martes, 10 de septiembre de 2013
¿Qué industrialización?
Contra lo que el kirchnerismo pregona, nuestro país no ha tenido un cambio estructural en lo que respecta al desarrollo industrial. Un análisis de los aspectos temporales sobre el dinamismo del sector en la economía nacional.
El Ejecutivo insiste con haber llevado el país por la senda del desarrollo industrial. En una nota previa sostuvimos que el principal límite del modelo industrial implementado reside en la ausencia de un proyecto integral y soberano de desarrollo industrial que impidió lo que en economía se conoce como "cambio estructural". En esta segunda parte insistiremos con esta idea pormenorizando aspectos temporales que agregan datos para nada triviales: el dinamismo industrial tuvo su momento "rosa" en la primera mitad del kirchnerismo (2003-2007) y hace más de 5 años que la industria dejó de ser el sector pujante de la economía quedando a la zaga de otros sectores.
Crecimiento y generación de empleo
El crecimiento total de la última década esconde un cambio en el dinamismo de los distintos sectores, ya que el período de mayor crecimiento del sector industrial (cuando superó al del PBI) es el que fue desde 2002 a 2008. En esos años se observa el crecimiento más intenso de la industria, que a partir de allí creció por debajo del PBI. Es decir, hubo un cambio sustancial de la dinámica de expansión del capital donde ya no se verifica una recuperación de la industria en el nivel total de actividad. En 2012 la industria no alcanzaba a representar el 16% del PBI total, por debajo del 17% de 1998, y mucho menos que el 22,5% de 1975.
Esto impactó de lleno en la generación de empleo, fuente básica de inclusión estructural de la población trabajadora. Durante los primeros años del kirchnerismo, la industria junto a la construcción fueron los principales baluartes en la generación de empleo, que permitieron recomponer la situación previa donde el desempleo llegó al 25%. Tras alcanzar el techo estructural, el crecimiento del empleo industrial se desaceleró, creciendo entre 2008 y 2012 un magro 3,6% (0,9% anual). Es decir que la industria expandió su actividad a un ritmo muy superior al que creó empleo, siendo incapaz de absorber la mano que se incorpora al mercado de trabajo cada año. Si a esto se suma que la construcción, empleó en 2012 un 18,3% menos que en 2008, el panorama del mercado de trabajo no es nada prometedor. De aquí el peso que ha adquirido, especialmente para la juventud, el empleo público, a pesar de que allí se remunere en promedio cerca de la mitad de lo que paga el sector privado registrado.
Salarios
La devaluación de 2002 redujo el valor de la fuerza de trabajo y favoreció el crecimiento industrial, al elevar las ganancias del sector. Con la expansión de la actividad, los salarios comenzaron a recuperarse, logrando alcanzar en el sector privado registrado a fines de 2004 el nivel que tenían en la crisis de 2001. Siguieron creciendo hasta fines de 2006, año en el que alcanzaron su techo del período. A partir de 2007, comenzaron a correr sin mayor suerte la carrera contra la inflación quedando detrás en términos reales. En el sector privado no registrado, los salarios recién lograron hacia fines de 2009 alcanzar el nivel previo a la crisis del 2001, sin lograr romper ese techo. Los trabajadores privados no registrados, que ascienden a más de un tercio de los ocupados totales encarnan a los perjudicados principales de un modelo de crecimiento que no fomenta el empleo bien remunerado en la industria sino que, por el contrario, se alimenta del proceso por el cual una parte del empleo que genera tiene que ser mal remunerado para poder obtener ganancias que permitan la supervivencia de la firma.
¿Qué le permite sobrevivir a la industria?
Hasta 2004, la mayor parte de la industria apoyó su crecimiento en la capacidad ociosa ya instalada. A partir de allí, la expansión se basó en un proceso de bajos salarios y de una inversión productiva que permitió elevar la productividad. Este dato explica por qué la industria puede seguir creciendo sin crear empleo, que es la elevación de la productividad por trabajador empleado. Esto indica que, aunque los salarios reales de los ocupados en el sector privado registrado alcancen y superen levemente su nivel de 2001, siguen estando retrasados en relación a los incrementos de productividad, es decir, los industriales pueden pagar los salarios del nivel de la crisis y aún así ganar más.
Los salarios del sector privado registrado mantienen una carrera contra la inflación, sin perder ni ganar en términos reales. Pero el tipo de cambio se mueve bastante por detrás. Entre 2007 y 2008, el tipo de cambio real quedó a niveles de los noventa, y se empezó a apreciar paulatinamente. Este proceso implicó que los salarios se volvieran más caros en dólares. Por esta razón, el encubierto pedido de los industriales que apunta a la devaluación y al control de la inflación.
La competencia externa
La industria, no obstante la devaluación, ha mostrado un déficit comercial persistente en prácticamente todas las ramas. Ese saldo es escondido por el fuerte superávit de los sectores de actividad primaria, pero no elude el problema de la falta de competitividad industrial, que solo sobrevive ante la falta de una planificación del desarrollo industrial si median ajustes del tipo de cambio.
La forma tradicional de fomentar la industrialización hubiera sido aumentar los impuestos a las importaciones, de manera de proteger el mercado interno. Marcelo Diamand proponía además un sistema de reasignación donde lo recaudado ahí se dirija a fomento a las exportaciones, para ganar competitividad. El gobierno no hizo de esto más que un tibio y mal articulado intento cuando empezó con las restricciones a las importaciones en 2012. Todo esto habla de la escasa articulación de una política de desarrollo estratégica.
Con empleo y salarios reales estancados hace años, se comienzan a escuchar las demandas de las patronales. Se presentan así los límites del modelo industrial del período y las contradicciones características del modo de producción que, lejos de verse superadas por intentos de consenso y pactos sociales, exigen transformaciones rotundas.
Francisco J. Cantamutto y Mariano Treacy
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