domingo, 22 de septiembre de 2013

“El hombre nuevo crece y evoluciona”



La médica alergóloga y pediatra cubana, que disertará el martes en la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco, llegó a la Argentina para motorizar una campaña sanitaria junto a médicos argentinos recibidos en Cuba.

De su padre heredó la mirada encendida y la sonrisa amplia. Aleida Guevara March viajó a la Argentina para motorizar una campaña sanitaria. Junto a médicos argentinos graduados en la Escuela Latinoamericana de Medicina de La Habana participó ayer de una actividad en Gan Gan, Chubut, casa por casa, para relevar cataratas y pterigium (otra enfermedad ocular) entre sus habitantes. El objetivo es declarar a esa localidad “zona libre de ceguera evitable”. La iniciativa se complementa con análisis de hipertensión y diabetes, en el marco del aniversario de Gan Gan. La médica alergóloga y pediatra cubana disertará el martes en la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco. Guevara March dialogó con Página/12 antes de viajar al sur del país.
–Usted llegó a la Argentina para impulsar una campaña de salud.
–Me invitó la fundación Un mundo mejor es posible. Ellos trabajan mucho con las misiones cubanas y del ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América). “Yo sí puedo” es un método desarrollado por Cuba para aprender a leer y escribir en pocos meses. Cuando lo estábamos implementando en distintas partes de América nos dimos cuenta de que había personas que no podían leer ni escribir porque tenían pequeñas lesiones oculares. Entonces comenzó la Operación Milagro para devolver la visión a todas esas personas y que eso no fuera limitante para aprender. Operamos gratuitamente a los pacientes de cataratas y se les dan sus lentes graduados. Hicimos dos hospitales, en la frontera con Bolivia, donde fueron operados alrededor de 36 mil argentinos. Operación Milagro funciona hace diez años.
–También apoya la campaña de solidaridad con Antonio Guerrero Rodríguez, Fernando González Llort, Gerardo Hernández Nordelo, Ramón Labañino Salazar y René González Sehwerert, cubanos detenidos por Estados Unidos por espionaje.
–En el juicio de estos compañeros los oficiales de inteligencia de Estados Unidos demostraron, fehacientemente, que ninguno de ellos tenía secretos que pudieran perjudicar al gobierno de Estados Unidos. El juicio es totalmente falso. El único interés que tiene Cuba es saber lo que intentan hacer las organizaciones terroristas, formadas por cubanos, que viven en el sur de la Florida. Sostenidos por el gobierno norteamericano y la CIA, han cometido actos atroces contra la vida del pueblo cubano. Si ellos cumplen con sus leyes, los cinco están de vuelta en Cuba ya, sin un día más de demora.
–Hablemos de su familia. Una anécdota recuerda que su madre estaba embarazada de usted. Su padre, que se encontraba en un viaje protocolar por China, difundiendo el mensaje de la Revolución Cubana, esperaba un varón.
–Ya tenía una hija de su primer matrimonio y quería un varón, por esas cosas de los latinos, para preservar el apellido. Para su desgracia fue mujer. Entonces le mandó una nota a mi mamá diciéndole: “Si es hembra, tírala por el balcón” (risas). Mi mamá había estado once horas de parto y terminó en una cesárea porque yo venía de cara y no dilaté. ¡Imagínate cómo se sintió la mujer! ¡Puf! Dicen que lloró horrores. Cuando él llegó a la casa, enseguida subió a verme. Al principio mi mamá no lo dejaba entrar, le decía que me había tirado por el balcón. Después todo quedó en familia.
–En el segundo embarazo de su madre, el Che estaba desesperado.
–El estaba en el (Museo del) Louvre, vio la imagen de la Mona Lisa. Compró una postal y le escribió a mi mamá: “Me paré delante de la Gioconda y le pregunté ‘¿Qué traerá mi mujer en el magno vientre?”.
–Cuando nació su hermano, su padre estaba en Cuba.
–Camilo pesó 5 kilos. Era bien grandote y hermosísimo. El médico salió con el bebé en las manos y lo felicitó. Una de las mejores amigas de mi mamá, que estaba a su lado, fue a felicitarlo. Se levanta antes que ella, la sienta, la felicita y le regala un tabaco. Estaba tan entusiasmado que hizo todo eso en un segundo. Decidió ponerle el nombre de un gran amigo. Así estarían juntos dos guerrilleros: Camilo Cienfuegos y Guevara.
–Para compartir más tiempo, el Che, que sostenía interminables jornadas laborales, la invitaba a usted al Círculo Infantil o a pasar con él un fin de semana durante el trabajo voluntario.
–Yo iba en el auto con nuestro perro Muralla, en el asiento trasero. Tengo flashes en la memoria de bajar por una rampa del Ministerio del Interior, que en ese momento era el de Industria. No me gustaba nada el círculo, quería estar en mi casa.
–¿Qué otros momentos recuerda junto a su padre?
–Lo recuerdo vestido de militar, en su habitación, tocando la cabecita de Ernesto, mi hermano menor, con su manota grande. Siempre pienso que de alguna manera había una ternura extraordinaria en él. Se fue de Cuba para el Congo cuando Ernesto tenía un mes.
–Al regresar del Congo, mientras se preparaba para viajar a Bolivia, pide ver a sus hijos.
–Entró clandestino al país, no podíamos saber que era él. Si no, al otro día, estaría diciéndoles a mis compañeros de escuela que lo había visto. Ya estaba disfrazado del viejo Ramón.
–En la cena usted retó a ese hombre misterioso que llegaba a su casa como amigo de su padre. El Che solía agregarle agua al vino que bebía.
–(Ramón) se sirvió el vino tinto puro y le dije: “¡Tú no eres amigo de mi papá! ¡El toma el vino con agua y así es rico!”. Fui y le eché agua en el vino. Para dos niños chiquitos los amigos de los padres tienen que ser como ellos. Era una niña de cinco años que defendía con toda la pasión del mundo los gustos de su padre.
–¿Cuándo comenzó a extrañarlo, a sentir su ausencia?
–En la adolescencia. De una manera extraordinaria, mi mamá logra que querramos a mi papá aunque no esté presente. Pasa el amor que sentía por él a sus hijos. Nos mostró sus escritos, las cosas que iba haciendo o diciendo.
–Los amigos del Che también le mostraron el afecto y la admiración que sentían por su padre.
–A Estefanía, mi primera hija, la tuve por cesárea. Cuando me recobré veo a dos hombres vestidos con ropa de salón quirúrgico al lado mío: Ramiro Valdés y Oscar Fernández Mel. Ellos me dijeron: “Como tu papá no está, estamos nosotros”. Esos son los amigos con los cuales me eduqué y me crié. Desde muy pequeña estoy llena de ese afecto, de ese calor.
–En Evocación. Mi vida al lado del Che, su madre cuenta el amor que vivió al lado de su padre.
–No tengo recuerdos de mi mamá y mi papá besándose. Ella siempre fue muy cuidadosa de su intimidad. A partir del libro todo se hace más claro, más hermoso para mí. Siempre supe que se habían amado intensamente, pero el libro lo confirma. Es muy lindo para un ser humano saber que eres fruto de un verdadero amor.
–La pérdida de su padre aparece como un momento desgarrador en el libro.
–Tremendo. Sobre todo para ella. Nosotros éramos muy pequeñitos. Lo más duro fue que mi mamá me leyera la carta de despedida de mi padre llorando.
–Treinta años después llegaron los restos de su papá a Cuba.
–Habíamos acordado con mi mamá que iríamos un rato al lugar. Era una cuestión más bien formal. A las 7 abría la Plaza de la Revolución, a la 1 se cerraba. Mi mamá estaba allí todo ese tiempo y nosotros con ella. El mismo día que se llevan sus restos, nos fuimos para Santa Clara. Y estuvimos en la biblioteca provincial donde los expusieron. En el último momento, mi mamá, que se había portado estoicamente, comenzó a llorar desgarradoramente. Le pregunté que quería hacer.
–Entonces, ella le contó la historia del pañuelo. ¿La recuerda?
–Antes de la toma de Santa Clara, mi papá se cayó y se rompió el brazo. Y hubo que ponerle un pañuelo de cabestrillo. Cuando papi se va al Congo, ella le regala un pañuelo. El pañuelo nunca apareció en Bolivia. Mi mamá tenía la réplica del pañuelo y quería ponerlo en sus restos pero no sabía cómo. Cuando nos contó la historia del pañuelo, pedimos permiso, mi hermana levantó la tapa del cajón y puso el pañuelo con los restos. Es la conclusión de esa historia de amor que nos dio la vida a todos nosotros. Muchos años después ese amor está ahí. Ojalá todos pudiéramos amar y ser amados con esa intensidad. No todos tenemos ese privilegio.
–Su madre ocupó un lugar fundamental en la Dirección de la Federación de Mujeres Cubanas y fue una apasionada de la historia.
–Se licenció como maestra. Mi papá la estimuló mucho a que siguiera estudiando. Como siempre le gustó mucho la historia, hizo la licenciatura en la Universidad de La Habana. Ayudó a escribir un libro sobre movimientos sociales y la historia de América latina para nuestros niños.
–¿Cómo está ella?
–Está muy bien. No reconoce que tiene 80 años y si se entera de que te lo he dicho me mata. Ahora está al frente del Centro de Estudios Che Guevara. Es muy cuidadosa con su aspecto. Sigue siendo nuestra jefa. Es bueno tenerla.
–¿Dónde se inscribe el hombre nuevo en la coyuntura internacional actual?
–El hombre nuevo es ese hombre, esa mujer que evoluciona para cambiar una sociedad y cuando la transforma tiene que seguir creciendo para continuar mejorándola. Sinceridad, sencillez, honradez, respeto al ser humano sobre todas las cosas, solidaridad hasta las últimas consecuencias van conformando al hombre nuevo. Ese es el concepto que he visto en la vida de mi papá, que para mí es el mejor hombre nuevo, el más completo.

Adrián Pérez

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