viernes, 8 de agosto de 2014
El nieto 114
La aparición del nieto de la propia presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo repercute como la metáfora de una lucha gigantesca, porque supera las dimensiones de una familia. Refuerza esa metáfora la circunstancia de que Guido -el nombre elegido por su familia biológica- sea ya un hombre maduro, distante en el tiempo de la tragedia de sus padres, el número 114 de los nietos recuperados.
Guido ha desarrollado su identidad a través de los años, ahora recupera su historia. Es también la historia de la generación de los 60 y 70 que, con aciertos y muchos errores, encarnó la aspiración de poner fin a la explotación social. En medio de agresiones imperialistas generalizadas y la masacre de Gaza o, más por casa, el gatillo fácil, la trata de personas y la impunidad, esta recuperación recuerda que solamente la lucha es portadora de una recompensa humana. Más allá de lo que cada hijo o nieto de desaparecidos haga con su historia reconstruida, ella ya es patrimonio de la nueva generación de luchadores.
Guido fue arrancado de los brazos de su madre, Laura Carlotto, cuando ella se encontraba secuestrada en el campo de concentración conocido como “La Cacha”, en la ciudad de La Plata. Fue apropiado por los militares y privado de su identidad. Laura fue asesinada luego de dar a luz. Este crimen está siendo juzgado por primera vez por los tribunales de La Plata, casi cuatro décadas después de su secuestro.
El gobierno ahora pretende atribuirse políticamente el reencuentro de Guido con su abuela, con una cierta razón. A la falta de voluntad de disolver los aparatos represivos, abrir los archivos de las fuerzas armadas y los servicios de espionaje, y romper todo lazo de continuidad con la dictadura, los gobiernos posteriores a 1983 pusieron parte de los recursos del Estado para buscar fosas con personas desaparecidas y hallar a los nietos nacidos en cautiverio.
Políticamente fue otra cosa: punto final, obediencia debida, indulto. Tuvo que pasar un cuarto de siglo, ante los exhortos de extradición de los tribunales españoles, que se reanudaron los juicios a los verdugos, en forma parcial, a paso lento y cuando el impacto político e institucional que podía causar sobre el aparato de represión, se había diluido.
A casi cuarenta años del golpe de 1976, los juicios contra los represores continúan desarrollándose a cuentagotas y las condenas efectivas suman apenas unas decenas. La designación de César Milani en la Jefatura del Ejército significa que, para el gobierno, esta etapa ha concluido. La nueva etapa comenzó hace tiempo, con la represión a los piquetes, la ley anti-terrorista, el Proyecto X, los 5.000 luchadores procesados. Esto, más allá del gatillo fácil, las desapariciones de Jorge Julio López y Luciano Arruga (sistemáticamente ignoradas por el discurso oficial), la impunidad de los crímenes cotidianos contra el pueblo, el encubrimiento del atentado a la Amia y el asesinato de Mariano Ferreyra por parte de una burocracia sindical entrelazada con el Estado y el gobierno -que ha sido reiteradamente respaldada en forma pública y oficial.
En la recuperación de la identidad de Guido jugó un papel central el Banco Nacional de Datos Genéticos, que el gobierno pretende privatizar de la mano de los grandes laboratorios interesados en el desarrollo de la medicina genómica, donde se juegan grandes capitales. La ex Esma ha sido convertida en un foro de propaganda oficial, cuando debía ser el lugar de reivindicación de los ideales de liberación nacional y social de la generación de los 60 y 70. No pudieron quebrar el hilo histórico de la vida de Guido y de los hijos y nietos de desaparecidos, porque, repetimos, más allá del destino individual de cada uno, es patrimonio crítico de las nuevas generaciones.
La recuperación del nieto de Estela Carlotto es un triunfo que todos los trabajadores y luchadores celebran, porque enseña el camino de nuestra propia victoria.
Jorge Altamira
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