En El miedo a la libertad, Erich Fromm caracterizaba a la psicología de masas del Tercer Reich como una combinación de sadismo y masoquismo típica de la sociedad alemana, en particular de su pequeña burguesía. Gracias a la crisis económica de entreguerras (1914-1918, y 1929), al ascenso político de la clase obrera y la consecuente devaluación de su posición social, la clase media reemplazo la sensación de anomia social por una estructura de mando donde el orden era un principio regenerador de la sociedad. El “pequeño hombre” exaltado por Mussolini, Hitler o Franco creía que ejercía poder sobre una clase subalterna (sadismo), mientras gozaba sometiéndose a un poder por encima de él (masoquismo). El aislamiento familiar de la clase media se rompía a través de movilizaciones de masas, donde se recreaba la comunidad imaginaria de la nación a través de rituales histéricos (progromos contra judíos, desfiles militares, nacionalismo virtual). El fascismo también es una palabra vaciada de sentido, aunque se lo puede medir como fenómeno histórico fijando sus coordenadas ideológicas: miedo a la libertad, odio a la igualdad, movilización contra los pobres o cualquier “Otro” que amenace su status, ideología y práctica autoritarias. Partimos de una hipótesis sencilla: la movilización que derrocó el 19 y 20 de diciembre de 2001 al gobierno de Fernando de la Rúa tenía causas inmediatas y profundas muy diferentes al nuevo ajedrez de la protesta social en el país. Si sus peones son las capas medias de la ciudad y el campo, ahora cada movimiento es capitalizado por las jugadas del capital concentrado agropecuario y la clase política desplazada del poder desde 2003. A pesar de la exclusión estructural que persiste en amplios sectores de la sociedad y del temor a un enfriamiento de la economía para la segunda mitad de 2008, en términos gramscianos 2001 fue un año de “crisis orgánica”, que no es equivalente a la esperanza mesiánica de una “situación revolucionaria”. Se trata de una fractura múltiple en la estructura social, desarrollada en todas sus contradicciones posibles por una crisis política “ocasional”. Las manifestaciones visibles de la crisis a partir de 1994-95 fueron la recesión generalizada, la desocupación y exclusión masiva, la fuga de capitales y una consecuente confiscación de ahorros en las capas medias. Hoy por hoy, la moto chopera, el auto nuevo, los mismos celulares y handycams con los que la clase media desea histéricamente la “intimidad” privada de la protesta social en el espacio público y produce recuerdos para practicar onanismo virtual, son efectos originales de la reactivación económica post-2003, que benefició a los sectores acomodados de la gran, mediana y pequeña burguesía. Por otro lado, la insurrección popular del 2001 se ubicó en el surco abierto por los piqueteros y fogoneros de Cutral-Có en 1996 y 1997, y los enfrentamientos con la Gendarmería en Corrientes y Salta en 1999-2000. Un ciclo de puebladas donde el sector dinámico fueron trabajadores marginados por el gran capital (petroleros, docentes, etc.) y más tarde desempleados que se dieron organizaciones y demandas propias (movimiento piquetero). En el conurbano bonaerense, la evidencia de un conato golpista del aparato político de Duhalde -responsable de una parte de los saqueos que implicaron el fin de la ALIANZA- no cambia el cuadro general. Había un cierto olor a guerra contra el modelo neoliberal en varios puntos del país que va de abajo-arriba, algo que la derecha peronista busca capitalizar políticamente, y sorprende a la clase media del lado de un variado frente policlasista en contra del Estado neoliberal. El 19 de diciembre la CAME (coordinadora de pequeños empresarios) convocó al cacerolazo, y se expresó la misma clase media que hoy defiende la posición ganada gracias a las luchas populares de 2001-2002. El 20 de diciembre algo cambió en la composición social del reclamo: los jóvenes encapuchados que atacaron edificios públicos chocaron con una policía acostumbrada a hostigarlos en la cancha, en el barrio, en el centro de las grandes ciudades. De allí la particular “guerra de guerrillas” con piedras y grupos dispersos contra balas y gases policiales. ¿Qué es el fascismo hoy en la Argentina y de donde viene? La inédita alianza entre el piquete rural y la cacerola urbana precede a la “opción por los ricos” como elección de la clase media por el mando del gran capital. Exige romper las ataduras económicas, políticas y simbólicas que impiden ejercer un poder total sobre los pobres, por eso la atmósfera de “protesta cívica” armada de arriba-abajo. Este vínculo tiene como denominador común la exaltación de la cultura del trabajo (asalariado o ajeno, eso es lo de menos), la inseguridad como miedo a la libertad, entendida esta última sólo como goce de la propiedad privada, la necesidad de convertir cada barrio de clase media o acomodada en un ghetto (el sueño del country propio en Almagro o Belgrano). De allí la identificación obscena con la protesta del campo, el lazo oculto e íntimo entre la propiedad privada y el odio a la igualdad (el rechazo a la retórica de distribución de la riqueza). De allí el romance con la nueva derecha de Macri, que hace del planeamiento y la limpieza urbanas una obsesión que no puede ocultar el deseo de disciplina social y geográfica: la “limpieza étnica” de cartoneros en Belgrano o de ocupas en Almagro aplaudidos por los vecinos propietarios, preceden a la “protesta cívica” en los blancos bunkers de la pequeña y la alta burguesía. La euforia nostálgica de la utopía neoliberal de los 90’es una revancha racial y de clase, que alimentó el propio gobierno en los últimos años transfiriendo riqueza a estos sectores: interrogada por TV una señora de Barrio Norte acerca de porque se quejaba de los piqueteros al mismo tiempo que cortaba calles, la respuesta era sintomática, “alguna vez nos tenía que tocar a nosotros”. Un vecino de Palermo afirmaba con convicción: “…y le quiero decir a Moyano y D´Elía que los blancos también están aquí (en la calle)”. Si eso no es fascismo ¿el fascismo donde está? El neoliberalismo nunca murió: vive en los corazones y en las cacerolas de la clase media argentina.
Fuentes:
- Erich Fromm, El miedo a la libertad.
- Inez Izaguirre, Pensar la crisis Tres décadas de poder y violencia en la Argentina.
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