domingo, 22 de septiembre de 2013

“Unidos, podemos cambiar la realidad”

La hija de Ernesto Guevara visitó la Fundación Che Pibe, en Villa Fiorito. Compartió la historia de su país, de su vida y los recuerdos de su padre. “Tengan valores y siéntanse con el derecho de exigir lo que es suyo”, dijo a los chicos.

Sobre la calle Baradero, a pleno sol de la tarde, los piecitos descalzos de uno de los niños de la Fundación Che Pibe van corriendo hacia la esquina. Ríen al encontrarse con otros compañeritos y, sin dudarlo, se suman a la murga que acompañaba a Aleida, una de las hijas de Ernesto “Che” Guevara, a visitar esa organización social dedicada a la infancia, ubicada en Villa Fiorito.
La gente se asomaba desde su casa o miraba desde la ventana. Aunque ya están acostumbrados a escuchar la murga, lo que llamaba la atención era que Aleida era escoltada tanto por su gente, que llevaba una remera con la bandera de Cuba, como por los integrantes de la fundación, que la recibían con cánticos, aplausos y ovaciones.
Aleida Guevara es la mayor de los cuatro hijos que Ernesto tuvo con su primera mujer, Aleida March. Tiene 52 años, es médica pediatra, tiene dos hijas, vive en La Habana y milita en el Partido Comunista Cubano (PCC). Su visita a Argentina se debe a que el Centro Oftalmológico Ernesto Che Guevara de Córdoba, originariamente mantenido por recursos enviados desde Cuba, pueda ser gestionado por el gobierno nacional para llevar a cabo lo que se denomina “Operación milagrosa”, que consiste en que todos aquellos pacientes que padecen de cataratas puedan ser operados de forma gratuita.
“Nosotros venimos a trabajar con médicos argentinos que han egresado de la Escuela Latinoamericana de Médicos (ELAM). Queremos hacer un trabajo de relevamiento de pacientes con cataratas”, confirmó Aleida. A cada paso, alguien se acercaba a saludarla, a abrazarla, a darle un beso.
Una vez que logró entrar a Che Pibe, un grupo de niños junto con su maestra comenzaron a cantar “Cuba, Cuba, Cuba / los pibes te saludan” y uno de ellos le entregó una bandera de ese país hecha con tapitas de gaseosa pintadas a mano por cada uno de ellos. Todos querían saludarla o sacar algunas fotos. Es que el nombre de la fundación (Che Pibe) remite al apodo de su padre y fue el que hace 25 años inspiró a un grupo de vecinos a crear ese espacio. “Fue un poco difícil explicarles a los pibes quién era el Che para que entendieran el motivo de la visita”, contó Gastón, uno de los educadores.
Una vez que Aleida pudo sentarse, llevaba en sus brazos a un niño recién nacido que lloraba. Jugó con él hasta sacarle una sonrisita. Luego de haber logrado su cometido, se lo entregó a su madre. Una vez que le entregaron el micrófono, agradeció a todos por haberla “recibido con tanto amor y cariño”. En seguida, las preguntas no se hicieron esperar.
Uno le preguntó qué recuerdos tenía de su padre. Ella reconoció no tener muchos, porque cuando él salió de Cuba ella tenía apenas 5 años. Aun así evocó un momento que la marcó para siempre, que fue cuando había nacido su hermano Ernesto: “Mi madre estaba sosteniéndolo en sus brazos y mi papá estaba detrás vestido con el uniforme verde olivo, característico del ejército cubano, y con su mano, que a mí me parecía muy grande, tocaba la cabecita de mi hermanito recién nacido, con mucha ternura. La imagen de ese contacto me marcó tanto que todavía hoy la recuerdo. Después de eso, prácticamente no lo volvimos a ver”.
“¿Y qué se siente llevar a cuestas el legado histórico de un icono de la Revolución?”, le preguntaron. “Mis hermanos contestarán por ellos mismos, aunque ellos se rían y digan que yo sea la vocera de la familia. En la adolescencia, para mis hermanos varones, pudo haber sido difícil porque había como tres grupos en Cuba: unos éramos niños jóvenes cubanos y como tales nos trataban, no importaba el apellido. Esos eran los mejores. Después, había otro grupo y, como éramos los hijos del Che, y mi papá no estaba, entonces nos tenían como ‘pobrecitos, hay que protegerlos’. Y otros decían que, como éramos los hijos del Che, teníamos que ser los mejores, los más combativos, los más revolucionarios.”
“Entonces –prosiguió–, mi madre fue un bastión muy importante y nos enseñó algo que fue muy bueno: ‘Ustedes durante toda su vida van a recibir muchas cosas por ser los hijos de un hombre que este pueblo ama. Sin embargo, muchas de esas cosas no se las han ganado por mérito propio, entonces tienen que dejarlas pasar. Párense firmemente sobre la tierra, reciban todo, pero dejen pasar lo que ustedes no se han ganado por sí mismos’. Y eso aprendimos a hacerlo muy bien. Pero también hemos vivido en un pueblo que nos ha permitido ser nosotros mismos. No nos ha aplastado con los nombres ni con los apellidos, simplemente nos ha permitido florecer como seres humanos. Por eso siempre digo que para mí no es tan importante ser ‘la hija del Che’, yo lo admiro, lo respeto y lo amo. Pero lo importante es ser hija de un pueblo que me ha permitido ser yo como persona. Hemos tenido las mismas carencias y las mismas felicidades que nuestro pueblo. Somos mujeres y hombres del pueblo. Pero tenemos un gran compromiso, porque cuando tú recibes tanto amor desde que naces... pues bueno, tienes el compromiso de devolverlo. Y en esto estamos.”
A esta altura, no hubo quien no se quedara admirado por la humildad, sencillez y convicción con las que Aleida hablaba. Un muchacho brasileño le preguntó qué pensaba acerca de la situación de Brasil en estos momentos. “Ustedes me preguntan estas cosas y no tienen en cuenta que yo vivo una realidad muy distinta. Entonces, si a mí me dejan decir lo que yo pienso, les podría sonar a un disparate. A veces, es muy fácil criticar. Pero, hombre, si criticas también dame una solución.” Es por eso que, añadió, “cuando me preguntan cosas de un país tengo mucho cuidado a la hora de hablar. Yo creo que hay dos cosas que son esenciales: la primera es la unidad, tenemos que buscar unidad para tener fuerza. A los jóvenes chilenos yo les digo que tienen todo el derecho del mundo a pelear por lo que ellos quieren, pero no se trata sólo de una reforma estudiantil, hay que unirse a los campesinos, a los trabajadores, hay que estar al lado de nuestro pueblo. Si ustedes quieren apoyo para hacer reformas importantes, tienen que estar cuando el campesino los necesite a su lado. Cuando a los mapuches y a los araucanos les venden sus tierras, ustedes tienen también que luchar por ellos. Entonces cuando ustedes salgan a la calle el pueblo entero los va a seguir. Eso es lo que hace el Movimiento Sin Tierra en Brasil, por eso lo respeto tanto. ¿Cómo han logrado todo eso? Con la unidad”.
Tras un largo debate, cuando ya daban los últimos rayos de sol del día, una mujer le comentó que, a pesar de los esfuerzos que hace Che Pibe para ayudar a los jóvenes, muchos de los chicos del barrio de Villa Fiorito caen en la delincuencia o en la droga. Con una sonrisa, la pediatra cubana contestó que “en Cuba se tiene una disciplina muy férrea en el hogar. Cuando yo hablo con los jóvenes, me dicen que en sus hogares no los entienden, que no los escuchan. Yo les digo que la solución no es gritar y pelear, sino ganarse el respeto para que te tengan en cuenta. Tus padres te pedirán cosas sencillas, entonces hazlas y después podrás pedir lo que quieras. Así estás siendo útil y te van a escuchar. En Cuba, nuestras leyes son muy fuertes. Por ejemplo, el narcotráfico se combate a rajatabla. Se pueden encontrar casos aislados, pero se investiga y se condena tremendamente a los narcotraficantes. Se trata de educar a la persona. Para mí, estar aquí hoy en un lugar como éste es muy bueno porque éstas son las cosas que demuestran que sí podemos, que si queremos cambiar nuestra realidad uniendo nuestras fuerzas, sí podemos hacerlo. Aquí está y ustedes lo han logrado. Hay que trabajar para que las generaciones futuras tengan valores y principios y se sientan con el derecho de exigir lo que es suyo”.

Marina Pandolfi
AUNO/UNLZ.

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