sábado, 9 de marzo de 2013
Chávez y los Kirchner: apariencias y realidades
Es curioso: aunque no se manifestaron todos los participantes de este espacio virtual, ni mucho menos, mi evocación del presidente Hugo Chávez y la publicación de algunos documentos históricos referidos a él, en los que me tocó participar de cerca, han producido algunas reacciones airadas y un silencio bastante espeso en los comentarios.
Dejando de lado a los pocos que se sacaron la careta y exhibieron una mentalidad tipo “viva el cáncer”, o que directamente me reprocharon que los hubiera “engañado” con mi libro “El Mal: el Modelo K y la Barrick Gold, amos y servidores en el saqueo de la Argentina”, me preocupa la posible perplejidad de los que guardaron silencio.
¿Cómo, Miguel critica duramente a Cristina y le rinde homenaje a Chávez? ¿Acaso no son lo mismo? ¿Acaso no practican los dos un populismo autoritario que amenaza al estado de derecho y a las libertades cívicas?. ¿Acaso no hay cepo cambiario y nacionalizaciones en los dos países? ¿Acaso no hay corrupción en ambos gobiernos?
La verdad es que, más allá de las similitudes realzadas por los que critican a Cristina desde la derecha, el chavismo y el kirchnerismo son dos aliados de origen y propósitos muy distintos.
En “El Mal” y en estas notas de homenaje a Chávez, he recordado el papel que me tocó jugar en los momentos previos a la alianza. No me arrepiento. Nuestro país se benefició económicamente del intercambio con Venezuela, más allá de las corruptelas de los coimeros, que deben ser denunciadas y castigadas. No hay salida solitaria para ninguno de nuestros países; ni siquiera para el poderoso Brasil. Los que piensan distinto o están ciegos o están decididos a relajarse en el lecho del violador.
Siempre sostuve que más allá de las realidades nacionales era imprescindible trabajar en serio por la integración regional, como única posibilidad para hacerse escuchar y respetar por Estados Unidos y las potencias europeas. Esa creencia la conservo intacta y aumentada, a pesar de mis diferencias estratégicas con el modelo extractivista y neocolonial que conduce Cristina Fernández de Kirchner.
Los que desde un bando u otro piensan que yo he arrojado mi historia militante al sumidero de la derecha, están profundamente equivocados. Mi crítica sigue siendo de izquierda así tenga lectores, oyentes, amigos, detractores o provocadores de toda laya. En suma: alcahuetes de los dos bandos que insultan y no razonan.
Tuve el alto honor de ser amigo de Chavez y prestarle un servicio a la causa americana, al propiciar el ingreso de Venezuela al Mercosur cuando nadie hablaba de eso. Ni siquiera el presidente Kirchner.
Para ir entendiendo las diferencias, empecemos por la actualidad, por la gigantesca movilización popular que llora al líder, al padre que ha perdido. Lloran al primero que los escuchó en serio. Esas muchedumbres, esas colas, esas mujeres que se persignan frente al ataúd, sólo encuentran parangón histórico en los funerales de Eva Perón que se prolongaron durante quince días. Es un dolor oceánico, con un contenido de clase inocultable: son los condenados de la tierra, los humillados y ofendidos, que bajan de los cerros para despedirse del que los supo entender porque también era moreno y venía de abajo, como ellos.
Quien se solace ante tanto desamparo es lisa y llanamente un hijo de puta.
La publicación de la entrevista que le hicimos en agosto de 1992, en la cárcel de Yare, quería demostrar –precisamente- que Chávez y sus jóvenes compañeros del Movimiento Bolivariano 200, no eran milicos represores y reaccionarios como los argentinos. Que su enfrentamiento con Carlos Andrés Pérez, no nacía de una desviación golpista, sino de su rechazo a reprimir al pueblo venezolano; que el presidente socialdemócrata había aplastado en las jornadas del Caracazo, donde murieron más de dos mil manifestantes.
Que ese mayor de 38 años fuera instantáneamente popular tiene que ver con la crisis total de la democracia formal venezolana, donde dos partidos, el socialdemócrata Acción Democrática y el democristiano COPEI se repartían la torta de la Venezuela saudita, conformando lo que se llamaba “el cogollo”: una oligarquía política y sindical, excluyente y ladrona, totalmente divorciada de una mayoría de hambrientos y analfabetos.
Como se puede apreciar en esa entrevista, el joven paracaidista ya esbozaba lo que sería su principal objetivo de gobierno: un nuevo orden social expresado en una constitución que convirtiera en ciudadanos a los que ni siquiera eran consumidores. Aunque todavía no pudiera decirlo, es evidente que ya Chávez apostaba al socialismo. Por esa razón y por las potencialidades que le intuyó, ya en 1994, Fidel Castro fue a esperarlo al aeropuerto José Martí, adonde el paracaidista llegaba de incógnito y en clase turista.
Fidel tiene efectivamente la luz larga: cuatro años después el paracaidista ganaba limpiamente la primera de 14 elecciones impecables y se convertía en Presidente de Venezuela. Adecos y copeyanos, palmariamente rechazados por las masas, caían en el basurero de la historia, al mutar de políticos sin votos a espías de la contrainteligencia estadounidense.
El chavismo es fundacional como el primer peronismo.
Chávez no se convirtió en hijo pródigo, como otros príncipes desagradecidos, y tomó la causa cubana como propia, a sabiendas de que Washington le pondría para siempre bolilla negra. Para Cuba, su llegada al poder resultaba providencial. Tras la implosión de la Unión Soviética con la consiguiente perdida del suministro petrolero, la Isla había debido atravesar el terrible Período Especial. Ahora, la antigua Venezuela Saudita llegaba al salvataje energético. Cuba, en reciprocidad, aportó de manera decisiva al proyecto social de Chávez organizando gigantescas misiones de salud y alfabetización, que beneficiaron a millones de postergados.
Esta unidad indisoluble entre Chávez y Fidel, colocó al bolivariano en la mira de la oligarquía local que, apoyada por Washington, el Madrid de Aznar y la jerarquía católica, lo arrancó del poder y estuvo a un tris de asesinarlo, en abril de 2002. Pero la formidable reacción popular contra los golpistas produjo un milagro que nunca se había visto en América Latina: la derrota de los conspiradores y la reposición del bolivariano en el poder.
Estamos ahí en presencia de una auténtica gesta heroica de los militantes populares que nada tiene que ver con el indudable éxito electoral del 54 por ciento logrado por Cristina Fernández en octubre de 2011, o la fabricación de militantes rentados en agrupaciones oficialistas como La Cámpora.
Diferencia crucial en las conductas, que obedece a hondas diferencias de proyectos. Las múltiples organizaciones que se reunieron en el partido chavista, convergen en la idea del socialismo. Moderno y venezolano, pero socialismo al fin. No es lo que ocurre con el Partido Justicialista (peronista) y el Frente para la Victoria, donde coexisten las más diversas posiciones ideológicas. El peronismo, que cambió efectivamente la sociedad en los cuarenta, tuvo luego que tragarse el lozpezreguismo fascista y el neocolonialismo de Menem, para llegar al tercer milenio con nuevos arrestos nacionalizadores, que no obedecen a un proyecto programático previo y global, sino a emergencias coyunturales. Hay nacionalizaciones, como la de YPF-Repsol, que parecen más destinadas a tapar actos de corrupción o a cambiar capitales españoles por gringos, que a cumplir con el precepto fundamental de preservar para la Nación una de las fuentes centrales de energía.
Por supuesto hay diferencias también en los resultados sociales. El chavismo, como el primer peronismo, tiene un carácter fundacional porque incorporó nuevos actores sociales a la escena. El kirchnerismo, en cambio, administra la pobreza y la marginalidad que explotaron en diciembre del 2001. En estos años, particularmente en los primeros de la década, creó más de tres millones de empleos, al calor de un crecimiento asiático del 9 por ciento anual. Pero falló ostensiblemente en la distribución de la riqueza: no achicó la brecha gigantesca entre los más ricos y los más pobres, como sí lo hizo el chavismo.
Hay, es cierto, una similitud de ambos modelos en materia económica: ninguno de los dos logró cambiar la matriz productiva. Venezuela sigue siendo petróleo-dependiente y Argentina agroexportadora. Pero aún en esa falencia compartida hay diferencias a favor de los bolivarianos: la renta petrolera está absolutamente en manos del Estado y ha servido para el desarrollo social; Argentina se está condenando a un neocolonialismo agrario, minero y “petrolero no convencional”, que no beneficia a las grandes mayorías sino –por caso- a Monsanto, la Barrick o Chevron.
En ambos países hay repudiables actos de corrupción y personajes que pretenden preservar su poder de manera autoritaria. Eso es innegable y el primero que lo sabe, porque controla las cuentas numeradas de todo el mundo, es la inteligencia norteamericana. La diferencia está en la politización de las masas, en la ideología y el ejemplo que uno y otros les transmitieron a sus respectivos pueblos. Un pueblo instruido puede defender a su gobierno, pero también puede depurarlo.
Pero todo esto sería casi irrelevante si no fuera por aquellas razones que inmortalizan a Chávez, que lo tornan en un antes y un después en la política de América Latina y la principal es su actitud digna, sin una sola claudicación frente al imperialismo yanqui. Su indudable vocación por levantar a los pueblos en la lucha por una segunda emancipación.
Guardo en mi memoria, para siempre, las escenas del Estadio Mundialista de Mar del Plata en noviembre de 2005, cuando logramos poner en pie el Stop Bush y colocarlo a Hugo en el centro de la escena, como enterrador del ALCA.
Miguel Bonasso.
http://bonasso-elmal.blogspot.com
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