Finalmente el peronismo perdió la presidencia, varias gobernaciones y el baluarte de Buenos Aires, pero Macri ganó por sólo tres puntos. Con este reducido margen de favoritismo la coalición derechista tendrá poco sustento para implementar el ajuste. Necesitará mucha muñeca para concretar el atropello que sucederá a la devaluación.
El PRO ya definió un gabinete de gerentes para administrar el estado como si fuera una simple empresa capitalista. Sus operadores tejen aceleradas alianzas para asegurar gobernabilidad en el parlamento y la justicia.
Macri prometió crecimiento, empleo y mejoras de salarios poco compatibles con el clásico shock neoliberal. La expansión del consumo registrada en los últimos años torna aún más difícil, el apriete que ensayarán los hombres de negocios transformados en ministros.
La arremetida conservadora tampoco cuenta con cimientos políticos sólidos. El generalizado repudio que suscitó el editorial de La Nación reclamando la liberación de los genocidas es indicio de esos límites. En medio de una inédita protesta de periodistas, el propio Macri debió ratificar la continuidad de los juicios.
El jefe del PRO intentará compensar estas restricciones con un gran activismo internacional contra Venezuela. Como la revisión del Memorándum con Irán seguirá el curso dictado por la embajada estadounidense, todos los cañones apuntarán contra el proceso bolivariano. Esta campaña ya cuenta con el explícito aval de Massa y el silencio cómplice de Scioli. Presentarán a los escuálidos golpistas como presos políticos y cuestionarán la falta de democracia, en un país con gran secuencia de votaciones periódicas.
La inminente presidencia de Macri genera perplejidad en gran parte de la sociedad. ¿Cómo pudo un emblema de la derecha llegar a la primera magistratura?
Algunos kirchneristas observan este ascenso como una desventura pasajera. Estiman que los votos y cargos obtenidos bastarán para retomar el gobierno en pocos años. Esta especulación se basa en una ilusoria expectativa de congelamiento del mapa político.
Otros oficialistas repiten lugares comunes (“triunfó la democracia”), aluden a la mala suerte (“la moneda cayó para otro lado”) o atribuyen lo ocurrido al “desgaste de los últimos doce años”. Pero ese cansancio nunca siguió una cronología fija y fue sorteado en varias oportunidades por Néstor y Cristina. Quienes atribuyen el desenlace electoral a la prédica de los medios concentrados deberían explicar por qué falló el gran armado gubernamental de propaganda pública y privada.
La tesis kirchnerista predominante resalta la existencia de un país dividido en dos mitades. Con esa presentación se desconoce que muchos sectores populares votaron a Macri, ante la ausencia de una real polarización social e ideológica. La gran mayoría de los electores se ubicó en el medio y osciló entre dos propuestas conservadoras.
Interpretaciones más consistentes de la victoria del PRO resaltan la incidencia de la inflación. Destacan también el descontento creado por la desastrosa situación de la vivienda, la salud o la educación en la provincia de Buenos Aires.
Pero el indudable agotamiento del modelo económico no llegó al ingreso o al empleo del grueso de la ciudadanía y tampoco determinó el triunfo de Cambiemos. Con el retraso del tipo de cambio se vivió incluso una primavera artificial de compras que favorecía al oficialismo. A su vez, las mejoras en el nivel de vida de la última década tuvieron poca incidencia electoral. La población ha naturalizado esos repuntes, en un país tan sujeto a bruscos vaivenes del poder adquisitivo.
La derrota del gobierno tuvo más determinantes políticos que económicos. El fastidio con el oficialismo superó el miedo a Macri. Muchos comunicadores resaltan el hartazgo con un “estilo” de CFK que abusó de las cadenas, el personalismo, la sordera y la manipulación. Pero omiten recordar que esos defectos forman parte una cultura del justicialismo, que Cristina recreó especialmente en el plano del verticalismo y la lealtad.
El kirchnerismo representó una variante reformista al interior del mutante espectro peronista. Ese perfil de centroizquierda se reflejó en las iniciativas más objetadas por la derecha: retenciones a los agro-sojeros, ley de medios, juicios a los militares y autonomía geopolítica internacional.
La reacción anti-K de los grupos conservadores paralizó al gobierno y abrió el camino para el ascenso de Macri. El PRO supo encauzar la belicosa secuencia inicial de cacerolazos hacia una inteligente construcción política. Mientras Cristina optó por la inacción encubierta de relatos, la derecha depuró sus filas y preparó su captura del estado.
La renuncia kirchnerista a encarar un genuino curso progresista condujo a ese desenlace. Descartaron la nacionalización del comercio exterior, la implementación de una reforma impositiva y la revisión de los pagos de la deuda. Evitaron confrontar con los responsables de la remarcación de precios y la fuga de divisas y siempre protegieron al sistema capitalista que CFK endiosa. En el plano político consolidaron un status quo de clientelismo y un descarado nivel de corrupción de altos funcionarios.
El propio gobierno preparaba una sucesión conservadora con Scioli. Quienes ahora reconocen que el motonauta fue un “mal candidato” evitan analizar este sentido de su designación. El “proyecto” ya carecía de futuro y por eso no suscitó entusiasmo, frente al cúmulo de fantasías que desplegó Macri.
La izquierda tampoco pudo contrarrestar los límites del progresismo. La canalización derechista del descontento evidenció el carácter aún embrionario de la radicalización popular. El escaso eco del voto en blanco fue un indicio de ese escenario.
Pero la existencia de la izquierda como formación política visible constituye un ingrediente clave del turbulento contexto que se avecina. Ofrece un freno a la desazón y un canal para madurar la fallida experiencia del kirchnerismo. Con un perfil nítido, la izquierda facilita la construcción de alternativas, ajenas al pase de facturas que sobrevuela al justicialismo.
El arribo de Macri a la Casa Rosada genera tristeza, bronca e impotencia. Comprender lo ocurrido es el mejor antídoto frente a esa sensación.
Claudio Katz
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