domingo, 24 de marzo de 2013

De Cámpora a ‘La Cámpora’ (Cuarenta años no es nada)



Con Salvador Allende y el presidente de Cuba, Osvaldo Dorticos.
"¡Chile, Cuba, el pueblo te saluda!", coreaban los manifestantes.

La voz de la productora de radio suena estridente, confianzuda, superficial y distraída: miguel: ¿estás por ahí?…es para hacerte una entrevista mañana: cuarenta años de La Cámpora…
Me pregunto si creerá que el Cuervo Larroque estuvo en Oro y Santa Fe, aquella noche del once de marzo. O el FREJULI se llamaba La Cámpora. Pienso, benevolente, que me podría replicar: “no seas boludo, una se pasa el día hablando de La Cámpora y se te pega, ¿viste? Es una cosa mecánica, yo sé muy bien quien fue Cámpora… el ajedrecista.”No es cierto que cuarenta años no es nada: en el medio está la dictadura militar más sangrienta de nuestra historia; la pérdida de los 30 mil argentinos más dignos; Alfonsín partiéndole la columna vertebral a la sociedad movilizada con sus “felices pascuas”; la cleptocracia menemista rematando el patrimonio nacional con la anuencia fervorosa de los Kirchner, Parrilli, Gioja, Pichetto, Aníbal, Alperovich y tantos otros próceres del presente.
Y, de yapa, la estafa del progresismo fake, para tapar con la bandera del contrabando ideológico las malas fortunas que se hacen con el juego, la compra de medios con las coimas de las licitaciones, la represión de los luchadores sociales y los pueblos originarios, la entrega de la Cordillera, los ríos, el océano Atlántico, el corazón de las rocas y la vasta extensión de nuestros campos empobrecidos por la soja transgénica y envenenados con el cáncer del glifosato.
Entre aquella sociedad politizada que se alzó contra la dictadura militar, en el Cordobazo y luego la derrotó (aunque fuera fugazmente) con la histórica elección del 11 de marzo y la actual, hay un abismo de conciencia pública y privada. La diferencia entre la pasión y el aburrimiento. Entonces se trataba de derrotar al dictador militar Alejandro Lanusse; hoy de contratar a Tinelli.
Héctor Cámpora, el Tío de aquellas horas, el candidato vicario que puso Perón en su lugar cuando lo proscribieron los milicos, terminó ganándose a la “juventud maravillosa” del “luche y vuelve” por su honestidad y su lealtad. Dos virtudes que escasean entre los dirigentes políticos. Tal vez por eso fue relegado al olvido por su propio partido hasta que el kirchnerismo lo rescató, vaciándolo de toda sustancia. Como esos parientes entrañables de las “Crónicas marcianas” de Ray Bradbury que eran proyecciones mentales de los habitantes de Marte para engañar a los astronautas terrestres.
La austeridad del Presidente de los 49 días, el mismo que hizo devolver al Banco Central los 100 mil dólares de gastos reservados que un chupamedias pretendía entregarle cuando viajó a Madrid para traerlo a Perón, contrasta con los estipendios faraónicos que se autoprodigan los mal llamados “camporistas” de hoy en día.
En 1951, cuando una intriga palaciega lo arrancó de la presidencia de la Cámara de Diputados, que había ejercido durante cinco mandatos consecutivos, hubo canallas que pretendieron ensuciarlo; justo a él que había salido más pobre de la función pública. Altivo y enérgico –a diferencia de cómo lo pintan algunos cronistas- se presentó ante Perón y le dijo: “Señor, mi nombre anda entre los dientes de los perros. Exijo que una inspección especial verifique mi patrimonio y lo haga público”.
Exactamente lo contrario de lo que ha hecho hace pocos días el CEO de YPF-Repsol, Miguel Gallucio, que se negó a publicar su declaración jurada alegando que preside una empresa aún privada en su 49 por ciento. Negativa, por cierto, que echa una sombra gigantesca sobre la real “estatización” de la petrolera que saquearon los españoles durante el menemismo, la Alianza y la mayor parte del mandato kirchnerista.

La Cámpora…no me jodan.

Tuve el privilegio de que me llevara como Secretario de Prensa del Frente Justicialista de Liberación y compartir una tórrida campaña que no era solamente contra el radical Ricardo Balbín y otros adversarios menores, sino contra la propia dictadura militar y su aparato de prensa y censura.
La ganamos literalmente en las calles, con la tiza y el carbón, con el poder del boca a boca. Sin usar la televisión más que en un único espacio oficial que nos correspondía por ley. Respondiendo a sabias directivas de su sobrino Mario Cámpora, que era mi jefe político, rechacé todas las ofertas para que el doctor Cámpora participara en debates televisivos que sólo servirían para darles un poco de aire a sus adversarios. Recuerdo a un Alejandro Romay escandalizado porque no iría al programa de Mirtha Legrand en Canal 9. “¿Usted sabe –me preguntó Romay- el rating que tiene la señora Legrand?” “Debe ser muy alto –le respondí- pero estoy seguro que es más alto el del doctor Cámpora”.

Altri tempi, claro. Altri tempi.

No todo tiempo pasado fue mejor, como sentencia el poeta. Ni tampoco se pueden embellecer los años de la propia juventud sólo porque lo fueron. Melancólico reflejo de los viejos. Hay algunos logros de esta sociedad en general y de este gobierno en particular que es preciso reconocer y conservar, no vaya a ser que una tentación totalitaria de los que están o una revancha de los que lleguen, nos hagan retroceder en el terreno de las libertades cívicas.
Un auténtico liberal, el ex diputado Héctor Sandler (que fue muy amigo de Héctor Cámpora), me decía los otros días: “este país ni avanza ni retrocede, se revuelca sobre si mismo”. Una manera irónica de expresar el eterno retorno de algunos vicios: el poder como botín, el vínculo perverso entre política y negocios, la tentación de perpetuarse fogoneada por los lambiscones de palacio.
Entiendo la ironía y acepto la gran cantidad de verdad que contiene, pero no puedo menos que recordar aquella Argentina de 1973 y compararla con la actual, signada por terribles estigmas que parecen haberse instalado para siempre: la pobreza, la marginalidad, la falta de educación, una crueldad atroz, sin límites, en los delitos; un empobrecimiento generalizado del lenguaje (tanto de pobres como de ricos); una conciencia anestesiada ante escándalos que en otros países tumbarían gabinetes y gobiernos; un atropello feudal de los humildes; una distancia insalvable entre argentinos que supuestamente son “iguales ante la ley”.
La memoria es perversa, frágil, caprichosa y evanescente. De esa suerte de neblina sobre un mar nocturno, surgen dos postales muy nítidas de aquel 11 de marzo (que en realidad fue el 12, cuando se aceptó nuestro triunfo). Una es aquel balcón del segundo piso de Oro y Santa Fe, desde el cual tuve el honor de leer la lista de los caídos, ante cien mil compañeros que levantaban las manos con la V de la victoria y coreaban ¡presente!.
Otra, aquel borracho maravilloso, en aquel bar de Pacífico, que en la madrugada del 12 iba de mesa en mesa, ofreciéndonos un sorbo de cerveza comunitaria de un gigantesco florero.

Miguel Bonasso
Publicado en http://bonasso-elmal.blogspot.com.ar/

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