jueves, 28 de enero de 2016

Macri, Lopérfido y el retorno de la teoría de los dos demonios



Un nuevo “relato” sobre el genocidio y los derechos humanos. La construcción ideológica del aval a la política de ajuste y represión en curso.

A Darío Lopérfido “se le escapó el facho” -por decirlo de alguna manera- durante el fin de semana pasado. Fue en Pinamar, junto a Luis Majul. Ayer por la mañana intentó defenderse, afirmando que se basaba en citas de autores como Ceferino Reato para afirmar que en Argentina “no hubo 30 mil desaparecidos”. Agregó además que lo habían sacado de contexto. Pero el audio que se difundió no deja lugar a dudas. No hay ninguna descontextualización.
Cuando Lopérfido estaba tratando que las aguas se calmaran, habló Cecilia Pando, eterna defensora de los genocidas. Pando aparecía nada más y nada menos que en Canal 13 para defender lo dicho por el ministro de la Ciudad de Buenos Aires y ratificar que la dictadura “no fue un genocidio”.
Estas declaraciones no salen de la nada. Se trata, hasta cierto punto, de una consecuencia lógica de una política digitada desde el gobierno nacional, que intenta girar la agenda ideológica hacia la derecha también en este terreno, tratando de reinstalar la teoría de los dos demonios. A la teoría del “derrame” y la “igualdad de oportunidades” en el terreno económico se suma ahora la teoría de los dos demonios en el terreno del análisis de la historia reciente.
En esa dinámica, hace pocas semanas el secretario de DD.HH. de la Nación, Claudio Avruj recibía a referentes del Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (Celtyv) que exige enjuiciar a los integrantes de las organizaciones armadas de los años 70’ por “terroristas”. Pocos días después, acorde a esa orientación, el historiador liberal Luis Alberto Romero visitaba a Macri y le pedía –según informó Mario Wainfeld- el fin de los juicios a los genocidas.
Ayer Macri, por “falta de tiempo”, se negó a recibir a una delegación de las Abuelas de Plaza de Mayo encabezada por Estela de Carlotto y Taty Almeyda. Una confirmación más de ese rumbo.

Dos demonios

La teoría de los dos demonios surgió en la vida nacional con el retorno del régimen democrático en 1983. Su funcionalidad estaba dada en pos de aceitar los mecanismos que pudieran permitir el funcionamiento del nuevo régimen, luego del brutal proceso contrarrevolucionario que significó la dictadura.
Precisamente, el carácter de genocidio de la misma deriva de haber sido “una práctica social específica tendiente a la destrucción y reorganización de relaciones sociales” que tuvo como finalidad una regresión social al servicio del aumento de la rentabilidad del gran capital nacional y extranjero. Fue, en ese sentido, un verdadero genocidio de clase, que tuvo a la clase trabajadora entre sus principales víctimas.
Ese aplastamiento contrarrevolucionario de la clase obrera y el pueblo pobre venía a culminar la tarea que el peronismo en el poder, Triple A mediante, no había podido terminar de resolver. La clase obrera había protagonizado un enorme ascenso revolucionario desde 1969 en adelante, llegando a su punto más alto con las jornadas de junio y julio del 75, al poner de pie las Coordinadores interfabriles y protagonizar la primera huelga general contra un gobierno de signo político peronista. La clase dominante recurrió al genocidio para liquidar ese proceso. Estos elementos configuran lo que puede definirse como un cuarto relato sobre los años 70’.
La teoría de los dos demonios hacía caso omiso de esos hechos, convirtiendo a las masas populares en una suerte de decorado del enfrentamiento entre la guerrilla y las fuerzas represivas estatales y paraestatales. El prólogo del Nunca Más funcionaría en los primeros años 80’ como una suerte de compendio de esa concepción.

Kirchnerismo y “tercer” relato

La teoría de los dos demonios funcionó como una suerte de “relato” alternativo al discurso de los propios militares sobre el genocidio. Pero, conforme avanzaban los años, fue perdiendo credibilidad a la luz del crecimiento del conflicto social. Sufrió los avatares del mismo régimen democrático burgués que, progresivamente, se degradaba.
El conflicto social, que creció en la segunda mitad de los años 90’, dio lugar a una reivindicación de la militancia en determinados sectores sociales. El aniversario número 20 del golpe militar (en 1996) parió una movilización muy importante que ponía de manifiesto el creciente descontento de amplias capas de la población y el rechazo a una política de ajuste y represión. Ese período concibió un nuevo “relato” que reivindicaba la militancia política de los años 70.
Después del 2011, el kirchnerismo -preocupado por aportar a la recomposición de la credibilidad de las instituciones del Estado burgués- elevaría esa concepción a una suerte de ideología oficial, aunque desprovista de profundidad. El “setentismo” del gobierno reivindicaría un compromiso y heroísmo general pero sin estrategia. No era para menos. Definiciones más precisas hubieran implicado poner sobre la mesa la contradicción con una política que solo buscaba estabilizar las bases del capitalismo nacional luego de la crisis del 2001.
Reivindicaba además un peronismo de centroizquierda cuya existencia fue efímera. La Cámpora, como nombre emblemático de la juventud kirchnerista, remite a un breve período que quedó rápidamente sepultado por el ascenso de la derecha peronista, de la mano del mismo Perón.

El “contra-relato” macrista

Macri supo construir un partido donde las ideologías pasaban a segundo término. Como lo relata Sergio Morresi en el libro “Hay equipo”, eso permitió que las ideas conservadoras y reaccionarias de muchos de sus integrantes no aparecieran en primer plano y todo se enfocara en la “gestión” estatal.
Pero la “nueva derecha” en el poder tiene tanto de reaccionaria como la derecha “tradicional” por más que pida “por los derechos humanos”, como hizo Gabriela Michetti ayer en la cumbre de la CELAC. La “pluralidad” aparece como una suerte de manto que recubre la bienvenida a la derecha reaccionaria. Fue ese el argumento que utilizó Avruj: “recibimos a todos”.
Los últimos años del ciclo kirchnerista vieron crecer a esa derecha que pedía “justicia” para lo que definió como “víctimas del terrorismo” en alusión a las organizaciones guerrilleras de izquierda de los años 70. Eso encontró un eco en el terreno editorial. Las obras de autores como Ceferino Reato, Graciela Fernández Meijide o Ricardo Leis intentaban ir en ese sentido, poniendo en el centro de sus ataques al kirchnerismo y al “tercer” relato que señalamos antes.
Bajo el macrismo este “retorno” de la teoría de los dos demonios, además de intentar un “contra-relato” al kirchnerismo, busca aportar a crear un clima reaccionario que estigmatice la resistencia al ajuste en curso y avale la creciente criminalización de la protesta social y la represión sobre los sectores que salen a luchar.
El rechazo que se generó durante la jornada de ayer a las declaraciones de Lopérfido y Pando, así como el hecho de que el macrismo deba sostener en las palabras la continuidad de los juicios de lesa humanidad, dan cuenta de un “piso” en este terreno difícil de perforar hacia abajo.
Este “piso” fue el resultado de una lucha de décadas de los organismos de DDHH y de las organizaciones sociales y políticas de izquierda. No se trató, como lo afirmó el kirchnerismo, de una concesión otorgada desde “arriba” por el Estado bajo su gestión.
El avance del contra-relato macrista va de la mano del ajuste. Precisamente por eso, la respuesta a ese avance reaccionario no puede estar solo en crítica y los repudios. Debe estar también en las calles, impulsando activamente la resistencia y el enfrentamiento a los despidos y a la criminalización de la protesta, a la cual la teoría de la dos demonios viene a recubrir.

Eduardo Castilla
@castillaeduardo

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