domingo, 5 de noviembre de 2017

Comisario Alberto Villar: el prototipo del verdugo



Conocido por sus métodos represivos, el comisario Villar fue uno de los creadores de la Triple A. Hoy sigue siendo recordado por la Policía Federal como “uno de los suyos”.

En el Club Atlético, uno de los centros clandestinos de detención dependientes de la Policía Federal, el retrato del comisario Alberto Villar ocupaba un lugar preferencial. La patota lo veneraba como a un símbolo, con la misma ciega admiración que despertaba en ellos Adolfo Hitler o Benito Mussolini. Aunque había transcurrido más de un año de su muerte, ocurrida el 1° de noviembre de 1974, el comisario Villar fue de algún modo inspirador del golpe militar del 24 de marzo de 1976. Sobre todo, de la metodología desplegada por las bandas asesinas del proceso. "Sin duda no era ultra izquierdista, pero tampoco pertenecía a la ultraderecha. Era un policía de raza que creía sinceramente en la represión que debía ejercer, como última razón, en un organismo depositario de la fuerza y designado para encauzar los desbordes violentos". En su libro Seguidme, una apología de la figura de Villar, el comisario Jorge Muñoz –uno de sus principales colaboradores— hizo esta curiosa referencia ideológica del feroz represor, pero a la vez lo definió de manera rotunda: "Un policía de raza". Villar asumió con fervor el rol de perro de caza a sueldo que desde el poder se le asigna al policía en defensa del sistema. En esa función, reprimió todo lo que había que reprimir, hasta a la propia policía. Por todo eso, hoy sigue siendo un símbolo, una personalidad respetada entre sus pares, las nuevas generaciones de represores formados a su imagen y semejanza.
"La psicología del individuo, difiere esencialmente del de la masa; el hombre solo –
bueno o malo– es una voluntad consciente y activa. La multitud en cambio es inconstante. Este es el terreno del mal y, muy raramente del bien; y constituye evidentemente el caldo de cultivo donde fermentan los instintos, que los agitadores han explotado ampliamente.
Es la Policía la que debe dictar la ley a los insurrectos y no éstos a ella; por eso habéis sido instruidos en los principios de la ofensiva, y los hombres que conduciréis en el futuro, nunca recibirán de vosotros la orden de ¡Adelante! sino la de !!!SEGUIDME!!!".
El discurso (enfatizado sin escatimar signos de admiración en el libro de Muñoz) fue pronunciado por Villar en 1969, como cierre de un curso para jefes de las policías provinciales sobre "Desórdenes urbanos". Un tema fundamental para los vigías del poder, en el año del Cordobazo y otras importantes movilizaciones populares contra la dictadura de Juan Carlos Onganía. Concientizar a la tropa sobre la peligrosidad de las masas y subyugar al policía como instrumento ciego del poder, fueron la constante prédica de Villar. En un tiempo donde todavía se buscaba el eco revolucionario en la cabeza de los uniformados llamándolos a "apuntar el fusil hacia otro lado", Villar llegó a decir, en un mensaje difundido por Radio Nacional: "Cada policía federal sabe que ha dado mucho, pero también sabe que ni el todo es suficiente. Cada agente federal viste siempre su uniforme, como lo hacen todos los policías del mundo, sin saber si esa será la última vez, pero lo hace con orgullo, piensa que su vida seguirá siendo útil hasta después de su muerte". La absurda satisfacción de ser carne de cañón en defensa de un sistema perverso.
El grupo represor especializado de la Policía Federal comenzó a gestarse en 1969, pero adquirió forma en 1971. Villar, por entonces director general de Orden Urbano, tenía la jefatura de los principales cuerpos represivos: Guardia de Infantería, Policía Montada, Unidades Móviles, División Perros. De hecho comenzó a formarse una estructura paralela. La logia de "Las Caras Felices", que se reunía en la sede de la Fundación Renato Salvatori, en el barrio de Belgrano, fue el punto de partida, según el ex-policía Rodolfo Peregrino Fernández. Los policías reunidos en torno de la figura de Villar constituyeron una de las vertientes principales en la conformación de la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A). El propio comisario Muñoz, en su libro, reconoce que en agosto de 1970, al hacerse cargo de la Dirección de Tránsito de la Federal, Villar dio su primera "respuesta" al creciente protagonismo popular. Luego de realizar un curso de especialización en Francia, en 1963, tomó el modelo de la "force de frappe" (pequeño grupo altamente tecnificado, con tremendo poder de ataque) diseñado por Charles De Gaulle y creó las "brigadas antiguerrilleras". El Cuerpo de Unidades Móviles, tal su denominación formal, fue comandado personalmente por Villar no sólo en la Capital Federal sino también en acciones cumplidas en Córdoba, Tucumán y en otros lugares del país. En esos años, uno de sus principales colaboradores, desde la jefatura del Cuerpo de Guardia de Infantería, fue el comisario Silvio Colotto.
Después del Cordobazo Villar tomó debida nota. Los "federales" fueron convocados a Córdoba el 15 de marzo de 1971. Ese día estalló el "Vivorazo", denominado así porque fue la respuesta a la patoteada verbal del gobernador cordobés Camilo Uriburu, quien dijo que iba a desalojar a la "víbora roja" del famoso Barrio Clínicas. Ese día hubo paro general y acto público en la plaza Vélez Sársfield, a pesar de la militarización de la ciudad. Por la noche, varios centenares de hombres llegados desde Buenos Aires y al mando de Villar, realizaron detenciones, allanamientos ilegales y todo el repertorio aplicado después por la dictadura del ’76.
Villar volvió a Córdoba el 22 de octubre de 1972, también para reprimir huelgas y movilizaciones. Frente a la delegación de la Policía Federal, sus secuaces detuvieron a un ciudadano cordobés al que subieron por la fuerza a un carro de asalto, donde le dieron uno de los habituales tratamientos "antiguerrilleros". El hombre, ni bien se repuso, hizo la denuncia ante la policía provincial. Villar y su patota, con escopetas y ametralladoras en mano, tomaron la comisaría cuarta, donde se había hecho la acusación. En su afán por llevarse el expediente con la denuncia, Villar le pegó unas bofetadas al comisario cordobés, mientras sus hombres rompían todo a su paso. Los policías cordobeses se nuclearon y buscaron revancha, rodeando a los federales en el Parque Sarmiento. Debió intervenir el Tercer Cuerpo de Ejército para apaciguar los ánimos. Ante tamaño escándalo, el general Jorge Cáceres Monié, jefe de la Policía Federal, dispuso el pase a disponibilidad de Villar y de algunos de sus hombres. La sanción se prolongó unos meses, hasta el 29 de marzo de 1972, cuando el policía fue reivindicado en un acto público por el propio Cáceres Monié‚ y por el presidente de facto general Alejandro Agustín Lanusse. Retornó a la acción en agosto de 1972, ascendido al grado de comisario mayor, cuando se puso al frente de las tanquetas Shortland que derribaron la puerta de la sede del Partido Justicialista para secuestrar los féretros con los cadáveres de los presos políticos fusilados en Trelew.
Según Muñoz, el comisario Villar pidió retiro voluntario en enero de 1973, pero lo cierto es que su condición de retirado fue obligatoria a partir de mayo de ese año, cuando Héctor Cámpora asumió como presidente. El 28 de enero de 1974 fue convocado nuevamente por el Poder Ejecutivo, por gestión del entonces ministro de Bienestar Social José López Rega y del general Jorge Osinde, con la aprobación inmediata del presidente Juan Domingo Perón. Lo nombraron primero subjefe y luego jefe de Policía y por decreto 312/74 fue ascendido a comisario general. Junto con Villar, retornó al servicio activo otro represor y moralista implacable, el comisario Luis Margaride, designado superintendente de Seguridad Federal. En el breve ínterin como pasivo, Villar había creado junto con Colotto la agencia privada de seguridad e investigaciones Intermundo S.R.L.. "La canalización de dicha actividad le haría también famoso dentro del campo privado empresarial, ya que muchos industriales querían contar con su especial asesoramiento...", comentó Muñoz en su libro sobre este paso dado por Villar. Con el correr de los años, la agencia pasó a llamarse Escorpio y uno de sus nuevos propietarios fue el general Carlos Suárez Mason. Uno de los trabajos iniciales de Intermundo fue encargarse de la custodia personal del creador del Opus Dei, monseñor José María Escrivá de Balaguer, que visitó Buenos Aires en 1973.
En su nueva etapa como activo, además de Margaride, el comisario Villar se rodeó de hombres que, como él, habían sido en algún momento cuestionados y hasta encarcelados por la propia policía. Las acusaciones contra esos personajes iban "desde el asalto a la extorsión, el contrabando, el tráfico de drogas y la trata de blancas" (citado por Ignacio González Janzen en su libro La Triple A). La nómina incluía a Esteban Pidal, Elio Rossi y "el chacal" Héctor García Rey, quien fue jefe de la policía de La Rioja en 1984. Fue destituido de ese cargo por el entonces gobernador y años más tarde presidente Carlos Menem. García Rey, en abierta complicidad con Zulema Yoma, esposa del mandatario, salió a defenestrar a Menem y lo "acusó" de tener colaboradores de pasado izquierdista. La acusación la hizo aprovechando una de las tantas crisis matrimoniales entre Menem y Zulema, quien llegó a amotinarse en la sede policial para apoyar a García Rey, en contra de su propio marido.
Otros secuaces de Villar en su retorno al servicio fueron el subcomisario Juan Ramón Morales, el subinspector Rodolfo Almirón Cena y los suboficiales Jorge Ortiz, Héctor Montes, Pablo Mesa, Oscar Aguirre y Miguel Ángel Rovira. Los nombrados Almirón Cena y Morales fueron custodios personales de López Rega y huyeron con él cuando abandonó la Argentina. Almirón se desempeñó en 1983 como custodio del dirigente derechista español Manuel Fraga Iribarne, según denunció la revista Cambio 16. González Janzen sostiene que "decenas de activistas de derecha fueron incorporados formalmente a la Policía, y en el Estado Mayor de Villar apareció un ex militante de Tacuara, Federico Rivanera Carlés". En los años ochenta, Rivanera Carlés lideró el pro-nazi Movimiento Nacionalista Social.
El auge de la Triple A coincidió con la presencia de López Rega en el gobierno y de Villar en la Federal. Uno de los asesinatos más notorios de la organización ultraderechista fue el del diputado peronista Rodolfo Ortega Peña, ocurrido el 31 de julio de 1974. Según el policía Peregrino Fernández, el comisario Villar tenía "odio personal y enconado" contra Ortega Peña. Minutos después del crimen, Villar llegó a la comisaría 15°, en cuya jurisdicción fue cometido el crimen del legislador. "Secreto de sumario" fue lo único que dijo ante los periodistas. Las sospechas apuntaron siempre hacia los hombres del entorno más íntimo de Villar. La Brigada de Explosivos fue otra creación del supercomisario. El cuerpo de elite fue responsable de muchos actos terroristas, por ejemplo de la bomba que mató a José Colombo, director del diario El Norte, de San Nicolás.
En noviembre de 1974, a Villar lo mató una carga de tres a cinco kilogramos de gelinita. El explosivo había sido colocado en el interior del crucero Marina, propiedad del policía, anclado en un sector del arroyo Rosquete, en el Tigre. Sólo estaban a bordo el superpolicía y su esposa. La custodia personal se quedó en puerto, a salvo, mirando cómo volaba todo. En un primer momento, el hecho se le adjudicó a Montoneros y hasta se conoció un presunto comunicado reivindicatorio de la organización guerrillera, firmado por tres supuestos comandos desconocidos hasta entonces y que después jamás reaparecieron. En noviembre de 1986, el juez federal Alberto Piotti reabrió la causa y las sospechas recayeron sobre López Rega. En su libro, el comisario Muñoz denostó a la Triple A y sostuvo que sus "acciones descontroladas tampoco contribuían a la tarea de pacificación dentro de la orgánica que había impuesto Villar. Para ello ordenó una investigación y la penetración de grupos que pudieran estar proclives a emprender acciones extremas y actuar por cuenta propia contra la subversión. Los resultados de dicha averiguación quedaron dentro de su conocimiento confidencial; pero al parecer llegaron a preocuparlo". Como entre bueyes no hay cornadas, nada dijo sobre la posible responsabilidad de algunos miembros de la Triple A en el atentado. Está claro que tampoco puede darse crédito al despegue que hace de Villar de la organización terrorista, recurso al que apelaron otros notorios miembros de la Triple A como Aníbal Gordon o el comisario Colotto, quien aseguró públicamente, años después, que Villar fue asesinado por hombres vinculados a la Federal.
Aunque parezca extraño, no debe descartarse alguna diferencia de forma dentro de la organización terrorista. Villar era un verdugo clásico y quería una "ofensiva" policial frontal, sin tapujos, con los jefes a la cabeza, como manifestó en su discurso del ’69. "Cruzado de la eterna lucha entre el Bien y el Mal, no defendió un orden cualquiera sino el Orden Natural. Amaba a su Dios y a su Patria y combatió implacablemente a los enemigos de estos valores superiores. Su vocación no era la represión sino el orden", dijo Muñoz en su apología de este represor de marca mayor.

Carlos Rodríguez
Periodista* rodriguezcarer@yahoo.com.ar

* Carlos Rodríguez es periodista de la Sección Sociedad e integrante de la Comisión Interna gremial del diario Página 12. Autor, entre 1984 y 1998, de la "Galería de Represores" que se publicaba en el periódico "Madres de Plaza de Mayo".

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