jueves, 12 de septiembre de 2013

G20: la cumbre de la hipocresía



La reciente reunión del G20 se autodefinió como ‘cumbre de la producción y el empleo’. Con ese título, los jefes de los Estados pretendieron responder al vendaval social desatado por la crisis capitalista en sus propios países, y que tiene su principal manifestación en la desocupación masiva. La declaración del G20 admite, precisamente, que el mundo “padece la crisis más profunda y prolongada de la historia moderna”. La reunión, sin embargo, no trajo ninguna salida. Sólo aportó un ‘relato’, dirigido a encubrir la política de trasladar a las masas la bancarrota del capital.
La “foto de familia” del Grupo de los 20. Presentada como la “cumbre de la producción y el empleo”, la reunión de presidentes sólo aportó un relato dirigido a encubrir la política de trasladar a las masas la bancarrota del capital.
La “foto de familia” del Grupo de los 20. Presentada como la “cumbre de la producción y el empleo”, la reunión de presidentes sólo aportó un relato dirigido a encubrir la política de trasladar a las masas la bancarrota del capital.
“Afianzar el crecimiento y crear empleos está al tope de nuestras prioridades”, dice el texto aprobado, que hace votos por “resolver la desocupación y la subocupación en las personas jóvenes”. En realidad, detrás de esta ‘preocupación’ se encubre la política de la más cruda precarización laboral. A comienzos de este año, la Comisión Europea emplazó a sus Estados a desarrollar ‘medidas’ para paliar la “insoportable sangría del paro juvenil”. En sintonía con ello, Rajoy puso en marcha un plan de ‘empleo joven’ que liquida todas las formas de estabilidad laboral, libera de impuestos a las patronales y convierte al empleado en una suerte de monotributista o pasante. Como ya se verificó en el pasado, la precarización no remediará el desempleo, que no es resultado del ‘costo laboral’ sino de la paralización económica causada por la quiebra del capital. En cambio, lo que sí ocurrirá es una caída histórica del salario y las condiciones laborales del conjunto de la clase obrera.
En otra expresión de impostura, la declaración del G20 “advierte sobre los riesgos que generan las guaridas fiscales”. Pero en este punto, es bueno recordar cuando Wikileaks reveló las operaciones con bancos “extraterritoriales” de ministros del gobierno francés, de allegados al gabinete ruso, banqueros de Wall Street y grandes capitalistas europeos, entre otros. La mitad de las operaciones de la bolsa de Londres se maneja con fondos que provienen del dinero sucio. Es cierto que los Estados capitalistas recelan del vaciamiento fiscal que produce la creciente clandestinización de las finanzas. Pero al mismo tiempo, la gran banca depende como nunca de estos fondos sucios, que han concurrido a su rescate y le aportaron liquidez en los momentos más agudos de la crisis. La proliferación de “paraísos” revela la existencia de una masa gigantesca de capital ‘en espera’, cuya repatriación -o “blanqueo”- está condicionada a las oportunidad de lucrar con la crisis y la desvalorización de activos. La “preocupación” del G20, en este punto, ha sido otro saludo a la bandera.
Finalmente, los titulares de los diarios presentaron a la cumbre oponiéndose a una escalada bélica sobre Siria. La reunión no apoyó una incursión ‘unilateral’ de los Estados Unidos, pero tampoco produjo ninguna oposición explícita frente a esa posibilidad. Once de los miembros del G20, por cuerda separada, reclamaron una “conducta firme” contra Siria, caucionando las amenazas de Obama.
Después de tanto palabrerío, ¿quién se convirtió en el principal propagandista de las resoluciones del G20? Por supuesto, el gobierno argentino y sus periódicos afines, que saludaron a una cumbre supuestamente “más progresista” que las del pasado.
Al fin y al cabo, en la reunión de San Petersburgo las cosas no fueron muy diferentes al ‘relato’ nacional y popular, que empaqueta el 35% de precarización laboral con invocaciones a la “cultura del trabajo”, y recibe con Cedines a los depositantes de las ‘guaridas’ (o refugios) fiscales.

Marcelo Ramal

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