Los medios de comunicación tienen la facultad de “vestir” a los muertos con atributos especiales; máxime si se trata de un uniformado que se ha destacado a lo largo de su “vida pública” con conductas por lo menos curiosas, aunque capaces de aggiornar una clara y consecuente ideología fascista.
Es el caso de Mohamed Alí Seineldin, que falleció a principios de setiembre, abatido por su corazón, muy lejos de un anhelado “teatro de operaciones” de guerra
Alguna vez, alguien con sabiduría en esto de profundizar en la psiquis humana, analizará la vocación histriónica -entendida ésta como tendencia a la teatralidad-, de los militares del Terrorismo de Estado; son incontables los ejemplos de efectivos castrenses y de seguridad que se disfrazaban para secuestrar y desaparecer gente, sin ir muy lejos; y no sólo por la necesidad de ocultar una conducta que ellos sabían, de antemano, ilegal, reprobable; sino fundamentalmente para divertirse con el sufrimiento de las víctimas.
Es en virtud de ese histrionismo que Seineldin quedó en el imaginario social, aún antes de su fallecimiento, como un militar de conducta, profundamente apreciado por sus subordinados en Malvinas; muy religioso, paño de lágrimas de una desairada ex primera dama.
¿Su golpismo y los muertos que produjo? No tienen importancia, purgó prisión por eso: pasó 13 años en una cárcel VIP; el consejo supremo de las fuerzas armadas le concedió “salidas laborales” de la prisión en Campo de Mayo: 8 horas diarias, de lunes a viernes; sus allegados le crearon entonces el cargo de “consultor” en la agencia de seguridad Fidei, con oficina en el barrio porteño de Flores.
Su proverbial histrionismo le permitió disimular su larga, extensa trayectoria antes y durante el Terrorismo de Estado: fue nexo entre la Triple A y el ejército; participó en la represión del 20 de junio de 1973 en Ezeiza; figuró entre los legionarios argentinos que actuaron en Bolivia en tiempos del sangriento cuartelazo militar de los “generales de la droga”; en setiembre de 1980, con el grado de teniente coronel, jefaturizó el regimiento de caballería 25 en Chubut, en jurisdicción de la zona 5, área 53 subzona 532 que abarcaba el sur de la provincia de Buenos Aires (partidos de Adolfo Alsina, Guaminí, Cnel Suárez, Saavedra, Puán, Tornquist, Cnel Pringles, González Chávez, Cnel Dorrego,Tres Arroyos, Villarino, Bahía Blanca, Patagones), y provincias de Río Negro, Neuquén, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego.
Con la apertura del período constitucional, el presidente Raúl Alfonsín lo designó agregado militar en Panamá, con influencia en toda América Central; corría 1984 y un grupo de militares argentinos, se había asentado en Tegucigalpa para ayudar a la contra nicaragüense en su cruzada contra la revolución sandinista y, de paso, para entrenar a los uniformados hondureños en esto de secuestrar, torturar y desaparecer opositores; de ello puede hablar con mucho fundamento Berta Oliva, una dirigente hondureña que perdió a su marido por aquellos años y que jamás dejó de reclamar -aún hoy, con el sangriento cuartelazo cívico-militar en ese desgraciado país- verdad y justicia.
Los oficiales argentinos instalados en Honduras, estaban encabezados por el coronel Osvaldo Ribeiro (a) Balita, hombre de “Inteligencia” del ejército con pedido de extradición cursado por la justicia francesa, por su participación en la desaparición forzada de europeos en el marco del Plan Cóndor, entre ellos el ciudadano franco-chileno Jean-Yves Claudet Fernández, el 1 de noviembre de 1975; como jefe de la “Inteligencia” del ejército argentino, Ribeiro trabajaba en colaboración con la policía militar de Pinochet. “Balita” estuvo detenido brevemente en Buenos Aires, en diciembre de 2002, después la impunidad lo protegió con su manto
Además de estas actividades, el grupo adquirió cierta notoriedad por haber “distraído” dinerillos que obtenía una facción del ejército del que formaba parte el ya fallecido Carlos Guillermo Suárez Mason (a) Pajarito, asociada a los grandes barones bolivianos de la droga, mediante la comercialización de sustancias psicotrópicas para financiar sus “actividades”; de esto puede hablar mucho y muy bien el paramilitar argentino, contador del Batallón de Inteligencia 601, Leandro “Lenny” Sanchez Reisse, hombre ligado al agente de inteligencia y paramilitar Raúl Guglielminetti (a) mayor Guastavino, con quien se desenvolvió en el marco de la Operación Cóndor desde Miami. En 1987, “Lenny” habló sobre estos temas ante la Comisión de Terrorismo, Narcotráfico y Operaciones Internacionales del Senado norteamericano.
No resulta fácil creer que el líder de los carapintadas -que murió con perfil bajo, según algunas crónicas periodísticas- haya desconocido estos avatares, detentando como lo hacía la agregaduría militar en Panamá, con influencia en Centroamérica. Hay que anotar también que en 1986, el entonces presidente de Panamá, general Manuel Noriega, lo contrató para que entrenara a su guardia personal en reprimir con eficacia a los opositores a su régimen.
De regreso a este generoso país, Seineldin fue ascendido a coronel, pese a las impugnaciones planteadas por los organismos humanitarios.
Figuran, entre sus últimas actividades -de acuerdo con declaraciones de un subordinado suyo, Gustavo Breide Obeid- acciones de apoyo y ayuda médica en localidades humildes de Santiago del Estero; muchos de los damnificados tradujeron esas actividades como maniobras respaldadas por un empresario de la salud, para proteger sus negocios y despejar de intrusos ciertos campos de esa sufrida provincia.
Un muerto ilustre para algunos; en realidad, otro muerto impune.
María Cristina Caiati (especial para ARGENPRESS.info)
No hay comentarios:
Publicar un comentario