Desencantados con una economía que promueve el individualismo y el consumo depredador, miles de argentinos se suman a ferias en las que los objetos se regalan, comparten traslados en automóvil con desconocidos u ofrecen alojamiento gratuito a viajeros del exterior.
En medio de una intensa ola de consumismo, algunos argentinos empiezan a experimentar las ventajas de compartir objetos y servicios, en lugar de comprarlos.
Son tendencias incipientes en este país sudamericano, pero que crecen apoyadas en las plataformas 2.0. Los usuarios comparten una misma preocupación por el cuidado ambiental y cierto rechazo al consumismo. Pero también su voluntad de incrementar el contacto comunitario y de fomentar la confianza entre las personas.
“Necesitamos mucho menos de lo que consumimos. Por eso, la base de nuestras ferias es el desapego, la necesidad de liberar objetos del concepto de propiedad privada”, explica Ariel Rodríguez, creador de La Gratiferia bajo el lema “Traé lo que quieras (o nada) y llevate lo que quieras (o nada)”.
La iniciativa se puso en marcha en 2010. La primera feria fue en su casa, en el barrio porteño de Liniers. Rodríguez puso a disposición de amigos y vecinos libros, discos, ropa, muebles y otros bienes que acumulaba y no necesitaba. Preparó también algo de comer y sirvió algo de tomar.
Con el tiempo, hubo quienes lo imitaron y, recuerda, la feria número 13 “salió a la calle y explotó” con la difusión en redes sociales. “Es algo que rompe con los esquemas”, dice Rodríguez. Los visitantes se acercan con incredulidad, sin saber si tienen o no derecho a tomar objetos sin dejar nada a cambio.
La gente puede ir a una gratiferia con los objetos que desea liberar y no tiene que preocuparse de que alguien se los lleve. La idea es justamente que encuentren un interesado en prolongar su vida útil, en lugar de adquirir uno nuevo.
“Es como un reordenamiento de los objetos que además genera una socialización interesante porque surge un patrimonio que ahora es comunitario”, define Rodríguez.
Las gratiferias se extendieron a ciudades de algunas provincias y también a Chile, México y otros países, aseguró su impulsor.
Este fenómeno no nace, según Rodríguez, en un contexto de crisis, como el sistema de trueque, muy popular ante el colapso social y económico de fines de 2001. “Esto es un intento de responder a una crisis más larga de nuestra relación con lo material”, define.
La práctica prendió n otros ámbitos. En la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires, un grupo de estudiantes organizan este mes una feria de apuntes para compartir, de manera gratuita, material de estudio ya utilizado.
“La idea va con el ánimo de las gratiferias y debería ser un movimiento más amplio que abarque otras facultades, pero por lo pronto estamos tratando de que se afiance en Ingeniería”, dice a Tierramérica el estudiante Santiago Trejo, uno de los organizadores de la feria, que recolecta material y lo pone en circulación.
Son modalidades sui géneris del consumo colaborativo, expresión acuñada a comienzos de 2000 en Estados Unidos para identificar mecanismos para compartir o permutar aparatos electrónicos, libros, ropa, calzado, instrumentos, muebles, bicicletas y hasta automóviles.
En 2011, la revista estadounidense Time definió el consumo colaborativo como una de las 10 ideas capaces de cambiar el mundo.
Propuestas similares surgieron entre quienes consideran que viajar no es solo trasladarse a otro sitio, sino vivir una experiencia humana y social con personas que habitan otro lugar del planeta.
“Cuando fui a Europa me alojé en ‘hostels’ y al volver me di cuenta de que no tenía mucha idea de cómo vivía la gente de esos países, o qué pensaban del nuestro”, cuenta a Tierramérica la joven Aranzazú Dobantón, de 24 años, que trabaja y estudia cine.
Hace cuatro años, registró su perfil en la plataforma internacional Couchsurfing, que acerca a personas dispuestas a alojar en su casa a visitantes extranjeros. La operación, que comienza con intercambios de correo y un encuentro previo, se concreta sin dinero, solo compartiendo el techo y la experiencia.
El grupo local tiene más de 5.000 personas registradas.
“Hasta ahora recibí a unas 15 personas de distintas partes del mundo. De Dinamarca muchos, de México, Filipinas, Francia, un turco que vivía en Alemania”, recuerda Dobantón. Como anfitriona, ella establece las condiciones. Se conocen por Internet y ya en Buenos Aires se encuentran primero en un sitio público.
“Los que se quedan son muy dispuestos. A veces cocino para ellos, otras veces ellos preparan. Se dan cuenta de que no es fácil recibir cuando una trabaja. Pero son gente normal, que tiene las mismas inquietudes que una, pero que viven otra realidad”, dice.
Los visitantes luego escriben en su perfil cómo se sintieron alojándose en su casa, y esos comentarios llevan a que otros quieran hacer la experiencia. O no. Ella, a su vez, también puede hacer uso de esta red para alojarse en una casa cuando tenga que viajar. Hasta ahora solo lo experimentó en Uruguay.
El consumo colaborativo es una modalidad de la economía del compartir, que está adquiriendo tal auge en Estados Unidos que la firma de corretaje y servicios financieros ConvergEx advierte en un artículo que podría tener efectos “catastróficos” en la economía capitalista tradicional.
El mayor desarrollo se da en torno a los viajes en automóvil. Con la idea de ahorrar dinero y de reducir la contaminación y el congestionamiento, varias plataformas conectan a personas dispuestas a compartir el vehículo, el traslado y los gastos.
“Vayamos juntos” y “En camello” son dos de estas redes argentinas donde cada interesado publica su oferta o demanda de viaje, punto a punto. Están quienes solo buscan compartir el viaje de su casa al trabajo, o los que necesitan trasladarse de una provincia a otra, o a ver un espectáculo musical o un partido de fútbol.
En otros países, como México, el transporte compartido tiene varias modalidades, como el automóvil multiusuario, que permite acceder a un vehículo cuando se lo necesita, pagando una tarifa por hora, o una suscripción mensual o anual. Igual que con las bicicletas públicas, hay que recoger el auto en una estación y dejarlo en otra.
En Argentina, cada una de las propuestas ya tiene miles de usuarios registrados, y se van acumulando opiniones sobre la experiencia de compartir.
Marcela Valente
Periodismo Humano
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