domingo, 4 de febrero de 2018
La batalla de Caseros y la caída de Rosas
El 3 de febrero de 1852 tuvo lugar la batalla de Caseros, en la que el “Ejército Grande” integrado por el imperio de Brasil, Uruguay junto a exiliados porteños en la entonces Banda Oriental, Entre Ríos y Corrientes a las órdenes de Justo José de Urquiza vencía al gobernador de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas.
El sentido estratégico de Caseros
A lo largo del siglo XIX la formación de la Argentina moderna atravesó distintas etapas políticas acompañadas de enfrentamientos y conflictos civiles armados, de variado tipo y envergadura, que actuaron como fuentes de legitimidad política o adquirieron un papel destacado en los procesos de construcción estatal. Por ejemplo, el periodo inmediato a la ruptura colonial fue caracterizado por Halperín Donghi como una etapa de “Revolución y guerra” para señalar el proceso de politización y militarización que atravesó, en todas sus facetas, la sociedad en esa época. Es posible reconocer otro momento hacia 1820, cuando lo militar adquiere una nueva legalidad con el afianzamiento del caudillismo y las milicias montoneras provinciales como un fenómeno emergente frente a la disolución del poder nacional que, aunque precario, concentraba las decisiones de un orden político inicial en construcción.
La batalla de Caseros expone en el lenguaje de las armas el inicio de una etapa transicional hacia la consolidación definitiva del país como semicolonia capitalista y a Pavón como su punto consagratorio. Caseros representa, como acto de fuerza, el intento de los sectores dominantes bonaerenses y del litoral de imponer su voluntad sobre el rosismo, en función de sus intereses económicos y a más largo plazo políticos.
La etapa de gobierno rosista –previo a Caseros– había asegurado la hegemonía y la acumulación de capital de los sectores terratenientes de la provincia de Buenos Aires y en menor medida del Litoral sobre los comerciantes porteños y las oligarquías provinciales del interior, combinando la expansión de la frontera productiva, el aumento del stock ganadero y la comercialización en el mercado interno con el control de la navegación de los ríos y el manejo de los ingresos provenientes de la aduana. El equilibrio inestable de esta alianza de poder se altera en los años previos a Caseros y se expone abiertamente con el pronunciamiento de Urquiza en 1851.
Varios son los factores que inauguran estas condiciones. Las fuerzas centrípetas del comercio internacional se hacen sentir en Buenos Aires y serán el preludio de estos cambios. Son los años en los que el capitalismo se afianza a nivel mundial, expandiéndose a nuevas ramas de producción (segunda revolución industrial) y aumentan los flujos comerciales y la demanda de materias primas. Los terratenientes porteños se plantean estrechar los lazos con el comercio mundial a gran escala, superar el agotamiento del régimen de los saladeros, dar mayor impulso al libre comercio y a la exportación de cuero y lana. En otras palabras, imprimir un nuevo rumbo a al imaginario político y a la economía bajo el modelo de Rosas.
Un segundo aspecto está vinculado a la recuperación de la economía ganadera de la región del Litoral de conjunto y especialmente la entrerriana durante el período de la Guerra grande en la Banda Oriental (1838/51) y los sucesivos bloqueos anglofranceses a Buenos Aires. Los estancieros del litoral habían experimentado y confirmado durante esos años las ventajas de liberar el comercio fluvial y ultramarino al establecer vínculos directos con Montevideo. Así como hemos señalado los límites del nacionalismo rosista, Urquiza tampoco puede ser considerado un mero títere de las potencias extranjeras. El líder entrerriano, que desde 1841 se había convertido en el gobernador más poderoso del litoral, se transformó en el representante de este nuevo frente decidido a tomar las riendas para la reorganización de los negocios del país enfrentando a Rosas.
Se planteó, de este modo, una confluencia transitoria de intereses entre los terratenientes porteños, los sectores del Litoral y la joven burguesía comercial porteña, ésta última históricamente dependiente e intermediaria del capitalismo europeo, favorable a profundizar el intercambio y el libre comercio. Como plantea M. Peña, “llegó un momento en que el sistema rosista ya no sirvió (...) y entró en conflicto con la clase que lo había sostenido desde la primera hora. A la hostilidad de los estancieros del Litoral se sumaba la de los estancieros porteños, la propia base de sustentación de Rosas.”
Los intereses foráneos hicieron lo suyo. A partir del pronunciamiento urquicista de 1851, que afirmaba la ruptura del entrerriano con Rosas “de una manera clara, positiva y pública” como requerían las instrucciones al encargado del Brasil en Montevideo, Rodrigo da Souza Silva Pontes, el imperio brasilero verá la oportunidad de sumarse a las fuerzas del Litoral otorgando ayuda material a cambio de estabilidad en la Banda Oriental (expulsión del ejército rosista), asegurar su área de influencia (Río Grande do Sul) y conquistar un antiguo anhelo, la libre navegación del Paraná.
De este modo las bases de la coalición antirosista estaban configuradas. Este es el sentido estratégico indispensable para comprender la batalla de Caseros y su desenlace.
El combate
La batalla fue rápido, comenzando a primera hora de la mañana y culminando a horas de la tarde. Desde el punto de vista militar movilizó un volumen de fuerzas importante para la época de casi 50 mil soldados, se calculan aproximadamente 25 mil al mando de Urquiza (10.000 de infantería y 15.000 de caballería, 45 piezas de artillería) y 22 mil para el ejército rosista (10.000 soldados de infantería, 12.000 de caballería, 50 piezas de artillería y 4 coheteras).
Los partes de guerra esquemáticamente indican que Urquiza ubicó en el centro a las tropas de infantería y a la división imperial brasilera (al mando de Sousa), en ambos extremos a la grandes divisiones de caballería y grupos de artillería distribuidas en todos los frentes y en la retaguardia. Rosas ubicó del lado izquierdo a un grupo de infantería al mando de Pedro José Díaz y de caballería dirigida por Lagos, del centro a la derecha la artillería dirigida por Chilavert, sostenida por batallones de infantería y la caballería comandada por Videla.
Rosas desoyó las sugerencias de su Consejo de guerra de elegir otro campo y retirarse a la ciudad para provocar el desgaste del Ejército oponente, adoptando finalmente la opción de presentar batalla. Urquiza, por el contrario, avanzando sobre el arroyo Morón hasta llegar a la zona donde se encontraba el Palomar de Caseros, residencia de Rosas transformada en centro de campaña, aplicó una táctica ofensiva y envolvente que destruyó el frente derecho rosista mientras desgastaba el flanco izquierdo con las tropas al mando del gobernador de Corrientes Virasoro. El combate duró mientras la artillería de Chilavert y las fuerzas de Díaz resistieron hasta quedarse sin municiones. El Ejército Grande de Urquiza había vencido.
A propósito del resultado, suele plantearse que la superioridad de recursos, financiamiento y preparación del Ejército Grande anticipaban el desenlace o que Rosas fue sorprendido por la traición de Urquiza. Lo que quedó en evidencia previo al combate fue el apoyo que encontró Rosas entre los sectores populares mientras el ejército urquicista sufría deserciones y en su trayecto hacia Buenos Aires los pobladores daban muestras de indiferencia. Si junto a la infantería se hacía jugar esa fuerza social en el combate ¿no era posible relativizar las desventajas objetivas del ejército rosista? Pero eso hubiera implicado un levantamiento no sólo contra el agresor sino también el despertar de la movilización en la campaña, revirtiendo el gran legado a la futura clase dominante, el control sobre los indios y las bases para el disciplinamiento y proletarización del gaucho, reaseguro de que las tierras no serían ocupadas. Aquí quedan abiertos varios interrogantes. ¿El respaldo del resto de las provincias no podría haber sido un punto de apoyo para Rosas? ¿Consideró que implicaba agotarse en un conflicto interminable y poco beneficioso, dejando nuevamente una economía sin recursos y agotada? ¿Fue esa la direccionalidad que primó entre sus decisiones políticas y militares?
Inicio de una etapa
Es fundamental comprender Caseros como un escenario no exclusivamente militar sino que conecta fenómenos políticos y sociales, de cambios internacionales y su impacto nacional con los reacomodamientos estratégicos de sectores de clase dominante. Perdido el apoyo de su clase, Rosas decide capitular. Lo abandonarán no solo sus colaboradores políticos cercanos sino principalmente el núcleo de los hacendados bonaerenses, sin afectar el factor de estabilidad social que habían heredado del rosismo y preservando su riqueza. Urquiza y más tarde Mitre van a gobernar con los Anchorena, primos de Rosas y emblemática familia de la santa Federación rosista.
Hay que bajar a los próceres de los pedestales, decía un historiador, incluyendo sus batallas. Lejos de ser el momento inaugural de un proyecto “autónomo/libre” de modernización del país Caseros inaugura, respaldado por las armas, una etapa transicional hacia la consolidación de su carácter dependiente, replanteando el mapa político para la llamada organización nacional, sin solución inmediata, como la relación ni más ni menos de Buenos Aires con el Litoral.
Liliana O. Caló
• Peña, Milcíades, Historia del pueblo argentino, Buenos Aires, Emecé.
• Marcela Ternavasio, Historia de la Argentina, 1806-1852, Buenos Aires, Siglo XXI.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario