A 45 años del Cordobazo
Las elecciones de la CTA Micheli, del próximo 29 de mayo (la fecha no parece haber sido elegida al azar), proponen reformular la discusión del cuadro histórico que ocupa el clasismo en un escenario de crisis marcado por la decadencia del peronismo, en su versión nacionalista y popular, y un crecimiento de la izquierda revolucionaria que ha logrado representación parlamentaria sobre la base de 1 millón 300 mil votos.
La crisis del kirchnerismo pone en cuestión no sólo la supuesta existencia de “un estado de bienestar” en el marco del capitalismo nacional y popular, sino el rol que ocupan las direcciones sindicales de los trabajadores del Estado y sus estrategias conciliadoras, dado que el “progresismo” dirigente y burocrático de la CTA (de ambas CTA) sostiene en términos estratégicos, y de manera inclaudicable, al Estado-patrón como el origen y el horizonte de las políticas de “bienestar con justicia social”.
El carácter de clase que prefigura la existencia de ese Estado para los capitostes de la CTA no tiene mayor importancia, porque todo el razonamiento de su progresismo centroizquierdista se vertebra sobre la creencia conservadora de una verdad histórica indiscutible “el capitalismo es necesario e inexorable” y este es su límite infranqueable.
Una observación atenta de sus acciones y programas, desnuda una CTA cuyo principal reclamo consiste en el reforzamiento del Estado. Es la estrategia de un sindicalismo solidario y solicitante de políticas de “más Estado con justicia social” o, como proponen abiertamente que el Estado sea el que “alimente a los pibes, subsidie a los pobres, brinde una mejor educación y salud, libere a la patria…”etc, es decir, se trata de un sindicalismo conciliador que procura desconocer que ese mismo Estado, que refuerzan en sus pedidos, es la representación concentrada del capitalismo ajustador y subsidiario, pagador serial de las deudas a los buitres y vaciador del Anses y los fondos públicos, protector de los magnates del juego y la trata, impulsor del gatillo fácil.
Primero lo primero. Es común que la centroizquierda sindical copartícipe de estas posiciones burocráticas “progresistas”, justifiquen el rechazo de una definición de las CTA hacia el clasismo –entendido como una lucha independiente del movimiento obrero de carácter anticapitalista y por el socialismo- sosteniendo que cualquier definición política en este sentido estorbaría la supuesta renovación que los sindicatos deben llevar adelante impidiendo el ingreso de la “política partidaria” a un espacio de masas pluralista. Esta justificación, que se dibuja para la tribuna como una respuesta tardía a la repugnante integración con el poder oficial de las tradicionales burocracias peronistas de los “gordos”; escamotea una realidad de mas de 3 décadas de existencia: detrás de la famosa “neutralidad e independencia política” sindical de las CTA, Yasky-Micheli-De Genaro, han armado un enorme campo de maniobras para integrarse al Estado sin distinciones de que representante de los capitalistas ejerza el poder.
Así los encontramos asociados al gobierno de la Alianza hasta el 2001 (levantamiento de la carpa blanca en solidaridad con el nuevo gobierno de De la Rua-Cavallo) o al kirchnerismo hasta el 2008 cuando su supuesta “independencia” de la política los enfrentó a una crisis que terminó por dividir la central entre oficialistas y sociedad rural-mesa de enlace.
Para decirlo de un modo mas frontal: el progresismo es una agencia de conciliación de clases que reparte sus simpatías de acuerdo a como evolucione la crisis entre los de arriba porque su estrategia no supera los limites del reformismo que postula: que en la medida en que el Estado-patrón supere sus cuentas fiscales hace posible el famoso “derrame de justicia social”.
Es en este sentido, que lo que se juega en las próximas elecciones del 29 de mayo tiene un carácter estratégico que supera las maniobras burocráticas de fraude y cualquier política abstencionista. Las elecciones en la central michelista contienen en si un elemento político y el añadido cultural de reforzar la conciencia de los trabajadores a una salida independiente de la conciliación de clases con las que convidan las burocracias sindicales en sus versiones nacionalistas burguesas. En el aniversario del cordobazo se vota entonces por la continuidad de estas estrategias conciliadoras, donde encuentra sentido la tragedia del movimiento obrero argentino y de un modo más general, la de un pueblo llamado a marchar detrás de opciones que terminan por decepcionarlo en cada tramo histórico. O, por el clasismo, representado en la Lista 3, que se define como inconciliable en esta batalla contra las clases patronales, sean estatales o privadas, que ajustan a los trabajadores en función de hacerles pagar una crisis que no provocaron.
La supuesta neutralidad política del michelismo y sus aliados, en medio de un cuadro de despidos, suspensiones, tarifazos y carestía de los productos de la canasta familiar, es decir, en medio de un “rodrigado”, no es producto de tratar de mantener una central obrera “apartidaria” sino la madre de las indefiniciones que en si misma que marca todo un programa político. El michelismo (lo mismo vale para el yaskismo) está expectante de la resolución que la burguesía y la política le den a la crisis, pretende que los trabajadores se mantengan al margen y que no intervengan en forma directa y con sus métodos para derrotar el ajuste, porque una política obrera independiente, en lugar de “reforzar al Estado” capitalista lo debilitaría, abriendo perspectivas nuevas donde las decisiones de los trabajadores en asambleas empezarían por desplazar a la propia burocracia de las centrales obreras y de los sindicatos conciliadores.
Esto es lo que está en juego entre las listas michelistas y las listas clasistas en las próximas elecciones del 29 mayo.
Daniel Cadabon
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