jueves, 3 de septiembre de 2009
Ho Chi Minh: testamento cumplido
De acuerdo con el apotegma martiano, podría decirse que la muerte de Ho Chi Minh no es verdad porque cumplió la obra de su vida. Su prolífera existencia, en pensamiento y acción, trascendió. Sus frutos continúan cosechándose en el pueblo vietnamita y sirven de ejemplo a los revolucionarios y hombres de buena voluntad en cualquier parte del mundo.
Ho Chi Minh, el venerado presidente de Vietnam, guerrero imbatible, falleció el 3 de septiembre de 1969. Pero su estrategia, asumida y continuada por sus compañeros de guerra, y contingentes revolucionarios de varias generaciones, dieron lugar a la victoria contundente de un pueblo pequeño y pobre frente a la potencia más agresiva y poderosa del mundo actual.
La fundación del Partido Comunista de Indochina, del Partido Comunista de Vietnam, y en su juventud la integración como fundador del Partido Comunista Francés (1930), fueron avales teóricos y prácticos, que se inscriben en la historia política y el bregar ideológico. Valiente en la defensa de sus ideas patrióticas, se convirtió en abanderado de la lucha anticolonial en sus días parisinos, donde el joven Nguyen Ai Quoc (nombre adoptado por él) residía como emigrado; pintaba para vivir, escribía poesía y editaba un periódico.
Artífice y guerrillero en la lucha contra el colonialismo francés, lo derrota poniendo en práctica sus concepciones, con el concurso de patriotas de su Estado Mayor, como Nguyen Giap, Pham Van Dong, y Le Duan. Tuvo la visión de transitar de la guerrilla a la construcción de un ejército popular y de sumar a la lucha a las masas campesinas y a todos los sectores posibles. Con la victoria sellada en la batalla de Diem Bien Phu, borró más de un siglo de dominio colonial francés.
Con anterioridad, Ho Chi Minh supo escoger el momento adecuado para proclamar la República Socialista de Vietnam, el 2 de septiembre de 1945, aún en medio de las duras hambrunas sufridas luego de la invasión japonesa.
Tras la partición del país por los Acuerdos de París de 1954, en el Sur se sucedieron sátrapas alentados por los gobiernos de Estados Unidos, que terminó creando un pretexto para la intervención militar y el comienzo de una escalada agresiva sin precedentes contra el Norte socialista. Cierto que Ho murió antes de ver a los prepotentes invasores norteamericanos huyendo. No vio las imágenes de los soldados y oficiales trepando sus propios helicópteros para salir de lo que para ellos era un infierno en Saigón —hoy Ciudad Ho Chi Minh— el 30 de abril de 1975.
Pero ya, desde antes, estaban escritas en su testamento político las líneas básicas para alcanzar la victoria: "La unidad es una tradición sumamente preciosa de nuestro Partido y de nuestro pueblo. Todos los camaradas, desde el Comité Central hasta la célula, deben preservar la unidad monolítica como la niña de sus ojos. (¼ ) Entrenar y educar a las generaciones revolucionarias venideras es una tarea sumamente importante y necesaria".
Advirtió que la guerra sería larga: "Nuestros compatriotas posiblemente tengan que soportar nuevos sacrificios en términos de propiedad y de vidas humanas. En todo caso, debemos estar resueltos a luchar contra los agresores norteamericanos hasta la victoria total". Y anticipó el desenlace: "Los imperialistas norteamericanos tendrán que retirarse de Vietnam. Nuestro país será reunificado. Nuestros compatriotas del Norte y del Sur se unirán de nuevo bajo el mismo techo".
El poeta que siempre fue, escribió en el propio testamento: "Nuestros ríos, nuestras montañas, nuestros hombres siempre quedarán. Derrotados los yanquis, construiremos una Patria diez veces más hermosa".
Y así ha ocurrido.
MARTA ROJAS
marta.rr@granma.cip.cu
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