A contrapelo del optimismo de los círculos empresariales con el progreso del paquete de reformas, la Bolsa porteña se despachó este martes con una caída superior al 4%. En varias jornadas, el Merval acumuló un descenso del 14%, fagocitándose un mes de subas continuadas. Un diario de finanzas se animó a titular “un Martes negro en la Bolsa”, rememorando a aquel martes que marcó el debut de la crisis capitalista más profunda de la historia.
A contrapelo de ese diario, los analistas financieros salieron a calmar las aguas. Por caso, entre las causas del desplome se mencionó a la fuerte caída de las acciones del Banco Macro, por las revelaciones del caso Ciccone.
También se dijo, con razón, que muchos especuladores dejaron sus posiciones en la Bolsa para colocarlas en las letras del Banco Central, habida cuenta de que la tasa de las mismas fue elevada al 29%. Los analistas calculan que quienes ingresaron dinero al país para colocarlo en Lebacs obtuvieron este año la friolera de un 11,5% de beneficio en dólares. Al fundar la baja de la Bolsa en un hecho particular, los 'expertos' buscaron aventar otra hipótesis más temida -a saber, la de una desconfianza en la marcha general de la economía macrista.
Pero cuando se tira del piolín del hecho “particular” -o sea, la suba del interés de las Lebacs, las implicancias son bien mayores. Según los observadores, el gobierno subió las tasas para aplacar una inflación que no cesa, y que se refuerza con los tarifazos e impuestazos (los cuales tendrán mayor alcance con la reforma tributaria en discusión).
La consecuencia, en este punto, es un enfriamiento del crédito y, por lo tanto, de la propia actividad económica. Pero casi nadie señaló el otro objetivo de esta suba de rendimientos de las Lebacs: asegurar la propia renovación de estas letras, de cara a la zozobra que genera el crecimiento explosivo de la deuda del Banco Central. Esa mochila alcanza hoy los 66.000 millones de dólares, y representa el 123% de la base monetaria. Además, supera en 11.300 millones a la tenencia de reservas del Banco, lo cual delata su virtual quebranto. Al elevar el interés de las letras, el propio Banco encareció el costo de reciclar este pasivo, cuyo costo anual -en términos de interés- subió ahora a 20.000 millones de dólares anuales, si se considera un tipo de cambio estable (La Nación, 15/11).
El ingreso de dólares para participar de esta especulación refuerza la revaluación del peso -y esa revaluación agrava el peso de la deuda pública medida en dólares, empezando por la del mismo Banco Central.
Pero la participación de los especuladores en esta bicicleta financiera está condicionada por otro factor -las tasas de interés internacionales. Una suba de éstas, combinada con la percepción de que las Lebacs conforman una bola de nieve insostenible, podría desatar una fuerte salida de capitales. Justamente, los analistas consideran que la suba de la tasa de los bonos a diez años del tesoro norteamericano también contribuyó a la caída de ‘nuestra’ Bolsa. En conexión con ello, otro gerente de inversiones asoció al tropezón del Merval con “la caída de los bonos basura en el mundo” (¡!) (El Cronista, 14/11), confesando, de este modo, qué calificación le dan los “inversores” al redituable mercado financiero local. El último argumento para explicar el "martes negro" es todavía más sorprendente: la “incertidumbre por el paquete de reformas que impulsó el gobierno” (ídem, 13/11). Esta afirmación puede interpretarse como una presión para que se aprueben las reformas impositiva, laboral y jubilatoria. Pero, también, como expresión de las dudas existentes en los círculos capitalistas respecto del proceso económico considerado de conjunto. El gobierno ha financiado una rebaja de impuestos a la clase capitalista con impuestazos al consumo y endeudamiento. Pero los impuestazos agravarán la inflación y golpearán a la ya débil recuperación económica, mientras que la contracción de nueva deuda se encuentra condicionada por la magnitud de la hipoteca ya contraída, y por un posible agotamiento del período de tasas de interés bajas en las finanzas internacionales. El tropezón bursátil no es la única señal de desasosiego patronal: a pesar de colocar a su hombre en el Ministerio de Agricultura, las agroexportadoras han liquidado un 12% menos de divisas en este año, porque demoran la liquidación de divisas y están reteniendo parte de la cosecha de soja. Ello contribuye a un déficit comercial que este año alcanzará los 8.000 millones de dólares, y que también se financia con endeudamiento.
Toda exageración es una versión amplificada de la realidad. Y esto le cabe al “martes negro” de la economía macrista. El sofocón, por ahora pasajero, puso de manifiesto los límites y las contradicciones de la política oficial, a la luz de una bancarrota capitalista internacional que continúa en desarrollo. Los trabajadores argentinos y sus conquistas históricas no pueden ni deben inmolarse en el altar de una política y un régimen social sin futuro.
Marcelo Ramal
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