetivo estratégico que es definido como imprescindible, “la fusión del movimiento obrero con la izquierda”.
Los problemas de la transición
Toda transición supone un pasaje de un estado a otro y como consecuencia un cambio de situación o el pasaje “de una crisis a otra crisis”.
Altamira afirma que es en el análisis de las transiciones donde se ven aparecer los elementos que expresan todos los desequilibrios por la que atraviesa la situación política, y estimula a los delegados y a los militantes del Partido Obrero para que estudien la transición política, considerada desde el punto de vista metodológico como opuesta a la “reafirmación de la constancia” sostenida por otros partidos de la izquierda y la centro izquierda. Este polémico concepto de “reafirmación de la constancia” debe ser entendido como el sentimiento intelectual que, ganado por la inercia de los hechos y la repetición de las etapas, sostiene el carácter permanente de lo dado (inmutabilidad de la situación) y no como sinónimo de fortaleza de principios o firmeza en las convicciones.
La negación o la ignorancia de la transición política, realizada por los partidos tradicionales y pequeños burgueses, es la expresión de su incapacidad para caracterizar a sus propias organizaciones y partidos como organismos vivos e insertos en la lucha de clases. Las ideologías conservadoras y conciliadoras con el régimen burgués coloca a estas organizaciones en una posición de desmentida de cualquier proceso de mutación social, sobre todo, cuando el movimiento obrero tiene una fuerte intervención.
Pero en esta negación de la transición, de algún modo esperable por parte de las fuerzas tradicionales y centristas de la burguesía y la pequeña burguesía, Altamira incluye, “hasta cierto punto a la (propia) izquierda de carácter sectario” cuya actuación es el resultado de una necesidad política que los absuelve de orientar y dirigir al movimiento obrero en un cuadro de mutaciones sociales y reacomodamiento de fuerzas históricas, en el empeño por permanecer como opositores y no “saltar el cerco” de transformarse en una alternativa política. El encuentro de Atlanta podría ser un ejemplo de eso. Donde sectores de izquierda (organizados en el FIT) que consiguen consagrar representación parlamentaria con más de un millón 300 mil votos vuelven al redil ideológico que los atenaza detrás de referentes políticos hostiles al manifiesto político acordado por el Frente de izquierda.
Es en el análisis profundo de la transición en donde se aspira a descubrir la dinámica real de una situación inmersa en una crisis que supera la coyuntura, y no en las maniobras de ida y vuelta adhiriendo a sectores que se han demostrado hostiles al programa de la izquierda revolucionaria, conciliadores con la burocracia sindical y estatistas en el reclamo a la burguesía.
Aplicar con rigor el método marxista a la investigación de las transiciones en sus diferentes aspectos (subjetivos y objetivos) tiene la función de potenciar todos los fundamentos estratégicos de la acción de un partido obrero que, en definitiva, interviene cotidianamente para que el proceso que emerge se desenvuelva en un sentido revolucionario.
En una transición conviven simultáneamente elementos contradictorios que se corresponden a una y otra etapa y que contienen conexiones objetivas que superan el impresionismo resultante de un determinado relato, sea este liberal o nacional y popular. Por eso, se puede concluir en que “la bancarrota de 2001/2002 se ha transformado en la bancarrota de 2008” y se ha proyectado en la crisis de deuda que en la actualidad conduce a un rodrigado y a la entrega del patrimonio nacional por parte de un gobierno que pintado de “nacional y popular”, termina atado a los organismos internacionales de crédito como cualquier vulgar personaje neoliberal.
Altamira, con su análisis de la transición, reemplaza el estudio de la situación político económica, feteándola en etapas, por una mirada atenta e integral a todo el proceso de crisis.
La transición es un conjunto de elementos opuestos y contradictorios dentro de una dinámica más general, que subordina y subroga la temporalidad de “la etapa” a un estudio superior y más universal de los elementos constitutivos de la crisis. La transición es en algún sentido la negación de las “etapas”, aunque muchas veces se confundan o se discutan como una misma cosa.
Las etapas tienen una característica ordinal donde se sujetan una a las otras; “la etapa” influenciada como planteamiento por estalinismo esboza desde su concepción unos de los problemas esenciales de esta fuerza reaccionaria: la deficiencia del pensamiento dialéctico.
Los cultores de las etapas las demarcan siempre por algunas abstracciones que expresan el alcance de los nuevos “signos que surcan el cambio de la etapa”, por lo que entienden como un inadmisible el análisis de las contradicciones que se desenvuelven en el proceso político. La “etapa”, tiene para ellos el valor fetichista de lo “concreto” y este, a su vez, es resultado del dilema simple entre el blanco o el negro. Es por eso que no le resulta difícil al dirigente del PO poder demostrar como un absurdo del imaginario de una izquierda históricamente obediente y domesticada al nacionalismo burgués, la evaluación que en 2005 el kirchnerismo, con su política de quita de deuda, dio un golpe de timón que “marcó un cambio de etapa” hacia la izquierda.
En el folleto del PO se demuestra contundentemente que el famoso giro K en el tema de la deuda (de 2005) fue parte de la misma transición que conduce a la bancarrota capitalista de la actualidad. La “etapa” de Néstor está marcada por la búsqueda de una salida burguesa a la emergencia del “argentinazo” y toda su mística antiimperialista se resuelve detrás del pago del cupón PBI.
El primer punto de la transición, siguiendo a Altamira, lo encontramos entonces en una nueva bancarrota, encabezada esta vez por el kirchnerismo, que afecta a jubilados, destruye la moneda y destina las reservas a los pagos a los organismos internacionales. Los K, menemistas devenidos en montoneros nacionales y populares, hoy deambulan por el mundo entregando el petróleo a Chevrón, negociando con el FMI, el Club de París y entregando la soberanía de la negociación de la deuda con los fondos buitres a la Corte suprema de EEUU.
El famoso producto K, heredero de la lucha de masas callejeras en contra de las políticas neo liberales, recurre en el marco de su decadencia y fracaso como movimiento liberador a impulsar leyes antimanifestaciones, aplicar leyes antiterroristas y al intento de represión de toda lucha popular: Berni, Milani, etc.
Altamira, en su discurso publicado, explica los alcances de esta bancarrota en un lenguaje didáctico, cargado de ejemplos que permite sacar conclusiones a cualquier trabajador sin llegar a ser un especialista en economía, alcanza con prestar un poco de atención para entender las características de la transición actual, su relación con el pasado reciente abierto en 2001 y sus perspectivas.
El rol de la izquierda
Altamira insiste en que los trabajadores deben “saltar el cerco” desde el movimiento “peronismo nacional y popular” a la izquierda. De este salto, que ya tuvo su expresión en las últimas elecciones, fundamentalmente es la capital de la provincia de Salta, y en las posiciones que el clasismo viene ganando en sindicatos, comisiones internas y cuerpos de delegados, se derivan consecuencias fenomenales que empiezan a escribir una nueva historia. El debilitamiento de la burocracia sindical, es una; la tendencia a la disolución de las fuerzas del centroizquierda, es la otra y, finalmente, englobando todo esto, el copamiento del peronismo por un grupo empresario de la vieja Ucede, es lo que marca su degradación completa como representante de las aspiraciones de las masas y, si se quiere, el triunfo político e ideológico de los viejos postulados de la “libertadora” en el movimiento nacional y popular.
Es en la intersección de todos estos elementos donde la izquierda revolucionaria debe hablar “desde la claridad”, analizando, despojado de sus matices impresionistas, del fenómeno de la transición.
“Los desafíos de una transición histórica” es un recomendable ensayo para estudiar y debatir los retos presentes y futuros que enfrenta la construcción de una herramienta emancipadora del movimiento obrero.
Daniel Cadabón
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