El folletín del siglo XIX (la antigua “novela por entregas” de Dumas, Dickens, Balzac y tantos otros) fue remozado con los adelantos tecnológicos: el siglo XX, con el avance de lo audiovisual, nos dio las novelas por televisión. Y ahora éstas, en su “versión 2.0” –además de los televisores, se las puede ver también en pantallas de computadora y teléfonos móviles, desde plataformas digitales–, vienen dando, los últimos lustros, una amplia variedad de temas y personajes (médicos y enfermeras, náufragos y policías, niños y adolescentes, vampiros, profesores de química y asesinos). Y de ese maremágnum surge House of cards, una historia acerca del poder y la política en Estados Unidos, que tiene atrapado “a todo el mundo”: desde Obama –quien pidió “no spoilers” en Twitter– “para abajo”, sus dos temporadas fueron (y son) vistas por millones de espectadores.
Aunque no es la primera vez que se trata el tema de los políticos, sus asesores y el presidente del país más poderoso del mundo –se han hecho muchas películas y series como The West Wing, comenzada en los ‘90, y las más nuevas Scandal y Homeland –, House of cards, basada en un libro y una mini-serie británica, destila bien la esencia de la política (capitalista): un toma y daca constante; la imbricación entre el poder económico (Raymond Tusk) y el estatal; la utilización de la prensa y el periodismo (Zoe Barnes) como parte de las maniobras para defenestrar a un adversario y/o “posicionarse” ante la llamada opinión pública… mintiendo descaradamente; el empleo de planes de ONG’s para disfrazar otras negociaciones; la compra de voluntades en pos de la “fidelidad” a un político o empresario (el lobbysta Remy Danton); la presión, el chantaje e incluso el asesinato. La serie, atrapante y muy bien compuesta es protagonizada por Kevin Spacey, y su personaje, Frank Underwood, es jefe de la bancada del Congreso de los Estados Unidos que ambiciona llegar a la Casa Blanca, para ocupar el despacho presidencial. Y no se detendrá ante nada ni nadie…
La serie abrió debates en el periodismo y la cultura: ¿es así o no la realidad del “poder político”? ¿Realmente todo es corrupción y engaño contra las masas de “electores”, en pos del enriquecimiento individual? No otra cosa estamos viendo (en la realidad, en las calles) con la reacción de la juventud de Occupy Wall Street, movilizada contra “el 1%” más rico, y con las voces alarmadas de un Stiglitz, un Krugman o un Thomas Piketty, preocupados ante la brutal concentración de la riqueza y la pobreza creciente (y potencialmente explosiva) en los Estados Unidos. Ya incluso Friedrich Engels había señalado, a fines del siglo XIX, cómo Norteamérica caía “más y más hondo en el pantano de la corrupción”: “encontramos aquí dos grandes grupos de especuladores políticos que, de manera alternada, toman posesión del poder estatal y lo explota a través de los medios más corruptos y en pro de los fines más corruptos; y la nación se ve impotente frente a estos dos grandes consorcios de políticos, que ostensiblemente son sus servidores pero que, en realidad, la dominan y la despojan”. El compañero de Karl Marx denunciaba (y anticipaba) así cómo la autotitulada “democracia más antigua del mundo” terminaría siendo una corporación única de empresarios-políticos (y viceversa), disimulada bajo el manto del bipartidismo.
En nuestro país también se ha opinado sobre la serie, y han hablado los políticos: desde Ricardo Gil Lavedra, de la UCR, quien admitió en un diario: “lamentablemente, realidad y ficción no parecen estar demasiado lejos”, hasta Aníbal Fernández, del PJ, confeso espectador. E incluso el periodista Juan Cruz Sanz habló de Sergio Massa (FR) “copiando la modalidad” de la política de Néstor Kirchner: hacer algunas obras públicas visibles y ponerles plata a los intendentes. Dice Cruz Sanz que todo ocurre “Como la serie House of Cards, el personaje de Frank Underwood hace siempre que le deban favores. Y así va llegando al lugar que llega”.
Argentina, aunque no tan rica y poderosa como el imperialismo yanqui, tiene entonces también su casta de políticos que responden a los poderes económicos establecidos, dejando de lado los reclamos populares: el PRO (que une a macristas con radicales y peronistas), el FA-UNEN (donde conviven centroderechistas y centroizquierdistas), el FR y el FpV así lo demuestran: son todas coaliciones políticas de “saltimbanquis”, “en competencia”, sin la menor coherencia política, programática e ideológica: “alianzas” donde pueden convivir –como ocurre en el kirchnerismo– Hebe de Bonafini y Scioli, Horacio González de Carta Abierta con Milani, y Sabbatella con el sheriff Granados.
Demian Paredes
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