martes, 19 de marzo de 2013
Juicio La Perla - Vivos pero muertos
La sobreviviente de La Perla, Patricia Astelarra, concentró en un relato de seis horas el horror vivido en ese campo de concentración. Denunció que la tortura sexual era una práctica sistemática aplicaba a las mujeres secuestradas incluidas las embarazadas como ella. La metodología de exterminio quedó expuesta.
La mujer que fue secuestrada y torturada en La Perla, pasó por La Ribera, y antes de parir a su hijo estuvo alojada en El Buen Pastor, cárcel regenteada por monjas, aportó datos sobre la solución final de un conjunto de militantes que permanecen detenidos desaparecidos y que fueron “trasladados” al “pozo”, o enterrados “dos metros bajo tierra”, según la jerga empleada por los represores para referirse a los fusilamientos.
Contó que los represores fraguaron un secuestro extorsivo –haciéndose pasar por miembros de la Organización Montoneros- y le solicitaron a la familia un rescate de 80 mil dólares. Cobraron 10 mil. Antes de lograr su libertad en 1977, estuvo en la UP1. Cargó con dos funcionarios de la justicia federal – Luis Rueda y Gustavo Becerra Ferrer- de armar una causa y poner preso a su marido en 1984. De la declaración se objetiva claramente la red de complicidades que siguieron en democracia y el poder omnímodo de los genocidas.
Por Katy García – Prensared
” A medianoche, tocaron el timbre. Miro por la ventana y tropiezo con una silla. En ese momento se enciende un reflector que me ilumina y veo un auto rojo con la puerta abierta”. Con estas palabras, comenzó a relatar frente al Tribunal presidido por Jaime Díaz Gavier y por los jueces Julián Falcucci, José Camilo Uriburu y Carlos Ochoa los hechos ocurridos el 1de julio de 1976, mientras se encontraba con su esposo Gustavo Contepomi, en su casa de bajo Palermo. Ambos militaban en Montoneros.
La sobreviviente describió el operativo ilegal realizado por “un grupo enorme, disfrazados para carnaval, con ponchos y vinchas” comandados por (Jorge Exequiel) Acosta quien le preguntaría en la cocina si estaba “organizada” y ella contestaría “estoy embarazada.” La capturaron en el patio, la introdujeron a los tirones a la cocina mientras golpeaban a su marido. La custodiaba un tal “Ropero”. Entretanto, Quijano, el “Yanqui” (Ricardo Luján) y José “Chubi” López robaron dinero y objetos de la casa. “Gritaba para llamar la atención de los vecinos”, en el momento en que fue sacada a la calle por “Palito” Romero. “Estaban torturando a Susana Marco, militante del Ocpo”, afirmó la víctima. Antes, en esa casa, habían vivido militantes de esa agrupación.
Tabicada y maniatada la subieron junto a su marido a un auto manejado por Romero y con Acosta de copiloto. “No entendía nada, se había producido una ruptura con la normalidad. Se mataban de risa, contaban chistes, escuchaban música”, recordó.
Vejámenes, entre la “oficina” y la “cuadra”
La oficina era la puerta de entrada a los interrogatorios para extraer información y retroalimentar el sistema de exterminio puesto en marcha por el Estado terrorista. A la vez y siguiendo a Pilar Calveiro significaba la ruptura con el mundo social. Barreiro fue muy explícito cuando a viva voz le dijo: “Acá están en manos del Comando Libertadores de América (CLA), totalmente aislados. Están vivos pero muertos, nadie afuera lo sabe, nadie va a hacer nada por vos”.
El paso siguiente era la picana. Previo, le mostraron a su marido destruido por la golpiza. En ese lugar “lúgubre” –la sala de torturas- la hicieron desnudar y mientras la picaneaba e interrogada, el “Cura” Magaldi, le levanta la venda y le dice: “esto es para que veas bien lo que voy a hacerte y empieza a vejarme”. En este momento el fiscal Trotta le propone que si está en condiciones y desea hacerlo amplié el testimonio.
Sobre este tema tan delicado, Elizabeth Jelín reflexionaba en Umbrales (2010) que “Más allá del valor de la prueba jurídica en juicios, hay una presión social y judicial para que las mujeres cuenten, expongan detalles y circunstancias”. Y advertía sobre el dilema que se le planteaba como subjetividad que se debate entre exponerse a la mirada social o guardar para sí o para pocos esos hechos y reparar la intimidad vejada. En este caso el fiscal Facundo Trotta le ofreció todas las condiciones para que si lo deseaba lo hiciera. Incluso, desalojar la sala.
“No es fácil, pero lo voy a hacer porque estas prácticas de vejar y violar prisioneras formaron parte de las torturas. Y siempre fueron episodios tremendamente tortuosos hechos por oficiales y suboficiales del ejército. Es un delito de orden público porque son funcionarios públicos”, manifestó.
No fue violada, pero sí manoseada. “Era un deporte que practicaban mucho Hugo Herrera, un degenerado, “Chubi” López, Palito Romero. Todo acompañado de burlas”, especificó. Dijo que era frecuente que las chicas jóvenes sufrieran el mismo trato y citó a María Luisa Salto, Claudia Hunziker, y Pampita (Inés Magdalena Uhalde) como ejemplos. Sobre Pampita dijo que además, Herrera y el Cura, “la ataron con sogas al paragolpe de un vehículo y la arrastraron por un camino interno de tierra produciéndole heridas que luego se infectaron”.
Señaló a López, Acosta y Barreiro como violadores. En los juicios anteriores- D2 y UP1- fueron denunciados este tipo de prácticas y se incluyeron en los expedientes. “Chubi” López la trató de “descarada y mentirosa “. Fue echado de la sala por el presidente del Tribunal Díaz Gavier. Mientras se retiraba, a paso lento, siguió insultando y la policía judicial caminaba detrás de él al mismo ritmo.
Después de la tortura, arrojaban a los cautivos en estado de confusión a ese depósito de cuerpos llamado la cuadra. “Me sentía muy mal. Al rato escucho que alguien me decía ¿sos vos? Era la voz de Ramona Cristina Galíndez de Rossi, apodada “Negrita”.
Negrita Rossi
“Éramos amigas y compañeras y militábamos el territorio, en Montoneros”, rememoró. Mencionó que Negrita, había sido secuestrado cinco días antes que ellos. Fue ella la que la puso al tanto sobre los compañeros que estaban y la alertó sobre las prácticas de tortura física y psicológica a la que sería sometida. “Te van a llevar a una oficina y te van a enfrentar con compañeros y todos te van a pedir que colabores, que así vas a estar mejor”, le confió.
Negrita fue secuestrada mientras caminaba con su hijo de 4 años, Alejandro Rossi, “el Pichi” y con Liliana Gell, militante de JUP. “Salen corriendo, ella le gritaba a Pichi que corra para el otro lado. Era muy chiquito, así que la sigue. A Liliana le pegan un tiro en la pierna y cae”. Terminaron en La Perla con el niño. Contó que la torturan ferozmente, Manzanelli, Barreiro y Romero y que ella pedía por su hijo. “Era una madraza, Pichi era la luz de sus ojos”, expresó muy conmovida y agregó que Negrita logró que lo llevaran con sus abuelos a Villa El Libertador, pero como no les dio datos fue a parar al “pozo”. A Liliana Gell la liquidaron de un tiro.
Fue en agosto cuando las llevaron a la oficina. Dijo que ese día los gendarmes portaban armas largas y que “había un clima de nerviosismo, ruidos y excitación”. Se abrió una puerta y vio a Negrita vendada y amordazada, “Estaba con las manos en la pared y gritaba”, dijo, ahogada por el llanto. También observó que tenían a dos hombres. “Yo fui testigo del traslado de Negrita”, aseveró.
Ella esperaba el mismo destino pero no ocurrió. La dejaron en la oficina unas horas y luego pasó a la cuadra. Otra vez, colchonetas vacías, otra vez el rito de enrollarlas y preservar las pocas cosas que dejaban los que eran seleccionados para matar. “Me quede con su chaleco de lana semigorda, con botones de madera y una foto para enviársela a Pichi”, afirmó.
No pasó mucho tiempo para deducir que cuando la cuadra se llenaba vendrían los “traslados”. La ceremonia se repetía. Los llamaban por sus números y eran subidos a los camiones “Menéndez Benz” que generalmente venían a la siesta. A veces eran masivos, a veces iban pocos, dependía de la Guardia.
La extorsión
¿Porque no la llevaron junto a Negrita? Inquirió el Fiscal. Y narró como la patota organizó un “secuestro” con pedido de rescate. Por esos días Vergez, Acosta, Quijano, a veces Lardone y Herrera la sacaban a la madrugada para hacerle preguntas personales tales como quién la operó de apéndice o como se llamaba su pediatra. En agosto, se revelaría la incógnita cuando Irene De Breuil –secuestrada- le contó que pedían por ella un rescate de 80 mil dólares.
Ahí pudo relacionar el interés de Vergéz por el cargo de gerente general que ocupaba su padrea en la empresa La Cantábrica. La banda, “por las suyas”, había pergeñado un plan para fraguar un secuestro extorsivo y cobrar el rescate. Llamaban por teléfono a la familia diciendo que eran Montoneros, que la habían secuestrado por “traidora” y que necesitaban recaudar para enviar compañeros a Cuba. Para hacer creíble la historia les daban esos datos obtenidos al alba.
Los familiares no tenían ese dinero y además sospechaban del cuento. Su hermano, Santiago Astelarra (detenido desaparecido) manejó las negociaciones con la idea de conocer adónde la tenían. Tocaron todos los hilos posibles, tenían familiares y conocidos en las fuerzas armadas. El motivo que impidió que fuera “trasladada” junto a Cristina Rossi, era que estaban en plena negociación. Cobraron 10 mil dólares que fueron entregados en un procedimiento cinematográfico. Después, Acosta le diría “te salvé de que te llevaran”.
En septiembre, Barreiro, Texas, Romero y Manzanelli le dijeron que “hubo un problema” y que tal vez tengan que pasar por la cárcel. En realidad “Vergéz presionaba para que me fusilen”, aclaró. A fin de mes le comunicaron que sería sacada de La Perla. “Yo lloraba a mares, pedía por favor que me dejen, quería que naciera mi hijo”, relató. Enferma, con 40 º de fiebre fue llevada a La Ribera, y después pasó al Buen Pastor. Sus padres se enteran y no quedaron dudas de que el pedido de rescate había sido hecho por militares del Tercer Cuerpo. “Los extorsionadores y ladrones eran ellos”, remarcó Astelarra.
Claudio Orosz manifestó que en el Juicio a los Comandantes está el testimonio realizado por el padre de la testigo y solicitó que se corra vista al fiscal.
El hombre del palo
Patricia recordó que entre los represores más feroces se destacaba “Texas” (Elpidio Tejeda). “Experto en apalear, había estudiado en Panamá y Estados Unidos. Impostaba la voz y montaba un escenario aterrador”, afirmó. Y agregó que mientras pegaba, pedía nombres y direcciones. “Una vez me dijo que no era malo, que era su trabajo. Era un torturador feroz, lo apaleó bestialmente a Gustavo”, aseguró. Dijo que de la cuadra se escuchaban los gritos “cada vez más desgarradores, como gemidos de animal” y que a ella la llevaron a la “oficina” para que viera la sangre de su esposo en las paredes.
Gustavo seguía siendo torturado. Tenía una pierna enyesada. Un día fue pateado por Barreiro porque no respondía. Estaba inconsciente. “Todavía no había desarrollado la picana con goma, que mató a muchísimos en la cuadra. Yo creo que Barreiro, junto a Vergéz y Texas, era uno de los torturadores más feroces. Además era un innovador en distintas técnicas de tortura, no solo físicas también psicológicas”, afirmó.
Embarazadas
“Cuando llego a la maternidad provincial había dos filas de militares uniformados apuntándome con fusiles”, describió. En la sala de partos, cerca de diez personas entre médicos y enfermeros, policías y militares.
“Los médicos dijeron que no atenderían a una persona vendada y esposada y los echaron a los gritos”, recordó. Apenas nació su hijo la condujeron a una sala de internación y a la madrugada, sin el alta médica, la volvieron al Buen Pastor.
La testigo se acordó con afecto de la monja Clarita, una anciana que recorría el pabellón de las presas políticas que se acercó con disimulo y le pidió que escriba una carta para sus padres. En este lugar estuvo junto a su hijo un mes y medio. Cuando pasó a la UP1, el chico fue entregado a los abuelos.
Astelarra apuntó que no era la única embarazada en la cárcel. “Éramos cuatro, nos quitaron los bebes y nos trasladan a la penitenciaría”, declaró. En la prisión las ubicaron en celdas individuales“de alta peligrosidad” para evitar el contacto. Allí se encontró con Ana Mohaded, quien le contó que Marta Sandrino, estaba paralítica.
En marzo de 1977, fue retirada y llevada a La Ribera. Allí por boca de los gendarmes supo que “mataban y apilaban cuerpos que después cargaban en camiones” durante el reinado de la patota del CLA. Otro antecedente estremecedor fueron los dichos del cura Astiguetta -evocó- relacionados con el asesinato de 40 personas a las que tiraron a un pozo y les prendieron fuego, en La Perla.
Nombró a todos los militantes que pasaron por La Perla durante su cautiverio. Antes de recuperar la libertad, en marzo de 1977, fue alertada sobre el silencio que debía mantener. Unos meses después quedó libre Gustavo Contepomi. Ambos fueron hostigados y amenazados. Trabajaron para la Conadep Córdoba y reconstruyeron la historia y la publicaron en el libro titulado Sobrevivientes de La Perla.
Connivencia
La testigo denunció las complicidades entre la justicia Federal y Luciano Benjamín Menéndez durante y después de la dictadura. En 1984, a su marido le armaron una causa por asociación ilícita y lo mantuvieron preso un año y medio. Acusó a Luis Rueda y a Gustavo Becerra Ferrer de haber participado en este hecho. El fiscal Trotta solicitó que se pase vista a al fiscalía para que se investiguen los hechos. Los abogados de la querella Claudio Orosz, María Teresa Sánchez y Hugo Vaca Narvaja apoyaron lo solicitado.
Escarapelas
De pie frente a los acusados, uno a uno, fue identificando a sus torturadores: Jorge Exequiel Acosta, Luis Gustavo Dietrich, Ernesto Guillermo Barreiro, Ricardo Lardone, José Chubi López, Héctor Vergez, Héctor ¨Palito” Romero, Luis Alberto Manzanelli, y Carlos Alberto Díaz. Los imputados en la megacausa, lucían en sus solapas distintivos con los colores del Vaticano en homenaje al nuevo Papa Francisco I.
Esta semana continuarán receptándose los testimonios de las víctimas sobrevivientes de los campos de concentración que denunciaron siempre lo que ahí ocurría por todos los canales posibles. La diferencia es que ahora lo hacen en un juicio oral y público.
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