miércoles, 7 de febrero de 2018

Dogmas muertos: el olor a sangre

En el artículo Al margen de la ley Sergio Bufano ensaya una ética en la que ancla a “partisanos” “en la gloria de un proyecto revolucionario derrotado”. Habilita el tema parteaguas de la Argentina pos-sarmientista: civilización/barbarie, situado en los márgenes que el paso del tiempo le ha otorgado como clarividencia, del deber ser y el deber-inculcar, y anoticia que “los objetivos de justicia social deben seguir intactos”, reivindicándose para sí la herramienta: democracia, por cuanto devenido demócrata, no queda otra opción que su oponente: tiránico.
Y cuando sostiene “ratifico lo afirmado en Clarín: los miembros del RAM abandonaron a su suerte a Maldonado”, nos envía a otra literatura: tema del traidor y del héroe, de cuya moralidad no se puede extraer otro fundamento que lo taimado (el indio traidor, de Echeverría para acá, abundante en nuestra literatura –cuya ficción impuso una realidad educativa–).
La cientificidad invocada, en ejercicio de exculpar(se), dispensa el justificativo del lugar y momento, y que quien escribe como Sergio Bufano (o su sombra distraída en su demócrata devenir) deja intacto el accionar de quienes ¿piensa? que tienen intactos los objetivos de la justicia social. Así, prefiere el diálogo con la conversa montonera Patricia Bullrich (a quien antes que los dogmas se le mueren los seres humanos que en su accionar político la rodean) que con Ignacio Vélez Carreras.
Bullrich es quien mejor expresa “el olor a sangre”, toda su vida política está codeada con la muerte: con el olor a sangre, de Montoneros, pasando por Nisman, y llegando a Chocobar. Esta semana, fundamentó el estado de excepción, a la vez que Bufano exculpa(ba) a la Gendarmería por la muerte de Santiago Maldonado, por ello su error de cálculo en tiempo y lugar, y ese error de cálculo hará que no pueda despegarse sino jamás, fácilmente, a lo más rancio y mortuorio de este presente.
“El juez que haga lo que quiera, nosotros vamos a llevar adelante la defensa de la acción”, sentenció la ex-Montonera, a la que se le mueren los dogmas, los principios y todo lo que la rodea, porque no huele más que a sangre. Ese “vamos a llevar adelante la defensa de la acción”: es –autorizamos a las fuerzas de seguridad a matar por la espalda, porque sí, y punto. Un “al margen de la ley” sensiblemente más preocupante que la “la leyenda del inasible RAM” traficada por el devenido demócrata patobullrichesco. “El juez que haga lo que quiera”. Increíble. El juez no hace lo que quiere. Hace lo que la ley (de)manda. El juez, a imagen y semejanza de Patricia Bullrich Luro Puyrredón.
En Violencias de Estado la intelectual Pilar Calveiro (ex-detenida desaparecida argentina) sostiene y demuestra que “la llamada guerra antiterrorista no pretende eliminar al terrorismo, por el contrario, alimentarlo como fenómeno marginal que es, para proveer un enemigo y un escenario de guerra hipotéticos, que justifiquen cualquier intervención militar”. Y Bufano con el tarro del alpiste para poner en el comedero del pajarito de la RAM. Esos que, según la vicepresidenta en la cúspide de la estupidez argumental, “tenían flechas”.
Calveiro, en el 2012, en la obra citada, publica sobre la operación de construcción acerca de los grupos mapuches como “terroristas”, dentro del amplio abanico de “terrorismo” y sobre la “flexibilización del estado de derecho” en “la construcción de una red represiva global”. No puede pasarse por alto, que cada una de las acciones/afirmaciones de Bullrich “calzan” en el despliegue teórico de Calveiro, cuya realización es a priori de las acciones/afirmaciones de esta ministra (o sea, una nueva versión de los “administradores de la vida y la muerte” –que podemos localizar en otra obra de Pilar Claveiro–).
Si Bufano pretende eliminar todo contexto, estamos en un grave problema de “democracia sitiada”, o, dicho de otra manera: si para sostener “la democracia” se hilvanan puntualidades inconexas, a Bufano se le murió el concepto. Quizá, para precavernos del activismo setentoso (Bullrich, Bufano, Vélez Carreras, González, Calveiro) que tanto inoportuna a Bufano, convendría remitirnos a alguien insospechado de integrar una organización militante militarizada, y retomar la lectura de esas páginas denominadas Odio a la Democracia (primera versión en español, 2012 –de la versión original del año 2000-) de Jacques Rancière. Para este pensador francés, “la palabra «democracia» [es] un operador ideológico que despolitiza las cuestiones de la vida pública para tornarlos «fenómenos sociales», al mismo tiempo que niega las formas de dominación que estructuran la sociedad”. Y procede al ocultamiento del “dominio de las oligarquías estatales, identificando la democracia a una forma de sociedad, y el de las oligarquías económicas asimilando su imperio apenas a los apetitos de los «individuos democráticos»”. En el límite, afirma que “si las palabras sirven para enredar las cosas, es porque la batalla sobre ellas es indisociable de la batalla sobre las cosas”. Quizá también Rancière tenga el dogma muerto, pero no tiene olor a sangre…

Leandro Andrini

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